Dos años después de su impactante final, volvemos a Poniente y al universo ideado por la mente maestra de George R. R. Martin. En un mundo dominado por Netflix, el fenómeno televisivo (junto a Perdidos) del siglo XXI fue la fantasía épica con dejes de telenovela familiar Juego de Tronos. Ahora es el turno de La Casa del Dragón, precuela centrada en los Targaryen.
En Las cosas que nos hacen felices somos muy aficionados al mundo creado por George R. R. Martin, como se puede comprobar con todos nuestros artículos.
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Dos años después del final de la primera temporada de La casa del dragón tenemos el último capítulo de esta segunda temporada. Una tanda de capítulos más corta, ocho en vez de diez, en la que nos imaginábamos sumergidos en la guerra civil conocida como la Danza de dragones.
Sin embargo, la sensación general es de desconcierto. Para bien, se podría decir que La casa del dragón ha desmontado las expectativas de los espectadores de la serie. Nos ha dado otra cosa a la que esperábamos. Para mal, lo que nos ha dado no es ni la mitad de estimulante de lo que hubiera supuesto embarcarnos directamente en el gran conflicto entre los miembros de la familia Targaryen.
En sí, no es un problema cocinar el conflicto a fuego lento. De hecho, lo que marcó a las primeras (y mejores) temporadas de Juego de Tronos era precisamente esa tensa preparación de fichas que estallaban en un giro dramático de los acontecimientos en que ningún personaje estaba libre de la manipulación o de la mismísima muerte.
En La casa del dragón hay mucha preparación de fichas e incluso algún que otro giro dramático. Pero la falta de tensión es sangrante. La serie es brillante desde el punto de vista técnico y muchos de sus actores son carismáticos, pero el desarrollo de muchas de sus tramas deja que desear y ha lastrado el ritmo de una serie que siempre promete más de lo que da realmente.
LOS VERDES: EL BANDO PERDEDOR
Tras la revelación de los jinetes de dragón que ha reclutado Rhaenyra, Aemond está desatado y busca aliados en su propia familia. Daeron, el hermano del que mucho se habla pero que todavía no ha aparecido, ya monta un pequeño dragón. Y el regente intenta obligar a Haelaena a que monte al enorme dragón Fuegosueño, pero ella se niega.
Eso sí, su estrategia de aliarse con la Triarquía parece haber surtido efecto gracias al buen hacer de un personaje tan insulso como Tyland Lannister, el cual, de repente, adquiere una entidad nunca antes vista en la serie. Esta subtrama muestra los dos grandes defectos narrativos de la serie.
En primer lugar, la aparición y desaparición de personajes al antojo de los guionistas. Un personaje como Tyland adquiere de repente una relevancia especial. Y claro, no conectamos con él porque apenas ha habido escenas antes con la que familiarizarnos con el personaje.
Y luego está el sentido rítmico de la trama. La alianza con la Triarquía es una trama más propia del nudo de una temporada para que la flota aparezca de forma sorprendente al final. Al fin y al cabo, en eso consiste un último capítulo, en impactarnos y dejarnos con ganas de una tercera temporada para la que habrá que esperar otros dos años.
Por otro lado, si para algo sirve este último capítulo es para servir de penúltimo capítulo. Es decir, para plantear la nueva situación de muchos personajes antes de una traca final…que nunca llega.
Un ejemplo es Criston Cole, el ambicioso caballero que ha acabado pisoteado ante la capacidad de destrucción de los dragones. Su monólogo final es una muestra más del nihilismo de un personaje que, después de todas las pasiones que le han movido, de lo que ha odiado y amado, puede ser pasto de una criatura en cuestión de segundos. Sabe que camina hacia una probable muerte segura y que su recuerdo será pisoteado por generaciones.
Otro de los personajes que más ha evolucionado ha sido Aegon Targaryen. No solo su cuerpo ha cambiado tras el encuentro contra Vhagar y Meleys, sino también su propio narcisismo. Finalmente, accede a la petición de Larys de huir de Desembarco. En esta lucha de dragones, los dos bandos se desgastarán y Aegon podría regresar como un rey pacificador.
Y, finalmente, tenemos a Alicent. Su retiro al bosque sonaba a suicidio pero, en su lugar, decide quemar su última carta volviendo a reunirse con Rhaenyra. Si la primera vez era la Targaryen quien suplicaba a la Hightower, ahora las tornas han cambiado.
LOS NEGROS: EL BANDO GANADOR
Si para algo ha servido esta segunda temporada es para dejar claro que el balance de poder ha cambiado.
Ahora Rhaenyra cuenta con tres jinetes de dragón más. Lo que no quiere decir que vayan a dar problemas. De momento, los modales de Ulf no son los más adecuados, pero lo más preocupante es su incorregible pensamiento de que, por el hecho de montar un dragón, merece los mismos derechos que la familia real Targaryen. Apuesto a que será carne de traición de un momento a otro.
Aún así, casi todo son buenas noticias para los Negros. Tras una trama a priori interesante pero alargada por la repetición de situaciones, Rhaenyra y Daemon se reencuentran… con el apoyo incondicional de este. La última visión de Alys Ríos revela ya no solo que Daemon no es el ser humano más importante de Poniente, sino que es alguien insignificante en una guerra silenciosa contra una amenaza oscura que procede de más allá del muro. En su visión, solo una mujer Targaryen salvará el mundo… a costa de no prevalecer. Así, Daemon regresa a los brazos de su esposa porque considera que puede ser importante protegiendo a la mujer que salvará Poniente de los Caminantes Blancos.
Obviamente, Daemon malinterpreta la profecía, dado que la mujer Targaryen es Daenerys y no Rhaenyra. Poco importa eso, más allá de que, tras muchas y repetitivas idas y venidas, Daemon le ha dado un ejército a su reina.
Con Daemon dispuesto a plantar cara en las Tierras de los Ríos, Rhaenyra accede a mandar a sus jinetes de Dragón a Lannisport y Antigua. Tiene tantas cartas ganadoras que ya solo le quedaba que se presentara Alicent en una reunión en las que las tornas han cambiado.
Ahora es Alicent la que le ofrece Desembarco del Rey a cambio de poder alejarse con Haelaena y vivir una vida tranquila. Sin embargo, Rhaenyra necesita la cabeza de Aegon. Con todo el dolor de su corazón, Alicent se lo concede… sin saber que Aegon ya está fuera de Desembarco del Rey.
Y así, con todas las piezas colocadas, uno espera un conflicto descomunal que no llega. Queda esperar para la tercera temporada. Mientras tanto, lo que queda es una serie espectacular en su producción pero que no termina de destacar.
¡Un saludo y sed felices!
¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!