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Retroanálisis: Apocalypse Now (1979), diseccionando el viaje a la locura de Francis Ford Coppola.

Con 85 años y fuera de todo circuito comercial desde la convencional Legítima defensa de 1997, Francis Ford Coppola estrenará este año en cines este Megalópolis, su probablemente último y colosal proyecto, envuelto en polémica y con críticas mayoritariamente negativas durante su paso por el festival de Cannes. A falta de saber realmente lo que nos ofrece la película, esta es una oportunidad tan buena como cualquier otra para diseccionar el filme más definitorio de toda su carrera: Apocalypse Now, estrenado en 1979.

Por lo tanto, procedo a hablar de toda una película mito, un altar cinematográfico objetivo de miles de análisis a los cuales espero aportar mi granito de arena. Al ser un análisis, entraré en detalles del argumento que avisaré, llegado el momento, para aquel que no haya visto la película.

Solo se puede entender Apocalypse Now si se analiza desde cuatro enfoques distintos: la figura de su director, su demencial rodaje, la estructura narrativa y la dualidad entre protagonista y antagonista.

Comenzamos.

FRANCIS FORD COPPOLA, DE LA NEUROSIS A LA PSICOSIS.

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Francis Ford Coppola en el rodaje de El padrino, en 1972

Lo cierto es que si podemos definir Apocalypse Now en una frase, esa sería la del paso de la neurosis a la psicosis. O, dicho de forma más literaria, el descenso a la locura más impactante de la historia del cine. Un camino que también inició su director, una de las figuras más importantes del Hollywood de los años 70.

Abanderado del nuevo cine americano de los años 70, Coppola obtuvo un éxito sin precedentes con El Padrino, película de encargo que inicialmente se negó a dirigir y a la que le costó Dios y ayuda sacar adelante, como se puede ver en la estupenda serie The Offer, que tenéis en SkyShowtime.

Retro-análisis de El padrino, a 50 años de su estreno

Crítica de The Offer, la serie sobre El padrino que no podrás rechazar. 

Tras el éxito de la película y, como era propio en el cine de aquellos años, los productores le dieron carta blanca para hacer lo que quisiera. Coppola, descrito como un genio exaltado e impulsivo capaz de arruinar a toda su familia (lo ha hecho unas cuantas veces) con tal de sacar sus proyectos adelante, estrenó en 1974 dos obras maestras absolutas. La primera, La conversación, ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. La segunda, El padrino parte II, fue un exitazo de taquilla y arrasó en los Óscar con seis premios, entre ellos el de mejor director.

Coppola se convirtió en el rey de Hollywood y el director más importante del mundo. Pero una cosa es ganarse la corona y otra mantenerla. Os lo digo yo, que no me he ganado una corona en mi vida.

Movido por un inmenso ego reforzado por sus continuos éxitos, Coppola tenía dos obsesiones. La primera era la de trabajar fuera del sistema de estudios y no depender de ninguna productora. La segunda, emular a su ídolo Orson Welles, otro genio que siempre tuvo grandes problemas para sacar adelante las obras maestras que realizaba.

Por ello, Coppola se decidió a invertir toda su fortuna personal, con un pequeño apoyo por parte de Universal Pictures, en una adaptación de El corazón de las tinieblas, novela de finales del siglo XIX de Joseph Conrad que Orson Welles, su ídolo, no había sido capaz de adaptar.

EL director ítaloamericano sustituyó a los ingleses que viajan al Congo colonial por soldados estadounidenses en la guerra de Vietnamn y, para ello, decidió rodar con la mayor veracidad posible, trasladando a todo el equipo a Filipinas en un rodaje que cambiaría la vida de Coppola para siempre, llevándole a unos límites en los que el director coqueteó directamente con la locura.

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Coppola durante el rodaje de Apocalypse now, entre 1975 y 1977

CORAZONES EN TINIEBLAS. ESTA NO ES UNA PELÍCULA SOBRE LA LOCURA, ES UNA LOCURA DE PELÍCULA.

Cuando Coppola llevó Apocalypse Now al festival de Cannes de 1979, no terminó de montar la película hasta el día antes de presentarla al público. Allí, al preguntarle los periodistas, afirmó:

“Esta no es una película sobre Vietnam. Es Vietnam”.

Afirmación con la que estoy parcialmente de acuerdo, porque no creo que Apocalypse Now trate sobre la guerra de Vietnam. Ni siquiera sobre la guerra, al menos principalmente.

La película utiliza el contexto de la guerra de Vietnam para tratar la transformación de una delicada cordura a la más absoluta locura.

Con lo que Coppola no contaba era con que esa locura se filtraría a través de la cámara no solo por las interpretaciones de los actores, sino por el demencial rodaje de la película, reflejado en el magistral documental Corazones en tinieblas, donde Eleanor Coppola, mujer del director, narra los desvaríos de su marido frente a un proyecto que se le venía abajo una y otra vez.

Tifones en Filipinas que destruían decorados enteros, helicópteros del ejército que abandonaban las escenas por avisos de su presidente, brotes de cólera en el equipo, consumo continuo de drogas, el infarto de su propio protagonista y la caída en la locura de Coppola, al cual se le puede ver paranoico en el documental que antes os he mencionado.

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Rodando con helicópteros del ejército filipino

De hecho, en el canónico libro Moteros tranquilos, toros salvajes, el escritor Peter Biskind se atreve a afirmar que Coppola tuvo un episodio maníaco en Apocalypse Now que se resolvió con la toma de litio, lo que afectó su carrera posterior, en la cual, aunque tiene películas sobresalientes, no alcanza lo magistral de lo rodado durante los años 70. Eso sí, esto es algo que no se ha confirmado de forma oficial.

Con un rodaje previsto de unos meses que se alargó hasta los dos años de filmación, Coppola tuvo que vender todo su patrimonio y dejó a su familia en la ruina. El desgaste económico y personal que sufrió fue un aviso de que el nuevo cine americano, aquel dominado por los directores, iba a terminar. Por suerte Apocalypse Now fue un exitazo de taquilla que le permitió recuperar lo perdido y obtener beneficios, pero su siguiente película se encargó de arrasar todo lo conseguido: Corazonada, impresionante musical rodado en 1982, arruinó a la productora de Coppola y le alejó durante décadas de proyectos más grandilocuentes.

Eso sí, la locura de Coppola transmitió aspectos muy positivos a Apocalypse Now. Porque si algo se puede decir de esta película es que transmite verdad. Porque Martin Sheen está borracho hasta las trancas en la escena inicial. Porque la mayoría de los tripulantes de la lancha se pasaron el rodaje consumiendo LSD. Porque Dennis Hopper no es que parezca drogado y verborreico en sus apariciones, es que lo está. Porque Marlon Brando divaga ya que no tenía ni idea de qué decir ni se sabía el guión. Porque las explosiones ocurren de verdad. Porque las escenas selváticas no están rodadas en pantalla verde, sino en la selva, con el calor y las alimañas rodeando al equipo.

Con todos estos elementos, es normal asumir que Coppola atravesó una puerta de la que, como Willard, protagonista de Apocalypse Now, nunca regresó del todo.

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La selva de Apocalypse Now. Mirad qué pedazo de tronco.

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS. UN VIAJE MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN.

Es fácil resumir el argumento de Apocalypse Now en pocas palabras. Como El corazón de las tinieblas, novela de Joseph Conrad en la que se basa la película.

Al comandante Willard se le encarga la misión de cruzar la frontera entre Vietnam y Camboya para matar al coronel Kurtz, un militar estadounidense condecorado que ha perdido la razón y ha organizado su propio ejército de lugareños que lo adoran como un Dios. Ea, ya está. Y cuántos matices, cuántas escenas icónicas perdemos por el camino si nos quedamos con la premisa argumental de esta obra maestra.

A PARTIR DE AQUÍ, SPOILERS DEL ARGUMENTO DE APOCALYPSE NOW.

La importante de la novela El corazón de las tinieblas es que sentó cátedra con un argumento de “descenso a los infiernos”. Un viaje que comienza desde la civilización para ir pasando, por distintas estaciones, a la barbarie más absoluta. Un argumento que ha servido de base para infinidad de películas, como Aguirre, la Cólera de Dios, Z, La Ciudad Perdida, Azor o Dead Man.

Así, Apocalypse Now es un viaje vertebrado por un río en el que vamos ascendiendo y las situaciones a las que asisten los personajes son cada vez más demenciales al punto que ellos mismos, mimetizándose con dichas situaciones, acaban atravesando un punto de no retorno, el de la sinrazón.

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La guerra como juego

La primera parada de este viaje está asociada al coronel Kilgore, un inmenso Robert Duvall. Para este hombre la guerra es, sencillamente, un juego. Conduce a sus helicópteros a un poblado vietnamita donde matan a mujeres y niños porque cerca hay olas donde puede surfear. Se banaliza la guerra, se intenta derrapar sobre su dureza como mecanismo de defensa neurótico (y si no, que nos lo digan a nosotros cuando llevamos dos semanas viendo noticias sobre cualquier conflicto bélico; la represión es clara). Es un asesino, igual que Kurtz, pero la diferencia entre ambos es que el villano a matar acabó con un oficial norteamericano. Coppola nos señala así los primeros indicios del sinsentido de la guerra. Al fin y al cabo, Willard tiene que matar a un hombre porque ha asesinado a otro en un lugar en el que matar es como saltarse un semáforo.

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Vicio para mantener en el redil a los soldados desesperados

La segunda parada es en un campamento donde se ha preparado un espectáculo Playboy para distraer a los soldados de la dureza de la guerra. Intentar mantener a los soldados cuerdos entre tanta locura. Obviamente, sale mal porque una vez germina la sinrazón en la mente de los soldados, es muy difícil olvidarse de ella. En este punto, Willard empieza a simpatizar con las opiniones de Kurtz, un hombre que describe con tremenda lucidez las virtudes de un enemigo invisible cuya única determinación es acabar con los americanos. Ellos no necesitan playmates ni ninguna otra distracción.

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La puerta a lo que sea que haya más allá de la razón

La tercera parada es el puente que separa Vietnam de Camboya. Es el reverso oscuro de lo visto con Kilgore y el surf. Aquí no hay banalización que valga, es la guerra en estado puro y, por tanto, el contacto con la puerta que separa la razón de la locura. Como si fuera la mente de cada uno de los soldados que protegen el puesto, el puente se construye de día únicamente para que sea destruido de noche por las tropas enemigas. Apenas hay lenguaje en este punto; los miembros de la tripulación no consiguen sacar ni una frase completa de los defensores del puente. Más allá, no hay nada tangible…salvo Kurtz.

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La renegación como última defensa contra el dolor

La cuarta parada y la primera en el mundo de la locura es una hacienda francesa envuelta en la niebla. Allí, una familia mantiene el orden como si los vietnamitas o los norteamericanos nunca hubieran llegado a ese lugar. Es la renegación en estado puro, la negación de una realidad que no se quiere y la sustitución por otra como única forma de proteger a la persona del dolor más absoluto. En la mente de los hacendados, Vietnam sigue siendo colonia francesa aunque hace años que no sea así.

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Finalmente, el horror.

Finalmente, cuando todo ha sido aceptado, el campamento de Kurtz. Allí se ha instalado la desconexión con la realidad imperante. Las personas que pueblan el campamento están al servicio de Kurtz o, directamente, desprovistos de voluntad o movimiento. Catatónicos.

Allí, Kurtz termina de romper a Willard para reconstruirlo como su sucesor. Tras matarlo, Willard vuelve al río, pero ya jamás será la misma persona que fue ni su realidad la misma que vivió.

WILLARD Y KURTZ, LAS DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA.

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Al inicio, Willard, un hombre roto.

Es más que conocido que Coppola quiso contar para Willard con los mejores actores de la época (ya imagináis: De Niro, Pacino, Redford…). Finalmente, escogió a Harvey Keitel. Pero cuando se encontraban en Filipinas a punto de empezar el rodaje, Coppola le despidió. El motivo no quedó claro y no se duda de la profesionalidad de Keitel, uno de los mejores actores de la época.

Teorías hay muchas, pero me quedo con mi particular valoración. La de que nadie como Sheen para mostrar la contradicción de un físico aniñado, apolíneo y angelical con un alma torturada por su añoranza a la guerra y el consumo de alcohol.

De hecho, la segunda vez que vi Apocalypse Now no podía dejar de pensar que tenía Willard (es decir, Sheen) para ser el asesino elegido por los altos mandos y la CIA para acabar con un imponente Kurtz. No tiene un físico imponente ni se le aprecian grandes habilidades militares. Su rostro no irradia respeto.

La respuesta no está en su físico ni en su mente, sino en su alma, torturada por la añoranza de la guerra, de ese vivir en el filo de la navaja. Willard no es un soldado como el resto del ejército. Para él, la guerra no es un juego como para Kilgore, ni necesita mujeres como distracción, ni se rompe en mitad del conflicto. No niega lo absurdo de la guerra, sino que asume que lo peor que ha creado el ser humano es lo que le da la vida.

Su determinación queda patente en la brutal y expeditiva ejecución de una joven agarrada a un cachorro. Una distracción que impide avanzar hacia la misión. Ese disparo, acompañado del rostro de un Martin Sheen que es acero helado, podría haber acabado con Terminator, Rambo, John Wick y Thanos juntos.

En el otro lado de la moneda, un militar condecorado como Kurtz. La diferencia entre ambos es que el primero, aun sabiendo de lo absurdo del sistema, no ha tenido la valentía de romper con el mismo. Kurtz se encuentra ajeno a toda realidad y su determinación es tan férrea que, en la suya propia, es el rey.

Solo admite como igual a aquel que transitó por los mismos lugares que él, que conoció el horror y no solo le sobrevivió, sino que convive con él a diario. Willard y Kurtz son los únicos que entienden que el pasado da igual, el futuro no importa y lo que cuenta, es decir el ahora, es un sinsentido. El Apocalipsis de la razón.

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Al final, Willard, un hombre más allá de toda humanidad.

 

¡Un saludo y sed felices!

¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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