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Crítica de Perfect Days (2023), la belleza de lo cotidiano

Este viernes 12 de enero se estrena en España Perfect Days, el regreso de Wim Wenders desde su último largometraje en 2017 (Inmersión). El director de Paris, Texas (1984) y El cielo sobre Berlín (1987), nos regala una cinta sobre la belleza que reside tras los pequeños detalles del día a día.

Tráiler de Perfect Days (2023) de Wim Wenders

FELICIDAD EN TIEMPOS MODERNOS

Vivimos en un mundo más sobreestimulado y veloz que nunca, en que nadie mira por nadie y el bienestar se ha vuelto una cota inexpugnable. El modelo capitalista preponderante, ha dotado de un sentido único el concepto de felicidad, atribuyendo sus causas a la prosperidad económica y, de esta forma, mutilando cualquier atisbo de esperanza en las clases inferiores. El debate social sobre dinero y felicidad es constante, y está claro que la ventura capital soluciona problemas fundamentales pero entonces, ¿no es posible ser feliz teniendo poco? ¿es la felicidad el galardón de los más pudientes? En su película, Wenders muestra que la felicidad y la belleza del mundo, a veces se esconden en los pliegues de la realidad más cotidiana.

El veterano cineasta alemán decide trasladarnos a la capital de Japón para seguir a un hombre de mediana edad que limpia retretes, interpretado por un Kôji Yakusho en estado de gracia. Hirayama lleva una vida rutinaria, y en sus ratos libres se dedica a la lectura y a fotografiar árboles. Un día, su sobrina (Arisa Nakano) le visita después de mucho tiempo.

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OPTIMISMO EN LA RUTINA

Wim Wenders rueda su obra en formato 4:3, encapsulando a Hirayama en su rutinaria vida. Pero, a diferencia de lo habitual, la rutina no es opresiva: poco a poco descubrimos que la película no es sino, una sacralización de lo cotidiano. A través de acciones aisladas, se construye un entrañable personaje de enorme bondad, que ayuda a un niño perdido o presta dinero a su compañero para una cita amorosa. El japonés tiene un carácter peculiar, casi siempre en silencio y con una sonrisa (me hace pensar en el gusto por este tipo de personajes en el cine asiático, por ejemplo en Hierro 3 de Kim Ki-duk, Fallen Angels de Wong Kar-Wai o Dolls de Takeshi Kitano).

Desde este mutismo contempla el mundo Hirayama y otorga, a través de su mirada, valor a los detalles; cuando sonríe al ver el reflejo de la multitud caminando, cuando animoso responde día a dia al juego de tres en raya de un desconocido o al recoger un brote de árbol para plantarlo en su casa. Pequeñas cosas a las que la velocidad de nuestras vidas no permite prestar atención, que en cambio construyen la felicidad del protagonista; un agradecido observador del mundo que le rodea.

MUNDO PROPIO

El trabajo que desempeña Hirayama, generalmente denostado, no es impedimento para el tesón con que se dedica a su cumplimiento. Es extremadamente cuidadoso con su labor, algo que su compañero no tarda en achacarle ya que, “¿cómo va a esforzarse tanto limpiando baños públicos?”. Esto es algo en lo que Wenders incide a lo largo de la película: la incredulidad de los demás ante la forma de vida de Hirayama. Y esto no es más que otra muestra de la dificultad de vivir al margen de los juicios sociales, de las trabas de la sociedad en el desarrollo personal.

Nunca conocemos del todo el pasado del personaje pero, en cierto momento parece sugerirse una vida más opulenta y familiar que quizá abandonó por decisión propia. Hirayama llora por primera vez tras el reencuentro con su hermana, y es que ella lo ha juzgado de forma lapidaria: “¿Es cierto que estás limpiando retretes?”.

Ante la pregunta de su sobrina sobre el distanciamiento con su hermana, Hirayama explica brevemente a la niña que cada persona tiene un mundo propio, y el suyo es muy distinto al de ella. Un mundo propio… eco que resuena con fuerza durante toda la película, reafirmando su presencia con las propias palabras de Hirayama. Cada persona vive de acuerdo a su visión particular, no existe una realidad única y común; Wenders da rienda suelta a vivir la vida conforme cada uno quiera y sea feliz.

Una persona tan luminosa como Hirayama también tiene malos momentos. Casi al final, el protagonista se desmorona, pero sale adelante en seguida dando la vuelta a la situación. De un momento a otro, pasa de beber cerveza con la mirada perdida, a reir y saltar persiguiendo la sombra de otro personaje. De lo insignificante, consigue sacar fuerzas para doblegar la amargura.

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LA IMPORTANCIA DEL ARTE

La elevación del arte y su papel como causa fundamental de la felicidad, aparecen sutilmente a lo largo de la película. Las distintas formas artísticas riman entre sí para dar sentido a esta exégesis. Desde los primeros minutos, la música diegética se convierte en un personaje: la acción discurre al ritmo de Lou Reed, Van Morrison o The Animals, que conforman gran parte del optimismo del filme.

Anonadada, Aya (Aoi Yamada), la novia de su compañero Takashi (Tokio Emoto), pide prestado a Hirayama un casete de Patti Smith; él acepta contento. Tiene lugar una transacción, o una concesión artística fundamental, que beneficia a las tres partes: ella descubre la canción, él recibe el reconocimiento personal del que impulsa un descubrimiento, y la artista es escuchada, reconocida y descubierta. Esto es lo hermoso del arte.

Además de la música (colecciona una gran cantidad de casetes), Hirayama guarda un gran interés por la literatura. Antes de dormir lee a Faulkner o a Patricia Highsmith, y frecuenta una acogedora librería (de nuevo el descubrimiento artístico; incluso presta un libro a su sobrina).

Una de las tareas más importantes que desempeña Hirayama es la fotografía: dedica sus descansos a capturar con su cámara analógica el esplendor de un enorme árbol. De vez en cuando revela y clasifica las imágenes, en una actividad de captación y preservación del tiempo. El cuidado de sus plantas, ese ejercicio de botánica amateur que Hirayama practica, contiene también una fisicidad y carácter de preservación, de mantenimiento, tan inherentes al formato físico artístico. El arte tangible.

Un homenaje y, en cierta forma defensa, al arte físico, en especial al cine, realizaba Víctor Erice en su película, también de este 2023, Cerrar los ojos.

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ANTES VS AHORA. LA BRECHA GENERACIONAL Y EL PASO DEL TIEMPO

Con mayor o menor sutileza en función del momento, Wenders articula un enfrentamiento, no sé si crítico, entre el mundo pasado y el presente. Una confrontación entre construcción y naturaleza, entre digital y analógico. Creo que el alemán se asoma con cierto recelo a nuestro presente y hace de Hiroyama un trasunto de su mirada; en gran parte fruto de su edad y, por ende, desconexión con el mundo actual.

El protagonista vive anclado a los formatos tradicionales: libros físicos, casetes de música y fotografía analógica. La reflexión sobre la intangibilidad de las nuevas tecnologías y el formato físico del arte como último amparo de su supervivencia es inevitable.

Su sobrina pregunta a Hirayama si cierta canción que tiene entre manos estará en Spotify, el japonés pregunta “dónde queda esa tienda”. Ella ríe, pues no están en la misma sintonía. Algo similar y más sutil ocurre cuando, en el retiro habitual del limpiador, ambos fotografían el árbol; ella con su teléfono móvil y él con la cámara analógica. Contraste pretendido, que encierra un enorme significado.

La naturaleza juega también un papel en este análisis. La película muestra continuamente el paisaje urbano de la gran ciudad de Tokio y, en su contraplano conceptual, la imagen del árbol y las plantas que Hirayama riega tan delicadamente. Construcción contra naturaleza. El humano y su paso por el planeta.

Esta dicotomía entronca directamente con la representación del paso del tiempo. Hirayama se detiene en su bicicleta ante un espacio vacío, que antes parecía ocupar alguna construcción: “¿Qué había antes aquí?” (…) “Es lo que tiene hacerse mayor”; son frases de un escueto diálogo que mantiene con un paisano que también contempla el lugar. Hacerse mayor, tanto las personas como su mundo; aunque en cierta forma, no dejan de ser uno mismo.

Pero, si bien Wenders mira al pasado, centra su atención en el presente y relega el futuro. Hirayama y Niko montan en bicicleta y cantan con alegría: “La próxima vez es la próxima vez. Ahora es ahora“. Una reflexión sencilla pero evocadora, que incide en la importancia de vivir el momento a gusto, sin asfixiarse por lo que está por venir; una suerte de carpe diem.

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CONCLUSIÓN

En Perfect Days, Wim Wenders grita optimismo a cuatro vientos. Ensalza lo mundano, la cotidianeidad, para mostrar la virtud del detalle y del pequeño gesto. Pues la esperanza a veces está a la vuelta de la esquina, solo hace falta pararse a mirar. Quizá deberíamos aprender de Hirayama, y cribar más a menudo para quedarnos con lo bueno: como él hace con sus fotografías.

Es un elogio al presente y a vivir la vida que uno quiere sin caer ante juicios ajenos. Abraza el arte, en todas sus acepciones, como remedio vital. Hirayama es el último refugio de la felicidad, en un mundo presa del cinismo. Hirayama es esperanza.

Darío Serrano Gómez
Darío Serrano Gómez
Apasionado del cine en constante aprendizaje. Me gusta ver películas y escribir sobre ellas.
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