Parece increíble que ya estemos hablando de películas que cumplen un siglo, pero tal es justamente el caso de Nosferatu: una Sinfonía del Horror (1922), joya cinematoráfica que se halla en el año de su centenario y es, por lo tanto y con diferencia, la película más antigua a la que hayamos dedicado un retro-análisis.
Bienvenidos a una vez más a nuestra sección de retro-análisis y hoy más retro que nunca. Tiempo atrás y en esta misma web este redactor publicó un listado de las que son (a propio juicio, claro) las veinte mejores películas de vampiros en la historia del cine (aquí el artículo). Otorgué allí a Nosferatu: una Sinfonía del Horror (1922) el segundo lugar, pero créanme que me costó mucho determinar si el primero correspondía al Drácula de 1931 o a esta. El valor icónico de Béla Lugosi como imagen universal del vampiro me terminó haciendo decantar por la cinta de Tod Browning, pero cualquiera de ambas hubiera estado igual de bien.
Una Historia Parecida y a la vez Diferente
Nosferatu: una Sinfonía del Horror (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens), de Friedrich Wilhelm Murdau, es una película que para ser valorada correctamente debe ser inserta en su contexto político y artístico. Hacía solo cuatro años que había finalizado la Gran Guerra y la derrotada Alemania, reconvertida en una República de Weimar que tendría corta vida, se hallaba hundida en el más profundo desastre económico sumado al cuadro general de inseguridad e incertidumbre.
Estaba entonces en pleno auge el expresionismo alemán, cuyo cine venía de entregar dos años antes un par de joyas de horror como El Golem o la icónica El Gabinete del Doctor Caligari. Sin embargo, Nosferatu es una rara avis dentro del movimiento: comparte su predilección por los juegos de sombras, los planos oblicuos y el mundo onírico, pero en lugar de crear escabrosos mundos a través de asfixiantes escenografías, apela más a un naturalismo y una paisajística que remiten a la literatura y pintura del siglo XIX. Extraña fusión entre modernidad y romanticismo.
Producida por los efímeros estudios Prana Film, Nosferatu es la primera adaptación al cine de la novela Drácula de Bram Stoker en la cual, al no tener los permisos correspondientes, decía estar “libremente inspirada”.
Introducía, por tanto, varios cambios: el conde Drácula pasaba a ser el conde Orlok (Max Schreck), que también vivía en Transilvania. Jonathan Harker tenía su equivalente en Thomas Hutter (Gustav von Wangenheim), también agente inmobiliario que debe viajar a los Cárpatos para contactar al conde por una propiedad. Mina Murray, en tanto, era reemplazada por Ellen Hutter (Greta Schröder), que no era aquí la prometida sino directamente la esposa del anterior.
Fuera de los personajes, la historia también se parece y mucho: el conde duerme en un ataúd por las noches y se siente atraído por Ellen a partir de un retrato que le lleva a embarcarse hacia el oeste en un sangriento viaje que no tiene como destino Whitby sino la ficticia ciudad alemana de Wisborg, adonde quiere mudarse.
No existe, en cambio, un equivalente de Van Helsing en la película y otra importante diferencia está dada por la peste que el conde lleva consigo a Alemania, clara referencia a la gripe española que había asolado Europa un par de años antes.
También el final es distinto, remitiendo más a las clásicas historias del folklore de la Europa del norte que a la novela de Stoker. Y si bien a la larga es igualmente el amor lo que mata al conde, la forma en que lo hace es bastante diferente. No diré demasiado por si no la han visto, solo que juegan más la entereza moral, la pureza de espíritu, el autosacrificio y el “canto del gallo” como momento cúlmine.
En cuanto a la época en que el filme se ubica, es algo anterior a lo que ocurre en la novela de Stoker, ya que estamos en 1838 y no en años de la “belle epoque”. Los antes mencionados escenarios naturales se corresponden mayormente con los Cárpatos eslovacos o con Eslovenia (en ese entonces respectivamente parte de las recién fundadas Checoslovaquia y Yugoslavia), en tanto que las escenas urbanas están rodadas en ciudades bálticas alemanas como Rostock, Wismar o Lübeck que, en conjunto, recrean la ficticia Wisborg.
El Título
Otra de las grandes diferencias entre la novela y la película (seguramente la más obvia), tiene que ver con la forma en que cada una se titula. El reemplazar Drácula por Nosferatu parecía ser, como los cambios en los nombres de personajes, un intento por eludir acciones legales. Lo paradójico es que la palabra “nosferatu” sí es mencionada por Stoker, aludiendo a ella como término rumano que a veces hace equivaler a “vampiro” y otras a “no muerto”.
Sin embargo, los lingüistas no han hallado pruebas del uso de tal palabra salvo que, con algo de imaginación, la asociemos con “necuratul” (el diablo) o “nesuferit” (el insufrible). Hay también quienes le otorgan raíz griega emparentándola con “nosophoros” (“portador de la enfermedad), pero si bien es cierto que hay en la lengua rumana términos de origen griego, la gran mayoría remite más bien a una raíz latina y, de acuerdo a ello, algunos ven la palabra como deformación o contracción de “nostra fera tu”, algo así como “tú, nuestra bestia salvaje”.
En definitiva: muchas hipótesis pero ninguna certeza y quizás tengamos que terminar diciendo que “nosferatu” es simplemente una palabra inventada… Y al final de cuentas, ¿acaso no lo son todas?
Demanda Legal
Pero habían pasado apenas veinticinco años de la publicación de Drácula y diez de la muerte de Stoker: su viuda Florence Balcombe (la misma que había sido también pretendida por Oscar Wilde) estaba aún viva y era inevitable que la cosa llegara a sus oídos o, mejor dicho, a sus ojos, ya que recibió desde Berlín una carta anónima acompañada por el programa de un evento de presentación del filme, con orquesta incluida, en los jardines del famoso zoo de dicha ciudad. Furiosa ante la noticia y en bancarrota como estaba, inició una demanda contra la productora por cinco mil libras (cifra sideral para ese momento).
Para cuando salió el fallo, Prana Films había ya presentado quiebra, lo que convierte a Nosferatu en la primera y última película que hayan producido. La sentencia judicial fue feroz y despiadada: todas las copias existentes del filme debían ser entregadas a la viuda o en su defecto destruidas; en cualquiera de ambos casos, el destino final era el fuego.
Por fortuna, algunas habían ido a parar a Estados Unidos para ser exhibidas y no faltaron los cinéfilos coleccionistas que pusiesen a resguardo las que caían en sus manos. Si bien no todas estaban en buenas condiciones o siquiera completas, ese salvataje permitió que la película llegara a nosotros y pudiese ser restaurada prácticamente en su totalidad como la joya cinematográfica que es y más allá de los problemas legales.
Por cierto, la viuda de Stoker acabó vendiendo los derechos para que Drácula fuera representada sobre las tablas de Broadway y ese camino, a la larga, termina conduciendo a Béla Lugosi, pero no es ahora momento de hablar de ello: quizás en otro retro-análisis…
El Vampiro
¿Pero qué es lo que hace que una película muda y “en blanco y negro” (ya explicaré las comillas), subsista hasta nuestros días como ícono tan culturalmente significativo? Pues no hay una única razón, pero comenzaremos por la más visible: la perfecta simbiosis entre actor y personaje…
Así como Béla Lugosi tendría luego a su favor el plus de haber nacido en Transilvania, Schreck contaba con el de su apellido, que no es seudónimo ni nombre artístico, sino el suyo real y en alemán significa “susto”. Al momento de ser convocado para interpretar al conde Orlok, tenía a sus espaldas una cierta carrera teatral con puestas en escena de Bertolt Brecht o Calderón de la Barca, pero nula experiencia en cine. Ese hecho, el de ser prácticamente un desconocido para la industria, ayudó a cimentar en torno suyo una leyenda que excedió al actor y al personaje para convertirlos en uno.
Aun hoy, su encarnación del vampiro sigue siendo terrorífica, ni qué hablar hace cien años. Era lógico que circulase el rumor de que era un vampiro de verdad y esa era, se decía, la razón de que no fuera conocido hasta entonces (algo parecido se diría también de Lugosi, para el cine otro desconocido arribado del teatro).
Algunos llegaban a aventurar que Max Schreck ni siquiera existía, sino que era seudónimo del actor Alfred Abel. Otros, que sí le conocían y podían, por tanto, dar fe de su existencia, tampoco colaboraban mucho a desmitificarle: un contemporáneo suyo le describió como alguien que vivía en un mundo remoto e incorpóreo, además de pasar a menudo su tiempo caminando por los bosques.
Mientras el resto de sus compañeros de elenco exhiben una sobreactuación propia de un cine mudo que aún se apoyaba básicamente en el teatro y en que la ausencia de sonido hacía exagerar gestos y situaciones, Schreck luce increíblemente natural y escalofriante, elemento que el director potencia al hacerlo, varias veces, mirar directamente al público.
Su aspecto, por cierto, no es el clásico estereotipo que después conoceremos en el cine de vampiros. Es inquietantemente pálido como el personaje de Stoker, pero a diferencia de este o de la aristocrática elegancia de Lugosi, es calvo, algo jorobado y no tiene particularmente desarrollados los colmillos sino los incisivos (detalle que sería mantenido por Werner Herzog en el remake de 1979). Ese aspecto, más cercano a un roedor que a un quiróptero, se condice perfectamente con el rol que en la película tienen las ratas, que no solo son sus compañeras de viaje en el barco, sino también quienes desparraman la peste, ya sea a bordo del mismo o una vez tocado puerto.
Es que en las tradiciones orales del norte de Europa (esas que han sido compiladas por los hermanos Grimm), existe siempre un pánico irracional hacia las ratas (El Flautista de Hamelín es sin duda el ejemplo más acabado). No era para menos siendo que estas habían matado en el pasado a la mitad de la población como portadoras de la peste negra y, por lo tanto, se relacionaba todo mal con ellas. No es extraño entonces que para generar terror se haya buscado que el personaje se pareciese a una de ellas. Incluso las posteriores películas propagandísticas del nazismo emparentarían a los judíos con las ratas…
Luces, Sombras y Colores
Imposible hablar de Nosferatu sin referirnos a la estética. Como dijimos, comparte con otros filmes del expresionismo alemán su apego por los juegos de sombras, lo cual se aprecia particularmente cuando el vampiro es antecedido por la suya a medida que avanza, tal como en la famosa escena de la escalera en casa de Ellen, homenajeada después infinidad de veces en el cine por realizadores como Stanley Kubrick, Wes Craven o James Wan, solo por nombrar algunos.
Otro momento inquietantante (y cargado de sexualidad) es cuando, acechándola en su lecho, el vampiro proyecta la sombra de su mano sobre el pecho de la joven como si le estuviese estrujando el corazón.
La iluminación es igualmente increíble e innovadora: se despega en parte del resto del cine expresionista de la época, pero con la paradoja de que al hacerlo produce un sesgo aún más expresionista. Murnau no hace iluminar todo el cuadro, sino que deja en penumbras la mayor parte para resaltar bien aquello que quiere, como el rostro de Orlok. Ese mismo recurso sería luego tomado por mucho del cine de terror y al día de hoy suele ser utilizado cuando, a través de alguna imagen, separador o presentación, se hace justamente referencia al género.
El uso de efectos especiales es otro punto para destacar. Gracias a la doble exposición se consigue dar al personaje una presencia incorpórea y fantasmagórica, creando la sensación de que está y no está, o de que atraviesa los objetos. Toda una innovación para la época.
Como ya fue dicho, la escenografía prescinde de los retorcidos ambientes cerrados tan caros al expresionismo, pero el efecto de plano oblicuo está logrado por la ubicación de la cámara. Esta, que jamás se mueve durante una misma escena, suele adoptar un punto de vista subjetivo y, por ejemplo, el vampiro, con las jarcias del barco como fondo, es enfocado desde el piso como si le observase una rana.
Terminando con la estética: los colores. ¿Cómo? ¿No es una película en blanco y negro? Pues no: el color en el cine tiene más larga data de la que solemos creer y diría que le acompaña prácticamente desde sus comienzos, tal es así que, por ejemplo, el ya legendario Viaje a la Luna de Georges Méliès (sindicado por muchos como inicio del cine argumental), está impregnado en su completo metraje por un tono amarillento.
Era muy común en aquellos días entintar las cintas con productos químicos para darles una determinada tonalidad. No permitía ello, claro, ninguna variedad de tono sino que daba una intensa monocromía, recurso que después inspiraría a muchos grandes realizadores como Peter Greenaway o, más cerca en el tiempo y en formato más comercial, la saga de películas de John Wick.
Murnau utiliza el cambio de colores de manera magistral, no como simple juego de caleidoscopio o linterna mágica sino como un lenguaje a través del cual dialoga con el espectador. Ubicar a este en tiempo y lugar era, desde ya, un gran problema en tiempos del cine mudo, pero el filme lo resuelve de modo brillante. Los colores indican, por ejemplo, en qué momento del día estamos: la fotografía se vuelve azul cuando es de noche o rosada en el amanecer y atardecer. De modo análogo, el exterior de la posada se ve azul (por ser de noche), mientras que el interior luce intensamente amarillo (por estar iluminado por velas).
Mucho de ello, lamentablemente, se pierde en las versiones que hoy nos llegan, pues la mayoría de las cintas rescatadas no estaban entintadas. Se procura, claro, cubrir tal falta con el coloreado digital, pero el efecto original y artesanalmente espectral no estará allí, sino que trataremos, a lo sumo, de aproximarnos lo más que se pueda…
La Música
La banda sonora no escapó al destino general de la película, estando algún tiempo perdida y acabando por llegar a nosotros de manera incompleta. Compuesta por Hans Erdmann, la misma estaba concebida para ser ejecutada por orquesta en vivo durante la exhibición del filme.
Quizás temiendo entonces que su obra muriera con la caída de cartel, Erdmann decidió reestructurarla en dos suites. Dado que entre ambas suman unos cuarenta minutos y el metraje del filme algo más de hora y media, es de creer que ciertas partes se hayan perdido o el propio autor repitiera algunas durante la exhibición. También es posible que recurriera como relleno a piezas ajenas, habiendo incluso quienes afirman que en el estreno echó mano de la obertura de la ópera Der Vampyr (El Vampiro), compuesta por Heinrich Marschner en 1828.
Lo que sobrevive de la partitura original tiene una fuerte impronta de la música romántica del siglo XIX, con muy reconocibles toques wagnerianos. Pero ya estábamos en otro siglo y era imposible que no fuera también permeable al modernismo que comenzaba a invadir la escena musical, presentando así pasajes atonales o elementos percusivos, incluso xilofones. Soberbia también la recreación del “efecto viento” durante el viaje en barco…
Murnau, aunque pueda sonar extraño, no era un convencido de que el cine pudiese tener estatura de arte y, por tal razón, creía que en la música debía estar parte de la fuerza que lo hiciera acercarse a la experiencia teatral: queda ello demostrado en el hecho de que el propio título de la película pareciera hacer referencia más a una obra musical que a una cinematográfica. Tan importante consideraba a la música que hasta rodaba escenas mientras era ejecutada para lograr una mayor interpenetración con la historia.
Valoración Final
Nosferatu: una Sinfonía del Horror es una joya inmortal y atemporal, quizás la primera gran película de terror en la historia del cine. O la tercera si consideramos El Golem (que había tenido también como guionista a Henrik Galeen) o El Gabinete del Doctor Calegari, pero creo que es superior a ambas. Nos presenta, por cierto, a uno de los espectros más terroríficos que hayan pasado por la pantalla grande o chica: hay en el conde Orlok una naturaleza bestial que lo hace escalofriante y Schreck consigue, con su interpretación, dotarlo de una sobrecogedora ausencia de humanidad.
Murnau, ese mismo que decía no estar convencido de que el cine fuera un arte, da una verdadera lección del mismo al valerse de las sombras, planos y colores como recursos con los que construir un auténtico lenguaje de códigos compartidos con el espectador. Y aterra pensar que todo eso podría haberse perdido para siempre.
El filme tuvo un remake en 1979 a cargo de Werner Herzog que, sin llegar a la dimensión del original, merece ser tenido en cuenta. A diferencia de aquel, los personajes tienen los nombres de la novela de Stoker, cuyos derechos habían ya expirado, pero extrañamente Mina, la prometida de Jonathan Harker, es renombrada como Lucy, que es como en el libro se llama su amiga íntima (y cuarta en discordia). Más allá de ello, la película es claro homenaje a la de Murnau, considerada por Herzog como la mejor en la historia del cine alemán. Klaus Kinski, su actor fetiche, da vida al conde Drácula, Bruno Ganz a Jonathan e Isabelle Adjani a Lucy.
También está en agenda, tras muchas idas y venidas que lo han ido retrasando, el estreno del remake dirigido por Robert Eggers (La Bruja, El Faro, El Hombre del Norte), el cual tendrá en el papel del vampiro a Bill Skarsgård (It), quien tendrá así el privilegio de haber dado vida a dos de los monstruos más icónicos de la literatura y el cine de horror: el payaso Pennywise y el conde Drácula.
Lamentablemente, Anya Taylor-Joy, quien tendría originalmente el protagónico femenino, ya no será de la partida por no poder compatibilizar agenda con sus otros proyectos (entre ellos Furiosa, la precuela de Mad Max: Furia en la Carretera) y su lugar será tomado por Lily-Rose Depp, la hija de Johnny Depp y Vanessa Paradis. Si bien la idea original era que el filme fuese estrenado coincidiendo con el centenario del original, se ha venido retrasando y hoy por hoy no tenemos fecha cierta de estreno, aunque se da casi por descontado que será en algún momento de 2023.
Pero para concluir y volviendo a la película de 1922 que hoy ocupa nuestro retro-análisis, Nosferatu: una Sinfonía del Horror es una joya fundamental que merece ser descubierta en caso de que no lo hayas hecho, a menos, claro, que estés invadido/a por el prejuicio millennial contra el cine mudo o en blanco y negro (ups, cierto que es en color)…
Hasta la próxima y sean felices…
Maravilloso análisis. No tengo mucho más que decir. Únicamente que, como amante del cine, hubo dos momentos que a mí, personalmente, me dejaron callado y, aún hoy, siguen dejando poso en mí. Uno es ese imponente zoom (en 1922) al barco donde viaja Orlock. El otro, el final. Qué prodigio de tensión. Lógicamente, Nosferatu es una película que hay que abordar como documento histórico y muchas de sus cualidades han sido superadas, pero ese sentimiento de silencio, de dejarte arrastrar por la grandeza de lo que se está contando, solo me ocurre con las obras maestras.
Un saludo y enhorabuena, Rodolfo.
Hola Fernando: gracias por leer, por comentar y por el concepto. Lo valoro mucho viniendo de alguien muy conocedor de cine clásico. En efecto, las dos escenas que mencionas son memorables y yo diría que la secuencia del barco merecería hasta un artículo aparte: es una película en sí misma, una dentro de otra.
Nosferatu es, creo yo, una película de visión imprescindible para entender mucho de lo que vino después y ese es el lugar que hay que darle. Y aun así, algunos de sus aspectos conceptuales no han sido superados: sin ir más lejos, el vampiro. Mira que hay grandes actores que han interpretado a Drácula: Christopher Lee, Frank Langella, Jack Palance, Gary Oldman… Y sin embargo lo que generan Schreck o Lugosi aún no ha sido parangonado. El vampiro de Schreck sigue dando miedo hoy: me encantaría poder viajar en el tiempo y presenciar una proyección de aquel entonces porque no puedo siquiera empezar a imaginar lo que habrá causado en aquel momento.
Un abrazo, Fernando, y gracias por el valioso aporte!