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Retro-Análisis: Tiburón (1975), a cincuenta años de su estreno

El 20 de junio de 1975 llegaba a los cines Tiburón (Jaws), la película con la que Steven Spielberg dejaría huella tanto en la historia del cine como en la cultura popular. Al cumplirse cincuenta años, la revisitamos y analizamos…

El océano ha sido desde siempre uno de los grandes terrores de la humanidad: impreciso, misterioso y desconocido, nunca sabemos qué hay debajo y no por nada los submarinos alemanes sembraron tanto pánico en los comienzos de la Gran Guerra. H.P. Lovecraft ha sido uno de los escritores que más se ha hecho eco de ese miedo (temía profundamente al mar), lo mismo que, en diferente grado, Herman Melville (Moby Dick), Edgar Allan Poe (Un Descenso al Maelström) o Ray Bradbury (La Sirena). Tiburón, de Steven Spielberg, de la que se cumple medio siglo, es la sublimación cinematográfica de dicho terror.

Mi relación con Tiburón (en inglés original Jaws, más bien fauces o mandíbulas) es distinta de lo habitual al ser de los pocos que leyeron el libro antes de ver la película.  Es que al estrenarse tenía nueve años y su calificación me hacía imposible verla (lo mismo me pasó con El Exorcista). La vi cuatro años después en una de esas entrañables funciones dobles o triples de cine de barrio que proyectaban un filme nuevo más uno o dos de relleno que tenían algún tiempo.

La novela de Peter Benchley, de todos modos, fue un boom de ventas al publicarse en 1974, pero hasta allí era más un fenómeno del mundo anglosajón que del hispanoparlante. No sé si ya se habría editado en español antes del estreno de la película, pero sí que después pasó a ser un suceso en ventas que iba muy en zaga a la misma. Y como yo no tenía forma de verla, no me quedó otra que abrevar allí.

A esa edad, mis lecturas típicas eran Verne, Salgari o Stevenson, por lo que estaba familiarizado con historias náuticas, pero… ¡madre mía!: improperios, lenguaje malsonante, adulterio… Dudaba entre cerrar el libro o persignarme (sin saber cómo se hacía): era para mí lo más parecido a una lectura prohibida desde que mi abuelo no me permitiera leer a Boccaccio por no ser para mi edad…

Siendo pues de los pocos que llegó a la película con el libro ya leído, pude constatar los cambios de tono (ni adulterio ni lenguaje malsonante, por ejemplo) y de narrativa. Pero estoy convencido a rajatabla de que, al igual que Stanley Kubrick con La Naranja Mecánica, Spielberg mejoró el material original con una película que hizo historia…

El Camino hacia la Pantalla

Llamamos terror naturalista al subgénero que no busca asustarnos con espectros, fantasmas o monstruos, sino con criaturas de este mundo. Los Pájaros, de Alfred Hitchcock, es sin duda la obra cumbre, pero Tiburón le pisa los talones y marca también un quiebre para el género y el cine mismo.

La novela original cayó en manos de Richard D. Zanuck y David Brown (ambos productores de Universal Pictures) antes de ser publicada, gracias a que la esposa del segundo estaba al tanto por tener a su cargo la sección literaria de la revista Cosmopolitan.

La leyeron de un tirón y de inmediato quisieron llevarla a la pantalla, así que en 1973 compraron los derechos a su autor, ofreciéndole además la escritura del guion como forma de abrir el paraguas ante una inminente huelga de guionistas que se venía y que no le afectaría por no estar sindicalizado.

Para dirigirla se pensó primero en John Sturges, con experiencia en historias náuticas por haber rodado El Viejo y el Mar (1958), pero no hubo acuerdo y los productores fueron entonces por Dick Richards, realizador curtido que desde un primer momento pareció no entender el concepto cuando manifestó: “Siempre quise dirigir una película sobre ballenas”. No importó cuánto le insistieran en que un tiburón no es una ballena: seguía sin entenderlo…

La elección recayó entonces en Steven Spielberg que, para ese entonces y con solo veintiséis años, contaba dos películas en su haber: una para televisión (El Diablo sobre Ruedas, 1971) y otra para cine (The Sugarland Express, 1974). Ambas con críticas bastante buenas, pero su juventud generaba temor y fue después de muchas dudas que Zanuck y Brown lo aceptaron como última opción.

Spielberg también había leído el libro antes de su publicación y tenía gran entusiasmo por llevarlo a la pantalla. Con un presupuesto inicial de tres millones de dólares que se terminaría yendo a nueve y un plazo de filmación de cincuenta y cinco días que acabaría en el triple, el rodaje se llevó a cabo en Martha´s Vineyard, isla cercana a las costas del estado de Massachusetts que funcionaba como colonia veraniega y también asilo de sordos, habiéndose allí desarrollado buena parte del lenguaje de señas mundialmente conocido.

En cuanto a los actores, la primera opción para el oficial de policía Martin Brody que terminaría haciendo Roy Scheider fue Robert Duvall, pero este se sentía mucho más cerca del excéntrico cazador de tiburones Quint (vaya, le hubiera ido bien) y no hubo acuerdo. Se barajó a Charlton Heston, pero Spielberg no quería grandes estrellas que, con tanto rodaje y personaje encima, boicotearan la imagen de personas comunes que quería en el filme y desviaran el foco del tiburón como verdadero protagonista.

El personaje de Quint, rechazado sucesivamente por Lee Marvin y Sterling Hayden, cayó en manos de Robert Shaw, a quien Zanuck y Brown conocían bien de El Golpe (1973), mientras que el del oceanógrafo Matt Hooper fue para Richard Dreyfuss por recomendación de George Lucas, que lo había dirigido en American Graffiti (1973), quedando por el camino, entre otros, Jon Voight, Timothy Bottoms y Jeff Bridges.

El guion de Benchley no convenció y el propio escritor manifestó que su inexperiencia en cine le jugaba en contra. Ello llevó a Spielberg a pedirle a Carl Gottlieb, quien integraba el elenco interpretando a un editor de periódico, que lo reescribiera, lo cual hizo sobre la marcha apenas un día por delante de lo que se filmaba.  Acabó convirtiéndose en guionista principal, aunque Benchley siempre figuró como coautor y tuvo incluso un breve papel como reportero.

La fotografía quedó a cargo de Bill Butler (que venía de La Conversación), quien innovó con técnicas para lograr mayor fidelidad y estabilidad en tomas subacuáticas (introduciendo, por ejemplo, la cámara en una caja transparente), además de valerse de una cámara ligera en mano para las escenas a bordo a fines de contrarrestar el balanceo de la embarcación. Y hay algunos zooms sorprendentes en que el rostro de los personajes pareciera desprenderse del entorno.

La música, de la cual ya hablaremos, fue confiada a John Williams, quien ya había trabajado con Spielberg en la banda sonora de The Sugarland Express, pero sería Tiburón, según propias palabras, la que impulsaría definitivamente su carrera.

El Comienzo más Desgarrador

La escena inicial es una de las más icónicas y terroríficas de la historia del cine, casi una película en sí misma y perfectamente podría constituir un corto. Un grupo de jóvenes jocosos y alcoholizados se divierten en la playa en plena noche y uno de ellos demuestra particular interés en una muchacha que, separándose del resto y despojándose de sus ropas, echa a correr hacia el mar. Su nombre es Chrissie y es todo lo que de ella sabremos mientras el embriagado joven no puede seguirla y ella se interna en las oscuras aguas.

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Escalofrío puro: una cámara subjetiva la toma desde abajo como si alguien la estuviera viendo; de pronto algo la zamarrea y profiere un grito de dolor antes de recibir un segundo impacto aún más feroz sin que ni ella ni nosotros veamos al atacante. Desesperada, intenta aferrarse a una boya y grita por auxilio, pero nadie la escucha y recibe un tercer y definitivo ataque que la saca de nuestra vista por completo. Cuando con el correr de la película la volvamos a ver, será en la arena, desmembrada y cubierta de algas y cangrejos…

La Historia

Amity Beach es una ficticia isla balnearia a la cual, para hacerse cargo de la seguridad, arriba junto a su familia el oficial de policía Martin Brody (Roy Scheider). Un paraje paradisíaco cuya tranquilidad solo se ve alterada por algún que otro joven alcoholizado. Sin embargo, apenas llegar se encuentra con la noticia de la joven desaparecida y al hallarse en la playa el cuerpo mutilado y descompuesto, todo conduce a un ataque de tiburón.

Brody quiere cerrar la playa, pero choca contra el alcalde Larry Vaughn (Murray Hamilton), quien no quiere arruinar el negocio local espantando a los turistas y sus propios “especialistas” dicen que las heridas bien pueden haber sido provocadas por la hélice de una embarcación.

Pero el tiburón vuelve a atacar y para investigar llega ahora el oceanógrafo Matt Hooper (Richard Dreyfuss), quien confirma que solo puede tratarse de un gran escualo. Hay revuelo en el ayuntamiento y se presenta un tal Quint (Robert Shaw), con credenciales de experto cazador de tiburones.  Pide tres mil dólares para dar con la bestia y termina capturando en las cercanías un gran tiburón tigre que hace respirar al alcalde y permite que las playas sigan abiertas al no haber ya presuntamente peligro alguno. Eso parece…

Al abrir el animal y revisar sus entrañas, Hooper no encuentra rastro de carne humana, lo que significa que no han dado con el verdadero atacante que, a juzgar por las dentelladas en las víctimas, parece bastante más grande que el ejemplar capturado. A bordo de un pequeño barco pesquero (el Orca), Brody, Hooper y Quint se hacen pues a la mar para dar con el verdadero asesino y acabar con él. Y hasta aquí he contado…

Menos es más

Tiburón fue una película con un rodaje lleno de problemas que, de manera paradójica, acabaron convirtiéndose en sus fortalezas. Para empezar, Spielberg había pactado un presupuesto y unos plazos que terminaron saliéndose de madre, al punto de demandarle la filmación ciento cincuenta y nueve días contra los cincuenta y cinco acordados originalmente.

No hay que olvidar que Tiburón fue pionera en muchas cosas y una de ellas fue ser la primera película verdaderamente rodada en el océano (los productores querían un lago), con todo lo que implicaba en cuanto a imprevisibilidad. En innumerables ocasiones había que esperar a que mejorasen las condiciones meteorológicas, se calmaran el oleaje y el viento o terminase de pasar un barco que rompía toda sensación de aislamiento.

Las demoras ponían al realizador en situación delicada, pues un eventual fracaso acabaría lisa y llanamente con su carrera apenas comenzar.  Pero a la vez dieron tiempo a introducir al guion sustanciales mejoras que ayudarían al gran resultado final.

Entre las dificultades, el Orca estuvo a punto de zozobrar y llevarse a los actores al fondo del océano (el barco que se hunde sobre el final de la película es en realidad una réplica en fibra de vidrio). Y Richard Dreyfus quedó atrapado en la jaula bajo las aguas, costando rescatarlo. El rodaje parecía replicar la trama misma…

Y al igual que en la película, el mayor problema fue el tiburón. En un principio se había pensado en entrenar un tiburón blanco, pero no tardaron en darse cuenta del completo delirio que era. Se recurrió pues a tres robots diseñados por Joe Alves, que ya había trabajado con Spielberg en The Sugarland Express y volvería a hacerlo en Encuentros en la Tercera Fase (1977). Para los efectos mecánicos se convocó a Bob Mattey, de ganado prestigio como creador del calamar gigante de 20.000 Leguas de Viaje Submarino (1954), aunque ya hacía de ello más de dos décadas.

Los robots rara vez funcionaban: cuando no se inflaban o se les llenaban de agua salada las mangueras neumáticas, acababan enredados en algún bosque de algas.  En lugar entonces de mostrar al tiburón, Spielberg prefirió sugerir su presencia a través de la música, las cámaras subjetivas (como la de la escena inicial) o los objetos que arrastra, como los barriles amarillos que, sobre el final, cumplen idéntica función que los arpones que lleva clavados Moby Dick o la nube de gaviotas que la acompañan en la magistral adaptación de John Huston (1956).

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Parece increíble que lo que nació como limitación técnica haya terminado siendo para los críticos principal virtud de la película: sugerir al tiburón en lugar de mostrarlo fue un enorme acierto y el filme no sería lo que es sin ello. De hecho, al revisionarlo para este retro-análisis, pude comprobar que el tiburón totaliza como mucho unos dos minutos en pantalla: recurso bastante hitchcockiano, pues hasta incluso menos aparece la madre de Norman Bates en Psicosis (1960).

Mejorando el Libro

Decía antes que los cambios con respecto a la novela contribuyeron a una mejor película. Gran acierto, por ejemplo, el dejar afuera tramas secundarias que en algún otro caso podrían haber aportado, pero no en un filme cuya premisa era tenernos prendidos a la invisible presencia de un tiburón blanco como centro de la historia.  La relación adúltera entre la esposa de Brody (Lorraine Gary, en la película) y Hooper, por ejemplo, solo hubiera distraído del eje principal y, como bien señalara el propio Spielberg, desalentado el espíritu de camaradería a bordo del Orca.

También remite a Hitchcock el genial detalle de que, a diferencia de la novela, Brody sufra talasofobia (pánico al mar), obstáculo adicional semejante al terror a las alturas que sufre el personaje de James Stewart en Vértigo (1958). Y ante la lógica pregunta de cómo podría alguien aquejado por tal fobia aceptar su traslado a una isla, la respuesta de Brody es sencilla: “una isla solo es una isla si la ves desde el agua”…

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En cuanto a la muerte del tiburón, no caben dudas de que en la película fue más contundente y (precisamente) cinematográfico, pues en la novela el animal simplemente se hunde para morir en las profundidades por las heridas recibidas tras serle disparado un arpón con un cartucho de dinamita. Spielberg prefirió un final más “bombástico”, con el tiburón estallando en sangre y vísceras al dispararle Brody al tanque de oxígeno que se le ha incrustado entre los dientes. Y Michael Bay habrá tomado nota…

Y en el sonido del tiburón hundiéndose tras la explosión, Spielberg reutiliza el del camión despeñándose en el final de El Diablo sobre Ruedas, sutil y oculto homenaje a sí mismo.

Elenco Impagable

Pero Tiburón tampoco sería lo que es sin su trío de actores principales. Apuesta arriesgada el darle el papel principal a Roy Scheider, pues si bien había estado en The French Connection (1971) y sido nominado al Oscar como mejor actor de reparto por la misma, se temía que el público lo asociara con una imagen de “tipo duro” que no cuadraba con el personaje.

Contrariamente, la actuación de Scheider es magnífica de tan creíble y no hubiera sido descabellado nominarlo para el Oscar a mejor actor principal por esta película (lo sería cuatro años después por All That Jazz).  Está impecable como el policía honesto que debe luchar a un mismo tiempo contra el poder político corrupto (no olvidar que la sociedad norteamericana venía de Watergate), su fobia y sus inseguridades.

Dreyfuss y Shaw no se quedan atrás con su genial contrapunto entre el estudioso educado y el rústico experimentado y mal llevado. Y siguiendo con el correlato entre trama y rodaje, se dice que la relación entre ambos fue tan tensa como la que sostienen sus personajes.

Es a bordo del Orca donde la química entre los tres mejor se plasma, pues el aislamiento les lleva forzosamente a conocerse, sin que ello quiera decir necesariamente llevarse bien. Varias de las brillantes líneas de diálogo que se dan allí surgieron de discusiones reales en el set o charlas de sobremesa.

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Excelente el momento en que Hooper y Shaw compiten por quién muestra la peor cicatriz, al igual que el monólogo del segundo recordando su terrible experiencia en el USS Indianapolis, buque de guerra que en 1945 fuera torpedeado por los japoneses tras entregar el material fisionable para la bomba nuclear y cuya tripulación muriera mayormente a manos de los tiburones; una historia que no es inventada, sino real…

De hecho, antes hablábamos de Moby Dick y hay algo en el personaje de Quint que remite al capitán Ahab. Su lucha con el tiburón es personal; quizás no contra ese en particular, pero sí contra la especie misma como causante de un trauma pasado que le atormenta y que evoca en desgarrador monólogo no exento de crítica política al referir que fueron abandonados a su suerte porque, como dice, “ya habíamos entregado la bomba”.

Es una lástima que solo Dreyfus lograra hilar una carrera exitosa en décadas posteriores. A Shaw se lo llevó de este mundo un ataque cardíaco en 1978 y el de Scheider es un caso de mala suerte, pues después de All That Jazz (1979) no volvería a tener un personaje de éxito masivo, aun cuando entregase grandes actuaciones en interesantes títulos como el thriller 52 Pick-Up (1986) o la injustamente poco valorada secuela 2010: Odisea Dos (1984, aquí retro-análisis).

La Música

Pero así como Tiburón no sería lo que es sin su minimalismo visual ni su trío de actores, tampoco lo sería sin su icónica banda sonora. Se dice que cuando John Williams le ejecutó en piano a Spielberg esas dos notas tremendamente básicas y obsesivas que se repiten con tanta insistencia (Mi y Fa para algunos; Fa y Fa sostenido para otros), este lanzó una carcajada por pensar que era una broma.

La realidad fue que funcionó de maravillas y en algún punto remite también a Hitchcock y especialmente a la música que Bernard Herrmann compuso para Psicosis, de la cual también son unas pocas notas las que han quedado en la memoria colectiva. Y así como esta última pasó a ser sinónimo de situación terrorífica que ya ha estallado, la de Tiburón lo es de tensión y suspenso por lo que viene…

De hecho, esa secuencia ha aparecido infinidad de veces en forma de parodia u homenaje y si tengo que recordar una en particular es en el ochentero y erótico filme Nueve Semanas y Media (1986), cuando un niño pide dinero al personaje de Mickey Rourke por interpretarla tirándose pedos (finalmente hace solo la “nota inicial” y huye).

De todas formas, la música de Tiburón no se reduce únicamente al leitmotiv sino que también tiene sus momentos de desarrollo orquestal más alegre o épico en consonancia con las escenas náuticas. El disco fue también un éxito y me consta porque lo he tenido y gastado de escucharlo.

La carrera de Williams no volvería a ser la misma después de Tiburón y quedaría ligada casi inequívocamente a las películas de Spielberg, amén, por supuesto, de otras inconfundibles e icónicas bandas sonoras como las de Star Wars o Superman.

Valoración y Legado

Como decíamos antes, Tiburón fue pionera en muchas cosas y marcó época.  Y sin embargo, al terminar el rodaje, Spielberg estaba convencido de haber sepultado su carrera, ya por el estiramiento de los plazos y presupuestos o por los reiterados problemas técnicos. Era tanta su depresión que no asistió al último día, solo para encontrarse meses después con que había filmado la película más taquillera de la historia hasta el momento. Desde entonces, adoptó como cábala en sus rodajes el faltazo final.

No solo fue la película más taquillera, sino también la que cambió los preconceptos sobre estrenos, dándose hasta el momento por sentado que no era bueno estrenar en verano y quedando normalmente en dicha estación las salas para películas clase B o exploitation.

Ojo: Tiburón tiene también algo de eso. A pesar de los altos presupuestos, hay momentos gore que remiten claramente a cine B y debo confesar que, aún después de cincuenta años y sabiendo lo que iba a ocurrir, di tres o cuatro respingos en mi silla al revisionarla.

Y la primera escena, con la doble de riesgo Susan Backlinie devenida en actriz, tiene mucho de exploitation por más que las aguas y la oscuridad no permitan apreciar con tanta claridad la desnudez.  Spielberg mismo se parodiaría a sí mismo en la película 1941 (1979), con la misma actriz quedando encaramada desnuda al periscopio de un submarino japonés que emergía por debajo de ella.

El póster de Tiburón, de hecho, exacerbaba la situación al mostrar a la muchacha nadando sin ropas y acechada por un tiburón de exageradísimas dimensiones: exploitation puro, quizás para no perder la franja de público que buscaba ese tipo de propuesta en las carteleras de verano y contar al menos con ellos si la película era un fracaso. Pero fue un éxito absoluto y en la estación más impensada, al punto que desde entonces sellos cinematográficos y distribuidoras apuestan fuerte a sus estrenos veraniegos.

Muchas veces suele compararse a Spielberg con el rey Midas en el sentido de que todo lo que toca es oro, pero yo iría más allá: no es solo que sus películas sean éxitos casi seguros, sino que además influyen decisivamente sobre modas, pautas de consumo y cultura masiva…

Al estreno de Encuentros Cercanos en la Tercera Fase (1977) le seguiría una fiebre ovni; todos decían haber visto alguno y se vendían como pan los libros de Charles BerlitzErich von Däniken y un tal Josip Ibrahim que decía haber sido abducido y llevado a Ganímedes.  E.T.(1982) daría lugar a una fiebre por los caramelos Hershey´s, así como a que la criatura estuviese en todas partes, incluso en el distintivo de mi promoción de secundario. Y Jurassic Park (1993) provocaría largas colas en los museos de paleontología y que las maestras tuvieran que incluir dinosaurios como tema en sus planificaciones si querían tener de los niños algo de atención.

Tiburón fue la película que inició todo eso. De pronto todos sabíamos de tiburones: consumíamos libros que narraban cacerías en primera persona y los niños decían con toda naturalidad carchorodon carcharias para referirse al tiburón blanco.

Ni hablar de la cantidad de subproductos que sobrevinieron o de filmes que salían a aprovechar el boom del terror naturalista, ya sea en tierra, como El Desafío del Búfalo Blanco (1977), o en agua, como Orca (también de 1977). De pronto y contra todo ecologismo, la naturaleza solo buscaba destruirnos y hasta King Kong era vuelto a sacar de la isla para que probara esta vez treparse a las torres gemelas del World Trade Center.

Tiburón no solo cambió el cine de terror, sino el cine mismo e incluso la sociedad. Se hace grande al convertir en fortalezas sus debilidades, así como al apoyarse en un guion efectivo e inteligente, un trío de actores formidables y una banda sonora para el recuerdo.  Tuvo cuatro nominaciones a los Oscar incluyendo mejor película, que no ganó, pero se quedó con los otros tres: montaje, sonido y banda sonora, valiéndole también esta última un Globo de Oro.

Vendrían después tres secuelas en la que ya no estaría involucrado Spielberg y solo en la segunda Roy Scheider, por cierto la más digna.  Las otras dan vergüenza ajena o pueden ser vistas como humor involuntario. El propio Spielberg se burlaría de ello en Regreso al Futuro II (1989), por él producida, con Marty McFly viajando al año 2015 y encontrando que los cines proyectaban Tiburón XIX en 3D.

Además, el filme ha dado prácticamente lugar a un género: las películas sobre tiburones proliferan hoy en las formas más cutres, gamberras o incluso hilarantes, pudiendo los mismos llover en forma de tromba marina, revivir en extintas variantes prehistóricas, hacer estragos en el río Sena por más dulces que sean sus aguas y hasta ser traídos del más allá por ouijas. Les dejo al respecto un divertido artículo sobre las mejores peores películas de tiburones escrito por mi compañera Sofía, eminencia en la materia.

Es que de todas las criaturas del mar y habiéndose muchas ya extinguido, los tiburones son hoy por hoy la mayor amenaza que todavía puede allí ocultarse, al menos hasta ser desplazados por alguna otra que aún no conocemos, pues como dice Shakespearehay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña nuestra filosofía”.

Y en el mar también. Hasta la próxima y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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