Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.
Es difícil hablar de esta película del año pasado. Sí, hablamos de “Todo a la vez en todas partes”. La película que tiene 11 nominaciones a los Óscars de este año 2023, ha ganado Globos de Oro y no sabemos cuantos premios y nominaciones acumula. La película hecha con 25 millones de dólares y que recauda más de 100 sin ser Disney/Marvel ni Tom Cruise, prácticamente a fuerza de uno de los boca a boca más exitosos de este siglo. Una que empezó maravillando a todo el que la veía y que en cuanto han aparecido las nominaciones y los premios ha empezado a recolectar comentarios despectivos sobre ser una película de autoayuda.
Pero más allá de los premios, la recaudación o el mérito de su éxito comercial vamos a hablar de qué es la película. Como hemos empezado diciendo, es difícil decir qué es “Todo a la vez en todas partes”. Vista en el trailer o de pasada es una mezcla de Matrix, Interestelar, Tigre y Dragón, Qué bello es vivir y alguna de las películas en las que salen Jay y Bob Silencioso. Pero eso sería hablar de la ambientación general de la película (Matrix, Interestellar), la parte de las peleas (Tigre y Dragón) o la idea general que está detrás de todo (Qué bello es vivir, Interestelar). Y, siendo deudor de todas ellas y muchas más, “Todo a la vez en todas partes” es mucho más que, vaya, sus partes.
Evelyn es una inmigrante china que malvive de una lavandería en Estados Unidos. Hasta arriba de trabajo, del día a día, de su marido, de su hija…todo se desarrolla hasta que tienen que hacer unos papeleos con una burócrata insensible y despiadada. Parece que “Todo a la vez en todas partes” va a ser algo costumbrista y rompe en el momento de los papeleos en un momento claramente inspirado en Matrix, explotando la trama y derivándola en una de grandes descubrimientos sobre la naturaleza del multiverso, los viajes entre dimensiones alternativas, las habilidades o poderes copiados y las peleas coreografiadas. Todo con un sentido del humor muy particular, absurdo y para nada elevado, vamos a decirlo claramente.
Y, en realidad, podría haberse quedado ahí y “Todo a la vez en todas partes” sería una película divertida, gamberra respecto a los productos y lógicas del cine de Disney/Marvel y resultona. Incluso, vamos a decirlo, con algo más de complejidad en cómo funciona el multiverso que en tantas otras obras. Pero no. Los directores no se conformaron con eso. Quisieron ir más allá. Quisieron transmitir lo que quiso Cristopher Nolan en “Interestellar”. Y, vamos a decirlo, lo han hecho mejor. Mucho mejor. Abrumadoramente mejor.
En el momento de teórico climax de este Matrix más El Castillo de Takeshi resulta que no hay nada de épica clásica ni gran batalla. Solo existe el convencimiento de que todo esfuerzo es inútil, que siempre estamos dando vueltas y que nada importa. Es decir, el nihilismo, la apatía, la muerte en vida. Todo simbolizado en un objeto. “Todo a la vez en todas partes” empieza siendo costumbrista, pasa a ser ciencia-ficción con toques de humor absurdo y continúa llevándonos de la mano al tema de los temas. Es decir, al porqué nos levantamos todos por la mañana en vez de pegarnos un tiro.
Nada en todo el multiverso puede detener a la entropía. Y en este punto de desesperación y túnel negro es donde “Todo a la vez en todas partes” pasa a ser otra cosa que no es ninguno de sus referentes. Porque la película toma al personaje de Jonathan Ke Quan, Waymond, el mítico Tapón de Indiana Jones o el “Data” de Los Goonies, que parece un Morfeo oriental al principio y lo transforma en mucho más. No son sus faceta de luchador, de descubridor de las esencias del multiverso o de marido débil las que le terminan definiendo. Es la esencia que hay en todas las posibles versiones de Waymond. Detrás de las más elegantes, de las más patéticas, de las luchadoras o las más sumisas versiones de él hay un fondo común, algo que nunca cambia. Algo que es la clave para destruir la derrota, la depresión y la muerte. No desde la inocencia o la inconsciencia, sino desde la madurez y desde la luz. Todo sintetizado en la filosofía de un Waymond alternativo, que es la de todos al final:
Cuando elijo ver el lado bueno de las cosas no estoy siendo ingenuo. Es estratégico y necesario. Es como he aprendido a sobrevivir a través de todo.
“Todo a la vez en todas partes” se esfuerza en hacernos sentir mal en todos los multiversos cuando vence la Nada y la ausencia de alegría. Y también consigue algo maravilloso a continuación, cuando a partir de los sentimientos comunes de un hombre normal y sencillo consigue construir la respuesta al vacío. A partir de esos sentimientos una mujer normal, cansada y agotada como cualquier persona adulta con gente a su cargo y responsabilidades normales de persona adulta consigue enfrentarse el hastío vital de ella y de toda una época. Al revés que tantas películas, series y relatos políticos apocalípticos, cínicos y paralizantes la película se toma la vida y las pequeñeces de cualquier pringado muy en serio. La película es aquí maravillosa, luminosa, vital pero no ingenua ni infantil, no engaña ni es tramposa ni nos pinta las cosas sencillas y edulcoradas. Consigue con toda su fanfarria, sus chistes con gente saltando sobre consoladores y sus parodias de películas de Pixar tener, dentro de su esperpento, mucho más que rascar que la gran mayoría de cine de ciencia-ficción y comercial.
Porque al final “Todo a la vez en todas partes” nos regala no la luz del ingenuo o del iluminado sino la sencillez madura, la asunción de las cosas grises o repetitivas y el ensalzamiento de los oasis que hace tanta gente normal y corriente. Es una oda adulta dentro de lo absurdo de tantas cosas de la película al romanticismo y a la luz en una época que es totalmente aversa a dichas ideas en público. Es soprendentemente lacrimógena al final, no nos engañemos. Lo busca y no lo esconde. En esta película que disimula espectacularmente sus carencias con las actuaciones gigantescas de sus cuatro-cinco protagonistas sí le podemos decir que el final se hace largo. Sí se hace pesado. Sí se podía contar en menos tiempo.
Del costumbrismo a la ciencia-ficción hasta ser una película emotiva y descaradamente luminosa, eso es “Todo a la vez en todas partes”. Al verla por segunda vez es increíble cómo han conseguido equilibrar en ritmo, argumento o narración tres enfoques totalmente distintos a la hora de enfrentarse a una película. Es increíble como tantas veces parece que la locura y la absurdez va a descarrilar la película, pero no lo hace. Es increíble que una mujer como la protagonista, Michelle Yeoh, con 60 años haga de artista marcial, de madre cansada, de salvadora de multiverso, de actriz de película francesa existencialista y lo haga todo bien. Es increíble que Jonathan Ke Quan, como hemos dicho, pueda transmitir lo mismo en todas sus encarnaciones y ser a la vez tan distinto. Todo en la película es la historia de un milagro, desde cómo se hizo, a cómo ha llegado a tener éxito o a cómo transmite lo que transmite. Es un milagro y un oasis en el fondo y en la forma. Da igual qué pase en los Óscar.
Es una película que no puede ser más contraria a los ánimos y desesperanzas apocalípticas, y cínicas tan extendidas. Es una película que no sé si puede hacerlo de una manera más divertida y emotiva, pero que me parece complicado no emocionarse con algo que al final es pan nuestro de cada día. Y es que, al final, puede que la cosa en su raíz sea simple. Y sencilla. No es inocente ni ingenua. Es estratégica y necesaria. Y que sea como hay que aprender a sobrevivir a través de todo.
Sed felices.