Odio a Dani Rovira como actor. Aunque su debut ante el gran público con Ocho apellidos vascos era lo suficientemente inofensivo y agradable como para suponer un disfrute muy digno, la explotación del mismo tipo de personaje en una serie de producciones de cuestionable calidad durante los últimos seis años acabó por condenarlo al estancamiento, pese a las honrosas excepciones que también hubo. No es culpa suya, claro: a nadie le gusta pasar hambre, y la vis cómica del intérprete ha llevado a mucha gente al cine a pesar de lo manidos que resultan muchos de los largometrajes donde aparece.
Pero lo cortés no quita lo valiente, por lo que tenemos que decir que es mucho mejor monologuista que actor. En la comedia, su registro repetitivo se convierte en un distintivo como otra cualquiera: recordemos que sus primeros pinitos en programas como El club de la comedia hicieron reír a millones de personas y que fueron estos comienzos los que le permitieron acabar presentando la gala de los Premios Goya. En 2021, después de una pandemia y unas circunstancias personales muy duras, ha vuelto a los orígenes con Odio, una producción de Netflix que se ha alzado con el primer puesto en el podio de contenidos más vistos en España.
Un monólogo algo atípico
El vídeo comienza con nuestro protagonista en una terraza, pero se diferencia mucho de la estampa típica de un bar: tanto el camarero como el monologuista llevan mascarilla, algo que se agradece en una época donde toda ficción parece estar ambientada en un universo paralelo donde no hay coronavirus. Dani Rovira se dirige al teatro donde llevará a cabo el monólogo, y se presenta ante los espectadores haciendo referencia a la pandemia y advirtiendo de que este espectáculo se transmitirá en Netflix. Después de esto, advierte a la gente que se ofende fácilmente de que, después de haber superado un cáncer, las críticas no le importan demasiado. Nunca está de más cubrirse las espaldas.
Acto seguido, el malagueño comienza a hablar de su vida cotidiana y de las situaciones que detesta, consiguiendo una sonrisa cómplice por parte de un espectador que reconoce a la clase de sujetos que menciona en su discurso. Después de ello, pasa a hablar de distintas figuras mediáticas o del mundo del entretenimiento por las que dice sentir una emoción muy fuerte que todos hemos sentido alguna vez: el odio. Y, si este monólogo funciona, es porque todos lo hemos sentido en multitud de ocasiones.
El origen del odio
Odio no es el mejor monólogo de Dani Rovira, por desgracia: en un espectáculo de más de una hora, hay largas lagunas de contenido sin mucha sustancia, y en ningún momento llega a suscitar una carcajada incontenible. Sin embargo, en cuanto uno se deja llevar por el carismático protagonista, sí puede llegar a provocarnos la risa, sobre todo al relatar cómo la envidia le lleva a odiar a otros famosos más célebres y exitosos que él. Desde nuestra mediocre posición, no podemos sino empatizar con esta animadversión tan propia de sociedades donde, en demasiadas ocasiones, la agobiante competitividad nos hace criticar a los demás, con o sin razón.
En este sentido, el tramo final del monólogo se acaba transformando en una especie de moraleja que nos advierte sobre los peligros del odio y nos aconseja que nos relajemos un poco. Es una enseñanza bastante facilona, sobre todo cuando la arenga se da desde una posición de éxito, y puede que esto afecte negativamente al monólogo: en muchas ocasiones, la comedia surge de situaciones más o menos patéticas o crueles, y tratar de ofrecer un mensaje positivo después de soltar bilis sobre todo tipo de famosos no funciona todo lo bien que debería desde el punto de vista cómico.
Sin embargo, aunque la base del monólogo estrenado por Netflix surgió mucho antes de la pandemia mundial en la que nos encontramos, hay que admitir que resulta extrañamente pertinente en la situación actual. En un período en el que la inseguridad y la polarización política han sacado a relucir nuestros impulsos más atávicos y mezquinos, merece la pena llevarse a casa una enseñanza positiva, aunque por momentos parezca precocinada.
Conclusión
Sigo odiando a Dani Rovira como actor, qué se le va a hacer, y este buen monólogo no me ha parecido merecedor de su posición en el ranking de contenidos más vistos de Netflix. Pero su autor ha hecho gala de entereza y arrojo al haberse puesto manos a la obra poco después de haber pasado por su enfermedad, además de habernos dado una valiosa lección: incluso aquellos a los que odiamos suelen tener alguna virtud digna de admiración.