Bienvenidos a un nuevo análisis de Perry Mason. Superado el ecuador de estas segunda temporada, la estupenda serie de HBO protagonizada por Matthew Rhys nos ha entregado su mejor episodio hasta la fecha. Os dejo con el enlace a los análisis anteriores y vamos al lío.
Capítulo 13
Antes de ir al meollo de la serie, es decir el juicio, este capítulo 13 de Perry Mason nos deja ver el estado emocional de sus protagonistas principales. Queda establecido que Della Street está perdidamente enamorada de Anita St. Pierre (Jen Tullock), quienes a lo largo del episodio acudirán a un local “sólo mujeres” para poder vivir su sexualidad. Si alguien piensa que es un invento de los guionistas, que se olvide. Locales como el que aparece en la serie ya existían en la época.
A lo largo de la serie queda claro que Perry Mason no es sólo una serie sobre un abogado que desenmascara a los culpables en pleno juicio sino también una crónica de la ciudad de Los Ángeles, puro noir que funciona como un reflejo de nuestra sociedad actual, como debe hacer todo relato de género negro que se precie de serlo.
Por su parte Perry ya está plenamente liado con Ginny Aimes, quien tiene pinta de aportarle toda la estabilidad que le falta y que se ha visto conmocionada por la verdad: los hermanos Gallardo apretaron el gatillo por encargo. No sólo por encargo sino también por venganza ya que el Estadio McCutcheon se empezó a construir sobre su hogar y sobre la vida de su hermana.
¿Quién lo hizo?
Decíamos que este episodio era el mejor. 45 minutos de historia que se hacen cortos donde nos muestran las consecuencias que el juicio trae sobre los personajes y que también se convierte en un whodunit en toda regla. La estrategia de Perry está clara: salvar la vida de los Gallardo, que pasen una temporada en la cárcel y cuanto más corta mejor y descubrir quién encargó la muerte de Brooks.
Uno de los principales sospechosos es Vincent Taylor, hermano de Noreen Lawson y concejal de distrito de Los Ángeles, aunque como dice Della son puras especulaciones. La mejor pista es la que enlaza a Ozzie Jackson, trapicheador de poca monta al servicio de Melvin Perkins, empresario con pinta de mafioso al que Paul Drake y sus fotografías metieron en un lío. De esta forma vamos enlazando situaciones y personajes. Paul Drake tendrá que cruzar la línea para conseguir información, cosa que le deja en una situación comprometida.
Es evidente que quién hizo el encargo es alguien poderoso, hasta el punto de forzar al fiscal Burges a cambiar de opinión y ofrecer un trato, trato que los Gallardo no aceptan. Mientras Perry hace lo que puede y sigue con sus técnicas de C.S.I. al estilo años 30, como demostrar que se puede falsificar una huella con pocos medios.
Con todo en contra, Perry se apunta un tanto en el juicio y renueva sus ánimos pero la cosa pinta mal. Alguien le está siguiendo y puede ser la misma persona que haya puesto en marcha el tren de juguete de su hijo, en lo que es una amenaza nada disimulada. Esa misma persona siguió a Della y a Anita al bar de lesbianas y el fiscal Thomas Milligan ha llamado a Strickland para que le hable de Perry. La cosa se ensucia cada vez más.
En resumen, el capítulo 13 de Perry Mason se ha convertido en el mejor de la temporada por varios motivos, como el ritmo del episodio o el whodunit establecido tras la culpabilidad confesa de los Gallardo, pero también porque, a excepción del flashback en el que los Gallardo regresan a lo que fue su hogar, los tres personajes principales aparecen juntos o por separado en todas y cada una de las escenas.
La segunda temporada de Perry Mason entra en su fase final. Todo el mundo ha sido presentado y todas las piezas están sobre la mesa así que ahora iremos a toda velocidad hacía el desenlace final. Nos leemos la semana que viene en el antepenúltimo episodio de la temporada. Un saludo, sed felices.