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Crítica de Sangre y Oro (2023): un western de humor negro en el ocaso de la Alemania nazi

Desde Alemania y con dirección de Peter Thorwarth (director de Cielo Rojo Sangre y guionista de La Ola), Netflix acaba de estrenar una entretenida historia de acción y venganza, que a pura parodia, humor negro y tintes gore a lo Tarantino, es básicamente un western ambientado en los estertores finales de la Alemania nazi.

Pocos géneros son tan versátiles y todo terreno como el western. Por más que en sentido estricto el mismo haga básicamente referencia a historias ambientadas en el oeste norteamericano durante la segunda mitad del siglo XIX, su estilo narrativo puede también hallarse en tramas ubicadas indistintamente en el imperio romano, el corazón de África, el espacio, el futuro o la Segunda Guerra Mundial. Este último es precisamente el caso de Sangre y Oro, filme alemán recientemente de reciente estreno en Netflix.

La historia se ubica en los últimos días del nazismo, pero no elige como eje la trama política ni como escenario el frente de batalla propiamente dicho: Sangre y Oro es en realidad un conflicto entre alemanes que tiene lugar en 1945, con el país ya invadido desde el este por los soviéticos y desde el oeste por los estadounidenses.

El lugar es Sonneberg (no es ficticio: existe), pequeña localidad rural que ha sido copada por las SS, estando al frente del operativo un oficial apellidado von Starnfeld (Alexander Scheer), quien, aunque los americanos estén cada vez más cerca, se niega a retirarse por su obsesión en revolver cielo y tierra para dar por un botín en lingotes de oro cuyo paradero se desconoce por haber sido masacrada al completo la familia judía que lo ocultaba.

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En ese contexto, un soldado alemán llamado Heinrich (Robert Maaser) es atrapado intentando desertar y colgado de un árbol, pero quienes hemos visto mucho western sabemos que nunca debes irte y dejar abandonado a quien acabas de ahorcar.

En efecto, es rescatado y auxiliado por Elsa (Marie Hacke), granjera de la zona que vive junto a un hermano con deficiencia mental (Simon Rupp) y que sufre el acoso de soldados nazis que andan en plan de requisa compulsiva de alimentos y otras cosas…

Aunque pacifista y de sentimientos nobles, Heinrich es un rudo, de esos difíciles de matar que se las apañan para ser un dolor de trasero para quienes pretenden capturarlo; reniega del nazismo y de haber servido a lo que llama “nación de asesinos”. La guerra le ha quitado su familia con la única excepción de una pequeña hija a la que quiere encontrar.

De más está decir que trabará especial amistad con Elsa y que la venganza contra las SS se convertirá también en móvil de sus actos, pariendo todo ello una especie de mezcla entre John McClane, John Wick y el “blondie” de Clint Eastwood en la trilogía del dólar.

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Del otro lado, von Starnfeld es un antagonista sin escrúpulos, con medio rostro destrozado al estilo Dos Caras y una máscara reminiscente de El Fantasma de la Ópera; o media al menos. Carga una pesada historia detrás, habiendo estado unido sentimentalmente a una muchacha judía con la cual pensaba contraer matrimonio pero, en fin, las cosas terminaron de otro modo… Su fanatismo lo lleva a creer hasta último momento en una ya imposible victoria nazi, pero la nación y la raza aria parecieran pasar a segundo plano ante intereses más materiales y mundanos: el oro, en concreto…

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No se puede decir que el título de la película no anuncie un festival de hemoglobina y, de hecho, Peter Thorwarth, como director, ya tiene experiencia en sangre a litros como responsable de Cielo Rojo Sangre, otra de título bien gráfico de la cual pueden leer aquí la crítica de mi compañero Carlos. También, de algún modo, la tiene en temáticas sobre ideologías fanáticas y totalitarias por haber sido guionista de La Ola. Pero a diferencia de esta última, la crítica contra el nazismo viene en un formato más grindhouse y envuelta en ironía, sin subestimar al público explicando el mensaje final.

Desde lo técnico, la película tiene una sólida producción y se luce particularmente la fotografía: a pesar de los guiños al cine americano, esta es una realización alemana y alterna primeros planos con encuadres más amplios (sobre todo en exteriores) o a veces perspectivas y ángulos poco usuales.

Hablábamos al principio acerca del western y la realidad es que el momento histórico se presta, ya que la decadencia final del nazismo crea una ausencia de estado que favorece el bandidaje y la justicia por mano propia.

El filme está, por cierto, repleto de homenajes al género y muy especialmente al western spaghetti: créditos iniciales con tipografía en naranja, botín oculto, tiroteo en la iglesia y ahorcados que no mueren, sumados a una banda sonora con silbidos lejanos, aislados acordes rasgados y trompetas que remiten a la frontera mexicano-estadounidense, todo ello alternándose con canciones alemanas de la época que crean claro contraste en las escenas violentas, varias de ellas en la inconfundible voz de Marlene Dietrich.

Y ya que hablamos de violencia, la misma es bien gráfica y gore, pero a la vez llena de sentido de ironía y absurdo, del tipo que hace desternillar de risa al ver un rostro convertirse en un charco de sangre o volar por los aires algún miembro (y si es de un nazi, con más razón). Por cierto, la mayoría de las muertes se dan de manera inesperada y ocurrente, habiendo en ello, por supuesto, mucho de Quentin Tarantino y de Robert Rodríguez.

Y si juntamos nazis con Tarantino, es imposible no pensar en Malditos Bastardos, a la cual hay más de una referencia y, cambiando sótano por ático, remite mucho la escena en que Heinrich permanece oculto en la vivienda rural de Elsa mientras esta intenta sacarse de encima a los efectivos nazis que revisan la granja.

Pero cuidado: tampoco es Tarantino. La película entra con una acción trepidante prácticamente desde el inicio y sin anestesia en lugar de construirse a partir de diálogos que aquí se dan recién hacia el último tercio del filme y sobre todo para hacernos conocer el pasado de algunos personajes, particularmente el de von Starnfeld.

Balance Final

Sangre y Oro es una película entretenida, sangrienta y con toques de absurdo que, como tal, funciona, haciendo pasar un rato especialmente divertido a quienes gusten por igual del género bélico y del western. El elenco principal está muy bien y Robert Maaser tiene todo lo que necesita un héroe de acción: a la alemana, claro.

Sin los brillantes diálogos de las películas de Tarantino, tiene un humor que remite mucho a este y la resolución de la trama se basa más bien en la acción propiamente dicha: de hecho, la historia es algo previsible más allá de que, como dijimos, las muertes o la forma en que se dan no lo sean.

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Dista de ser una obra maestra, pero cumple más que acertadamente con su función y constituye una apuesta bastante arriesgada por parte de Netflix: no sé qué tanto habrán tenido que insistirle a sus ejecutivos para que aceptaran un tráiler tan retro y deliberadamente cutre como el que hicieron para América Latina (échenle, por favor, un vistazo) o para incluir en los créditos el nombre de la plataforma en una tipografía propia de spaghetti western.

No busca en ningún momento ser una película testimonial, lo cual no significa que no contenga su crítica contra el nazismo, pero es más implícita que explícita y con mucho de autoparodia germánica, siendo que los alemanes suelen ser acusados de no saberse reír de sí mismos como sí lo hacen en su cine los ingleses o los italianos. Y de todas formas, los americanos, que recién aparecen en la última escena de la película, tampoco se salvan de la parodia…

En definitiva, Sangre y Oro es una película que se deja ver (salvo que nuestro estómago sea débil), que maneja una estética visual impactante y que hará reír a quienes gusten de un humor tan negro como absurdo. Aprueba y un poco más

Hasta la próxima y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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