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Crítica de Los dos Papas, lo inalterable del dogma frente a la fe como viaje.

Pese a la cada vez más instaurada competencia entre plataformas de streaming, Netflix comienza a asentarse como productora de cine. Y eso que las críticas a sus producciones originales eran la tónica hasta este año, en el que ha conseguido colar varias de sus películas entre las nominadas a los Globos de Oro: Historia de un matrimonio, El irlandés (cuya crítica tenéis en Lascosasquenoshacenfelices), Yo soy Dolemite…y esta Los dos Papas, nominada a cuatro premios. Mejor película dramática, mejor guión, mejor actor para Jonathan Pryce y actor de reparto para Anthony Hopkins.

Los dos papas cuenta la reunión que mantuvieron Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y el cardenal Jorge Bergoglio (Jonathan Pryce) antes de que el primero renunciara y el segundo fuera nombrado Papa de la Iglesia católica.

Uno de los motivos que ha llevado a Netflix a encontrar su lugar en el panorama cinematográfico es el fichaje de nombres reputados que, por unos u otros motivos, no consiguen el apoyo financiero necesario para sacar adelante sus proyectos. Ya sea por incomprensión o por exceso de atadura artística. Uno de estos directores es el brasileño Fernando Meirelles, que asombró al mundo con Ciudad de Dios y se mantuvo en la cresta de la ola con El jardinero fiel. Desde entonces, un lento declive y un progresivo desinterés por parte de crítica y público le ha traído hasta aquí.

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El chiringuito de Jugones: Especial Vaticano.

No me extraña que Los dos Papas haya sido nominada a mejor película y no haya conseguido la de mejor director. Al fin y al cabo, es un largometraje de enfoque casi teatral, en el sentido en que basa toda su fuerza en el guión (que tiene sus fallos) y en las interpretaciones del dúo protagonista. Ni rastro de la dirección y montaje adrenalítico de las grandes películas del director. Probablemente porque no la necesita.

El guión de Anthony McCarten se basa en el debate entre dos personajes antagónicos bajo la sombra de una de las decisiones más trascendentales que ha afectado a la organización más antigua del mundo. Al fin y al cabo, hablamos de la segunda renuncia en 2000 años de historia. Un rechazo a un cargo cuya fuerza se basa en que el que lo ostenta da su vida por la fe. Los motivos deben de ser poderosos e, independientemente de lo que cada creyente opine sobre el acierto de la decisión, lo cierto es que base había para llevarla a cabo.

Pero, ¿quiénes son los dos protagonistas de Los dos Papas?

Por un lado, Benedicto XVI, un hombre continuista, tan cerca de la divinidad que se ha alejado de lo terreno. Un intelectual que ha compensado su impotencia para disfrutar de la vida con su labor como miembro de la Iglesia y defensor de la fe cristiana. Un hombre que cree firmemente en la misericordia de Dios, que reconoce sus errores y, por eso mismo, desea el cambio de la institución que siempre ha protegido. Por lo tanto, también es un reformista.

Por otro lado, Francisco I, un reformista. Un hombre humilde que se entrega al pueblo y se aleja de las convenciones protocolarias de los altos cargos de la Santa Madre Iglesia. Un hombre que rechazó el amor de una mujer por abrazar el sacerdocio.  Un hombre que no cree en la misericordia de Dios para sí mismo y, por ello, no se ve capacitado para liderar la Iglesia. En ese sentido, Francisco también es un continuista.

En definitiva, dos personajes contradictorios (aunque McCarten deja clara su simpatía por Francisco) que abordan diferentes formas de enfocar la religión. Tradición frente a adaptación. Dogma frente a cambio. Autoridad frente a amor.

Y esto quedará patente a lo largo de varias conversaciones situadas en diferentes puntos del Vaticano.

Por su propia naturaleza conversacional, podría parecer que Los dos Papas no cuenta con una estructura al uso. Nada más lejos de la realidad. La primera conversación refleja no solo el abismo entre ambos, si no la barrera que existe en ellos mismos, entre lo que son realmente y lo que quieren llegar a ser. Diferentes conversaciones y confesiones buscarán derrumbar sus respectivas barreras.

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Vayamos a un lugar sencillito para hablar.

Este duelo interpretativo no tendría fundamento si no fuera por la excelente labor de dos actores inconmensurables. Tanto Anthony Hopkins como Jonathan Pryce, tanto por su parecido físico como por su labor interpretativa están para premios, aunque la propia naturaleza académica de la película les impedirá recoger alguna estatuilla.

Y aquí viene el gran “pero” de la película. Puedo entender que su enfoque teatral perjudique al ritmo de la película, pero eso no debería ser un problema si el guión asume el riesgo suficiente. Y no lo hace. Se ampara en el duelo interpretativo, pero pasa de soslayo sobre las acusaciones de abusos sexuales o la opinión sobre temas candentes como la homosexualidad o el aborto. Además, el ahondar en el pasado de Francisco a base de flashbacks nos aleja un poco de la trama de central de la película y descompensa la trama quitando protagonismo a un personaje tan interesante como Benedicto XVI. Es como una The Young Pope para todos los públicos.

En definitiva, Los dos Papas es una película notable por el duelo interpretativo entre Hopkins y Pryce, que defienden magníficamente a dos personajes fascinantes. Por lo demás, alcanza su techo al ampararse en un guión perfecto a la hora de reflejar las contradicciones del alma creyente pero mejorable al abordar las polémicas terrenales de la Iglesia Católica. Es decir, un largometraje simpático y reflexivo, pero cómodo e inofensivo. Y la fe no es una caricia, si no un bofetón, al igual que la llamada al sacerdocio de Francisco no fue un remanso de paz, si no una tormenta interior. 

Como película para amansar conciencias es notable. Como película para agitarlas hubiera sido sobresaliente.

¡Un saludo y sed felices!

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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1 COMENTARIO

  1. A mí, que no me interesa nada el tema, ha conseguido mantenerme enganchado de principio a fin por sus grandes interpretaciones, eso sí, muy blanco, como bien dices.

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