Antes de hablar de La casa en el confín de la Tierra, debemos llevar a cabo una reflexión. Hay muchas obras pioneras que acaban en el olvido por la existencia de otras más conocidas que pulen lo que estas introducían o que, simplemente, tuvieron más éxito comercial. Así, la figura algo mitificada del genial Howard Phillips Lovecraft ha eclipsado a todos los maestros que él mismo reconoció como sus influencias principales: Lord Dunsany, Robert W. Chambers, Algernon Blackwood… o el escritor que nos ocupa en esta ocasión, William Hope Hodgson, entre cuyos trabajos se encuentra La casa en el confín de la Tierra.
Esta novela es uno de los exponentes más claros y tempranos del horror cósmico, género en el que los protagonistas se enfrentan a una fuerza que apenas pueden comprender y mucho menos derrotar, y que tomó importancia en un siglo donde el universo se nos comenzó a antojar como un lugar inhóspito en el que somos insignificantes y no se escuchan nuestros gritos.
Más allá de los archiconocidos tentáculos, más popularizados por los ilustradores e imitadores de estos escribas que por ellos mismos, esta es la esencia de este subgénero… y el enfermizo cómic del que hablaremos en esta ocasión, en el que el dibujante Richard Corben adapta esta novela corta al lenguaje del Noveno Arte, entiende muy bien por qué marea mirar a las estrellas.
Una casa abandonada
El relato da comienzo desde la perspectiva de dos amigos que se encuentran de vacaciones en un pueblecito irlandés, donde descubrirán el diario de un individuo que parece extremadamente perturbado, pero que cuenta unas historias grotescas que les hace pensar que ha visto algo que el ser humano no debería ver. La narración de este protagonista, del que nunca llegamos a saber el nombre, describe los intentos de fortificar su casa contra una serie de incursiones desde un lugar que bien podríamos describir como otra dimensión.
Durante las noventa páginas de este tebeo, contemplamos cómo la cordura de este individuo va disminuyendo gradualmente, al mismo tiempo que se va encontrando con criaturas extrañas cuyo origen no se sabe explicar. La hermana del narrador, que convive con él en esta casa, comenzará a sentirse más amenazada por él que por los monstruos… y los lectores de este diario tendrán que preguntarse si lo que dice es una loca fantasía o si este hombre tiene algo de razón.
Solo ante el peligro
La casa en el confín de la Tierra cambia algunos elementos respecto a la novela homónima de 1908, dando menos importancia a algunos pasajes más rutinarios en los que el narrador prepara la defensa de su vivienda, y expandiendo el final para dar una conclusión menos abierta. Sin embargo, por lo general, esta novela gráfica consigue capturar aquello que cautivó a personalidades tan destacadas como Alan Moore o Terry Pratchett: una completa sensación de desasosiego, de la primera viñeta a la última, que no nos permite saber si al segundo siguiente nos encontraremos con una nueva amenaza.
A esto contribuye, como no podía ser de otro modo, el estilo malsano de Corben, que deforma a sus personajes hasta convertirlos en caricaturas en cuya piel se puede poner cualquiera de los lectores. Los monstruos que atacan la casa del personaje principal tienen un diseño magistral que prima la sencillez frente al exceso, y que utiliza elementos de animales que conocemos para crear una bestia totalmente alienígena y ajena a nosotros.
Como punto negativo, no se puede olvidar que hay algunos géneros que funcionan mejor sin recurrir a la imagen, y el horror cósmico es sin duda uno de ellos. En esta adaptación, algunas de las espeluznantes e inefables visiones que tiene el protagonista son adaptadas al lenguaje del cómic… y no siempre funcionan. Quizás, en alguna de las secuencias oníricas, habría sido preferible incluir una narración similar a la de la novela y dejar alguna viñeta en negro, o mostrar solo la reacción del narrador. En cualquier caso, se trata de un problema menor que no impide disfrutar de esta obra.
Conclusión
La casa en el confín de la Tierra, aún con sus fallos, resulta una aproximación más que decente a la obra original de Hodgson, y un buen punto de entrada para aquellos que quieran explorar este subgénero. El terror tiene muchas caras, y puede tratar una gran cantidad de temas: el miedo a la maternidad en El bebé de Rosemary, las enfermedades de transmisión sexual en It Follows (podéis leer aquí nuestra crítica de la película) … y, en este caso, el mismísimo instinto de supervivencia, y el modo en que reaccionamos cuando esta se ve amenazada.
El horror cósmico es capaz de provocarnos un escalofrío, pero no a través de sus monstruos ni de los nombres impronunciables que estos esgrimen, sino de la atávica sensación de pequeñez que experimentamos ante ellos. En este sentido, la claustrofobia que llega a provocar el cómic bien justifica su compra.