Bienvenidos a la reseña de la tercera temporada de Solo asesinatos en el edificio, una serie que parecía que no iba a ir más allá de la primera temporada (incluso Steve Martin había anunciado su retirada de los escenarios al finalizarla) y que ya está renovada para una cuarta, lo que es todo un logro en los tiempos que corren. Os dejo con los enlaces a las temporadas anteriores y vamos al lío.
¿Quién ha matado al Hombre Hormiga?
La temporada se inicia dónde terminó la anterior, con Paul Rudd muerto en el escenario de la nueva obra de Oliver Putnamn (Martin Short). Aunque quizás no esté muerto y esté de parranda. O todo lo contrario. Y es que Solo asesinatos en el edificio ha hecho de los giros de guion y de las sorpresas inesperadas su seña de identidad y uno de los alicientes para seguirla semana a semana (un acierto de Disney+ no ofrecerla del tirón).
Esta escena ya nos da una pista de por donde irán los tiros. El Arconia, edificio casi maldito que espantaría a la mismísima Jessica Fletcher por la cantidad de muertos que acaba albergando, pierde protagonismo en detrimento del teatro. Esta tercera temporada de Solo asesinatos en el edificio no es sólo un Cluedo televisivo que engancha sino también una reivindicación del trabajo de actor y del mundo de Broadway, con los musicales al frente.
A Paul Rudd parodiándose a sí mismo en el papel de estrella de Hollywood anclada al papel de superhéroe (Cobro, el hombre que se convierte en una Cobra gigante para luchar contra el crimen), se le unen Meryl Streep cachondeándose de su capacidad para imitar acentos y otras estrellas como Matthew Broderick, con una gran carrera como actor de musicales y que aquí aparece como un actor del método muy tiquismiquis.
Es la hora de Martin Short
Por lo que respecta al trío protagonista, si en la primera temporada Steve Martin y sus líos acababan por focalizar la trama y en la segunda lo hacía Selena Gómez, en esta ocasión (y sin dejar de lado a sus co-protagonistas) le toca brillar a Martin Short, un actor siempre muy infravalorado y que aquí está que se sale. Nominado al Emmy (junto a Steve Martin) debería ganarlo de calle cuando la huelga de actores lo permita.
La química entre los tres protagonistas es de lo mejor del panorama televisivo actual (ya la quisieran muchas series) pero el personaje de Oliver Putnam, director teatral egocéntrico hasta la náusea pero con buen corazón, es ya el mejor de la serie y el que se permite el lujo de tener un romance con Mery Streep, lo que no consigue cualquiera. Además, en esta temporada resulta ser el más divertido y entrañable del trío protagonista.
La verdad es que superada ya la sorpresa que supuso la primera temporada de Solo asesinatos en el edificio era difícil mantener el nivel pero sus guionistas conocen de primera mano los elementos que manejan y acentúan aquellos que hacen fuerte a la serie: cliffhangers en cada episodio, sorpresas que no te ves venir, cameos de amiguetes (ahí está Mel Brooks recomendándole a Oliver que por nada del mundo trabaje con Matthew Broderick), diálogos de primer nivel y ese metahumor en el que todos se ríen de sí mismos y que establece una complicidad con el espectador fiel que se agradece.
Lo confieso. Solo asesinatos en el edificio es ahora mismo mi gran placer culpable, esa serie que sé que igual no gusta a todo el mundo, que igual no pasa a la historia pero que considero brillante ya desde su mismo planteamiento. Es esa serie a la que uno le apetece volver de tanto en tanto, o más en concreto cada año.
La cuarta temporada ya ha sido anunciada y el final de esta tercera no deja lugar a dudas (esta vez sí) de quién es el muerto. Nos leemos en la próxima temporada de Solo asesinatos en el edificio. Un saludo, sed felices.