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Retro-Análisis: Dune (1984), un traspié en el desierto para David Lynch

Hoy en nuestro retro-análisis y a poco de estrenarse Dune: Parte Dos, hacemos repaso de la que fuera la primera adaptación cinematográfica de la icónica novela de Frank Herbert: nos referimos a Dune (1984), película que, con altísimo presupuesto y elenco coral, significó quizás el único paso en falso en la rutilante carrera de David Lynch. ¿Qué falló para que así fuera?

En apenas días llegará a los cines Dune: Parte Dos, película de Denis Villeneuve que viene a cerrar la adaptación de la célebre novela de Frank Herbert iniciada por su antecesora de 2021 (aquí nuestra crítica). De las varias versiones que hubo, la primera en llegar a la pantalla fue Dune, que dirigida por David Lynch y estrenada a finales de 1984, es la que hoy nos ocupa. Fue también la primera y última experiencia hollywoodense del director, que venía de un cine independiente de autor al que regresaría tras este fracaso comercial.

Un Largo y Difícil Camino hacia la Pantalla

Escrita en 1965 y título emblemático de la ciencia ficción, la novela Dune es una space-opera ambientada más de ocho mil años en el futuro en un planeta llamado Arrakis, con áridos desiertos recorridos por gigantescos gusanos y en donde prolifera la especia conocida como melange, fundamental para los viajes espaciales y con virtudes de prolongar la vida y expandir la conciencia.

Hay en ello claras alegorías y de alguna forma Herbert se anticipa al auge del LSD durante la segunda mitad de los sesenta y al boom del petróleo árabe desde los setenta. En la novela, quien controla la melange controla el universo del mismo modo que quien hoy controla el petróleo (o las drogas) controla el mundo.

En ese contexto tiene lugar la lucha entre dos familias nobles: los Harkonnen, oriundos del planeta Salusa Secundus, y los Atreides, de Caladan. La novela, que será seguida por cinco secuelas del propio Herbert más las escritas por su hijo, narra básicamente el ascenso de Paul Atreides, joven sobre cuyos hombros carga el peso de convertirse para los nómades fremen del desierto en el líder (muad’dib) que, según las profecías, cambiará la historia del planeta. Si no la han leído y desean saber más, les invito a visitar un excelente artículo de mi compañero Mario que sirve de entrada a ese particular y genial universo más una guía avanzada de mi compañero Toni CE.

Los derechos de la novela habían sido comprados inicialmente por Arthur Jacobs en 1971 y luego por un consorcio francés, deviniendo en el mastodóntico proyecto de llevarla a película de diez horas con dirección de Alejandro Jodorowsky y contando en su elenco nada menos que a Salvador Dalí y Orson Welles, más música de Pink Floyd. Ese proyecto quedó finalmente en nada y si quieren saber más pueden leer el interesante artículo de mi compañero Máximo.

En 1976 los derechos fueron adquiridos por Dino De Laurentiis, quien fue en busca de Ridley Scott para dirigirlo y H.R. Giger para los diseños y decorados. La ciclópea envergadura del proyecto, sin embargo, asustó a Scott, que, llevándose consigo a Giger, prefirió dejarlo por una película más “pequeña” como Alien (1979).

En 1981, De Laurentiis renegoció los derechos y fue su hija Raffaella quien eligió a David Lynch, de ganada reputación con Eraser: Cabeza Borradora (1977) y El Hombre Elefante (1980), pero ajeno por completo a la gran producción hollywoodense y a la ciencia ficción, habiendo incluso rechazado hacer El Regreso del Jedi (1983), de la cual tienta pensar cómo habría quedado. Sin embargo y tras quedar gratamente impresionado por la novela, Lynch aceptó y Dune tenía finalmente abierto el camino a la gran pantalla…

Rodaje Complicado

El presupuesto rondó los cuarenta millones de dólares, convirtiendo al filme en uno de los más caros de la historia hasta ese momento y superando incluso a cualquiera de las películas de la trilogía clásica de Star Wars. El propio Lynch asumió el guion y convocó para la fotografía a Freddie Francis, quien había ganado un Oscar por Hijos y Amantes (1960) y volvería a hacerlo unos años después por Glory (1989). Los efectos especiales quedaban a cargo de Carlo Rambaldi, diseñador de E.T. (1982).

El elenco era un lujo: José Ferrer, Max Von Sydow, Virginia Madsen, Silvana Mangano, Everett McGill, Patrick Stewart, Jürgen Prochnow, Francesca Annis, Brad Dourif, Dean Stockwell, Sean Young, Sting, Richard Jordan y la lista podría continuar, no obstante lo cual y siguiendo el método Coppola, Lynch dejó el papel principal en manos de un debutante en cine: Kyle MacLachlan, a la postre su actor fetiche.

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El rodaje se realizó en México, donde no solo había desierto disponible sino también un cambio favorable por la reciente devaluación de la moneda. Pero estuvo lleno de dificultades: desde una epidemia de diarrea hasta una plaga de cucarachas y lo peor fue el sofocante calor, debiendo los actores filmar en ambiente desértico con los destiltrajes que, a diferencia de lo que ocurría en la ficción, no hidrataban el cuerpo ni bajaban la temperatura sino todo lo contrario.

Una Historia Apretujada

Dune es una compleja novela de ochocientas páginas muy difícil de adaptar. La idea original de Lynch era hacer dos películas (tal como se hizo recientemente), pero De Laurentiis prefirió una de tres horas, lo que a su vez Universal redujo a dos horas y veinte minutos: casi impensable que pudiera salir algo bueno con esa duración…

A pesar de haber sido en su momento muy criticados, el vestuario y la escenografía industrial retrofuturista están en mi opinión muy logrados, lo mismo que una fotografía que, poniendo de relieve amarillos y marrones, encaja a la perfección con el desierto.

Los efectos especiales, en cambio, dejan bastante que desear y no se condicen con el presupuesto ni los estándares de la época. Las escenas en que Paul monta el gusano y su cabello ni siquiera se agita recuerdan a aquellas de los cincuenta que simulaban viajes de carretera en autos descapotables.

Pero más allá de ello, hay un claro apretujamiento en la trama y la multiplicidad de personajes no ayuda: quizás hubiera sido mejor reducir el número de los mismos, pero el acortamiento dispuesto por Universal llegó con el rodaje ya en marcha y sin tiempo para sustanciales cambios de guion.

Solo así se explica que, por ejemplo, la introducción sea narrada por la princesa Irulan (Virginia Madsen), recortado su rostro contra el cosmos de fondo. No es un mal inicio y evita el lugar común de copiar los cartelones estilo Star Wars (a su vez inspirados en los antiguos seriales de Flash Gordon), pero pierde todo sentido cuando el personaje prácticamente desaparece del resto de la película, siendo su participación intermitente y casi nula en lugar de acabar contrayendo, como en la novela, matrimonio con Paul Atreides.

Desaprovechado está también José Ferrer, pues el emperador Shaddam IV cumple en el filme un rol bastante anodino y nunca llegamos a verle con el peso e importancia que debería tener quien conduce los destinos de la galaxia. Parece apenas un oficial de bajo rango y por momentos ni siquiera, mientras Ferrer da impresión de querer irse de allí.

También bastante perdida en la trama está la niña Alia, hermana menor de Paul que, como en el libro, cobra relevancia hacia el final, pero la diferencia es que su nacimiento y desarrollo pasan casi inadvertidos. Alicia Witt la compone muy bien y, a pesar de su corta edad y de estar del bando correcto, llega a dar miedo de tan sádica y perversa (por algo Lynch la convocaría unos años después para Twin Peaks). Pero el proceso que la hizo llegar hasta allí está prácticamente ausente, en parte porque el salto temporal del tercer tramo del libro casi no se advierte en la película, lo que aumenta la confusión del espectador.

Es que lo peor que puede pasarle a una adaptación es justamente que no se entienda si no se ha leído el material original. Se supone que la película debe ser una unidad autónoma con suficientes guiños y referencias para quien haya leído la novela, pero a la vez entendible para quien no, lo que aquí no ocurre…

El intento por condensar en exceso se advierte sobre todo hacia los últimos cuarenta y cinco minutos, en donde reina el caos y se llenan lagunas con narraciones en off que, en forma de susurros, reflejan los pensamientos de los protagonistas con sus ojos en primer plano: un recurso que se vuelve cargoso.

Hay situaciones que en el libro llevan contexto o explicación que aquí faltan. En la novela, por ejemplo, se explica que el gusano se presenta cuando oye en el desierto sonidos regulares y acompasados, ya que los mismos delatan la presencia de un ser vivo mientras que los irregulares y aislados podrían indicar simples desmoronamientos de arena. En la película vemos a Paul golpear el suelo con un marcarritmo y se nos dice que eso atrae al gusano, pero no por qué.

También se pierde mucha de la carga filosófica y antropológica del libro. Herbert, quien se desempeñó por años buscando agua en el desierto, describe a la perfección lo que la falta de la misma genera en quienes allí viven. Hay un minucioso retrato de las culturas, así como de sus cosmogonías y creencias religiosas que, en más de un punto, se tocan con las que en nuestro mundo han nacido también en el desierto, como el judaísmo, cristianismo y, muy especialmente, Islam. De hecho, la figura del líder que unifica a las tribus nómades remite bastante a Mahoma.

Pero así como Mahoma no es en el Corán un dios, tampoco Paul Atreides lo es en la novela y allí hay una diferencia sustancial con la película, donde su condición de hijo de una Bene Gesserit le convierte prácticamente en un mago o incluso un dios capaz de hacer llover.

Las mujeres con que Paul se relaciona están asimismo débilmente tratadas. Una tácita sensación incestuosa sobrevuela en la novela el vínculo con su madre Jessica (Francesca Annis), lo que no se aprecia por igual en la película. En cuanto a Chani (Sean Young), la muchacha fremen, no hay casi construcción en la relación y prácticamente aparecen besándose sin mediación alguna. Y de Iluran ya hemos hablado…

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Tampoco es que Kyle MacLachlan termine de dar con el papel, pesándole seguramente su condición de primerizo, pero también sus limitaciones. Y si se tiene un actor limitado, hay que apuntar a un personaje a su alcance o que encaje en su perfil y no es el caso de Paul, que atraviesa todo un proceso de cambio a lo largo de la historia. Lynch obtendrá mejores resultados de McLachlan en Terciopelo Azul (aquí retro-análisis de un servidor) y en Twin Peaks, pero en Dune el actor pasa de la virtual inexpresividad durante la primera mitad de la película a la total sobreactuación en la segunda.

En su descargo, hay que decir que no es el único. Son muchos los sobreactuados, pero en algunos cuadra y en otros no. Quizás Kenneth McMillan sea de los que mejor sale parados al dar vida a un barón Harkonnen sádico, grotesco y lleno de forúnculos que flota en el aire: un personaje a la medida de Lynch…

En cuanto a la inclusión de Sting en el papel de Feyd, no pareciera tener más sentido que el de atraer público juvenil en un momento en que su banda The Police estaba en el pináculo de su carrera antes de disolverse al año siguiente. O quizás fuera un homenaje a aquella trunca película de Jodorowsky, en que el personaje sería interpretado por Mick Jagger. Lo cierto es que el músico y cantante no tenía idea de actuación a pesar de participar en dos o tres películas más por esos años, incluyendo Plenty (1985), donde compartía cartel nada menos que con Meryl Streep.

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Y Patrick Stewart no era todavía el capitán Picard ni el Profesor X, pero está correcto como Gurney Halleck, músico de la corte Atreides devenido en guerrero, aunque sin exhibir aún las dotes que mostrará luego. Tampoco es que el guion se lo permita demasiado con el poco tratamiento que, al igual que a otros, da a su personaje. Sea como sea, el actor comenzaba a pisar fuerte en un género al que quedaría indisolublemente ligado.

La Música

Entre los pocos puntos a favor que en su momento la crítica destacó de la película estaba su banda sonora, recayendo sorpresivamente la misma sobre la banda californiana Toto. Quizás su elección fuera otro homenaje a Jodorowsky, que para su película no realizada quería a Pink Floyd, o bien se buscara una experiencia similar a la de Queen con Flash Gordon. Toto, por cierto, venía del reciente suceso de su cuarto álbum, con exitazos como Africa o Rosanna, y de ser prácticamente la banda de estudio en sombras detrás de Michael Jackson durante todo el álbum Thriller.

Cómo fue que se convocó a una banda consagrada en lugar de un compositor habitual de películas es algo que al día de hoy no se sabe. Algunos dicen que fue el propio Lynch quien lo hizo y otros que fue idea de la producción. También hay rumores de que el contacto surgió de un encuentro casual entre la banda y Raffaella De Laurentis en un bar de México.

Lo que sí se sabe es que Lynch le hizo escuchar a David Paich la Sinfonía 11 de Shostatkovich y le dijo que eso era lo que quería. En efecto y a pesar del uso de algunos sintetizadores e instrumentos eléctricos, la música compuesta por la banda reproduce ese tipo de clima y es ejecutada en su mayor parte por la Orquesta Sinfónica de Viena con la dirección de Marty Paich, padre de David, más el acompañamiento del Coro de la Ópera Popular de Viena.

Se destacan particularmente el tema de apertura y el que acompaña el momento de amor entre Paul y Chani, aunque Desert Theme, probablemente una de las mejores piezas, no fue incluida en la película y sí aparece en el álbum del soundtrack. También es bueno aclarar que Prophecy Theme no estaba compuesto por la banda sino por Brian Eno y Daniel Lanois, músicos igual de consagrados a la vez que innovadores y que al parecer habrían compuesto para el filme una banda sonora completa y rechazada, por lo que se les habría querido compensar y reivindicar de esa forma.

Valoración y Legado

A fin de cuentas, ¿la película es tan mala? Pues no. Es, sí, una mala adaptación y probablemente no solo por culpa de Lynch: él mismo renegó del filme por el control que, en su detrimento, ejercieron tanto Universal como Dino de Laurentiis y su hija, algo inaceptable para un realizador tan personal que, de hecho, decidiría de allí en más romper de plano con las grandes producciones y dedicarse a lo que mejor sabía hacer. Lo sorprendente es que fueran nuevamente Dino y Raffaella quienes le produjeran su siguiente película Terciopelo Azul, en mi opinión su obra cumbre y su filme más personal y provocativo.

Pero si bien Dune no es una película que uno vaya a identificar con el sello de Lynch, tampoco es que el mismo esté del todo ausente. Hay momentos surrealistas muy de su cuño y se siente a sus anchas en las escenas de sueños, tan caras a su fimografía. Queda la sensación de que el filme hubiera merecido un corte totalmente suyo en lugar de uno como los que se conocieron y en los cuales su nombre, por propia decisión, ni siquiera aparecía.

Hay, de hecho, una versión para televisión de tres horas, duración a primera vista más acorde con las exigencias de la novela, pero les puedo asegurar, si no la han visto, que es mucho peor. Aparece dirigida por un tal Alan Smithee, seudónimo que en ese tiempo solían utilizar los directores cuando no se querían hacer cargo de un producto que no les gustaba ni consideraban suyo. Y si bien busca corregir la introducción inicial que carece de sentido en boca de Irulan, la reemplaza por una aburrida sucesión de imágenes fijas explicando el contexto de la historia: peor el remedio que la enfermedad…

La pregunta, claro, es adónde han ido a parar todas esas partes que filmó Lynch antes de que la brutal guillotina de Universal cercenara el metraje. Y tampoco el propio director ha mostrado demasiado interés en rescatarlas tras el mal trago que le dejara aquella experiencia. Sin embargo, las esperanzas renacieron inesperadamente hace un par de años cuando en una entrevista manifestó que le gustaría volver a ver esas imágenes. Quizás no todo esté perdido y aún tengamos corte Lynch…

Pero más allá de todo eso, lo cierto es que cuando Dune fue estrenada en los cines hace casi cuarenta años, la reacción de los críticos fue de una saña que hoy parece exagerada. No hay dudas de que es una película floja, pero no el desastre que en su momento se dijo: la peor del año, la peor de la historia, etc. Es más: con el tiempo acabó convirtiéndose en filme de culto, lo cual, a mi modesto entender, es igual de exagerado

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Dune es una película que, lamentablemente, paga el precio de una producción que quiere que el filme se parezca a Star Wars y un director que, por el contrario, pretende darle un enfoque más lírico. En el balance, no termina siendo ni una cosa ni la otra y la acortada duración hace además que la historia no sea entendible para quien no ha leído la novela: no sé con cuántos estrenos pueda haber ocurrido que en los cines se entregasen folletos explicativos.

Después, la novela tuvo en 2000 una adaptación a miniserie de bastante mejor suerte y recepción, siendo incluso uno de los tres programas más vistos en la historia del canal SyFy y llegando a alzarse con dos premios Emmy. Creada por John Harrison, incluía en su elenco a William Hurt y Giancarlo Giannini, siendo Paul Atreides interpretado por Alec Newman. Una segunda miniserie, también de buena recepción y titulada Hijos de Dune, fue estrenada en 2003 adaptando fundamentalmente el segundo y tercer libro de la saga.

Y de allí a las películas de Villeneuve, de las cuales en pocos días nos llega la segunda y definitiva, al menos de momento y hasta una eventual tercera entrega. Pero nos pareció válido recordar aquella primera adaptación, tanto en sus virtudes como en sus (muchos) defectos, pues no solo sirvió para convencer a Lynch del tipo de cine que de allí en más debía hacer, sino también para que las siguientes adaptaciones tuvieran en cuenta en qué se había fallado…

Hasta la próxima y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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