La persecución y posterior juicio de criminales de guerra nazis supuso una revolución para el mundo del Derecho y de las relaciones internacionales. ¿Es lícito cumplir una legalidad que sabemos que es inmoral? ¿Existen normas fundamentales que deban obedecerse sin tener en cuenta el reglamento de cada país? ¿Deben aplicarse retroactivamente? Un tema tan complejo e interesante como este ha tenido su reflejo en el cine, con películas como ¿Vencedores o vencidos?, en la que se exploraban los motivos de la acusación y defensa de estos criminales de guerra. Sin embargo, a pesar de que este es el ejemplo más conocido, el Séptimo Arte ya tocó este tema en el largometraje El extranjero, de 1946, sin ahondar en los aspectos más sesudos del asunto, sino centrándose más en la investigación para encontrar a uno de estos fugitivos. Operación final, dirigida por Chris Weitz, producida por Netflix y estrenada el 3 de octubre de este año, toma elementos de ambos enfoques, ofreciendo un producto entretenido pero reflexivo.
La película narra los esfuerzos de un equipo de agentes del Mossad israelí para detener y llevar a juicio a Adolf Eichmann, el teniente coronel de las SS conocido como “el arquitecto del Holocausto”, y que se le juzgue por sus crímenes contra la humanidad, que incluyen supervisar el exterminio y la llegada de los prisioneros a los campos de concentración. En ese momento, era el criminal de guerra nazi más buscado, por lo que esta misión supone un punto de inflexión para el grupo, que deberá infiltrarse en la Argentina de los primeros años sesenta para capturar a este sujeto.
Un thriller correcto
El detonante de la trama es la relación del hijo de Eichmann, Klaus, con una mujer judía. Su padre sospecha del joven y de sus familiares, por lo que realiza un aviso que acaba llegando a las autoridades israelíes. A pesar de las reticencias iniciales, Isser Harel, el director del Mossad por aquella época, decide secuestrar a este criminal de guerra con el apoyo de un grupo de agentes entre los que se encuentra el protagonista. Peter Malkin, interpretado por Oscar Isaac, aparece representado como un galán muy propio del cine de aventuras: valiente, con unos principios firmes y con un pasado que esconde alguna que otra desgracia. Como casi siempre, este actor realiza un trabajo correcto, dando forma a un héroe clásico que nunca pasa de moda.
Precisamente, la primera mitad de este filme consigue reflejar muy bien una ambientación fascinante y exótica, muy propia de este tipo de thrillers. Durante este primer acto, se nos presenta a un reparto con cambios sustanciales y a veces innecesarios respecto a la historia real, pero con una química entre los actores que contribuye a que nos pongamos de su parte. La parte más convencional del largometraje nos relata cómo los enviados de esta agencia planean la extracción de Eichmann con el menor número de testigos posible, paralelamente a los esfuerzos de su camarilla para ocultarlo. Más allá de lo placentero que resulta ver una historia de espías en la convulsa Argentina de esta época, y de las reminiscencias con el Argo de Ben Affleck, el argumento plantea desde el principio una duda: ¿deben matar directamente al fugitivo o deben juzgarlo? El protagonista opta por esta última opción, pero nos encontraremos con que la opinión en Israel no es ni mucho menos uniforme, lo que causa tensiones con sus compañeros. La cinta, desde el principio, no es todo lo maniquea que podría ser, y esta peculiaridad se acentúa en su segunda mitad.
La banalidad del mal
Precisamente sobre Adolf Eichmann, el antagonista de esta película, la filósofa Hannah Arendt escribió un ensayo sobre las motivaciones de los criminales de guerra. Explicó que este individuo no era malvado o, por lo menos, que no parecía un monstruo capaz de cometer los delitos que reconoció. Esto se debía a que se trataba simplemente de un funcionario cuya misión era cumplir unas órdenes, sin cuestionar su moralidad. Precisamente esto es lo más aterrador de los regímenes totalitarios del siglo XX: cómo la creación de una rígida burocracia acaba ahogando al individuo, incluso a uno no inicialmente malvado.
Esta parece ser la base en la que se construye el personaje de Eichmann en esta película. Interpretado magistralmente por un Ben Kingsley que se come cada escena en la que aparece, se trata de un personaje inequívocamente malvado, pero con una humanidad que nos hace plantearnos qué habríamos hecho nosotros en su situación. El filme no trata de disculparlo en ningún momento, pero nos lo muestra como un hombre algo frágil, a veces hasta patético, como el verdadero Peter Malkin llegó a describirlo. No se trata, desde luego, del psicópata que interpreta Orson Welles en El extranjero, ni de los unidimensionales nazis de las películas de Indiana Jones. Sin embargo, no debemos olvidar ante quién estamos: sigue siendo un personaje manipulador, que llega a ganarse la confianza del protagonista, y que puede resultar aterrador y atractivo a partes iguales gracias al carisma del intérprete. Conseguir que firme el documento en el que les autoriza a ser juzgado en Israel supone el verdadero reto para los agentes, sobre todo con sus seguidores y el Gobierno argentino pisándoles los talones, y teniendo que resistir los deseos de acabar con él. A lo largo de la película, la tensión irá en aumento, hasta llegar a un final que muchos ya conocerán pero que no por ello resulta menos satisfactorio.
Conclusión
Este producto funciona en sus dos lecturas, constituyendo un thriller más que meritorio y una reflexión sobre la obediencia ciega que, si bien no resulta novedosa, se presenta de forma comprensible y emotiva: el guión sabe qué resortes tocar para crear determinadas reacciones en el espectador. Aunque hubiera estado bien que insistiera algo más en el problema diplomático que esta misión supuso entre Israel y Argentina, se trata de una cinta de notable calidad que bien podría haberse estrenado en cines. Netflix hace bien en apostar por novedades como esta.