A pocos días de cumplir los setenta y nueve años y tras una ardua lucha contra un enfisema pulmonar, nos dejó David Lych, realizador que, con su sello personal e inconfundible, marcó a fuego la historia del cine con títulos como Terciopelo Azul, Corazón Salvaje, Carretera Perdida o El Hombre Elefante, así como también la de la televisión con la recordada y rupturista serie Twin Peaks.
Había nacido un 20 de enero de 1946 en Missoula, Montana. Siendo hijo de un científico investigador que trabajaba para el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, la infancia de David Lynch fue bastante nómada, ya que su familia debía permanentemente mudarse y reubicarse según adónde fuera asignado el padre.
Desde temprana adolescencia, mostró afición por la pintura y, tras terminar sus estudios secundarios, pasó por distintas escuelas de arte en Washington DC y Boston. Fue en ese deambular que se conoció e hizo amigo con Jack Fisk, en el futuro productor de varias de sus películas. Juntos viajaron a Europa con la idea de formarse con el pintor expresionista austríaco Oskar Kokoschka, pero terminaron desilusionados por no poder contactarle.
De regreso, el joven David decidió no seguir a su familia en una nueva mudanza y prefirió instalarse por su cuenta en Filadelfia, donde los grandes pintores formaban casi una sociedad aun cuando cada uno de ellos trabajara libremente. En la Academia de Bellas Artes de Pensilvania se conoció con Peggy Reavey, quien sería su esposa y madre de su hija Jennifer (a la postre también cineasta).
La pareja se instaló en el vecindario de Fairmount, uno de los más peligrosos barrios de Filadelfia en donde la marginalidad y el delito eran moneda corriente. “Había violencia, odio y suciedad – recordaría más tarde David -. Pero la mayor influencia en toda mi vida fue esa ciudad…”
Fue en Filadelfia, de hecho, donde comenzó a interesarse de manera especial por el cine y a rodar una serie de cortos, algunos de animación, otros live action, otros ambas cosas.
En 1970 y con el objetivo de formarse como cineasta en el Conservatorio AFI, se trasladó a Los Angeles y en ese contexto, de manera independiente, nacería su primer largometraje. Se suponía que Cabeza Borradora (Eraserhead) iba a durar cuarenta y dos minutos, pero terminó durando ochenta y nueve. Cuatro años demandó su realización debido a los costes que implicaba pero, con ayuda de un préstamo de su padre, logró terminarla para 1976 y estrenarla al año siguiente.
Inclasificable y rodada completamente en blanco y negro, Cabeza Borradora es un filme tan experimental y surrealista que ni siquiera fue aceptado para formar parte de los festivales de cine de Cannes o New York, aunque sí para el de Los Angeles, adquiriendo a partir de ello carácter de culto y volviéndose muy popular en el circuito underground de las llamadas “películas de medianoche”. Logró incluso impresionar al mismísimo Mel Brooks que, de manera sumamente visionaria, definió a Lynch como un genio y sería su compañía Brooksfilms la que le financiaría el siguiente largometraje…
Protagonizada por John Hurt y Anthony Hopkins, El Hombre Elefante (1980) se basaba en la historia real de un hombre deforme en la Inglaterra victoriana y le significó a Lynch el reconocimiento de Hollywood con ocho nominaciones a los premios Oscar (incluyendo mejor dirección y guion adaptado), más allá de que no se haya quedado finalmente con ninguno.
El éxito de crítica y público hizo que Lynch fuera tentado por la industria. Primero George Lucas (otro declarado fan de Cabeza Borradora) lo quiso convencer de dirigir El Retorno del Jedi, pero no se mostró interesado y dijo que Lucas debería dirigir la película por sí mismo para mantener su visión de la historia. Pero después llegó Dino de Laurentiis con otro space-opera y lo convenció de filmar Dune (1984), adaptación de la célebre novela de ciencia ficción de Frank Herbert.
Lamentablemente, fue una fallida experiencia para Lynch y si quieren saber más sobre los motivos, les invito a leer mi retro-análisis, pero sirvió para convencer al director de que lo suyo iba definitivamente por otro lado y su siguiente película fue nada menos que Terciopelo Azul (1986), a mi entender obra cumbre dentro de su filmografía y de la cual también pueden leer aquí el retro-análisis de un servidor.
La gran mayoría de los elementos que definirán de allí en más el estilo de Lynch están presentes en Terciopelo Azul, una obra tan inclasificable como perturbadora que, protagonizada por Kyle MacLachlan, Isabella Rosellini, Laura Dern y Dennis Hopper, está rodada de modo que no parece llevada por guion alguno y lo que podría en principio ser considerado defecto termina, por el contrario, siendo virtud, ya que, como la vida misma, todo transcurre de una forma natural y a la vez caótica. Y la escena inicial, con ese vecindario en el cual todo parece estar bien hasta que ocurre un imprevisto, es una de las mejores de la historia del cine.
Terciopelo Azul le valió a Lynch su segunda nominación al Oscar como mejor director, aunque una vez más sin conseguirlo. Y a la par que trabajaba en su siguiente película, se abocó a una serie que marcaría un antes y un después en la historia del medio televisivo. Nos referimos, claro, a Twin Peaks que, girando en torno a una pequeña comunidad y una estudiante asesinada, creaba un clima de policial no convencional en el cual se entremezclaban elementos místicos, surrealistas y oníricos.
El éxito de la serie llevó a ABC a encargar una segunda temporada de veintidós episodios (la primera había tenido solo siete), aunque por otra parte la caída de las cifras de audiencia a medida que la misma avanzaba llevaron a que se le exigiera a Lynch dar a conocer de una vez por todas la identidad del asesino de Laura Palmer, lo cual terminó haciendo a regañadientes y declaró luego estar arrepentido.
Twin Peaks terminó cancelada, pero ello no desanimó a Lynch y mientras su road movie Corazón Salvaje (1990) se alzaba con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se dedicó a trabajar en una película que hiciera de precuela a la serie. Tal fue el caso de Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992) que, si bien tuvo una tibia recepción y fracasó en taquilla, acabó con el tiempo siendo revalorizada por los mismos críticos que en su momento la habían denostado.
En los años siguientes y sin abandonar proyectos televisivos como la sitcom On the Air o la miniserie Hotel Room, dirigió Carretera Perdida (1997), película de corte noir y narración no lineal protagonizada por Bill Pullman y Patricia Arquette.
Y sorprendió luego a todo el mundo con Una Historia Verdadera (1999), bellísima película sin violencia ni sexo que no perturbaba en absoluto y hasta era apta para todo público, pero que era poesía pura al contar la historia de un anciano (Richard Farnsworth) que decidía hacer un viaje de trescientas millas montado a una cortadora de césped para visitar a su hermano (Harry Dean Stanton), al cual sabía enfermo y con quien quería sentarse por última vez a mirar las estrellas como cuando eran niños. De los mejores filmes que se han hecho sobre la ancianidad.
Lynch regresaría al neo-noir y a las historias poco lineales con Mulholland Drive (2001), película que había sido originalmente concebida como episodio piloto para una serie televisiva, pero que acabó estrenándose en cine. Consistente en historias aparentemente no relacionadas que se terminan conectando, le valió al realizador su tercera nominación al Oscar como mejor director, una vez más sin conseguirlo. Y una encuesta de la BBC hecha sobre ciento diecisiete directores de diferentes países, la eligió como mejor película del siglo XXI.
Inland Empire (2006) acabaría siendo su último largometraje para cine, un thriller psicológico de toques surrealistas y experimentales que tenía en el papel principal a su eterna musa Laura Dern. Y si bien nunca anunció después un retiro oficial del mundo del cine (aunque recibió el Oscar honorífico en 2019), se abocó más bien en lo sucesivo a cortos, documentales, videoclips, una tercera temporada de Twin Peaks (aquí nuestros análisis episódicos) y hasta la filmación de un show de la banda Duran Duran.
Es que Lynch, no hay que olvidarlo, siempre fue un artista completo y si bien lo reconocemos más fácilmente por sus películas, también ha sido artista plástico, escritor de libros, autor de teatro e incluso músico, habiendo grabado tres álbumes en estudio que, por supuesto, son absolutamente experimentales.
Hace algunos meses, en agosto de 2024, le fue diagnosticado un enfisema pulmonar muy ligado al tabaquismo que le acompañó prácticamente toda la vida (comenzó a fumar a los ocho años) y el final fue anunciado ayer a través de un comunicado familiar…
“Con profundo pesar, nosotros, su familia, anunciamos el fallecimiento del hombre y artista David Lynch. Agradeceríamos un poco de privacidad en estos momentos. Hay un gran hueco en el mundo ahora que ya no está con nosotros. Pero como él diría: mantengan la vista en la dona y no en el agujero. Hace un día precioso con un sol dorado y cielos azules hasta el final”… Algo así como decir “sean felices”, que es lo que siempre decimos por aquí.
Hasta siempre David. Y aunque no hay duda alguna de que tu increíble legado seguirá vigente y vivo a través de tu obra, se te va a extrañar. Gracias por todo, gracias por tanto…
Yo no sé qué decir, la verdad. Lynch fue (es) uno de mis directores favoritos.
No porque me las dé de intelectual y diga que comprendía todo lo que hacía (más bien al contrario; escasamente logré entender un par, y Lost Highway y Mulholland Drive, uf, aún estoy analizándolas), sino que diría por todo lo contrario. Porque su cine -que es lo que más conocí- era como el verdadero arte: no te daba respuestas. Cada uno de los espectadores, con su carga de vida, ánimo e incluso con cómo se levantó de la cama ese día, podía darle múltiples interpretaciones. Fomentaba la discusión, el análisis, el debate y la conversación franca sobre los múltiples puntos de vista que generaba. A la más puro estilo de un Stanley Kubrick o de un Terry Gilliam (otros dos de mis directores favoritos).
Sus obras eran una maravilla visual. Se nota que le encantaba (y se manejaba en) ese apartado tanto como idear sus “pesadillas” en términos de guión, y eso realmente se le agradeció siempre. Ante una avalancha de directores que se esmeraban en hacer una historia puntual, simple, lineal y entendible (cosa que no está mal tampoco, si el cine fue concebido como un entretenimiento), el mérito de Lynch y otros como él es que te encontrabas con una película diferente cada vez que la veías: hallabas nuevos elementos, te llegaban de manera diferente. Además, sentías que él sacaba lo mejor de sus actores y eso lo compelmentaba con una banda sonora que usualmente te ponía los pelos de punta.
Y punto especial (y personal) fue Twin Peaks, cuya historia, ambientación, actuaciones, personajes, música, claves, elementos, narrativa, etc., me volaron la cabeza cuando era un adolescente, en aquel lejano 1991, y que en 2017 volvió a obrar el milagro con su tercera temporada. Esperar 25 años por la continuación de uno de los cliffhangers más desoladores de la historia de la televisión diré que valió la pena (por supuesto que lo valió), pero a la vez me dejó quizás peor después del final. Recordé cuánto echaba de menos a todos los personajes, pero especialmente al Agente Cooper, uno de mi ídolos indiscutibles, y el crecimiento y magnitud que alcanzó la mitología se sintió perfecta y bienvenida.
Se puede decir que la serie precisamente está “suavizada” de toda la carga lyncheana por excelencia, pero no es menos cierto que acercó a toda una generación (y generaciones posteriores que la enciontraron y la valoraron) a una forma de contar historias que generó un crecimiento de la industria de las series y que, a pesar de ser imitada y quizás hasta mejorada en cuanto a otras joyas del género, como The Wire o Breaking Bad, siempre se mantendrá no sólo como la original sino como una visión de artista única y fácilmente identificable. El sello de Lynch. Un sello que llevó incluso a crear la adjetivación de “lyncheano” para calificar esa mezcla de onirismo, pesadilla, surrealismo y existencialismo que campeaba en su filmografía.
Un grande David Lynch. Siempre será recordado y su legado quedará perpetuamente inscrito en varias páginas de la historia del cine. Se lo merece con creces.
Hola Rodrigo: gracias por tu extenso y atinado comentario. En efecto y como dices, sus películas esquivaban toda lectura lineal o unívoca. Haces bien en comparar con Kubrick o Gilliam. A mí lo que me solía ocurrir con las películas de Lynch era que al terminar de visionarlas, la sensación era… ¿pero qué diablos es esto que vi? Pero al otro día, inevitablemente, me despertaba pensando y dándole vueltas a lo que había visto y ya para cuando llegaba la noche quería verla otra vez.
Un grande, como dices, y tremendamente personal, pues eso de convertir un apellido en adjetivo con “lyncheano” (como kafkiano, borgiano, shakespereano, etc.) solo ocurre con aquellos cuyo sello no se confunde con el de ningún otro.
Gracias por el aporte. Un saludo!