Bienvenidos un sábado más a la sección de los amantes del cómic. Bienvenidos a El cómic de la semana, y también quiero dar la bienvenida a los auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez. Esta vez tenemos un especial de La Tapa del Obseso con el cómic de la semana.
Cuando hablamos de Lovecraft siempre hay que pensar en los límites de llevar sus historias a otros medios que no sean el libro. Al fin y al cabo, mucho del sentido del horror e intriga de su obra tiene que ver con la máxima del autor: el miedo a lo que no se conoce y a lo que es mejor no conocer. Es complicado transmitir la misma sensación al leer “El color de fuera del espacio” que llevarlo, pongamos, al cine. ¿Cómo ponemos el color en pantalla para que provoque la sensación de algo que no has visto nunca en la Tierra? ¿de un color imposible? Seguro que se nos puede ocurrir algo, pero al crear ese color para ponerlo en pantalla perderemos cosas de algo que se escribe y pondremos otras de otro lenguaje: el visual. En la traducción entre medios perderemos cosas y ganaremos cosas, y es fácil que en la traducción se vayan los matices. También que a base de traducir estemos en otra cosa distinta a la original.
Es un error caer en el esencialismo y no querer adaptaciones. Como es normal, las cosas nunca podrán ser como la primera vez (en cualquier cosa, no sólo en el arte) pero pueden hacerse cosas interesantes y disfrutables. Centrarse en el respeto a las esencias es un error que lleva a que una obra meritoria sea progresivamente olvidada. En lo que habría que centrarse siempre es en la calidad de las cosas. Con Lovecraft hemos visto varios intentos en el cine no precisamente buenos, incluso algunos españoles, como la mediocre Dagon, La herencia Valdemar y la espantosa La sombra prohibida. Ésta última debería estar directamente en el Museo de los Horrores Cinematográficos Involuntarios, al lado de la obra cumbre de la chapuza de las películas de miedo: Mas de mil cámaras velan por tu seguridad, cuya única parte buena fue el fin de la carrera cinematográfica de muchos de sus actores.
En el terreno de los videojuegos hemos tenido muchísimas mejores cosas, incluyendo al mismísimo padre de un género, el Survival Horror, con Alone in the Dark (1992), del que bebería el mítico Resident Evil (1996). Aventuras gráficas como Shadow of the Comet (1993) o juegos de rol como el reciente y muy exitoso Bloodborne (2015) deben mucho a Lovecraft, transmitiendo y respetando el sentido general de la obra y siendo a la vez buenos productos en sí mismos. Los cómics, sobre todo desde el inicio de siglo, también han estado en la labor de recuperar todo lo lovecraftiano. Desde adaptaciones puras y duras de textos de Lovecraft, como la premiada del británico Culbard en 2011 al hacer “En las montañas de la locura” (en España publicado por la editorial Sins Entido) a estupendas adaptaciones con claro aroma lovecraftiano como “El velo” de El Torres y Gabriel Hernández en 2009 (publicado en España por la editorial Dibbuks). Hasta incluso Grant Morrison se ha lanzado a hacer “Nameless“, un cómic realmente extraño, onírico y con claros dejes a la película Horizonte Final, Lovecraft y recursos de propia cosecha. El mismísimo Alan Moore recurrió a Lovecraft para pagar sus deudas haciendo “Neonomicon” en 2011, aportando elementos originales en el imaginario de Lovecraft como la crítica al machismo y racismo del autor, así como el acento a la ausencia de sexo en su obra. En el futuro habrá que hacer un post extenso y detallado de la que es hasta hoy la mejor obra del cómic en relación a Lovecraft, también de Alan Moore y acabada de publicar hace poco en España: Providence (2016). Es una auténtica barbaridad, pero eso será otro día.
Dentro de este resurgir en el cómic de Lovecraft, tenemos también a otro de los autores importantes del cómic occidental: Ed Brubaker, responsable de la una etapa larguísima en el Capitán América. Todos hemos oído hablar de la muerte del Capitán América tras los acontecimientos de Civil War, hasta el punto de llegar a la prensa general y el gran público. Más allá de que aquello fue otra de las estrategias de publicidad de Marvel, Brubaker consiguió tener durante años en el Capitán América una regularidad y consistencia en la historia muy de agradecer. Convirtió la serie en una historia de espías, conspiraciones, amenazas del pasado nunca vistas y reconversión de viejos elementos más o menos infantiles de las historias pasadas del personaje en cosas entendibles por mentalidades adultas. Por ejemplo, acabó con la idea de una Segunda Guerra Mundial en Marvel en la que simplemente se daba puñetazos a los nazis: aparece claramente el compañero del Capitán América, Bucky, acuchillando gargantas. Era ridículo pensar lo contrario. Brubaker respetaba el pasado del Capitán América y por eso cambió lo suficiente de ese pasado para que fuera creíble y coherente. Además, de, claro, tenernos en tensión número a número. Como hombre de su tiempo, cayó hasta cierto punto en las mismas manías que el guionista estrella de Marvel, Brian Michael Bendis: la narración descomprimida. Sin llegar al extremo que aquel, es cierto que Brubaker tuvo, en sus peores momentos del Capitán América, esa misma tendencia.
A pesar de esta buena etapa, Brubaker funciona mejor fuera de los superhéroes. Cualquiera que haya leído su estupendo “Criminal” sabrá el porqué: su tendencia a contar conspiraciones, acciones turbias y su cariño a los personajes con pecados que quieren redimirse encajan mejor fuera de Marvel. Lo novedoso es cómo empezó a crear junto a Sean Phillips un cómic que mezclaba todo esto con elementos claramente lovecraftianos: “Fatale” (2012-2014), del que en noviembre sale el primer recopilatorio, como dijo Sofía aquí.
Es la historia de, claro, una mujer fatal. Una mujer que hace que todos los hombres que se crucen con ella pierdan la cabeza, se quieran hacer los protectores y los amantes de ella. Aunque pierdan la cordura y hasta la vida por ello. Una mujer que no envejece, que está rodeada de un misterio mágico y está siendo perseguida por unos monstruos que hunden sus raíces y su lógica en Lovecraft. Ed Brubaker no se limita a repetir viejos esquemas del autor nacido en Providence, los incluye en una trama del género negro, con sus periodistas debatiéndose con los dilemas morales de su profesión, los matones a la espera, las relaciones amorosas autodestructivas, los policías y detectives corruptos…y las mujeres fatales. Por supuesto hay un libro heredado de un familiar y por supuesto el conocimiento de lo que hay detrás lleva acompañado la locura, como es clásico en estos casos: es uno de los pilares casi irrenunciables. El uso de la ignorancia sobre la condición especial y magnética de la protagonista se incorpora como elemento original a la mitología lovecraftiana. Una ignorancia que en este caso no evita el peligro o la muerte, no la hace menos deseable para muchos personajes masculinos. Hombres que deliran al hacerse los masculinos y viriles delante de una mujer hasta la locura, la muerte y cosas peores.
La protagonista pasa después por distintas épocas, algunas poco habituales al tratar el tema lovecraftiano, como el siglo XIX o los años 90 en Estados Unidos. Es en este segundo caso cuando Ed Brubaker acerca todas las temáticas de Lovecraft a los movimientos musicales que explotaron en Seattle a mediados de los años 90, algo realmente original y conseguido. ¿Qué ha visto Brubaker en el grunge? ¿en todas esa melodías nihilistas, en esos gritos de jóvenes que no sabían y no veían ningún sentido a nada? Veía el caldo de cultivo para que una mujer maldita sea el centro de otra historia, para que determinadas canciones transmitan, también, el Horror Cósmico y hagan a las multitudes enloquecer y suicidarse, como Kurt Cobain. ¿Es complicado representar gráficamente tantas épocas distintas y mantener el tono? Sean Phillips, el mismo dibujante de Criminal, mantiene el tono adecuado para el relato conspirativo y opresivo, siendo muy crudo en los momentos violentos, que son muy rápidos y contundentes. Se siente más cómodo dibujando las partes de principios de siglo y las más actuales, quizás no tanto en las demás, pero en ningún momento flojea como para tirar abajo el cómic ni su trabajo. Es especialmente brillante juntando lo sobrenatural con lo cotidiano, en esas escenas que son especialmente incómodas cuando eso se mezcla con tanta naturalidad.
Podríamos decir que es una obra que va de más a menos, con el repunte maravilloso de la etapa noventera en Seattle. Podemos decir que como adaptación del espíritu es más que acertada, al fin y al cabo consigue transmitir todo el horror a lo desconocido, al caos, al sinsentido de las cosas. Es un acercamiento hasta cierto punto original, al focalizar en la bella protagonista todo el Horror que trae lo desconocido, en volver al asunto sexual como hizo Alan Moore y en entremezclar tramas más propias del género negro a los clásicos horrores cósmicos. Todo ello lo lleva Brubaker realmente bien, es un buen narrador de cómics que de nuevo sabe cómo ir creando una bola argumental e irla deshaciendo poco a poco sin hacer la historia farragosa o aburrida precisamente. En el debe, el habitual en estos tiempos de narración descomprimida: el tramo final y el final. Sin ser el peor de los finales posibles, es demasiado obvio una vez se lleva leyendo la mitad de la historia. Hay poca sorpresa acerca de donde acabará eso. Quizás hubo ya un intento de acabarla lo mejor posible y no se puede decir que sea una chapuza, pero es quizás su parte menos buena. No está a la altura del demoledor y maravilloso inicio, desde luego.
Sed felices.