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Crítica de Detroit: quien mucho abarca poco aprieta

Kathryn Bigelow, única mujer que ha ganado el Oscar al mejor director por En Tierra Hostil, siempre ha destacado por manejar con buen pulso las escenas de acción, como ocurrió en la reverenciada Le llaman Bodhi. Sin embargo, desde la obtención de dicho premio, su carrera se ha dirigido a la narración de episodios polémicos en la historia reciente de la primera potencia mundial: Estados Unidos. Un enfoque que le viene que ni pintado a su estilo. Detroit no es una excepción.

Crónica de un episodio lamentable dentro de los disturbios que ocurrieron en la ciudad durante 1967, Detroit es una película coral, reivindicativa, dura y valiente a la que le pesa uno de los grandes males del cine moderno: confundir trascendencia con abarcar más y más tramas, personajes y, por supuesto, duración. Como si una trama superior a las dos horas fuera requisito imprescindible para ser nominado a los Oscars.

TRES SON MULTITUD.

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Cuadro de Jacob Lawrence. Varias de sus pinturas aparecen al inicio de la película.

Detroit está desarrollada a lo largo de tres actos que funcionan de manera desigual y que terminan por lastrar el conjunto de la película.

El principio nos aporta el contexto de las revueltas, con las tensiones raciales a punto de estallar. Adornado con los cuadros de Jacob Lawrence, Detroit narra el acoso policial a la gente de color. Bigelow se toma su tiempo en mostrar la vida normal de los negros en Detroit para enfatizar  que los disturbios, provocados por la marginación de la sociedad afroamericana en la ciudad, destrozan sus vidas y sus aspiraciones, tanto personales como profesionales. Escenas que no terminan de funcionar del todo. Bigelow parece poseer tanto talento para la tensión que no sabe cómo filmar esas escenas más transicionales.

El nudo contiene el meollo de la historia, y la trama en la que debería haberse volcado su directora para confeccionar una obra maestra. El episodio en el motel es un ejemplo de tensión, de horror y barbarie, en el que sentimos asco y vergüenza ante lo que el ser humano es capaz de hacer (no olvidemos que estos hechos ocurrieron en 1967). Con tan solo un pequeño escenario y grandes interpretaciones del reparto, Bigelow transmite lo que quiere. Solo por esto ya merece la pena ver la película.

El desenlace es absolutamente descartable. Imaginaos una película basada en hechos reales en la que, al final, nos cuentan mediante rótulos qué fue de los personajes que la protagonizan. Pues bien, Bigelow aquí decide añadir cuarenta y cinco minutos más de película que se podrían haber sustituido por dichos letreros y que te sacan un poco de la trama. Todo por querer enfatizar su discurso, cuando el segundo tramo de la película es un ejemplo de que no hace falta hablar más alto, si no más claro. O, aplicándolo al séptimo arte, que no hace falta abarcar todo el drama conjunto de Detroit, sino reflejar de forma clara el episodio individual, que el espectador es capaz de extrapolar al racismo general que sufrieron y sufren los afroamericanos.

REPARTO A LA ALTURA.

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Que no os engañen los carteles promocionales. El reparto de la película es absolutamente coral. De hecho, si hubiera que elegir a un protagonista, este sería blanco: el policía interpretado por un gran Will Poulter, un joven actor que apunta muchas maneras en el futuro. Actores como John Boyega o Anthony Mackie se encuentran integrados dentro del conjunto general de la película y cumplen perfectamente con sus papeles. Destacar la labor de Algee Smith, que interpreta a un joven cantante de un grupo de música que sufre en sus carnes el episodio del motel. Un personaje con más peso que los mencionados Boyega y Mackie.

CONCLUSIONES.

Detroit deja una sensación agridulce. Es una película que cumple, una vez más, que al abarcar mucho te puedes quedar a medias en muchos aspectos y que, en ocasiones, menos es más. Bigelow dirige con mano de hierro y cámara al hombro un película de estilo semidocumental que eleva la tensión en el segundo tramo hasta niveles insospechados. Tal vez sea una de las películas en las que es más fácil identificarse con la opresión racista en EEUU. Sin embargo, el más convencional tramo inicial y el obviable final son una pequeña losa en una trama que nunca debió de salir de aquel motel, encerrada con lo peor que puede ofrecer el ser humano.

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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