Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.
Hemos estado viendo en esta sacrosanta casa los inicios de Marvel a la hora de hablar del problema del gobierno respecto a los superhéroes (aquí), de cuando Marvel se anticipó a los temas políticos que luego sacaría el mismísimo Watchmen (aquí) o la evolución política de Marvel en los años 90 (aquí). Ahora nos vamos a meter en el siglo XXI. Pero recordemos como acabaron los 90 para Marvel:
El siglo XX acababa con Marvel casi a punto de desaparecer, con malas ventas ya que los fans de siempre huían de todo esto y los nuevos se fueron con los dibujantes-estrella (leed y llorad), malas críticas generalizadas y con todos sus intentos de meter más violencia o acercarse a la política del momento (como con la primera guerra del golfo) mostrándose inútiles a la hora de remontar. Intentaron volver al clasicismo bien entendido una vez dejaron de tener a los dibujantes estrella noventeros, pero la solución a sus problemas sería, entre otros, la política.
Bob Harras dejó de ser el mandamás supremo de Marvel tras unos 90 demenciales. Marvel ascendió a alguien inesperado: Joe Quesada. ¿Quién es Joe Quesada? El editor de una línea aparte del Universo Marvel, la línea Marvel Knights, donde sus autores tienen mucha más libertad creativa que en los cómics “grandes” de la compañía. Alguien que fichaba en el cómic independiente para hacer cómics de superhéroes. O en gente que ni siquiera había hecho cómic, como guionistas de series de televisión o de películas. Quería romper la endogamia de los autores de cómic habituales, quería contar cosas diferentes…parecía una especie de artista iluminado con la experimentación, casi un fumador de marihuana con rastas…pero era lo opuesto: un auténtico depredador comercial. El mejor comercial de la Historia del Cómic Estadounidense, sólo por detrás de Stan Lee. Podremos discutir sobre sus decisiones artísticas o sobre los guiones de los cómics que editó, pero los datos son rotundos: desde que ascendió a lider supremo de Marvel en el 2000 hasta que se fue en 2011 cada mes era una nueva paliza en ventas a toda la competencia, ha sumido a los dirigentes de DC Cómics durante una década en la desesperación y la agonía, es uno de los principales responsables de que el universo cinematográfico Marvel sea lo que es hoy y que el cine del siglo XXI esté inundado de películas de superhéroes.
Quesada había hablado con el guionista de la serie de televisión de ciencia ficción Babylon 5, J. Michael Straczynski, para hacer los guiones de los cómics de Spiderman, entre otros muchos experimentos sonados. Y en esas ocurrió. Empezó el siglo XXI el 11 de Septiembre de 2001. Los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York sacudieron el mundo en uno de esos días que nadie que vivió puede olvidar. La Historia no había acabado, ni mucho menos. La postura de Marvel, como no podía ser de otro modo, se hizo pseudo-oficial a través de Spiderman, el personaje emblema de la editorial. Y era Straczynski, un recién llegado, el que tuvo que hacer el guión de aquel cómic, en The Amazing Spiderman #36 del 14 de Noviembre de 2001.
Es un cómic de introspección, de expresión del inmenso dolor como país que tenían los EEUU. También, y en esto el guionista fue valiente, en separarse del mismo modo de los que alababan el atentado en el mundo islámico y de los que lo usaban en EEUU para sacar sus obsesiones moralistas a escena. En un momento de tantísimo dolor era miserable alegrarse de cualquier modo por lo que había pasado; las dos posturas eran igual de repugnantes al culpar a las víctimas de su propio asesinato. Spiderman no era el Capitán América, que aparecía en el cómic mirando al horizonte de pie evocando una tristeza infinita, pero era él quien tenía que hablar de esto. Peter Parker era humano, Steve Rogers es una leyenda. Lo que necesitaba la gente era un hombre pequeño y normal expresando sus miedos, su dolor pero también su grandeza.
Dentro de la nobleza que pueda transmitir el cómic de Spiderman, fallaron en algo grave. El realismo. Sí, ya sé, todos queremos realismo, pero hay veces que no se puede. En este cómic era complicado. Pusieron a supervillanos de Marvel muy preocupados por el atentado de las Torres Gemelas, con uno de ellos llorando. Aquello era un auténtico sinsentido: no es que ese supervillano no tuviera sentimientos, es que no tenía ningún sentido que un atentado en EEUU le doliera mucho. Que él mismo había intentado escabechinas mayores para derrotar a superhéroes. Esa página mató un cómic que era muy necesario para mucha gente en los EEUU, pero es lo que sucede con las obsesiones por “el realismo”: que puedes caer en el ridículo.
Marvel fue inteligente, aún y con todo. Quesada promocionó un universo alternativo, la línea “Ultimate”, en la que todo partía de cero, haciendo todo más moderno y accesible desde el principio. Desde allí dieron el mayor pelotazo artístico del siglo hasta el momento para la editorial, “The Ultimates”, que no es ni más ni menos que la versión moderna de Los Vengadores de siempre. Fue Mark Millar el que consiguió revitalizar a un grupo que llevaba mucho siendo el de los Héroes Más Poderosos de la Tierra pero también algo marginal en cuanto a importancia. El enfoque del cómic era de gran superproducción cinematográfica, con enormes aciertos como el de hacer a Nick Furia negro (cosa que tenía todo el sentido del mundo), a Thor un abanderado del movimiento antiglobalización (¡Thor era un activista progre rodeado de alternativos!), el Capitán América como todo un cristiano orgulloso de serlo, avergonzado de los insultos en las películas y, en definitiva, alguien muy reaccionario políticamente. Aquello fue maravilloso, parecía una serie de películas de acción de gran presupuesto bien dirigidas y fantásticamente dibujadas. Aquello tenía un claro mensaje político conforme avanzaba el cómic: era una poco disimulada crítica a las acciones bélicas de los EEUU a partir del 11-S. Porque en este universo los EEUU utilizaban al Capitán América y a Los Vengadores para derrocar gobiernos de Oriente Medio, por ejemplo, con discusiones y peleas políticas al respecto entre sus miembros.
Pero a pesar de hacer los mejores tres años seguidos de Los Vengadores desde hace décadas, en Marvel había que hacer algo en la línea principal de la editorial. La del Spiderman o la Patrulla-X de toda la vida. Y los encargados fueron el guionista de superhéroes más influyente de este siglo, Mark Millar, y el más influyente de Marvel de este siglo, Brian Michael Bendis. Fue Bendis, guionista de la versión Ultimate de Spiderman, el que sentó las bases del Civil War de Mark Millar y de buena parte de los años posteriores de Marvel.
Lo haría en Secret War (2004–2005).
Todo parecía más o menos normal en el universo Marvel, hasta que un agente de S.H.I.E.L.D. interroga a un supervillano menor arrestado por Los Vengadores. Echando cuentas resulta que ese supervillano lleva un equipo tecnológico carísimo…mucho más que lo que ha podido robar. ¿Te gastas una millonada en un traje que te da superpoderes para apenas robar nada? No tiene sentido…hasta que descubren con la ayuda de la Viuda Negra que alguien está financiándole. Y no sólo a él. Alguien está dando mucho dinero para que sujetos que quieren delinquir tengan tecnología que les da superpoderes. En palabras de Nick Furia, no hablamos de supervillanos, sino de terroristas. Y se descubre algo peor: la financiación viene de la primera ministra elegida en elecciones libres de Latveria. Hay una potencia extranjera que financia a terroristas que campan por los EEUU, y eso pide una respuesta inmediata de castigo.
El presidente de los EEUU se niega. Es una presidenta elegida democráticamente. Tienen lazos de amistad. EEUU ha contribuido económicamente para levantar ese país. No se puede hacer nada. Furia, decepcionado , furioso, sale de la reunión clamando al cielo. “Está ocurriendo otra vez” dice. ¿El qué? El saber donde está el enemigo y jugar al juego de la diplomacia que nadie más juega. E inocentes morirán por ello. El fantasma del 11-S vuela de nuevo sobre nosotros.
Furia se lanza a hacer su guerra secreta personal, sin contar con el gobierno estadounidense: reunirá a un grupo de superhéroes para infiltrarse en el castillo donde vive la presidenta de Latveria. Y la castigará. ¿Cómo? Ninguno lo sabe. Allí van Spiderman, Daredevil, Luke Cage, la Viuda Negra, el Capitán América o Lobezno. Lo que pasa a continuación lo dejaremos en el aire para quien no lo haya leído, pero es una de las cosas más terribles que haya hecho nunca Furia.
Hay toda una serie de reproches muy subidos de tono, ya que ha engañado a todo el mundo sobre lo que iba a hacer, pero su justificación suena terrible: fuera de EEUU nos odian, nos odian más cada día, y ese acto terrible ha comprado algo de tiempo. Podrían haber castigado a la presidenta silenciosamente, pero ese no es el lenguaje que entienden los bárbaros, que están a las puertas deseando que caiga EEUU. El castigo debe ser notorio, sonoro, brutal. “El único lenguaje que entienden“, según Furia, que no empezó la guerra pero no va a perderla. Un día el mundo girará y entonces, entonces, quizás los superhéroes vean el mundo como lo ve él. Entre proteger a la gente y proteger a los ricos que son elegidos en las elecciones Furia hizo, según él, lo primero. Tal acto de rebeldía hace que tenga que ocultarse en las sombras y huir de los EEUU. Pero Nick Furia tiene, en este cómic, su momento coronel Nathan Jessep.
Al final del cómic no podemos sino ver cómo la nueva directora de S.H.I.E.L.D. habla con el presidente de los EEUU, que deja ver claramente cómo este decidir los superhéroes a quien quitan, a quien ponen, ese poner y quitar dirigentes políticos está llegando demasiado lejos. Hay mucho miedo y rencor acumulado en las altas esferas, falta poco para que algo salte y se aprovechen de ello.
Nick Furia estaba personificando lo que en el mundo real había sido la Doctrina de la Guerra Preventiva, fundamentalmente sostenida por la intelectualidad cercana al Partido Republicano de los EEUU. Tras el atentado del 11-S se consideraba que EEUU y Occidente habían entrado en otra guerra mundial, la Cuarta (la tercera había sido contra el comunismo). No era una guerra contra otro Estado, era una guerra contra grupos de individuos que querían hacer todo el daño posible. Las viejas reglas no valían, había que crear otras. Entre ellas, la de prevenir todo daño atacando primero si el peligro era inminente, especialmente si estos individuos sin ninguna fidelidad a ningún estado podían hacerse con las famosas “armas de destrucción masiva”. Se hizo hincapié en la idea de que este nuevo enemigo era cualitativamente diferente en el plano mental, que ningún lenguaje entenderían mejor que la doctrina de la guerra preventiva, etc.