Netflix estrenó la miniserie El rastro un día después de comernos el roscón de Reyes. Después de acabar el año 2024 con series como 1992 y la segunda temporada de El juego del calamar, la plataforma de la N roja quiere que empecemos el año investigando crímenes como ya hizo con el estreno a principio de año de Te echo de menos. Y esta vez nos trae una producción sueca de tan solo cuatro episodios que cuenta con el aliciente extra de estar parcialmente basado en hechos reales.
Suena casi macabro, pero es así: la susodicha coletilla vende; y prueba de ello es que en tan solo unos días consiguió colarse a lo más alto del top ten de lo más visto en la plataforma. Neflix vende la serie como basada en el libro escrito por Anna Bodin y Peter Sjölund que encapsula los 16 años que tuvo de duración la investigación de dos brutales asesinatos que tuvieron lugar en una pequeña y tranquila ciudad de Suecia, Linköping, donde nunca pasaba nada.
El rastro. Demasiado lenta.
Lo cierto es que El rastro bien podría haber sido una película larga: su duración total es de alrededor de dos horas. Pero, sus creadores han preferido hacer una miniserie. Sus motivos tendrán. Personalmente hubiera preferido una película quitándole a la serie bastantes minutos de metraje y dejándola en hora y media o menos.
En realidad no se necesita mucho más para contar lo que El rastro nos quiere contar. La miniserie nos trae el trabajo de investigación que hubo detrás del brutal asesinato de Adnan, un niño pequeño musulmán; y de Gunilla, una mujer de mediana edad, en las cercanías de un parque a primera hora de la mañana. Dos asesinatos arriesgados, a plena luz del día, que no detuvieron a este criminal escurridizo al que la policía sueca tardó 16 años en encontrar.
El primer episodio nos servirá para exponer el caso. Todo lo sucedido aquel fatídico día, las pruebas, las entrevistas… todo lo necesario para empezar la investigación. John (Peter Eggers), será el inspector encargado del caso. A priori iba a ser un caso sencillo que resolvería en un par de días, y luego le dejaría libre para poder acompañar a su mujer en el nacimiento de su primer hijo. Pero no fue así.
Los días pasaban y el caso seguía sin resolver. Eso pesó sobre John que centró su vida en resolver este doble crimen con todo lo que eso conlleva, convirtiéndose en una historia dramática chiclé, alargando innecesariamente la trama, estirándola de tal modo que aburre. Está claro que transcurrieron 16 años, pero podía haberse plasmado ese paso de tiempo de otra forma más corta y mucho más entretenida.
El primer caso europeo resuelto con investigación genealógica.
En palabras de los creadores de la serie, Lisa Siwe y Oskar Söderlund, querían plasmar el drama que hay detrás de un asesinato de este tipo. La dura realidad a la que se enfrentan los familiares de las víctimas, esperando una resolución que nunca llega, y que les impide intentar pasar página y seguir con su vida manteniendo el recuerdo de su ser querido intacto.
También querían reseñar la incansable determinación de los investigadores policiacos. Muchos de ellos no se rinden nunca y siempre tienen la esperanza de encontrar nuevas pistas o indicios que les lleven a descubrir al asesino y así poder hacer justicia.
Sin duda, ambas cosas quedan muy bien explicadas en El rastro (se toman su tiempo para ello…). Al final de la serie volvemos a retomar el ritmo del primer episodio, acelerando quizá demasiado, con una investigación genealógica, encabezada por el experto en adn Por (Mattias Nordkvist), una investigación en la que nos explican lo básico y que será la que los lleve a dar con el asesino, y poniendo así punto final a este trágico suceso.
Esta es la historia del primer caso de asesinato para el que se sirvió del ADN para seguirle el rastro y poder dar con los familiares del asesino y de ese modo acercarse a él. Un método que había sido empleado recientemente en Estados Unidos y que, a pesar de su controversia, se demostró muy eficaz.
