Con más de 30 millones de espectadores sólo en Estados Unidos y una estimación de varios centenares de millones de espectadores totales alrededor del mundo, el episodio final de Juego de Tronos se ha coronado como el mayor evento televisivo de la generación en cuanto a alcance y (cuestionable) popularidad se refiere. Un alcance que no ha venido solo: las numerosas críticas, tanto profesionales como aficionadas, insultos, arranques en redes sociales e incluso una nefasta petición en Change.org para rehacer la octava temporada han sido algunas de las muestras constantes de reacción apasionada al final de una ficción que, como todo evento, ha trascendido su naturaleza de serie para verse desbordada por el impacto de las reacciones de su audiencia. ¿Está justificada la reacción generalizada en redes sociales? ¿Ha sido realmente tan desastrosa –al menos en comparación con lo que la precede– esta octava y última temporada de Juego de Tronos? Sí, y no.
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Quejas razonables, quejas desmedidas
Antes incluso de entrar a valorar la validez de las razones que han llevado a numerosos fans (más de un millón y medio en el momento de escribir este texto) a firmar una petición para que se rehaga la última temporada de la serie, podemos descartar la legitimidad de la propuesta por insolente. Habría parecido difícil de creer hace no muchos años que un grupo de personas, aficionados y espectadores varios de una ficción, se creyeran con la autoridad suficiente para reclamar –la petición tiene poco de elegante en sus formas– la reconstrucción desde cero de aquellas partes de la misma con las que no están de acuerdo. El enunciado de la petición, “rehacer Juego de Tronos temporada 8 con guionistas competentes” es un resumen perfecto de la locura normalizada de las redes sociales: ya no se trata de criticar legítimamente, de dar una opinión negativa (fundada o no) sobre la serie o película que consumes: se trata de arrogarse el derecho de exigir a las mismas personas que han hecho posible durante años esa ficción –y de la que ahora te sientes distanciado– que elaboren una conclusión a tu gusto. La base misma de la ficción (televisiva u otra), a diferencia de la libertad plena de los fans para reimaginar personajes y situaciones que suponen los fan fiction, consiste en la capacidad del (los) creador(es) es de la misma para iniciar, desarrollar y dar cierre a su obra según consideren. Es un proceso unilateral, quizás colaborativo, pero en ningún caso recíproco: los creadores de la ficción la entregan, los espectadores la consumen (o dejan de consumir). La crítica, opinión o incluso enfado hacia estos creadores y su hacer como reacción a un desarrollo o cierre poco satisfactorios a las historias que en algún momento encandilaron a esa audiencia entran dentro de lo lógico, y forman parte de la experiencia común en que se convierte cualquier evento cinematográfico o televisado de cierto alcance. No son las razones detrás de la petición sino la intención de la misma lo que convierte en ofensiva –así lo ha manifestado la propia actriz Sophie Turner– todo los que rodea a la petición. Ahora bien, ¿cuánta razón hay en las críticas que han dado pie a este movimiento?
Juego de Tronos adelantó a la fuente de la que bebía allá por la quinta temporada de la serie. Cuando Canción de Hielo y Fuego dejó de ser la base que sustentaba los guiones –adaptaciones a la gran pantalla de considerable habilidad– pasó de ser una adaptación a tener vida propia. El problema, notable desde el mismo segundo en que esto sucedió, es que se requieren talentos distintos para adaptar un texto a otro medio de los que se necesitan para crear desde cero en ese último medio. No es que los guiones de la serie fueran perfectos antes de ese momento (y podemos tomar como doloroso ejemplo la supina estupidez en que mutó la trama de Dorne), pero mantener una guía que les permitiera no desviarse de un buen desarrollo de personajes y un avance orgánico de las tramas era una ayuda descomunal que permitiría a cualquier showrunner mediocre llevar a buen puerto una historia tan descomunal (en valores de producción y densidad de tramas) como ha sido desde su inicio Juego de Tronos. Tampoco había sido nunca una serie de directores: en la tradición de toda la televisión previa a Twin Peaks, Los Soprano o Perdidos, Juego de Tronos se regaló en privilegiar a los guionistas y relegar a los directores al plano de meros realizadores; incluso los nombres ahora más conocidos de la serie, como el estadounidense David Nutter, mantenían un perfil estrictamente teatral que ponía todo su empeño en la dirección de actores y olvidaba convenientemente el uso narrativo de la cámara. Esto suponía un alivio para una HBO que ya tenía que lidiar con calendarios ajustados, producciones millonarias y una cantidad de personal creciente temporada tras temporada antes incluso de que estallara en el éxito más reciente. Con la sexta entrega de la serie, una vez libres del cariz literario de la fuente, la serie tomó una dirección distinta: hubo un mayor énfasis en la acción, ya sea literal o indirectamente, y se dio paso a un dinamismo mucho más visual que relegaba el drama teatral, basado en su totalidad en los diálogos, que había caracterizado a las anteriores temporadas. Este giro suponía la necesidad de darle un impulso visual a la serie: un impulso que prescindiera de las elipsis como aquella que precede a la batalla de Winterfell (no, no la más reciente: hablo de aquella en que se da muerte a Stannis, tanto físicamente como a la dignidad de su personaje) y se recreara en cada uno de esos momentos que hasta entonces habían ocupado un segundo plano. La sexta temporada funcionó a las mil maravillas: de alguna forma, el nuevo dinamismo dio una nueva vida a guiones cuya calidad habían descendido en picado, camuflando la mediocridad del desarrollo de las tramas tras una nueva apariencia que casi parecía consecuencia climática necesaria de toda la escalada que habían supuesto las anteriores temporadas. Parecía.
Pero el artificio acabó con la séptima temporada, la gran culpable (si tenemos que enfocar una) de la decadencia de la serie. Una temporada que, aparte de convertirse en la única de todas cuyo argumento es completamente prescindible a nivel de causa-efecto para la que sigue, dio absoluta prioridad al momento en detrimento del desarrollo. En un caso insólito, no fue la productora de la serie la que impidió un cierre con tiempo suficiente apresurando la producción con límites (HBO estaba dispuesta a conceder hasta cuatro temporadas más), sino los propios showrunners quienes decidieron adelantar los acontecimientos prefiriendo un final abrupto a un desarrollo prolijamente entretejido. El quinto episodio es brillante, pero solo si lo extraemos de su contexto: nada de lo que se nos presenta en él funciona cuando se analiza junto a lo que lo precede. En general, no hay coherencia externa, no hay desarrollos adecuados y, especialmente, no hay propósito más allá de echar un cierre. No es lo que ocurre, sino cómo ocurre, y más aún: la forma de la serie, maltrecha e inconsistente, se debate entre el estilo de David Nutter –característico de las etapas más teatrales, bidimensionales de la serie, y el estilo de Miguel Sapochnik, lleno de relieve pero sólo hábil gestionando momentos climáticos. Y por si todo esto fuera poco, el último episodio a manos de Weiss y Benioff es la última puñalada a un desarrollo ya de por sí pobre. Unos directores sin experiencia capaces tanto de relamerse con incontables travelings sucesivos de un personaje caminando (nunca la facilidad para conseguir dinero de producción había hecho tanto daño) como de plantarnos en una elipsis una de las transiciones más relevantes de toda la serie. El episodio plantea una escalada y su clímax en veinte minutos, comprimiendo en un resumen más característico de los “Anteriormente en Juego de Tronos…” que preceden cada episodio en su emisión que de un episodio en sí mismo. Abrupto, excesivo, siempre infantilmente hipersimplificador y genuinamente estúpido en ocasiones (cierto plano de alas extendiéndose tras un personaje haría sonrojarse a cualquier persona con sentido de la sutileza), el último capítulo de Juego de Tronos ha tomado cierres argumentales coherentes y los ha estrellado en la cara a la audiencia, cada vez menos sorprendida, en la chapuza definitiva.
Lo que nos queda
Juego de Tronos ha presentado en sus dos últimas temporadas una carencia manifiesta de control del tono, desarrollo y enfoque. Ha tirado por la borda las progresiones para dar la bienvenida a las sucesiones de momentos relevantes, algo que podría haber funcionado –a duras penas– en una ficción cuyas normas preestablecidas no fueran explícitmante en contra de estas técnicas facilonas. Con todo, nos quedan cosas para rescatar: la capacidad de la producción para atraer talentos, con especial mención a la titánica tarea sinceramente retratada en el documental The last watch, con diferencia más consistente que la serie cuya elaboración retrata. Pero, sobre todo, queda una enseñanza elemental: la de que es totalmente imposible llevar a buen puerto una gran producción cuando ni se entiende adecuadamente la fuente que se adapta ni se posee el talento y capacidad necesarios para sustituir la inventiva de esa fuente con parches. Juego de Tronos podría haber sido, en las manos adecuadas, una de las grandes obras de la ficción moderna. Sin embargo, ocho años después, resulta difícil defender sus resultados en un balance global. Quizás en otra ocasión.
Yo tampoco apoyo que se fuerce a rehacer el final de la serie. Ahora todo el mundo se va con derecho a exigir a la gente lo que tiene que hacer, y encima gratis. Quieres que te rehaga el final de la serie? Pues la producción y mi salario me lo pagas tu majo. Cuando te pase la factura ya verás como se te quitan las ganas de rehacer nada. Si tan poco te ha gustado la serie, pues date de baja de HBO, aunque seguro que la mayoría se lo vio gratis a través de Internet. Si los guionistas no han estado a la altura, pues mala suerte. Si algún día algún productor quiere poner dinero y marcarse un Full Metal Alchemist, pues fantástico pero para ello el escritor tiene que acabar primero su historia, y tampoco lo veo por la labor. Cuantos años hace ya del último libro? Yo creo que está embarcado en otros proyectos más lucrativos y menos creativos, como consejero en futuros videojuegos, y disfrutando de la fama y el dinero que no tuvo antes. Tengo un amigo que me dice que seguro que acaba los libros. Si el hombre tuviera 30 años yo también diría eso, pero viendo lo cascado que está y que no es precisamente un mozalbete lo dudo. Aunque no está bien la petición que se ha hecho, si que al menos podría considerarse un aviso para navegantes. Estos guionistas se van a encargar de la próxima trilogía de Star Wars, y se ha visto que sin una base argumental previamente escrita no dan la talla. Star Wars no cuenta con una base argumental escrita… El resultado puede ser nefasto.
Quizás la falta de expectativas sobre un material aún desconocido haga que lo que sea que acabe siendo la película resulte menos decepcionante. En este caso había más en juego que el desenlace de una serie: para muchos esto era el cierre de lo que había empezado en los libros, a falta de un cierre próximo de los mismos. Ya veremos qué tal se les da.
Es una pena que haya acabado tan mal pudiendo haberse hecho bien sólo porque tuvieran prisa en acabar la serie. Lo que ocurre durante toda la temporada en sí no es tan malo sólo es el como ocurre, como se refleja, es como un resumen mal hecho de lo que tenía que haber sido. Hasta los actores han dicho que echaban en falta más escenas. Lo que no entiendo es cómo todos los involucrados en la serie se esforzaran tanto en hacer la temporada y nadie pusiera pie en pared con el guion (sobretodo con la segunda mitad del capítulo final que me es totalmente inverosímil).
Es un poco feo lo de la petición pero es cierto que la temporada no está bien hecha, si me sobrará un billón me lo gastaría en remendar la última temporada.
Dudo que haya ya arreglo. El desastre se veía venir desde hace algunos años. Ahora queda esperar que hayan aprendido de los errores para los spin-offs, en los que sí que (parece ser que) habrá más Martin y menos divorcio creativo.
Que triste es lo que pudo haber sido y lo que finalmente no fue.As dado en el clavo respecto a que fue en la séptima temporada donde empezó la debacle.¿Tubo Martín parte,o más,de la culpa por no haber impuesto su criterio artístico?.Esta muy claro que la serie náufrago en el momento en que se desligo de los libros,de la crucial visión que imprimía Martín a la trama y a los personajes.Como ya he dicho,una auténtica pena.
Gracias por el comentario, Diego. Difícil saber hasta dentro de algún tiempo lo que opina Martin sobre la desviación de la serie, o hasta qué punto se hizo con su beneplácito.