Cargada de gran expectativa, llegó por fin ayer a los cines españoles Napoleón, la película de Ridley Scott que, interpretada por Joaquin Phoenix, recrea un tramo importante de la vida del líder, político y militar francés que tan grande huella dejara en la historia.
Tengo entendido que por estos días a los franceses no les está cayendo muy bien esta versión de Ridley Scott sobre la vida de Napoleón, sin dudas su personaje histórico más emblemático. No entiendo la razón: el Napoleón al que da vida Joaquin Phoenix se parece mucho más al de las versiones galas que al de las anglosajonas que le hemos visto en el cine. Quizás el verdadero motivo del disgusto sea que tantos franceses sean interpretados por británicos o que no se pronuncie una sola palabra en francés en toda la película.
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El largo tramo de vida de Napoleón que se recrea va desde 1789 hasta 1821, es decir desde la revolución francesa hasta su muerte en Santa Elena. Ello implica dos problemas: por un lado, el de recorrer treinta y dos años con un mismo actor cuyo rostro luce prácticamente igual a pesar del paso del tiempo; por otro, el tener que comprimirlo todo en una película de dos horas y media que necesariamente paga el costo del apresuramiento y aun así, de manera paradójica, es irregular en su ritmo narrativo.
El guion de David Scarpa elige un camino bien lineal, sin flashbacks ni líneas temporales superpuestas. Y se centra tanto en Napoleón que, por momentos, descuida el contexto. Le vemos escalar posiciones en el ejército francés desde los días de la revolución para pasar luego por el sitio de Tolón, el golpe termidoriano, la campaña de Egipto, la coronación como emperador, la batalla de Austerlitz, la campaña de Rusia, el exilio en Elba, la batalla de Waterloo y, finalmente, el claustro de Santa Elena. Y sobrevolándolo todo, su relación con Josefina de Beauharnais…
Las licencias históricas son bastante gruesas, con un Napoleón que presencia tristemente la ejecución de María Antonieta (en realidad se hallaba sitiando Tolón en ese momento), que dispara su artillería contra las pirámides de Egipto (???), o que, sable en mano, va a la carga a puro galope en Waterloo, lo cual, por supuesto, nunca hizo.
Por oposición y sorprendentemente, hay algunas situaciones históricas casi ausentes: totalmente omitidos, por ejemplo, los conflictos con el papado y no hay referencia alguna a España o Portugal; apenas una aislada mención a Italia, cuya campaña tuvo, sin embargo, rol fundamental en el ascenso militar y político de Bonaparte.
Está claro que lo que Scott busca es centrarse en un retrato de Napoleón como hombre, muchas veces más en conflicto consigo mismo que con sus enemigos. Phoenix, en ese sentido y como es habitual, entrega una gran interpretación que muy posiblemente tenga nominación al Oscar, lo cual no quita que al personaje le falte construcción desde el guion mismo.
Se trata de un Napoleón de rostro permanente sombrío y circunspecto: sonríe muy poco, nunca hace bromas y se muestra inseguro, nervioso, tímido y obsesivo, tanto que cuesta ver allí a quien tan profunda huella dejara en la historia de Europa y del mundo. No habiendo flashbacks, no hay forma de conocer el origen psicológico de sus problemas: apenas una muy breve referencia a su madre sobre la que nunca se profundiza. Es un Napoleón carente de historia previa y, salvo Josefina, casi sin relaciones: ninguna mención, por ejemplo, a María Walewska…
Decía al comienzo que se parece más al Napoleón del cine francés que al anglosajón y, en efecto, es representado como alguien llevado a la ruina por su excesivo amor a Francia. Y a Josefina, claro, amores ambos que quedan rubricados en sus (supuestas) últimas palabras. Vanessa Kirby, por cierto, hace un sólido trabajo encarnando a quien fuera su gran amor y primera esposa, una relación que, en gran acierto y contrariamente a muchas idealizaciones románticas, es representada como muy intensa, pero también tóxica y obsesiva, como parece que en realidad fue.
La película recorre la vida de Napoleón pasando de un evento al otro sin anestesia ni solución de continuidad, lo cual lamentablemente deviene en que los personajes secundarios queden desaprovechados por el poco tiempo en pantalla: tales los casos del duque de Wellington (Rupert Everett), Paul Barras (Tahar Rahim), Robespierre (Sam Troughton) o la emperatriz María Luisa (Anna Mawn). De hecho, los acontecimientos son muchas veces acompañados por la lectura en off de las cartas que Napoleón y Josefina se enviaban, lo que hace que todo esté visto únicamente desde la perspectiva de ellos dos, incluso después del traumático divorcio.
La ambientación histórica está desde ya muy lograda, tanto en vestuario como en escenografía, y lo mismo la factura técnica de las batallas, aunque la fotografía nocturna, a mi gusto algo oscura y opaca, hace que por momentos se pierdan detalles, como ocurre en Tolón o en Austerlitz. Mucho mejor tratada está Waterloo, con interesantes tomas aéreas de las formaciones y un acompañamiento musical que, contrariamente a las otras batallas recreadas, no abusa de percusión y coros. La campaña de Rusia, en tanto, ocupa apenas unos minutos de metraje y solo nos pone al tanto de que hacía frío y muy poco más…
Hay, eso sí, algunos detalles muy gráficos que dan a la historia un dudoso realismo acorde a estos tiempos, tales como María Antonieta siendo decapitada en primer plano o Napoleón extrayendo una bala de artillería del interior de un caballo muerto.
Balance Final
El hecho de que, para esta altura, Ridley Scott decida rendir tributo a la vida de Napoleón viene de algún modo a completar un círculo en su carrera, ya que la misma se inició hace cuarenta y seis años con Los Duelistas, otra película ambientada en tiempos napoleónicos. Pero el tono minimalista de aquel filme contrasta por completo con el que, mucho más ampuloso, tiene esta superproducción. Por cierto, me hubiera gustado algún guiño, pero bueno, no lo hubo…
Y no creo estar diciendo nada que no se sepa si digo que Scott no es ya el realizador de aquellos días ni el de filmes como Alien o Blade Runner. Su talento, indiscutible, ha aparecido de manera más espaciada durante estas últimas décadas (aclaro, antes que me lo pregunten, que no soy fan de Gladiator), lo cual no va en desmedro de que sus filmes tengan una cierta calidad estándar y una razonable factura técnica.
No es, por lo tanto, que Napoleón sea una mala película. La reconstrucción de época, sumada a las sólidas actuaciones de Phoenix y Kirby, constituyen ya de por sí un aliciente para verla, lo mismo que algunas secuencias interesantes como la del jinete austríaco que cabalga sobre el lago helado bajo fuego de artillería o el encaramiento entre Napoleón y una momia egipcia a cuya boca acerca el oído a la espera, tal vez, de alguna historia inmemorial.
Pero la sensación es que la película pudo haber sido mucho más de lo que fue. Y aunque nunca es bueno analizar un filme que no existió, se me ocurre que hubiera ido bastante mejor recortar el lapso de tiempo recorrido y permitir así un mayor desarrollo de personajes secundarios. Se dice que la versión que, llegado el momento, subirá Apple a su plataforma tendrá casi una hora y media más; ojalá aporte entonces algo en tal sentido.
Napoleón, en definitiva, termina siendo una buena película, pero decididamente no la mejor que se haya hecho sobre el personaje ni tampoco una que haga historia como él la hizo…
Hasta la próxima y sean felices…