Vivimos ahogados en imágenes. Con internet, X, Facebook, Instagram o Tik Tok, la humanidad está más expuesta que nunca a ellas. Pero cantidad y calidad no es lo mismo. Pasamos tan rápido de una imagen a otra que la misma carece de valor. Es más, no interesa que lo tenga. Por eso las películas y series son cada vez más planas, más digitales. Se busca el rápido impacto que no deje poso. Vivimos en la era de la inmediatez y, por eso, es tan necesaria una película como The Brutalist, que ha enamorado a la inmensa mayoría de los críticos, que ha arrasado en distintos festivales y que es la favorita de los Oscar.
¿Merece tanta atención? Vamos a ello… The Brutalist narra la historia ficticia de Laszlo Toth, un afamado arquitecto húngaro de estilo brutalista que emigra con lo puesto a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Una vez allí, un millonario norteamericano le contratará para construir un edificio que sirva como homenaje a su madre. Un lugar que sea centro de reunión, gimnasio, biblioteca o capilla. Un proyecto que obsesionará al arquitecto, lo que afectará a la relación con su mecenas y con su mujer.
En un mundo en el que una película de cine parece producida por los distintos elementos de una ecuación, sorprende The brutalist. Por ser una película de más de tres horas de duración, que abarca varios años de un periodo histórico completo. Una película río como pudo ser El nacimiento de una nación, de D.W. Griffith; la Gigante de George Stevens, la Lawrence de Arabia de David Lean, el Novecento de Bernardo Bertolucci o el Érase una vez en América de Sergio Leone.
Películas todas ellas propias de una época en la que el cine parecía querer aportar algo distinto a la televisión: una experiencia épica aplastante que solo una pantalla de… pues eso, de cine, podía ofertar. Con la batalla perdida por goleada contra las plataformas, sorprende que una amalgama de productoras independientes apostaran por este tipo de historia.
Sobre todo porque el impulsor de este proyecto, en calidad de director y guionista (aquí acompañado por su pareja), es Brady Corbet, un director hasta ahora desconocido para mí de solo 36 años. Resulta extraño que en la actualidad se hayan atrevido a producir una película así. Pero claro, Coppola rodó El padrino con 33 años. Scorsese estrenó Taxi Driver con 34 y Spielberg Tiburón con 29. Todo ello en los años 70, la década dorada del cine americano. A lo mejor deberían tomar nota y otorgar producciones originales a personas con talento y ambición en vez de rodar la enésima secuela, precuela o spin off de turno.
Uno puede pensar que una película de más de tres horas tenga momentos “valle” en su narrativa. Aquellos en los que la tensión decrece. Sorprendentemente, The brutalist es una película que no se hace para nada larga. Construye sus personajes y su trama sin prisa, pero sin pausa, amparándose en el impacto de sus imágenes y en la innegociable coherencia de la segunda.
Comencemos con la imagen. The brutalist es la primera película americana rodada en formato VistaVision desde Con la muerte en los talones, la mejor película de espías de la historia del cine y rodada en 1959. Básicamente y sin entrar en detalles técnicos, el formato VistaVision permite unas imágenes panorámicas rodadas con total nitidez, sin necesidad de hacer zoom y, por tanto, sin que los detalles pierdan calidad.
La apuesta de Brady Corbet por este formato no es un simple capricho del director, sino una defensa a ultranza de que todas y cada una de las imágenes que desfilan por The brutalist sean significativas. Que importen. Que calen.
Esto se hace especialmente patente en la inolvidable primera parte de la película, en la que se narra el periplo de Laszlo (un impresionante Adrien Brody) a su llegada a Estados Unidos. Posteriormente, tras un descanso de quince minutos, asistimos a la reunión del protagonista con su mujer (una no menos impresionante Felicity Jones) y a una última parte que, en mi opinión, es algo apresurada y no termina de redondear una obra prácticamente perfecta.
Porque ese cierto apresuramiento no empaña la coherencia que destila The brutalist, una obra anclada en los años 50 pero que habla de algo tan presente en la historia de la humanidad como el abuso de poder y la complicada lucha por la independencia entre el artista y su mecenas. Al final, Lazslo llega a Estados Unidos huyendo de los nazis para caer en abusadores con otra cara pero, al fin y al cabo, abusadores.
Al final, The brutalist no habla de lo importante del viaje, de disfrutar el momento, de recibir estímulos continuamente porque total, podemos mirar el móvil si perdemos el interés en tal o cual producto de la plataforma. The brutalist afirma que no importa el viaje, que habrá sacrificios y malos momentos, pero que lo que cuenta es el destino.
Por eso, después de tres horas y media, uno podrá decir que la película es lenta y otro que es una maravilla, pero no olvidará esta historia sobre un hombre que sufrió lo indecible porque su obra perviviera. Como Brady Corbet, un director que, con una película de otro tiempo, nos ha contado una historia hecha para trascender en el futuro.
¡Un saludo y sed felices!
¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!