Antes de abordar la crítica de La llamada de lo salvaje, y parafraseando al crítico Mark Cousins, el cine, el medio de expresión más importante del siglo XX y lo que llevamos de XXI, es un vehículo imparable cuyo motor no es el dinero y la comercialidad de una propuesta. Son los sueños de los autores.
Esto comenzó con Georges Melies y sus mundos exóticos allá por 1900. El impacto del cohete en la luna dio el pistoletazo de salida al cine de aventuras, el sostén que ha parido una buena cantidad de obras maestras y que, de una forma u otra, ha sido el sostén del cine de arte y ensayo durante décadas.
Resulta paradójico que, a medida que los efectos visuales avanzan y somos capaces de ver cualquier escena que se nos ocurra en una gran pantalla (por ejemplo, una horda de extraterrestres de diferente forma y color enfrentándose a un ejército superheroico), se ha perdido buena parte del alma del cine de aventuras.
Incluso adaptaciones de historias mil veces vistas en la gran pantalla, pecan de querer sorprender con una estética vacua y una acción donde prima la cámara lenta y los personajes no tienen ninguna entidad. No importa la emoción, sino demostrar la gran cantidad de dinero invertido en la producción.
Esta es la causa de que una película tan clásica en el tono como moderna en el uso del CGI haya sido bienvenida. Hablamos de La llamada de lo salvaje, distribuida por Fox y protagonizada por Buck, un perro, y no por Harrison Ford, por mucho que sea el principal reclamo de la cinta. Ahí os recordamos que hace no mucho se estrenó en Disney+ “Togo”, otra cinta de iguales características y que también analizamos en esta web.
Adaptación de una de las novelas más conocidas de Jack London (autor de la similar Colmillo Blanco), La llamada de lo salvaje es la historia de Buck, un cruce entre San Bernardo y Scotch Collie que vive al amparo de su amo, juez en el Estados Unidos sureño y que, debido a una serie de peripecias, acaba en el duro Yukon durante la fiebre del oro, donde aprenderá a convivir con su lado más instintivo.
Empecemos por el único aspecto polémico de la película. El CGI. La llamada de lo salvaje lo utiliza para los diferentes perros que desfilan por el largometraje. La mayoría de las críticas se centran en lo mucho que chirría pero lo cierto es que a mí no me molesta en ningún momento. El objetivo es conseguir “humanidad” en el rostro de cada uno de los sabuesos. Y lo consigue. Mucho más que en obras como Mowgli, la leyenda de la selva.
El uso de la tecnología más avanzada no evita un ritmo clásico. La llamada de lo salvaje es puro cine familiar, merced a una trama que suaviza el violento tono del libro de Jack London, pero que mantiene el mensaje de aceptarse a uno mismo y lo actualiza con una visión ecologista que no se mete con calzador.
En este sentido, es impresionante el uso de los paisajes que recorre Buck con sus diferentes amos. Pocas veces hemos visto una naturaleza más imponente, tan inmensa que nos hace sentir pequeños.
La trama avanza con rapidez, con Buck atravesando el Yukon a medida que aparecen Bradley Whitford (El cuento de la criada) como el juez sureño, Omar Sy (Intocable) como el conductor de trineo que lleva el correo a todos los lugares de Alaska, Dan Stevens como el cruel urbanita buscador de oro y, finalmente, Harrison Ford como el desencantando padre de un hijo fallecido que busca redención viajando a la fría localización que inspiraba a su retoño.
Dirigida con oficio por Chris Sanders (Lilo y Stitch, Los Croods…), La llamada de lo salvaje es el reflejo de un envidiado contraste: el uso de la tecnología para mostrar de forma tangible lo que antes era solo imaginable por el espectador, y una narrativa clásica que se desprende de toda actualización artificiosa, salvo un acertado enfoque ecologista.
Durante muchos años, el cine de aventuras fue el más ambicioso. Millones de dólares en decorados, extras, actores…todo para mostrar situaciones inmensas de forma realista. Ahora, La llamada de lo salvaje es la muestra de que el género aventurero no necesita de ningún envoltorio para emocionar al espectador. Ni el mejor decorado, ni una banda sonora épica, ni miles de personajes (reales o creados por ordenador) importan si no lo hacen los personajes principales.
Hace poco vi Robin Hood (podéis leer aquí mismo mi crítica), y, por mucho villano vestido con americana en plena Edad Media o enemigos abatidos por flechas, ni Taron Egerton ni Jamie Foxx consigue sacar de mí tanta empatía como un cruce de San Bernardo y Collie generado por ordenador. Cosas que tiene el mezclar acertadamente tradición y modernidad.
¡Un saludo y sed felices!
Buenas, a mi tampoco me molesto mucho el uso de cgi, me pareció una estupenda película de aventuras que puede disfrutar toda la familia.
Totalmente de acuerdo. Gracias por tu comentario!