Hay películas que marcan un antes y un después, tanto desde lo visual como desde lo narrativo. La Naranja Mecánica, imprescindible joya de Stanley Kubrick de cuyo estreno se cumplen hoy cincuenta años, es sin duda una de ellas.
No muchos me creen cuando digo que fui al cine seis veces a ver La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange) hacia la época de su estreno. Es bueno aclarar que en mi país estuvo catorce años prohibida, por lo cual ello recién se produjo en 1985, haciendo que, extrañamente, coincidiera en cartel con Regreso al Futuro, los Goonies o El Club de los Cinco.
Por aquellos años no había DVD ni Blu-Ray: sí VHS, pero yo aún no accedía a tenerlo, así que si quería retener lo más posible cada momento o revisionar cada escena para reinterpretarla, mi única posibilidad era buscar alguna sala que la tuviera en cartel antes de que cayese. No me arrepiento: las sensaciones que produce ese filme son para disfrutar allí; y la música atronadora de Beethoven no suena del mismo modo en mi casa por mucho que haya visto después la película en formato casero.
Filmado en el Reino Unido y basado en una novela de Anthony Burgess, el filme se estrenó en New York el 19 de diciembre de 1971 y tanto su idea argumental como su estética causaron revuelo y polémica por todo el mundo.
La Novela
Decir que Anthony Burgess fue solo novelista es no hacerle justicia. Como músico, fue autor de numerosas sinfonías y sonatas, además de ser poeta, crítico, ensayista e inclusive militar. Fue justamente en 1944, en Londres y mientras se hallaba en el frente , que durante un apagón su esposa fue asaltada y violada por cuatro marines norteamericanos, deviniendo ello en la pérdida del bebé que esperaba: un desgraciado suceso imposible de disociar de la novela que se venía.
Pero habría más infortunio en su vida: en 1959 fue diagnosticado con un tumor cerebral que, a lo sumo, le auguraba un par de años de vida. Decidió entonces explotar de lleno su faceta de novelista con la idea de dejar a su esposa suficientes ganancias como para asegurarle un buen pasar económico cuando él ya no estuviese. Y así, de dos desgracias personales, nació, en 1962, La Naranja Mecánica.
Lo curioso fue que la creación artística obró el milagro y el cáncer retrocedió: Burgess tuvo por delante otros veintisiete años de vida. En cuanto al libro, que tiene como protagonistas a una pandilla de jóvenes violentos en una Londres distópica, apunta básicamente a desentrañar el origen social del mal.
¿Los Rolling Stones?
La necesidad de reunir lo más rápido posible el suficiente dinero para dejarle a su esposa, hizo que Burgess vendiera los derechos de adaptación cinematográfica por solo 500 dólares al productor teatral Si Litvinoff. La idea era filmar una adaptación con John Schlesinger como director y con… los Rolling Stones como protagonistas, recayendo en Mick Jagger el papel de Alex.
Imposible hacer historia contrafáctica y, por lo tanto, no podemos saber cómo habría terminado eso (creo que pintaba para esperpento), pero considerando la carrera cinematográfica que ha tenido Jagger, podemos sentirnos aliviados de que problemas de agenda de la banda hayan hecho imposible el proyecto.
Schlesinger tampoco estaba convencido, ya que la historia le resultó traumática: “no es el tipo de cosas que me gusta filmar”, expresó. El guion provisional entregado por el propio Anthony Burgess también fue puesto en tela de juicio por ser excesivamente literal a la novela. Litvinoff terminó vendiendo los derechos a Warner y a Stanley Kubrick, una vez que este último quedó impactado al leer la novela y decidió hacerse cargo no solo de la dirección, sino también del guion.
El Título
En la película es uno de los grandes interrogantes; en el libro, en cambio, se menciona dos veces y es, de hecho, el título de la novela que está escribiendo el dueño de la casa asaltada por Alex y los drugos: una novela dentro de otra, digamos.
La expresión no deja de ser extraña y, al parecer, se corresponde con un dicho propio del cockney, un argot del sur de Londres: “as queer as a clockwork orange” (tan raro como una naranja mecánica). No suena descabellado si se considera la cantidad de jerga barrial de la que Burgess echó mano para construir el léxico de los drugos.
Hay, sin embargo, quienes asocian con que el autor haya vivido varios años en Malasia y que orange (naranja) suena bastante parecido a ourang, que en la lengua local es “hombre” (de allí lo de orangután: “hombre mono”): de ser ese el caso, sería algo así como “el hombre mecánico”.
Imposible determinarlo y sabido es que los escritores no son afectos a revelar secretos, así que Burgess se lo terminó llevando a la tumba. En todo caso, sirvió para que, unos años después, la histórica selección neerlandesa de Johann Cruyff fuera apodada “la naranja mecánica”.
La Historia
Alex (Malcolm McDowell) es un joven marginal que, junto a sus compañeros de banda (los drugos), tiene por costumbre concurrir al bar lácteo Korova, además de una pasión desenfrenada por el sexo fácil, la ultraviolencia y… la música de Beethoven.
Luego de moler a golpes a un pordiosero y robar un auto (Durango 95, casi única referencia temporal en la película), irrumpen en casa de un escritor golpeándolo y violando a su esposa. Pero Alex termina, tiempo después, siendo apresado cuando, tras matar a una mujer durante el asalto a una mansión, sus amigos le traicionan y abandonan debido a una disputa interna de liderazgo.
Una vez en prisión, es sometido a un tratamiento en fase de experimentación conocido como Ludovico, el cual tiende a eliminar tendencias violentas a través de la sobreexposición a las mismas. Lo que no está en los cálculos es que también Beethoven caerá en la limpieza…
¿Cuál es la Época?
Según el libro, la historia está ubicada en 1995. No hay referencia a ello en el filme, aunque, como dijimos, el modelo del auto robado nos sirve como referencia, sobre todo porque parece ser un vehículo nuevo.
Por otra parte, es llamativo que los padres de Alex, con los años que tienen, se vistan a la usanza hippie, lo cual podría dar una pauta que la generación violenta es la de los hijos de los hippies que, pareciera profetizar la película, quizás se hastíen de tantas flores, amor y paz.
En otras palabras, el filme está anunciando el advenimiento del movimiento punk, que terminaría tomando no pocos elementos de la película: como suele ocurrir, no es fácil aquí distinguir cuál es el huevo y cuál la gallina.
El Lenguaje
Tanto en el libro como en la película, los protagonistas hablan un argot muy especial, al punto que la novela incluye un glosario. Se trata del nadsat, lengua ficticia inventada por Burgess en la cual se conjugan expresiones eslavas (mayormente del ruso) con otras del ya mencionado cockney del sur de Londres.
Se advierte la mencionada raíz eslava en términos como débochka (muchacha), moloco (leche) o yarboclos (testículos), solo por nombrar algunos que aparecen también en la película. Otros, en cambio, tienen raíz más sajona o son palabras de uso habitual pero con sentido cambiado: los “vidrios” son los ojos, la “lana” es el dinero y el caso más gráfico es el “unodós”, que en la novela define al acto sexual y en la película es reemplazado por el (aún más gráfico) “in-out” o “mete-saca”.
Por cierto, Burgess fue convocado también para crearles un lenguaje especial a los hombres prehistóricos en el filme En Busca del Fuego, conocido en Latinoamérica como La Guerra del Fuego (Jean-Jacques Annaud, 1981).
Final Diferente
Cuando el libro de Burgess llegó a manos de Kubrick, lo hizo en su edición estadounidense y en ella estaba omitido el capítulo 21, que es el que cierra la novela y en el cual Alex acaba curado y siendo capaz de elegir el bien por cuenta propia. ¿Por qué faltaba en la versión estadounidense? Probablemente la redención del criminal no fuera allí algo que gozase del favor del público y si Burgess aceptó publicar la novela de todos modos, fue por lo antes dicho: quería que su esposa recibiera los máximos beneficios económicos y no podía perder ese mercado.
La cuestión es que para cuando Kubrick se enteró que existía todo eso, el final original no le interesó. Su película, sin dejar del lado el contexto social que pervierte a los individuos, deja una ventana abierta para una concepción del mal como atributo innato del ser humano: una lectura más cercana a Hobbes que a Rousseau.
Estreno y Polémica
Al momento de su estreno, la película llevó en Estados Unidos calificación X. Años después, Kubrick aceptaría quitarle treinta segundos para que pudiera ser reestrenada como R. En el Reino Unido, el revuelo fue mucho mayor y hasta hubieron grupos de adolescentes que salieron a cometer actos vandálicos ataviados como drugos. Ello motivó que Kubrick la hiciera retirar de los cines con instrucciones de que solo fuera reestrenada después de su muerte: y así fue, en 2000.
La principal preocupación de los gobiernos del mundo era que los jóvenes acabaran simpatizando con los protagonistas de una película que, obviamente, estaba siendo malentendida tanto de un lado como del otro. Querer ver en el filme una apología de la violencia es absurdo a más no poder, pero a la vez hay que destacar que el director omite cualquier moralina barata y ello siempre da lugar a que haya algunos confundidos.
Con un costo de poco más de dos millones de dólares, la película recaudó más de cuarenta. Fue galardonada como mejor realización extranjera en el Festival de Venecia y tuvo cuatro nominaciones a los premios Oscar, pero no ganó ninguno (impensable que lo hiciera), siendo, de hecho, uno de los dos únicos filmes en la historia del cine que haya conseguido nominación para mejor película a pesar de la calificación X (la otra es Cowboy de Medianoche). El galardón se lo alzó Contacto en Francia, correcto filme de William Friedkin… que no hace historia.
El Actor
Está claro que el protagonista de la novela (quince años) es bastante menor en edad de los veintiocho que McDowell contaba al momento de la realización, como también que difícilmente un actor adolescente podría haber cargado con las presiones de semejante papel. No solo por lo intenso de las escenas, sino por el costo de las mismas: McDowell terminó con una costilla rota, una córnea rayada y hasta casi se ahogó al fallar su equipo de aire mientras sus ex compañeros de banda, devenidos en policías, le hundían la cabeza en un abrevadero.
Kubrick recaló en él tras ver la película If… (Lindsay Anderson, 1968) y, según se dice, no hubiera filmado la adaptación si no aceptaba. Más aún: parece que al ir en su búsqueda, le encontró jugando al cricket con un atuendo muy semejante al cual le vemos en la película, de blanco y con bombín: traje aprobado…
El grado de perversión que McDowell le da a su personaje es notable, como también su recurso a la improvisación: “¿qué le pasó al tuyo, hermanita?”, pregunta a una muchacha en una tienda de discos al ver su helado colgar derretido. Ni qué decir de la escena de “Singing in the Rain”, a la cual haremos referencia al hablar de la música.
¿Darth Vader?
David Prowse fue un actor británico que, lamentablemente, nos dejó hace poco más de un año (aquí nuestro informe sobre su carrera y fallecimiento). En su papel más conocido jamás le vimos el rostro pues fue el encargado de dar vida a Darth Vader en la trilogía original de Star Wars. En el Reino Unido, no obstante, fue muy conocido por sus campañas televisivas para crear conciencia vial en los niños.
Seis años antes de ser Darth Vader, le vemos aquí interpretando al fisicoculturista que oficia como guardaespaldas en la residencia del escritor para cuando llega la segunda (y poco afortunada) visita de Alex.
La Estética
Es difícil imaginar una película de Kubrick en la que no esté delicadamente cuidado el aspecto visual. Pero además de ello, La Naranja Mecánica está repleta de recursos innovadores que hacen que no envejezca en absoluto. La escena inicial en el bar lácteo es altamente impactante, como también la toma del pordiosero a la boca del túnel antes de ser golpeado por los drugos. Escenas que, por concepto o por iluminación, encajan a la perfección en cualquier realización de hoy en día pero están rodadas hace cincuenta años.
En ese sentido, es magistral el trabajo de fotografía de John Alcott, así como la maravillosa iluminación en escenas nocturnas. Muy innovadora, además, la cámara rápida para contar algunos tramos de manera acelerada, sin por ello prescindir de la cámara lenta en otros momentos del filme.
La Música
Es imposible hablar sobre La Naranja Mecánica sin hacer mención de la música. Wendy Carlos no solo revolucionó el mundo de los setenta con su cambio de sexo sino también como pionera en lo que luego sería la música electrónica o por sus innovaciones en sintetizadores, al punto de haber llegado a trabajar en colaboración con el gran ingeniero Robert Moog.
Su música y La Naranja Mecánica se encontraron antes de que la película estuviese en curso, pues cuando leyó el libro de Burgess, estaba trabajando en una versión electrónica de la Novena Sinfonía de Beethoven y se le ocurrió que encajaba como anillo al dedo. Por eso, apenas supo que había en curso una adaptación cinematográfica, buscó a Kubrick para enseñarle su música.
El realizador venía en ese momento de descartar a Pink Floyd, de quienes quería utilizar su álbum Atom Heart Mother (1970), pero un desacuerdo por los derechos lo hizo imposible (ya antes los había descartado para 2001: una Odisea del Espacio). Cuando le llegó el material de Wendy (por aquel entonces todavía Walter Carlos), quedó gratamente sorprendido y nos cuesta hoy imaginar la escena inicial sin esa estremecedora versión de Música para el Funeral de la Reina Mary (Henry Purcell, 1695).
Sin embargo, Kubrick no utilizó toda las piezas clásicas arregladas por Wendy y en algunos casos optó por versiones orquestales más clásicas, tal el caso de la obertura de La Gazza Ladra (Gioachino Rossini, 1817) que suena durante la pelea entre pandillas, la Marcha n° 1 de Pompa y Circunstancia (Edward Elgar, 1901) que hace de fondo paradójico al ingreso en la prisión, o el segundo movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, con el cual Alex es torturado en su segunda visita a la casa del escritor.
La decisión molestó a Wendy pero, a pesar de ello, el realizador volverá a trabajar con ella nueve años después en otra banda sonora icónica cuando, operación de por medio y tras un largo silencio, la compositora tenga a su cargo la música de El Resplandor (con otra escena inicial que se nos hace difícil imaginar de otro modo).
Pero además, el filme de Kubrick recurre a piezas más “mundanas” como I want to Marry a Lighthouse Keeper (Quiero casarme con un Guardafaros), de la artista folk-psicodélica Erika Eigen, o, por supuesto, la famosa Singing in the Rain, que ya para esta altura uno no sabe si relacionar más con la clásica comedia musical del mismo título de 1952 o con La Naranja Mecánica.
Kubrick, de hecho, no estaba convencido con Malcolm McDowell actuando su número de psicópata durante la primera entrada en casa del escritor y terminó pidiéndole que improvisara. El actor cantó Singing in the Rain, única canción cuya letra retenía y el efecto fue demoledor, al punto que el director compró los derechos para utilizarla e, incluso, aparece en los créditos finales en versión original de Gene Kelly.
La Naranja Mecánica, además, no solo impactó, como antes hemos dicho, por cómo se veía, sino también por cómo sonaba. Y ello se debe a que es la primera película en la historia que echa mano del Sistema Dolby de reducción de ruidos.
El Legado
Las películas de Kubrick pueden gustar o no, pero jamás nos resultarán indiferentes. No se las puede confundir con otras: no solo terminan siendo icónicas en sí mismas, sino que además son capaces de incluir hasta cinco o seis escenas icónicas por filme.
De igual modo, sus adaptaciones tampoco caerán en la indiferencia. Era previsible que a Burgess no le gustara la versión fílmica de La Naranja Mecánica, como también que Stephen King no quedara feliz con El Resplandor. Pero es que si algo nunca hizo Kubrick fue la adaptación literal: lo suyo es, básicamente, lenguaje cinematográfico y, como tal, apunta a que la historia pueda decir algo nuevo más allá de su material de origen.
Como dijimos al principio, hay películas que marcan un antes y un después en el modo de hacer cine: Metrópolis, Tiempos Modernos, Ciudadano Kane, Pulp Fiction… o La Naranja Mecánica. Ese carácter de ruptura la convierte en una película perturbadora y eso sigue igual ahora que en 1971. Quizás Kubrick haya entendido mejor que nadie que no es función del cine hacer que uno se sienta cómodo: es arrastrarte al abismo y empujarte, es hacer que dudes hasta de los valores que tenías por seguros sin saber a ciencia cierta por cuáles reemplazarlos.
Si aún no las has visto, te envidio: la sensación de verla por primera vez nunca se vuelve a tener. Hasta pronto y sean felices…