El 25 de junio de 1982 llegaba a los cines Blade Runner, película del realizador Ridley Scott que no solo está dentro de las mejores de ciencia ficción que jamás se hayan hecho, sino que además el tiempo convirtió en ícono cultural y referencia obligada del cyberpunk. A cuarenta años del estreno, analizamos su legado y las razones de su vigencia.
Algunos filmes marcan un antes y un después en la estética y otros en la narrativa, pero hay unos pocos que logran ambas cosas y Blade Runner es uno de ellos. Al igual que muchas películas que hoy son clásicos de culto, su paso por las salas fue, en su momento, más bien discreto: su atmósfera tan asfixiante no cuadraba demasiado con los ochenta, como tampoco su ritmo pausado e introspectivo o la extrañeza de verlo a Harrison Ford en un papel tan alejado de los héroes arquetípicos que hasta allí le conocíamos.
Pero las ventas en VHS y, sobre todo, el tiempo, acabaron por poner las cosas en su lugar y elevar a la categoría de ícono referencial el filme que hoy dedicamos nuestro retro-análisis.
Una Novela Difícil
Si hay que destacar un talento tras el producto, es indudablemente Ridley Scott, realizador británico que, con este filme, daba el salto definitivo hacia Hollywood (Alien había sido una coproducción) y hacia una carrera que, aun manteniendo siempre niveles de calidad, se volvería después más aburguesada y alejada del tono corrosivo de sus tres primeros largometrajes, sobre todo Blade Runner.
Venía de ganarse a la crítica con dos películas pequeñas y a la vez inmensas, como Los Duelistas (1977) y la ya mencionada Alien (1979), que le significó un éxito comercial sorpresivo e inesperado.
Lo curioso es que aunque Blade Runner parezca a todas luces una película de autor, la idea no fue suya: había un guion escrito hacia 1977 por Hampton Fancher y basado en ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, novela de Philip K. Dick, referente desde los sesenta de la new wave dentro la literatura de ciencia ficción. Fue el productor Michael Deeley el encargado de ir a buscar a Scott.
La novela no se veía fácil de adaptar y ya unos años antes había quedado en nada un proyecto de Martin Scorsese. Al propio Dick no le gustaba el guion de Fancher y hasta dicen que, un poco en broma y un poco en serio, amenazó con golpearlo. Pero al llegar Scott al proyecto, encargó una reescritura a David Peoples que sí le convenció e inclusive quedó encantado tras ver los primeros veinticinco minutos, tanto que manifestó no importarle la falta de fidelidad ya que era más bien un complemento de la novela. Lamentablemente, nunca llegó a ver el filme completo, pues, como consecuencia de un derrame cerebral, murió tres meses antes del estreno.
Una Historia Sórdida
En una Los Angeles distópica del año 2019, una división especial de policía conocida como Blade Runners, se dedica a buscar y “retirar” (eufemismo para no decir matar o destruir) a robots humanoides que, diseñados para el trabajo en colonias de otros mundos, están prohibidos en la Tierra.
En dicho cuerpo se desempeña Rick Deckard (Harrison Ford), detective bastante inescrupuloso y violento a quien su jefe Harry Bryant (M. Emmet Walsh) encomienda la tarea de ubicar a cuatro replicantes modelo Nexus 6, que tienen una fuerza superior a la humana y se hallan en la ciudad de manera encubierta.
El problema es que no pueden ser diferenciados de los humanos a simple vista, sino únicamente a través de un test de empatía conocido como Voight-Kampff, que permite reconocer señales inequívocamente humanas en reacciones fisiológicas como enrojecimiento de mejillas o dilatación de pupilas.
El grupo es liderado por Roy Batty (Rutger Hauer), acompañado por Leon (Brion James), Zhora (Joanna Cassidy) y Pris (Daryl Hannah), la cual es básicamente un modelo diseñado para dar placer. Su vida útil, de solo cuatro años, está próxima a su fin y por ello buscan a su creador, el magnate Eldon Tyrell (Joe Turkel), para que les extienda el plazo.
Deckard tiene como compañero al oficial Gaff (Edward James Olmos), quien habla un galimatías al que se define como interlingua y tiene obsesión por hacer piezas de origami. Indagando, llegan hasta las oficinas de Tyrell Corporation y allí Deckard se siente especialmente atraído por la secretaria Rachael (Sean Young), de quien luego descubrirá que es replicante pero no lo sabe, pues es un modelo más evolucionado al que Eldon Tyrell le ha instalado los recuerdos de su sobrina para que piense que es humana…
Una Estética que sigue influyendo
El clima de la película es absolutamente sórdido, asfixiante y existencialista, pero a la vez bello y lleno de poesía. Cuando se dice que marca un quiebre estético, alcanza con ver esa maravillosa Los Ángeles de cielos ennegrecidos por la contaminación y permanentes lluvias, cuyas altas torres lucen coronadas por grandes pantallas con avisos publicitarios entre las que se desplazan autos voladores.
En algún punto, remite a la Metrópolis de Fritz Lang (1927) y hasta tiene algún toque steampunk con ese anacrónico dirigible de publicidad que cruza el cielo urbano. El vapor brotando de las alcantarillas se convirtió en un recurso clásico que influyó en mucho del cine de los ochenta y noventa.
Se advierte además un culto por el cine noir y la novela negra. Hay cierta atmósfera reminiscente de Chinatown, a la vez que Deckard tiene bastante de los detectives de Raymond Chandler y Rachael ocupa el lugar de esa femme fatale que, a caballo entre dos bandos, hablando poco y guardando un secreto, suele operar en la trama como elemento disruptivo.
Hay también influencias del cómic, sobre todo del tipo que se podía encontrar en las viñetas de la revista francesa Metal Hurlant, de la cual Scott era, por aquellos años, ferviente lector.
Para diseñar los vehículos se recurrió a Syd Mead, quien se había desempeñado en la división de diseño de Ford Motor Company, teniendo su debut cinematográfico como ilustrador de producción en Star Trek: La Película (Robert Wise, 1979). Scott quedó tan conforme con su trabajo que le asignó también los interiores y exteriores, en tanto que Lawrence G. Paull se hizo cargo de la dirección artística general.
Un Compendio de Filosofía
Además de ser rupturista en lo visual, Blade Runner se destaca por su carga filosófica y sociológica. La identidad y la moralidad son moneda constante en las historias de Dick e incluso una idea que hunde sus raíces bastante más atrás: en las tragedias griegas, en Shakespeare o en Mary Shelley.
El planteo que Roy Batty hace a su creador no difiere mucho del que le hace el monstruo a Victor Frankenstein , pero en lugar de recriminarle por no haberle dado un nombre, lo hace por haberle dado una vida tan corta. ¿No es acaso el primer planteo que le haríamos a un supuesto Creador si lo tuviéramos enfrente?
La muerte y, conjuntamente, el terror de que nada de nosotros quede después de irnos son temas centrales de la película y el monólogo final, con Roy llorando en la lluvia (o eso parece) es brillante y demoledor, tan famoso que hasta tiene una página propia en Wikipedia y podemos casi repetir sus líneas de memoria:
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de morir…”
Tales líneas fueron improvisadas por el propio Hauer, a quien no convencía demasiado el soliloquio original. La metáfora de las lágrimas en la lluvia es suya y no puede ser más triste ni acertada: en la lluvia (o en una sociedad deshumanizada) nadie advierte que estamos llorando (lo dice Carole King en la letra de Crying in the Rain).
Porque la paradoja de Blade Runner es que mientras los androides se van volviendo cada vez más humanos y pueden tener sentimientos o autoconciencia, la humanidad, por el contrario, se aliena bajo los embates de la tecnología, la publicidad y la sociedad de consumo. En ello reside el antagonismo Deckard-Roy, que se va haciendo cada vez más difuso hasta que, sobre el final, nos cuesta asumir un bando.
Pero entre la condición robótica y la humana hay un puente que es Rachael. Tiene algo de Platón: uno cree que su vida es una cosa cuando en realidad es otra, como las sombras sobre la pared de la caverna. Y el planteo no vale solo para androides sino que es preocupación constante en las historias de Dick: ¿qué tanto podemos estar seguros de que nuestra vida es nuestra vida y no conciencia o recuerdos implantados?
¿Y qué nos hace humanos en definitiva? ¿La fisiología, el alma, la razón….? Nótese que la fonética inglesa del apellido Deckard suena muy semejante a la francesa de Descartes, también presente: Pris echa mano de su famosa frase “pienso, luego existo” para decir que nada diferencia a los replicantes de nosotros.
Y también está Sartre, con la duda acerca de si realmente hay algo que nos haga humanos y lo mismo Nietzsche, con la imagen de Roy como superhombre “ario y germánico”, con el cuestionamiento de la moral como construcción nuestra y con… el asesinato de Dios. Todo un compendio de filosofía…
¿Sueñan los Androides con Unicornios?
La duda final que subyace es si Deckard es también un replicante. No diré cómo termina la película por si alguien no la ha visto, pero el unicornio en origami que Gaff le deja a la entrada de su departamento nos deja pensando.
¿Qué simboliza esa criatura fantástica? Por lo pronto, Deckard sueña con uno y, en principio, soñar lo haría humano. ¿Pero cómo puede Gaff saber eso a menos que esos sueños sean parte de un programa o configuración? Parafraseando el título de la novela, la cuestión es entonces si soñarán los androides con unicornios…
Hay también una doble lectura: en la cultura popular y en el inconsciente colectivo, el unicornio representa lo diferente y único. Inevitable entonces pensar en Rachael, que es el único replicante distinto. La obsesión de Deckard con ella puede tener que ver con haber encontrado finalmente su unicornio y la obsesión por perseguir y “retirar” replicantes con reprimir su propia condición como tal o sus dudas al respecto.
La pregunta queda sin respuesta, aunque algo nos dice la muy buena secuela Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017) que, lamentablemente y al igual que su antecesora, no contó con gran suceso al pasar por las salas cinematográficas pero sí con con el beneplácito de la crítica. El tiempo, tal vez, la ubique en el lugar que merece.
Ecología, Religión y Globalización
Algunos ejes que en el libro son bien claros están entre líneas en la película. En la novela prácticamente todas las especies animales han desaparecido y abundan las mascotas artificiales, siendo las reales privilegio de unos pocos. En la película no se habla específicamente de ello, pero un par de líneas de diálogo lo dan a entender…
Zhora, por ejemplo, realiza un espectáculo con una serpiente. La idea del guion original incluía una danza exótica a lo Salomé, pero finalmente no quedó y Deckard se encuentra con ella con la danza ya concluida. Cuando le pregunta si la serpiente es real, responde: “¿Crees que estaría trabajando en un lugar como este si pudiera darme el lujo de tener una?”. De cualquier modo y contradiciendo un poco sus palabras, tampoco parece que los ricos puedan darse ese lujo: cuando Deckard pregunta a Rachael si el búho de su jefe Tyrell es artificial, ella responde: “Por supuesto”….
¿Qué pasa con la religión, que es preocupación constante en las historias de Dick? Pues tampoco hay mención puntual pero hay que prestar otra vez atención y más allá de las palabras. El conflicto entre los replicantes y su creador resume la relación de la humanidad con sus dioses y hasta su decepción con ellos.
Una frase de Tyrell sintetiza bastante bien el tipo de consuelo que suelen brindar las religiones ante la inevitabilidad de la muerte: “La luz que brilla con el doble de intensidad, brilla la mitad de tiempo y tú has brillado mucho, Roy”. Subyace allí la idea de la aceptación de la muerte como final de un camino aunque sin prometer nada para después: caemos en una “religión imperfecta”, donde el hombre juega a ser Dios, pero le queda grande…
La globalización es otro de los temas presentes: Dick tiene una particular fascinación por la cultura oriental y la idea de que la misma, a la larga, terminará invadiendo occidente, lo que se puede también apreciar en El Hombre en el Castillo, con ese distópico oeste norteamericano bajo control japonés.
Viendo el fenómeno del manga, el anime, el K-pop, las series coreanas o las marcas líderes de artículos electrónicos, la historia no le ha negado razón y en la película la presencia oriental está presente tanto en las publicidades como en esa mezcla de lenguas que habla Gaff…
La Música
El griego Evángelos Odysseas Papathanassiou, más conocido como Vangelis y recientemente fallecido (aquí mi artículo con la noticia y un repaso de su obra) era ya un músico consagrado para 1982 y uno de los grandes innovadores en sonidos ambientales y futuristas. Ese mismo año, de hecho, recibió el Oscar por su banda sonora para Carros de Fuego (Hugh Hudson, 1981) aunque lo de que “recibió” es apenas una manera de decir pues no asistió a la ceremonia, en parte por no interesarle ese tipo de evento y en parte por estar demasiado enfrascado, justamente, en Blade Runner.
Para hacer la música, recurrió casi exclusivamente a sintetizadores y prescindió de arreglos orquestales. Oyendo el resultado, fue una decisión acertada ya que da el toque justo con la despersonalización tecnológica que la historia propone y crea un clima que es a la vez bello, triste y opresivo.
Aun así y para encajar en el toque neo-noir de la propuesta, hay condimentos de jazz como el saxo tenor ejecutado por Dick Morrissey en el famoso Love Theme y hasta piezas cantadas, para las que contó con el aporte de las voces de Mary Hopkin, Don Percival y Demis Roussos (primo suyo y ex compañero de banda en Aphrodite´s Child).
Durante doce años, la banda sonora permaneció sin edición oficial en disco: el propio músico se negaba a hacerlo y había diferencias con Scott. Vangelis nunca fue amigo de lanzar la música de sus filmes de manera lineal, pues la misma, decía, solo tiene fuerza acompañada por las imágenes.
Lo que solía hacer era respetar una base e incorporar piezas complementarias que encajaran en la misma atmósfera aunque no estuvieran incluidas en el filme: tal fue el caso del álbum con la música de Carros de Fuego o de los distintos filmes y series del documentalista francés Frédéric Rossif. Pero, claro, eso no era lo que quería el director y la banda sonora permaneció inédita hasta 1994, cuando hubo que lanzarla debido a la cantidad de ediciones piratas en circulación.
Como dato curioso, el tema de los créditos finales fue por años utilizado en Argentina como apertura del resumen deportivo de los domingos y hasta el día de hoy, cualquier argentino con más de treinta años ve rodar un balón de fútbol apenas escucha las primeras notas.
A pesar de las diferencias con Scott, el director volvería a convocar al músico para otra gran banda sonora, como lo fue la de 1492: La Conquista del Paraíso (1992).
Cambios y Finales Alternativos
Como dijimos al principio, Blade Runner recorrió un largo camino hasta materializarse en adaptación y en el medio hubo muchos cambios. Para empezar, el larguísimo título (al principio considerado innegociable por su autor) era “poco comercial”. Se barajaron otros, entre ellos, curiosamente, Gotham City, pero Bob Kane no dio autorización.
El título final procede de la novela The Bladerunner de Alan Nourse, pero tampoco fue tomado directamente de allí sino de un inclasificable libro de William Burroughs (otro de los que, como Dick, experimentó lo lisérgico como inspiración literaria) que ya lo había tomado prestado y que se intitulaba Blade Runner: Una Película. Mezcla de novela y ensayo, tenía poco que ver con el filme, pero coincidía en el clima sórdido y pesimista, así como en sus personajes al límite.
El término “replicantes” es otra de las incorporaciones de la película, ya que la novela de Dick los refiere simplemente como androides (y son seis, no cuatro), denominación que Scott consideraba demasiado estereotipada. La palabra replicante le surgió al director cuando la hija del guionista David Peoples, que era bioquímica, le habló sobre la replicación de células.
En cuanto a Deckard, en la historia original es más un cazarrecompensas que un detective de la policía, pero Scott consideró que ya era bastante con que el público viera a Ford en un rol diferente como para, además, darle un sesgo delictivo. Por cierto, no fue la primera opción para encarnar a Deckard: quedaron descartados Dustin Hoffman, Paul Newman, Jack Nicholson, Tommy Lee Jones y Christopher Walken, entre otros. Cuesta hoy imaginar en el papel a cualquiera de ellos, aunque me tienta pensar qué tal le hubiera calzado a Walken.
La elección de Ford no pareció en ese momento la más adecuada, pues se pensaba que la gente, por relacionarlo con Indiana Jones o Han Solo, no podría ver en él un antihéroe. Sin embargo, al ser un actor poco histriónico que basa su expresividad más en la mirada que en los gestos, dio el aire justo de sangre fría e introspección para el personaje.
Ford no manifestó sentirse muy feliz con el rodaje: no entendía el guion y tenía permanentes roces tanto con el director como con su compañera de elenco Sean Young (¿alguien no los tuvo?). Se quejó, además, de lo agotador de filmar todo el tiempo con lluvia. Pero con el tiempo, supongo, habrá revalorizado la película, ya que estuvo en la secuela de 2017 y no creo que por necesidad económica.
Tampoco Sean Young o Daryl Hannah formaban parte del proyecto original. Las primeras opciones para sus papeles fueron Barbara Hershey y Debbie Harry, cantante de Blondie a quien la compañía discográfica no permitió participar.
Por último y siempre hablando de cambios, existen varias versiones de Blade Runner, siendo la lanzada en 2007 para el 25° aniversario la que el director considera como la suya definitiva, incluyendo un final que no diré cuál es, pero sí que es menos optimista que el que vimos en los cines para su estreno.
En Conclusión
Blade Runner es una película icónica y rupturista para la historia del cine y, por supuesto, para la ciencia ficción. Detesto cuando algunos críticos, quizás con autoindulgencia por haber disfrutado de una película de género, dicen que “no es una película de ciencia ficción” o que es “algo más”. Ignoran, seguramente, la amplitud del género y la variedad de propuestas que permite.
Su influencia estética ha sido altamente influyente y su estilo narrativo es una rara avis en los ochenta, cuando se empezaban a exigir otros tiempos y otra dinámica. Ha dado, como dijimos, origen a una secuela, así como a juegos, cómics y al anime Blade Runner: Black Lotus, disponible en HBO Max (aquí el artículo con tráiler). La vigencia de su reflexión acerca de la identidad, de la sociedad y, de modo más general, de la humanidad misma, está plenamente vigente en este siglo y se puede encontrar en filmes como Moon, Morgan (dirigida por Luke Scott, hijo de Ridley) o Ex Machina.
Si desean saber más sobre algo de todo lo que hemos comentado, les dejo link con los muy interesantes artículos de mis compañeros que nuestra web ofrece:
. ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? La novela que originó Blade Runner.
. Crítica de Blade Runner 2049, la Encrucijada de Denis Villeneuve.
. Curiosidades y Secretos de Blade Runner.
. Especial Fase Extra: Juegos Inspirados en Blade Runner.
Será hasta pronto, gracias por leer y sean felices…
Se puede matar a Dios? El hombre juega a ser Dios y ese traje le viene estrecho. Pero en esta ocasión Roy mata a Tyrell, su creador. Mata a su dios.
Hola, Santiago: gracias por comentar. En efecto, a eso me refería con lo de Nietzsche y el asesinato de Dios. Lo que ocurre es que traté de no mencionar el hecho en sí por si alguien no había visto la película. Gracias por leer y por el aporte! Un saludo y que estés bien!