Entramos en la temporada final de Vikingos: Valhalla y analizamos los cuatro primeros episodios. La serie, creada por Jeb Stuart y emitida por Netflix, es spin-off de Vikingos y transcurre unos cien años después.
Hola otra vez. Qué bueno reencontrarnos, porque ello implica que hay nueva temporada de Vikingos: Valhalla luego de que este mismo redactor manifestara su preocupación de que la serie continuara a raíz de la avalancha de cancelaciones que afectaba a Netflix un año atrás. La mala noticia, sin embargo, es que la tercera es la última, lo cual significa que la plataforma se queda con las tres que había programado y anunciado originalmente en lugar de las seis originalmente pensadas por showrunner y productores. Esperemos que ello no devenga en apresuramiento.
Analizamos lo que nos han dejado los primeros cuatro episodios, es decir la mitad de la tercera temporada, que vienen llenos de conflictos, dudas, cuestionamientos y culpas, manteniendo siempre como personajes centrales a Freydis, Leif y Harald, cuyos destinos están cada vez más separados pero es de pensar que acabarán confluyendo.
Pasemos ya mismo a ver qué nos han dejado estos cuatro capítulos, no sin antes advertir que SE VIENEN SPOILERS DE LA TRAMA ni dejar de recordar que pueden leer aquí nuestros análisis previos.
Siete Años Después
Retomamos a Freydis (Frida Gustavsson), que sigue en Jomsborg liderando a su gente y criando a su ya crecido hijo. Es una líder muy querida y cuando pregunta a los viajeros por noticias sobre Leif (Sam Corlett) o Harald (Leo Suter), le responden que se habla de que podrían andar por África, Grecia o incluso luchando para el emperador de Constantinopla, lo que ciertamente están haciendo.
Al lugar arriba un misterioso viajero llamado Stígr (Leander Vyvey), con destrezas en lucha y habilidades curativas que dice haber adquirido en la India. Freydis flirtea con él y no falta la clásica escena en que, tras luchar entre sí como parte de un juego, ella queda debajo mientras se devoran con ojos de deseo: lugar común si los hay. A la larga (y no tan larga), acaban entre sábanas…
Harald y Leif se hallan en Sicilia luchando por Constantinopla contra los sarracenos. El primero solo piensa en los tesoros a obtener y el segundo en los perdidos conocimientos griegos que podría hallar en la biblioteca de Siracusa: está claro que, después de su relación con Mariam, se siente especialmente atraído por la ciencia…
El emperador Romano III (Nikolai Kinski, hijo de Klaus) está disgustado con su general Maniakes (Florian Munteanu) por fracasar en tomar una fortaleza, pero Harald se ofrece a hacerlo por cuenta propia con su guardia de varegos, para esta altura casi custodia personal del mandatario. Con ayuda de los conocimientos de Leif, provocan una explosión bajo las murallas y abren una brecha, logrando así entrar y tomar la fortaleza para beneplácito del emperador y celo de su general.
Canuto (Bradley Freegard), por su parte, se ha dirigido a Roma junto a Emma (Laura Berlin) y Godwin (David Oakes). La idea es conseguir el apoyo papal para regir Inglaterra a cambio de la construcción de doscientas iglesias en reparación por los daños que su pueblo, en el pasado, ha provocado a los cristianos.
Pero le suben la cuenta a trescientas y Canuto se disgusta, más aún cuando el Papa ni siquiera le habla cara a cara sino por intermedio de un cardenal. Por mucho que Godwin intente interponer la diplomacia, termina estallando en exabrupto y no hay acuerdo. El consejero, no obstante, acabará yendo a ver en privado al cardenal para comprarlo con un soborno de trescientos sólidos.
Honor y Deshonor
A Kattegat, donde gobierna de momento Svein (Jakob Femerling Andersen), llega Lord Magnus (Set Sjöstrand), hijo del fallecido Olaf. El encuentro es amable, aunque con algunos comentarios mordaces por parte de Magnus, a quien sorprende que Freydis no haya matado a Svein tras hacerlo con Olaf. No obstante, logra convencerle de que se dirige hacia Jomsborg en misión de paz y no de venganza: quiere, según dice, recuperar para la cristiandad el cuerpo de su padre que, tratándose del primer vikingo canonizado por la Iglesia, no puede permanecer en territorio pagano.
Parte pues hacia Jomsborg con los buenos deseos de Svein, pero no de Aelfgifu (Pollyanna McIntosh), quien recuerda a su hijo que Magnus no parará hasta ser rey de Noruega ni aunque eso implique matarle. Mascullando al verle partir, le desea un vendaval, una tormenta y hasta un monstruo marino con tal de que no regrese.
En Jomsborg, una extraña enfermedad está afectando a todos, incluido el pequeño Harald. Stígr descubre que la misma es producida por hongos venenosos que alguien, deliberadamente, ha introducido en la harina traída de Kattegat.
Debiendo lidiar con quienes le consideran sospechoso del hecho, parte al bosque en busca de tubérculos curativos y los encuentra, todo ello mientras la salud del pequeño Harald empeora y ahora también la de su madre Freydis.
En Siracusa, el emir sale al encuentro del emperador, pero no acepta rendirse. Dice tener los suficientes alimentos para sobrevivir hasta que lleguen refuerzos, pero Leif le pone al tanto de que ha desviado el agua de los pozos y no aguantarán una semana.
El asunto, por propuesta del propio emir, se resuelve con un combate cuerpo a cuerpo entre campeones a la antigua usanza griega. Él se ofrece en representación de su pueblo mientras el emperador, una vez más para fastidio de Maniakes, designa a Harald. En caso de ganar el emir, deberán marcharse y dejar Siracusa en libertad, pero en caso de hacerlo Harald, la ciudad quedará bajo control de Constantinopla con la promesa de guardar clemencia y respeto hacia su población.
La batalla se libra a hacha y espada para terminar con el emir ensartado por Harald entre las costillas. A pesar de que Maniakes, movido por su odio religioso, quiere iniciar una masacre de sarracenos, el emperador se lo prohíbe anteponiendo la palabra empeñada.
Sin embargo y mientras Leif se encuentra obnubilado por hallar en la biblioteca el Libro de lo Desconocido y dentro del mismo un misterioso e indescifrable mapa, Maniakes lleva a cabo su propio plan y, tras ofrecer comida a los pobladores, cierra el patio y les somete a una lluvia de azufre seguida de fuego.
Para cuando llega Leif, se encuentra con el terrible espectáculo (sin que se entienda por qué el azufre no le afecta cuando una simple cancela le separa de la escena). Tanto él como Harald se indignan, pero Maniakes se justifica en que nada vale la palabra dada a un hombre muerto y que los sarracenos acabarán convirtiéndose en plaga si no se los elimina…
En Roma, Emma utiliza sus armas para llegar al Papa en busca de un nuevo acuerdo y defiende a Canuto argumentando que, a pesar de sus modales rústicos, ha demostrado ser un soberano leal a la fe cristiana. Además de ello, le pone al tanto del soborno recibido por su cardenal…
Canuto obtiene entonces una nueva audiencia en la cual corrige la impresión anterior al mostrarse más sosegado y sumiso, pero coloca la fresa del postre al entregar un presente en caja cerrada que, abierta por el Papa, revela en su interior… la cabeza del cardenal corrupto. A pesar del impacto, es una muestra de lealtad y el pontífice acaba apoyando a Canuto: escena Seven, pero con final feliz…
Perdidos
De regreso a Constantinopla, los vencedores son recibidos triunfalmente por las multitudes y el emperador presenta a Harald y Maniakes como artífices de la victoria, además de honrarles con el spatharokandidatos (madre mía), que no es una palabra inventada por Mary Poppins sino el máximo honor que el imperio bizantino otorga a los guerreros, convirtiéndoles prácticamente en segundos del emperador.
En medio de la ceremonia, Harald posa sus ojos en la bella emperatriz Zoe, que no es otra que Eleana (Sofya Lebedeva), la muchacha que él mismo, sin saber, contribuyera a llevar como presente al emperador y con la cual sostuviera una relación durante el viaje. Las miradas son obviamente mutuas…
Romano convoca a Harald a una bóveda secreta y los ojos de este se encandilan con los tesoros almacenados. En compensación por sus logros, le ofrece tomar de allí cuanto quiera en un tiempo limitado y por un instante los ojos de Harald vuelven a posarse en Zoe: momento perverso que se diluye cuando Romano la invita a salir para dejar a Harald escoger tranquilo.
Ella, sin embargo, aprovecha una distracción para acercarse y susurrarle al oído que no tiene por qué elegir ya que puede tomarlo todo, dicho lo cual le entrega una llave dorada que, como Harald puede después comprobar, abre una puerta que conduce a una playa oculta en la que ella se baña completamente desnuda: terminan obviamente revolcándose…
Regresando de Roma, Canuto y Emma pasan por el castillo de Bayeux, en Normandía, donde ella tiene oportunidad de reencontrarse con sus hijos. La recepción, sin embargo, no es la mejor, especialmente de parte de Edward (Cal O’Driscoll), resentido de que le haya abandonado para irse con Canuto: razón no le falta…
Emma, en privado, manifiesta a su esposo sentir culpa al respecto, pues si bien es cierto que enviarlos allí fue en su momento una solución para que no corrieran peligro, bien podría haberlos hecho volver a Inglaterra una vez que el mismo hubo pasado: razón no le falta…
Mientras tanto y en otro lugar del castillo, los tres hermanos (Edward, William y Alfred) hacen un pacto de sangre para recuperar lo que dicen suyo…
Godwin, por su parte, se dirige a Dinamarca para comunicar los resultados de la gestión en Roma. Se encuentra allí con su esposa Gytha (Henessi Schmidt), pero no con Forkbeard (Søren Pilmark), quien se halla ausente y en cuyo lugar se encuentra su ya crecido nieto Harald Harefoot (Pyry Kähkönnen), exhibiendo su desnudez sin conflicto alguno cual Doctor Manhattan. Dice que está decidido a ser rey de Inglaterra y pretende que Godwin le ayude, aun cuando este le recuerde que hay varios antes en la línea sucesoria, lo que no parece ver como problema…
En Jomsborg, la enfemedad ha remitido gracias a Stígr. Freydis y el pequeño Harald están a salvo, pero más de la mitad de la comunidad ha muerto, lo cual les deja en débil posición.
En un sueño, Freydis ve al Vidente y tiene la visión de que deben trasladarse a otra tierra. Stígr le sugiere que lleve a los suyos a Groenlandia, pero ella replica que es una tierra sin siquiera árboles. Él aventura entonces que quizás la tierra que busca esté más allá del horizonte, lo cual, como en la serie madre Vikingos, nos lleva a pensar en América.
Freydis se considera culpable por lo ocurrido ya que, como elegida y Última Hija de Upsala, le ha fallado a su gente al momento de protegerla. Las dudas religiosas parecen asaltarle ante la sensación de que los dioses la han abandonado.
Casi como corolario a sus palabras, Magnus está allí. No con una flota, sino con unos pocos barcos, probablemente en la presunción de que encontraría diezmada y fácil de vencer a la población tras la estratagema de la harina, de la cual claramente estuvo detrás. Freydis dice que es momento de irse, pero la realidad es que parece tarde, no obstante lo cual da impresión de tener un plan…
El Final de Jomsborg
En Constantinopla, Harald es buscado tanto por Maniakes como por Zoe. Por razones distintas, claro: el primero busca un conflicto que, hábilmente, Harald elude; la segunda, entre cortinados, está teniendo con él encuentros sexuales que no solo le ponen en peligro sino también a sus hombres. Se está jugando con fuego…
Leif, lleno de culpas, ha quemado los pergaminos rescatados de la biblioteca. Dice haber creído que el conocimiento llevaría a algo mejor, pero ha terminado siendo responsable indirecto de la masacre contra los sarracenos. Solo salva un pergamino y es el extraño mapa lleno de rayas y sin norte ni sur. Considera que debe ir a Corfú, donde se halla el sabio cartógrafo que podría darle respuestas sobre la “tierra dorada” que alguna vez, navegando con su padre, vio fugazmente en el horizonte y tomó después por sueño o alucinación. Una vez más, todo lleva a América…
Despidiéndose de Harald, parte entonces hacia Corfú y en el camino conoce a Tamar, una monja que está construyendo una iglesia con sus feligreses, a los cuales él salva de un ataque. Cuando está a punto de matar a uno de los asaltantes, ella le detiene dejando en claro que practica el perdón cristiano aun en circunstancias extremas.
Leif ayuda con la construcción y Tamar le habla de Dios, a lo que él repone haber presenciado demasiadas atrocidades en nombre de la religión. Ella replica no estar hablando de religión sino de un ser supremo capaz de perdonar, a lo que Leif objeta que solo un dios tonto podría perdonarle a él.
Tamar dice también cargar con sus propias culpas por haber asfixiado a su bebé para evitar que llorase mientras permanecía oculta al ser asaltada su casa por saqueadores: una historia idéntica se cuenta en El Pianista (Roman Polanski, 2002). A lo que apunta es a que aprender a perdonar es también saberse perdonar a uno mismo, como ella ha hecho y él debería hacer. Finalmente, Leif se despide y sigue su camino: ¿volveremos a saber de Tamar?…
En Dinamarca, Godwin es considerado prácticamente un héroe por su papel durante un ataque de los vendos y parece sentirse cómodo en ese impensado y flamante rol. Mientras festejan, se produce el regreso de Forkbeard, que celebra la valentía de Godwin ante lo ocurrido, pero recrimina a Harefoot no haber previsto el ataque. Narra entonces la terrible historia personal que le llevó a ser rey cuando se vio obligado a matar a su propio padre por ineptitud, remarcando así a su nieto que ser rey no es lo mismo que estar en la línea de sucesión. Una sombra se dibuja en el rostro del joven…
Mientras tanto, en Normandía y en consonancia con el arco de Dinamarca, Canuto convoca a Edward para una charla aparte y el muchacho, obviamente, teme por su vida. Pero la intención del soberano no es matarle sino reprenderle por cómo trata a su madre. Y de modo análogo a lo manifestado por Forkbeard al regañar a Harefoot, le dice que “los tronos se heredan, pero un rey se hace”. Algún efecto de reconciliación consigue: los muchachos se ponen más amables con Emma y esta los lleva consigo en su viaje de regreso a Kattegat.
En Jomsborg, Magnus y los suyos encuentran el lugar abandonado y repleto de muertos. Solo hay una sobreviviente enferma, a la cual él obliga a guiarles al sitio en que se hallan los restos de su padre. Todo es una distracción: la “mujer enferma”, que huye hacia los bosques una vez en el lugar, termina siendo Freydis, mientras en Jomsborg algunos “muertos” reviven para dar cuenta de los pocos guardias que allí Magnus ha dejado.
Para cuando él se percata, ya es tarde. En un último intento desesperado, lanza a los suyos en persecución de los jomsvikingos, pero el barco de los perseguidores es emboscado por una lluvia de piedras que, desde lo alto, terminan destruyéndolo y acabando con casi todos sus tripulantes…
Balance de Mitad de Temporada
Corro el riesgo de ser reiterativo con análisis previos, pero sigue sin haber un Ragnar, un Björn, un Ivar, un Floki, un Athelstan o una Lagertha. Canuto, Leif y Emma son personajes interesantes en sus dudas, arrebatos y conflictos, pero ninguno de ellos con la intensidad o profundidad de aquellos de Vikingos.
De todas formas, no hay que buscar Vikingos aquí. Por mucho que esté relacionada y que haya referencias para hacernos acordar de la serie madre, esta tiene un tono diferente y hay que decir que, al menos en estos cuatro primeros episodios de temporada, la trama recupera mucho del ritmo que la anterior había perdido. Así como la primera ponía el eje en la acción y la segunda en la intriga política, esta, por lo menos hasta aquí, pareciera jugar al medio de ambas.
Es cierto que no hemos tenido batallas tan buenas como hemos visto, pero las que hubo estuvieron bien recreadas y los combates cuerpo a cuerpo bien coreografiados. El ritmo, a comparación de temporadas anteriores, es mucho más vertiginoso, lo cual por un lado es bueno pero a la vez hace temer un cierto apresuramiento en los tramos finales considerando que el plan original era de seis temporadas.
Y la intriga política, que tiene sus puntos álgidos en Constantinopla y Roma, adquiere destellos shakespereanos en donde se mezclan la tragedia y quizás, por lo que sugieren las palabras de Zoe, el asesinato.
De hecho, dos triángulos poderosos se han instalado: uno es entre Freydis, Stígr y Harald, pues la relación entre los dos primeros se ha vuelto estrecha (de modo muy rápido, hay que decir) y no hay forma de saber qué pueda ocurrir cuando el tercero se presente nuevamente en escena. El otro triángulo, entre Romano, Zoe y Harald, pinta todavía más oscuro, perverso y peligroso: la actitud de Zoe es en algún punto sospechosa y la de Harald insensata, pues no solo expone su cabeza y la de los suyos si el emperador se entera, sino que se está entregando en bandeja al celoso y vengativo Maniakes para que le exponga en caso de ser puesto al tanto…
Se perciben conflictos y puntos de inflexión en varios personajes. Leif sufre permanentes cambios y está claro que los afectos le influyen, pues así como en su momento Mariam le llevó a interesarse por la ciencia, ahora Taram le ha introducido dudas sobre la religión y el perdón.
La culpa, de hecho, parece ser una constante de esta temporada final. Emma la tiene por haber abandonado a sus hijos y marchado con Canuto; Freydis por haber fallado en proteger a su gente; Leif por haber, con su ciencia, contribuido involuntariamente a la masacre de Siracusa.
Es rara la evolución de Godwin, a quien, por lo menos hasta aquí, no vemos tan odioso como en temporadas anteriores y pareciera seguir una metamorfosis a lo Jaime Lannister en Juego de Tronos. Sin embargo y a pesar de lo que en su momento dijera, yo no me termino de creer que haya perdonado a Emma por la tortura y consecuente muerte de su amada, lo cual me provoca la sensación de que la venganza llegará en algún momento y que reaparecerá su costado taimado y maquiavélico.
Magnus se ha revelado bastante estúpido, como Svein ingenuo al confiar en él: debería escuchar más a su madre. Harefoot muestra mucha piel, pero pocas ideas. Digamos que los hijos de los reyes no vienen haciendo un gran papel hasta aquí y las charlas que Forkbeard y Canuto sostienen respectivamente con Harefoot y Edward apuntan claramente en tal sentido: una vez más me viene al recuerdo Juego de Tronos, por lo menos en las primeras temporadas, cuando Tywin Lannister intentaba en vano guiar a su torpe e impulsiva descendencia. En cuanto a Maniakes, parece una caricatura de tan pérfido y desalmado.
Se advierte además en esta temporada final un mayor empeño en vestuarios, decorados y fotografía, la cual es magnífica tanto en textura como en paleta de colores y me hace por momentos acordar a la de las dos primeras temporadas de The Last Kingdom. También hay claramente más carne en exposición, aunque la cosa es igualitaria y no como viene ocurriendo en los últimos tiempos en que se pueden mostrar cuerpos masculinos desnudos pero no femeninos.
Por último, ¿cuánto de esto ocurrió realmente? Pues tanto el arco de Jomsborg como el de Constantinopla tienen una base cierta aunque también, como es regla en esta y otras series históricas, muchas licencias. Es verdad que los jomsvikingos formaron una comunidad apartada a modo de santuario, pero Freydis nada tuvo que ver en ello ni consta que haya tenido un hijo con Harald. Pero bueno: si vamos al caso, tampoco Lagertha con Ragnar…
También es cierto que los varegos fueron una unidad de élite que funcionó como guardia personal del emperador de Bizancio, así como que Harald formó parte de la misma y tuvo destacado rol en las acciones de Sicilia, del mismo modo que Romano III gobernó el imperio junto a un general llamado Maniakes y una esposa llamada Zoe, pero esta era hija de Constantino VIII y al parecer contrajeron matrimonio antes de la llegada al trono.
En fin, habrá que ver qué nos depara la segunda mitad de temporada, que en breve estaremos aquí para analizar. Hasta entonces y sean felices…