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Crítica de La zona de interés, una disección de la frivolidad del ser humano.

El nuevo largometraje de Jonathan Glazer, (creador de Under the skin, película de culto británica) La zona de interés, explora uno de los capítulos más trágicos en la historia de la humanidad. La película, una adaptación libre de la novela de Martin Amis publicada en 2014.

A veces, los sentimientos pueden ser superficiales como la piel que dejamos ver al mundo. Ese mundo, que puede ser hostil, inseguro e indigno, y que nos contagia hasta tal punto, que nos olvidamos de que la balanza de la maldad puede estar a solo un paso de nuestra casa.

La zona de interés arranca con una pantalla en negro que se extiende durante unos minutos, acompañada por la turbadora banda sonora de Mica Levi, en el que la música parece distorsionarse entre gritos y respiraciones. Después vemos dos secuencias en la que se nos presenta a una familia en dos escenas cotidianas. A partir de esta sencilla y desconcertante presentación, la película nos hace entender cual es el conflicto que va a tratar, el de la vida familiar que transcurre con aparente normalidad mientras a su lado tienen lugar todo tipo de horrores.

Diseccionar en imágenes, hasta donde puede llegar o terminar la normalidad del ser humano, para acabar convirtiéndose en una seca frivolidad. Esto es lo que hace el británico Jonathan Glazer en su extraordinaria película, la zona de interés. Y lo consigue además sin mostrar la verdadera tragedia, utilizando el fuera de campo, como una sutil metáfora de que la maldad aunque no queramos verla, se extiende más allá de los bordes del marco de la vida en la que nos enfocamos.

lazonadeinteres

La zona de interés, nos invita a contemplar el día a día de la familia del comandante del campo de Auschwitz, Rudolf Höss (Christian Friedel) y su esposa (Sandra Hüller), pero sin salir de la casa y de los dominios que tienen situados en el propio complejo. Y es en esta sencilla premisa donde se encuentra la más espeluznante de las normalidades.

La cámara nos guía por las desangeladas actividades familiares, como las salidas al río, las tardes perezosas, los juegos de los niños, etc. La narración intenta que descubramos el sufrimiento a través de los contrastes; la normalidad del día a día de la familia, con la asfixiante carga que se eleva a pocos metros; la delicadeza y el esmero con el que cuidan del jardín, contra la desolación que puedes imaginar al otro lado del muro; el juego de los niños, frente a la angustia que intuyes cerca de la casa.

Imagen del jardín de la película La zona de interés

Y Glazer se arriesga, porque nos presenta el horror de los campos de concentración sin alejar nunca su mirada de la familia nazi protagonista. Todo a través de una construcción sonora espeluznante, y que usa el silencio, como la clave, en la aceptación de las reglas. Pero en el que la cámara casi nunca atraviesa el muro del campo de concentración. Una cámara cínica, desprovista de sensibilidad, porque en ninguna guerra hay lugar para la compasión, solo para la normalidad.

Muchos de los planos de la película parecen jugar a ser un sistema de video-vigilancia. Todo sucede a raíz del movimiento de los personajes, mientras la cámara parece levitar en medio de lentas panorámicas. La cotidianidad de la familia está rodada con una precisión milimétrica, casi asfixiante. Estos planos de la familia, contrastan con lo que a veces se deja ver de fondo, en los que se perciben las fábricas y los edificios del complejo.

Y es ahí, donde destaca la Zona de Interés, porque consigue, sin que se vea nada violento, solo a través de suposiciones, leves rumores y sonidos oscuros, que sintamos toda la inquietud que puede generar un campo de exterminio nazi. Todos esos momentos son los que van diseccionando la frivolidad humana, como si la capa de la piel fuera lo suficientemente dura para olvidarnos de ser humanos y convertirnos en un instrumento más, del horror.

En definitiva, una película recomendable, menos para todos aquellos que quieren conservar su esperanza.

 

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