Mañana es el día en que Max estrena para España la serie Ciudad de Dios: La Lucha Sigue, (hoy para Latinoamérica), lo cual constituye inmejorable oportunidad para revisitar Ciudad de Dios (2002), producción brasileña que, dirigida por Fernando Meirelles y Kátia Lund, retrata el mundo de las favelas como nadie lo ha hecho y con una óptica que, aun cuando cruda y descarnada, no deja afuera la excelencia ni la poesía cinematográficas. Obra única y de ineludible visionado.
Bienvenidos a un nuevo retro-análisis, hoy muy especial no solo por la dimensión del título que nos ocupa, sino porque además viene a cuento de que mañana Max está estrenando para España el primer episodio de la serie Ciudad de Dios: La Lucha Sigue, cuyos restantes cinco de la temporada irán de aquí en más llegando semanalmente. Qué mejor oportunidad pues para repasar una obra maestra como Ciudad de Dios (2002), filme brasileño de Fernando Meirelles y Kátia Lund que, con crudeza documental a la vez que belleza cinematográfica, recrea el duro mundo de las favelas y el crimen organizado de Río de Janeiro.
La idea le nació a Meirelles tras leer la novela homónima (en portugués Cidade de Deus) que escribió Paulo Lins a partir de sus propias experiencias por haber crecido en la favela que da título y es la mayor de Río. Con unas cien historias separadas y trescientos cincuenta personajes diferentes, adaptarla no era nada fácil, al punto que el guionista Braulio Mantovani escribió una docena de borradores antes del definitivo.
Tampoco era fácil rodarla por la peligrosidad de las localizaciones y la dificultad de encontrar actores creíbles como habitantes de favelas, tanto en el tipo racial como en el modo de hablar o comportarse. De hecho, la intención inicial era filmar en la propia Ciudad de Dios, pero… no se consiguió el permiso del narcotraficante a cargo. El rodaje debió entonces realizarse en un barrio similar (Cidade Alta), donde sí se obtuvo el visto bueno del narco dominante que, por cierto, estaba en prisión. Todo muy loco y hasta surrealista, pero la magnitud del proyecto así lo requería.
Fundamental fue para Meirelles su asociación con Kátia Lund como codirectora, quien acreditaba buena experiencia filmando en favelas por haber trabajado para Michael Jackson y a las órdenes nada menos que de Spike Lee en el videoclip de la canción They don´t care about us, rodado justamente en una de ellas. También había codirigido junto a João Moreira Salles el documental Noticias de una Guerra Particular que, girando en torno a las guerras entre bandas de narcos y policías de Río, se hizo acreedor de un premio Emmy.
La sociedad entre Meirelles y Lund tuvo su primera prueba piloto con la realización, en 2000, del cortometraje Palace II, que cuenta la historia de dos jóvenes de Ciudad de Dios que desean ir a un concierto, pero no tienen dinero y la mejor forma de conseguirlo es trabajando para narcos. De algún modo, sirvió de “tráiler” a la película.
Armar elenco fue otro problema. “Hoy puedo abrir un casting y tener quinientos actores negros – dice Meirelles –, pero hace solo diez años esa posibilidad no existía. En Brasil había tres o cuatro actores negros jovenes y, al mismo tiempo, sentía que los de clase media no podían hacer la película. Necesitaba autenticidad”.
En efecto, el único actor que llegaba acreditando currículum era Matheus Nachtergaele, quien interpreta al narcotraficante Zanahoria y es uno de los pocos blancos. Para dar realismo a su personaje, no obstante, se mudó a Ciudad de Dios y estuvo viviendo allí durante los tres meses previos al rodaje.
En cuanto a Alice Braga, quien interpreta a Angelica (interés amoroso de más de un personaje con el correr de la película) tenía en su haber la herencia familiar de ser sobrina de la mitica Sônia Braga, además de haber participado de niña o adolescente en obras de teatro, cortometrajes o avisos publicitarios, pero estaba ya en el completo anonimato y estudiando en la universidad al ser convocada por Meirelles para el filme, su primer largometraje.
El resto son en su inmensa mayoría actores amateurs y muchos de ellos residentes de Ciudad de Dios o de Cidade Alta. Para trabajar con ellos, no se recurrió a largas sesiones de ensayo ni aprendizaje de técnicas actorales, sino que se buscó que se enfocasen en reproducir del modo más natural posible las escenas de la vida cotidiana de la favela y, muy especialmente, las relacionadas con las batallas entre bandas que conocían de primera mano. La improvisación, por ende, tuvo un lugar fundamental.
La Historia
Pero esta no solo es una película difícil de realizar, sino también de resumir, algo semejante a lo que me ocurrió cuando tuve que contar Pulp Fiction (aquí retro-análisis). Y la relación con Quentin Tarantino no es azarosa: después de todo no sé si habrá otro director más influyente en los últimos treinta años y su marca se advierte claramente. Estoy seguro de que Meirelles habrá visto decenas de veces Pulp Fiction…
El manejo del tiempo, sin ir más lejos, es de todo menos lineal, habiendo incluso subtítulos que separan las historias particulares de los personajes. Y como el filme de Tarantino, también este empieza por su final, con una gallina perseguida a tiros por una banda criminal que le anda a la caza más por diversión que por hambre, situación que reaparecerá sobre el cierre como preámbulo a la batalla decisiva que, entre pandillas rivales, se librará en las calles de la favela con la policía huyendo estratégicamente de escena para no meterse en problemas.
La historia, que va recorriendo distintas décadas a partir de los sesenta, sigue a tres generaciones de delincuentes de Ciudad de Dios. Comienza por el Trío Ternura que, integrado por Marreco (Renato de Souza), Cabeleira (Jonathan Haagensen) y Alicate (Jefechander Suplino), termina por hacer honor a su nombre cuando se lo compara con los grupos que después iremos conociendo. El propio relato en off nos adelanta que en su momento eran vistos como los bandidos más peligrosos, pero a la larga quedaría en claro que “solo eran aprendices”.
Lo suyo no eran todavía las drogas, sino los atracos. El de un motel, particularmente (que termina en consecuencias inesperadas que ni siquiera conocen del todo) es el punto de inflexión no solo para ellos, sino también para que la historia salte en el tiempo a contarnos la de Ze Pequenho (Leandro Firmino) y Bené (Phelippe Haagensen), a quienes vimos crecer de niños a la sombra de los anteriores para erigirse luego en líderes del tráfico en la favela junto al ya mencionado Zanahoria, que controla una zona diferente.
A su vez, una tercera generación de niños a los que se conoce, según traducciones, como “enanos” o “raterillos”, está creciendo por debajo y cometiendo robos en la favela, lo que a los ojos de los líderes principales es faltar al código y atraer a la policía. Brutalmente perseguidos, aleccionados y finalmente reclutados por Ze Pequenho, irán ganando un protagonismo que de manera dramática alcanzará su pico en el final.
En medio de todo ello, tenemos la historia personal de Buscapé (Alexandre Rodrigues), el cual, traducido su nombre como Cohete o Rocket, es un joven en proceso de iniciación sexual y con sueños de fotógrafo, como también el que hace el relato en off y sobrevuela todo el filme como testigo directo y no tan privilegiado de los hechos.
Asimismo, se nos cuenta la historia de Mané Galinha (Seu Jorge), guarda de autobús con éxito entre las mujeres que se define a sí mismo como “amor y paz”, pero a quien los acontecimientos obligarán a renunciar a su filosofía para tomar las armas movido por la pérdida, el resentimiento y la venganza personal. Como siniestro dato de color, buena parte de esa pérdida tiene que ver con que su hermano menor es asesinado por narcos, exactamente lo mismo que le había ocurrido al actor que interpreta al personaje.
Influencias
Hay tantas virtudes en Ciudad de Dios que cuesta elegir una para comenzar a hablar de la película. Es una historia de gangsters, sí, pero no una convencional ni de género. Muestra la más cruda realidad sin anestesia alguna, pero a la vez es capaz de hacer reír llegado el momento: imposible no hacerlo, por ejemplo, cuando como envoltorio de un cigarro de marihuana Buscapé utiliza por error el papel en que la camarera de una cafetería le ha dado su número de teléfono para que la llame.
Y si bien el filme trata sobre la dura vida de las favelas, no se queda en el alegato testimonial o documental tan frecuente en el cine latinoamericano, sino que construye un relato cinematográfico sublime en el que no están ausentes la poesía ni la estética fílmicas.
Ya hemos hablado de la influencia de Tarantino, particularmente en la segmentación y sobre todo en el manejo del tiempo, que se ve ayudado por la increíble edición (el filme fue de hecho nominado al Oscar en tal categoría): cada vez que un personaje nuevo entra en escena, la historia nos lleva atrás para recorrer el camino que le ha guiado hasta allí, pero no con el clásico recurso de contar las diferentes líneas de tiempo y flashbacks, sino de modo tan genial que no hay detalle librado al azar y terminamos entendiendo todo en retrospectiva sin que las subtramas se vuelvan confusas u opaquen la principal.
Todo se va imbricando perfectamente para que acabemos quizás viendo una misma escena varias veces, pero en cada oportunidad desde diferente perspectiva o con más contexto previo. Una verdadera hazaña fílmica que solo grandes directores pueden lograr…
Y así como reconocemos la huella de Tarantino, también se puede encontrar la de Martin Scorsese, no solo por la fría y descarnada violencia que envuelve a toda la historia, sino también por el relato en off a partir de un protagonista. Y no ha de ser casualidad que ese mismo año el prestigioso realizador estrenara Gangs of New York, que giraba en torno a los enfrentamientos de bandas en los Estados Unidos del siglo XIX.
También se reconoce algún sesgo del antes mencionado Spike Lee, con quien no en vano la codirectora Kátia Lund había ya trabajado, pudiendo particularmente encontrarse puntos de contacto con Haz lo que debas (1989, conocida en Latinoamérica como Haz lo Correcto), obra maestra del realizador afroamericano que amerita igualmente retro-análisis algún día porque está entre mis predilectas y es una lección de cine con todas las letras.
A Través del Lente
Pero a pesar de todas esas influencias, sería un error pensar en Ciudad de Dios como mera fusión de estilos. El filme tiene también su propia personalidad, ya sea por su tono casi documental o por su sello inconfundiblemente latinoamericano y particularmente brasileño. De hecho, recomiendo poner el audio en portugués original: tiene otra fuerza, créanme…
Meirelles y Lund construyen una película que abreva con fuerza en lo social, pero que a la vez rehúye el clásico tratamiento que a tal aspecto suele dar el cine de América Latina, por lo común más centrado en la denuncia que en la historia. El tono de alegato no es aquí simple discurso, sino retrato casi antropológico y no es casual que la óptica sea la de un fotógrafo: como si viéramos a través del lente de una cámara por más desgarradora que pueda ser la captura en cuestión.
Hay, de hecho, escenas en las que me cuesta seguir mirando a pesar de la cantidad de veces que he visto la película. El momento en que un niño pequeño recibe, a modo de lección, un disparo en el pie es realmente descarnado y su llanto tan creíble que cuesta entender cómo pudo Meirelles conseguir tal naturalidad de alguien de tan corta edad y sin experiencia en actuación.
Ciudad de Dios es además una historia en la cual no es fácil tomar partido o, mejor dicho, nos obliga a hacerlo entre opciones poco santas. Seguramente Ze Pequenho, magníficamente actuado por un Leandro Firmino que dice mucho más con la expresión de su rostro que con palabras, es el villano principal de la historia, pero no es que quienes estén a su alrededor sean la Madre Teresa. Hasta el propio Buscapé (muy sólido y convincente Alexandre Rodrigues) flirtea con el delito en algún momento.
Hay, por cierto, tres antagonismos principales y los tres involucran a Ze, pero en cada caso tenemos que terminar tomando partido por alguien que tampoco vacila en tomar las armas, practicar la delincuencia o, llegado el caso, matar. E incluso uno de esos antagonismos es también sociedad y relación de amistad, pues Bené es lo opuesto a Ze a pesar de ser su amigo. No por nada Zanahoria alude a él como “el bandido más amable de Ciudad de Dios”, definición casi weberiana y paradójica en sí misma del liderazgo carismático, pero perfecta para entender lo ambiguo de los parámetros de la moral en un ámbito como ese.
El segundo antagonismo de Ze es, de hecho, con el propio Zanahoria: no solo compiten por el control de la zona, sino que además representan distintas experiencias y modos de actuar, no tolerando el primero que el segundo permita a los “enanos” robar en la favela. El tercero es con Mané, un choque en la propia película definido como el clásico enfrentamiento entre “el feo malo feo y el guapo bueno”: casi un homenaje al western.
El filme es además rico en simbolismos que son capaces, en una única imagen o secuencia, de resumir profundas realidades sociales: la gallina que corre de los narcos en la primera escena no es otra cosa que representación de la mayoría de quienes allí viven y quieren, pero no pueden, llevar una vida pacífica al margen de tanta muerte y delito. Y el único coche policial que patrulla el lugar es siempre el mismo aunque pasen las décadas, cabal muestra de que la favela, haciendo honor a su nombre y tal vez resignificándolo, se halla precisamente librada a la buena de Dios.
De hecho, es válido aclarar que, más allá de que se le hayan agregado rasgos ficticios, Ze Pequenho está basado en un narco real de casi idéntico apodo, como también fue cierta su rivalidad con Mané Galinha que, al igual que en la película, era un bandido con imagen de justiciero cuya novia había sido violada por la banda de Ze (con los créditos finales aparece un testimonio de archivo suyo).
La fotografía (también nominada al Oscar) merece igualmente mención, corriendo a cargo del uruguayo César Charlone, que ya había trabajado con Meirelles en el cortometraje Palace II y volvería a hacerlo en la serie Ciudad de los Hombres o en filmes como El Jardinero Fiel (2005) o Los Dos Papas (2019, aquí nuestra crítica). También tendría en sus manos la parte visual de la serie distópica 3% (aquí análisis de un servidor) y sería convocado por directores estadounidenses como (una vez más) Spike Lee en Sucker Free City (2004) o Doug Liman en Barry Seal: Solo en América (2017).
Hay momentos muy logrados, como cuando en una de las primeras imágenes vemos a Buscapé agazapado para atrapar a la gallina mientras queda en el medio de las bandas rivales y un impresionante giro de cámara a trescientos sesenta grados lo transporta de inmediato a una versión más joven en idéntica posición, pero como portero de fútbol barrial y preparado para la ejecución de un penalti que, obviamente, no contiene.
O cuando Alicate, trepado a un árbol para huir de la policía, tiene una visión de un pez que remite claramente a La Ley de la Calle (1983), otra maravillosa joya cinematográfica sobre bandas marginales delictivas que, dirigida por Francis Ford Coppola, pide retro-análisis en esta web.
El soundtrack, compuesto por Antonio Pinto y Ed Cortés, está a la altura de la exigencia, sabiendo cuándo ser sórdido y cuándo emotivo, además de verse complementado y potenciado por un cancionero que, recorriendo las diferentes épocas, recala tanto en artistas brasileños (Cartola, Tim Maia, Raúl Seixas, Wilson Simonal) como internacionales (James Brown, Bachman-Turner Overdrive, Carl Douglas). Sin duda otro punto alto del filme y también común con Tarantino.
Valoración y Legado
No sé cuántas veces vi esta película. Quizás veinte o más y siempre le encuentro algo nuevo. De hecho, la suelo pasar todos los años en clase de sociología y hace apenas meses lo he hecho una vez más para mis alumnos de quinto año secundario. Y la reacción de ellos ante el filme demuestra la vigencia y atemporalidad que tiene, pues creo que va a poder ser vista sin problemas por los adolescentes de veinte años en el futuro y causar el mismo impacto.
Meirelles ha vuelto a hacer buenas películas y algunas altamente recomendables, pero no cabe duda de que, por guion, cinematografía, actuaciones, realismo y manejo del tiempo, Ciudad de Dios es sin duda su obra cumbre insuperable.
En Estados Unidos, donde el filme se presentó con cartel censurado (se borraron digitalmente las armas de los jóvenes de la pandilla), el estreno se produjo recién para enero de 2003 y ello hizo que participara en la entrega de los Oscar de 2004, lo cual fue una verdadera lástima porque obligó al filme a competir con un tanque como El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (Peter Jackson, 2003), que no dejó prácticamente estatuilla en pie en esa ceremonia.
Resultó nominada en cuatro categorías, incluyendo director y guion adaptado, además de las ya mencionadas edición y fotografía. No se llevó ninguna, pero lo que sí es extraño (o no, tratándose de la Academia) es que no haya resultado nominada como mejor película extranjera. Creo que de haberse presentado el año anterior, Ciudad de Dios hubiera llevado mejor suerte, aunque también es cierto que películas de crudeza tan visceral suelen no ser de las preferencias de la Academia y, después de todo, Pulp Fiction obtuvo una única estatuilla en la entrega de 1995.
De todas formas, el filme se quedó con el premio a mejor película en lengua extranjera tanto del Círculo de Críticos de New York como del de Chicago y su impresionante edición se llevó un BAFTA, lo cual no es poca cosa. Y la prestigiosa revista británica Empire la ubica en el puesto 21 entre las mejores películas de la historia del cine.
En 2003 se estrenó la miniserie Ciudad de los Hombres que, realizada una vez más por la dupla Meirelles-Lund, volvía a estar ubicada en el mundo de las favelas de Río y, con algunos actores en común (no personajes), fue vista en la televisión brasileña por unos treinta y cinco millones de espectadores a lo largo de cuatro temporadas para luego ser lanzada al mundo en formato de DVD.
En 2013 llegó asimismo el documental Ciudad de Dios: 10 años después que, dirigido por Cavi Borges y Luciano Vidigal, explora cómo ha cambiado la vida de los moradores de la célebre favela tras el filme y, de manera especial, el destino de sus actores.
Algunos de ellos, por cierto, lograron continuar sus carreras, tal el caso de Leandro Firmino, que se mantiene actuando hasta el día de hoy y en 2014 coprotagonizó la película Trash junto a nada menos que Martin Sheen.
El caso más exitoso, no obstante, es el de Alice Braga, que ha logrado hilar una carrera en Hollywood actuando en Soy Leyenda (2007), Repo Men (2010), Depredadores (2010), El Rito (2011), Elysium (2013), The New Mutants (2020) y The Suicide Squad (2021), además de ser estrella principal en la versión estadounidense de la exitosa telenovela La Reina del Sur (2016-2021) dando vida a Teresa Mendoza, personaje interpretado en la original por Kate del Castillo. También prestó su voz en la película animada Soul (2020) y estuvo en la serie Asesinato en el Fin del Mundo (2023), de Disney+.
Y a propósito de Buscapé, a Alexandre Rodrigues tampoco le ha ido mal y si bien no ha tenido proyección internacional, se ha mantenido actuando tanto en el cine como en la televisión de su país, además de ser protagonista de la serie Ciudad de Dios: La Lucha Sigue que, como dijimos, se estrena mañana en Max y será en breve cubierta episódicamente por un servidor. Seu Jorge es otro de los que logró desarrollar una carrera exitosa y no solo como actor sino también como músico, lo mismo que Jonathan Haagensen.
Otros regresaron al anonimato, como Renato de Souza, que hoy trabaja en un taller mecánico y dice esperar la posibilidad de volver a actuar. Peor les ha ido a algunos que han caído presos por actividades delictivas, tales los casos de Rubens Sabino Da Silva (Negrinho en la película) o Ivan Da Silva Martins, quien compuso a uno de los secuaces de Ze Pequenho y es hoy uno de los bandidos más peligrosos de Río con causa judicial por el asesinato de un policía. Más oscuro todavía lo de Jefechander Suplino, al día de hoy desaparecido con presunción de muerte.
Ciudad de Dios es una muestra de cine con mayúsculas y demostración de que no hacen falta presupuestos exorbitantes cuando hay audacia, inteligencia y creatividad. Es un filme entrañable y a la vez perturbador con personajes que pueden ser queribles o dar miedo según el momento. Es, en definitiva, una gloriosa gema de imprescindible visionado.
Hasta la próxima y sean felices…