Disney vuelve a ser tendencia. Vitoreado por muchos y criticado por otros tantos, el creador de nuestro simpático ratón encabeza de nuevo las listas de búsquedas y ocupa; si es que cuando leáis esto se siguen emitiendo, las portadas de nuestros periódicos. Esto se debe a que, incansable; vuelve a la carga, haciendo lo que mejor sabe hacer: “live-actions” .
Cuando la lista parecía infinita, se suman al catálogo los rumores de un nuevo proyecto, nada más y nada menos que una de las favoritas , Hércules.
El origen de los rumores
Rumores dentro de los propios rumores
Siendo la última de una larga lista de promesas, y pese a no contar aún con fecha de estreno, ni equipo de producción, ni ninguna otra pista más allá de un posible guiño de uno de los viables actores, el rumor sigue creciendo. Aunque como ya sabemos, a falta de noticias, ya imagina el “fandom”.
Por otra parte, mentiría si dijese que no tengo ni una pizca de curiosidad por ver quién caracterizaría al carismático villano. Pues, después de la excepcional voz que prestó James Wood en la obra original, todo sabe a poco. Dos son los nombres que resuenan: Tom Hiddleston y Benedict Cumberbatch. Ante esta duda solo cabe esperar, ya que, con películas como Mulán o La Sirenita en el horizonte, y otras como El Jorobado de Notre Dame también en vilo, a Hades todavía le queda un largo y solitario periodo en el inframundo.
Opinión personal sobre la estrategia de Disney
La temática que me dispongo a desarrollar ya ha sido ahondada de forma más extensa en este blog, si le interesa, pulse aquí. Igualmente, considero que ante tan simple y a la vez fructífero modelo de mercado, un segundo punto de vista nunca está de más.
Disney es como el chico listo de tu clase. Te cae mal, pero desearías que sus ideas se te hubieran ocurrido antes a ti. Detrás de su fachada bienintencionada, más allá de la interminable lista de calificaciones positivas que esperan incrustar en la mente del rebaño, de las sonrisas de aprobación que buscan dibujar en la opinión pública, y sobre todo, fuera del odio que pueda estar causando con mi discurso, Disney es algo más de lo que la mayoría estamos dispuestos a admitir. Una empresa, una compañía, un negocio. Así, busca hacer dinero como todos, aunque lo este haciendo como ninguno.
El plan de Disney empieza donde acaba su magia. Normalmente, llevar a cabo una película es una iniciativa arriesgada, tanto es así, que incluso habiendo realizado una obra de calidad, esta se expone a pasar desapercibida dentro de un mercado extremadamente selectivo o a ser hundida por unas críticas abusivas. Las nuevas obras de esta compañía no pueden fallar, pues ya triunfaron una vez. Su política se basa en vender exactamente lo mismo con un estilo diferente, con un lavado de cara. La gente es consciente de esto, y en más de en una ocasión me pregunté por qué a todo el mundo parece no importarle en lo más mínimo. Finalmente, he llegado a la conclusión de que son dos grandes factores los que entran en juego. El gran ejército de felicidad que conforma Disney tiene una poderosa ofensiva: la melancolía. La industria del cine puede entenderse como un tira y afloja en el que todo director debe dar una; o más razones en el mejor de los casos, para que esos potenciales consumidores se conviertan en espectadores. Normalmente, las tentativas suelen basarse en la promesa que cierto trailer o determinada segunda parte nos ofrecen de pasar un buen rato, aprender un poco de aquí y allá y tener algo interesante que contar cuando recibes ese minuto de gloria en tu círculo cercano. Aunque, si nos paramos a analizarlo, mejor que una promesa es una garantía. Preferible es saber que en su momento te inundaste de alegría y ternura. Que como te gustó, te gustará.
De la mano de esta melancolía va la nostalgia. Un largometraje que nos recuerdas a una etapa o a ciertos momentos de nuestra existencia nos llena de bienestar. Mas, si hablamos de bienestar, no debemos pasar por alto el social. Fue con el clímax alcanzado con El Rey León cuando me percaté de que si bien la fama tiene la solidez para destruir todo aquello que se interponga, puede, por su parte, hacer grande de la misma manera. Se convirtió en un delito no pasar por la sala de cine a vislumbrar una obra cuyos animadores no transformaron ni en la más mínima partícula por miedo al fracaso, se tornó despreciable no adornar tus redes sociales con una foto en la línea de la cinta, por inercia, por aceptación, buscando la misma tendencia a la que catapultamos a Disney a alcanzar.
Por último, decir que no soy contrario a la idea de que en el mundo cinematográfico, así como en cualquier otro, se busque el porvenir económico. Aunque he de reconocer que sí de aquellos que lo glorifican, que lo priorizan al arte. El arte debería ser un fin en sí mismo, un concepto a perseguir constantemente, a explorar. Así, si no indagan en tan gustosa disciplina aquellos que económicamente se pueden permitir ese lujo, quién lo hará. ¡Quién lo hará!
Pablo Picasso: “El arte lava del alma el polvo de la vida cotidiana”.
Sinceramente, yo no se ustedes mis lectores, pero cuando yo me encamino a la gran pantalla, no busco más que huir de todo aquello que me ata a la normalidad, a la mediocridad. Trascender las barreras de una realidad marcada por unas rígidas leyes físicas y acceder al privilegio de vivir otras eras, de ostentar propiedades sobrehumanas, de derrocar el Reich alemán, de que se me erice el bello y de llorar, de llorar como un niño, a moco tendido… Pues que es el cine, sino la posibilidad de vivir más de mil vidas en una.