Desde hace ya un tiempo, China parece haber decidido dejar de ser la fábrica del mundo para pasar a desarrollar sus propios productos. A la hora de asentarse firmemente en el panorama internacional, este país ha llevado a cabo iniciativas en prácticamente todos los campos, desarrollando sus propias aplicaciones móviles, sus propios teléfonos… y hasta su propio anime, como el filme que nos ocupa: Flavors of Youth. Desarrollado gracias al estudio responsable de la exitosa película de animación japonesa Your Name (complementaria a un libro que reseñamos en esta web) y distribuido por Netflix, la intención de esta rara avis parece ser la de crear un producto atractivo para el creciente mercado chino y, a su vez, sorprender al mundo con una película solvente y un estilo reconocible para los amantes del anime.
En este largometraje de apenas hora y cuarto, distintos directores nos cuentan tres historias diferentes sobre el paso de la juventud a la adultez, en las que los protagonistas tendrán que hacer frente a los retos que presenta esta nueva etapa de sus vidas, mientras rememoran una existencia más simple desde la nostalgia. Sobre todo en la primera parte de esta cinta, se intenta aportar un toque más local y distintivo a estas experiencias, pero el resultado final es capaz de apelar a las sensibilidades de los espectadores de todos el mundo. ¿Qué tiene que ofrecer Flavors of Youth? Quédate y te lo contaremos.
Fideos de arroz
Proust utilizó una magdalena como desencadenante para recordar el pasado en su obra En busca del tiempo perdido, y este segmento de la película utiliza un plato tan propio de Asia como los fideos para que nuestro protagonista rememore su infancia en la provincia de Honan. A lo largo de esta historia, la más breve y sencilla de todas, el espectador observa unas imágenes de juventud en las que el personaje principal comparte esta comida con su abuela, y en las que la apertura y el cierre de distintos restaurantes en su pequeña ciudad sirve como excusa para repasar fragmentos de la infancia que probablemente todos reconoceremos: las peleas en el patio, las comidas familiares, el primer amor… siempre desde un punto de vista algo idílico. Al fin y al cabo, el protagonista no está nada satisfecho con su vida en la urbe.
El principal problema que tiene esta primera parte, dirigida por Yi Xiaoxing, es que no hay apenas desarrollo argumental, solo una serie de recuerdos acompañados por la voz de un narrador. La forma de contar este curioso cuento podría haber funcionado en un largometraje pero, durante estos escasos veinte minutos, no nos aporta nada que no hayamos visto antes. Es cierto que la sencilla trama tiene un conmovedor punto de inflexión, y la excelente animación cumple a la hora de reflejar las emociones de los personajes y la comida, pero no hay mucha sustancia en este bol de fideos.
Nuestro pequeño desfile
El segundo cortometraje de esta antología, dirigido por Yoshitaka Takeuch, cuenta una estructura más tradicional que, en este caso concreto, supone una mejora. Esta segunda parte se centra en la historia de una exitosa modelo que escogió este trabajo para mantener a su hermana, que está estudiando para ser diseñadora. Sin embargo, este frenético modo de vida acaba seduciéndola, por lo que nuestra protagonista empieza a alejarse de sus seres queridos y a centrarse cada vez más en su carrera. Este esfuerzo se revelará inútil cuando una joven competidora empiece a ocupar el espacio que tanto le costó alcanzar.
El hecho de que cuente con una trama, aunque esta no sea especialmente compleja, hace que este segmento supere al anterior. Los personajes secundarios están mejor construidos, y la relación entre las dos hermanas y el mánager de la mayor es especialmente entrañable. Además, el argumento es bastante apropiado para la era del influencer: existen personas muy jóvenes que, a veces sin un mérito real, han sido encumbradas a lo más alto, solo para ver cómo la fugacidad de su fama dinamita su lujoso modo de vida. No es El crepúsculo de los dioses, ni pretende serlo, pero nos hace sentir empatía por la modelo protagonista. En este sentido, la película se atreve a tratar temas delicados como los trastornos alimenticios aunque, de nuevo, su corta extensión no le permite profundizar tanto como debiera. Un mundo tan competitivo como este merecía una mayor exploración.
Amor en Shanghái
Li Haoling, coordinador de este proyecto y jefe de dirección, es el responsable de la última historia, que resulta ser la mejor de todas. El protagonista es un joven arquitecto descontento con su ambiente de trabajo y, en general, con su anodino modo de vida. Tras una discusión con sus padres, decide abandonar el nido: transporta sus pertenencias con la ayuda de un amigo, y se muda a un apartamento. En una de las cajas de la mudanza, encuentra una vieja cinta de casete que su amiga Xiao Yu le entregó antes de pasar al instituto, pero que nunca escuchó en su momento por estar demasiado ocupado estudiando para sus exámenes. Aunque perteneció a su trío de amigos también durante la educación secundaria, ha perdido el contacto con ella. Por eso, buscará una radio para escuchar esa cinta a cualquier precio.
Solo con la sinopsis, ya podemos entrever una cualidad que separa a este segmento de los demás: aunque también se centra en varias escenas costumbristas de su juventud, existe un desencadenante mucho más tangible para la trama. Se trata, claro, de la cinta de casete, un medio algo rudimentario por el que el protagonista se comunicaba con su amiga durante el instituto y le grababa las clases cuando esta no podía acudir. Conforme avanza la película, vamos descubriendo que el chaval que luego se convertiría en arquitecto estudió tanto para los exámenes de acceso al instituto para acudir al mismo prestigioso centro al que su amiga, una estudiante modélica, tenía planeado ir. Esta competitividad, más que la existente en el mundo de la moda, es una muestra de la sociedad que refleja la película: todos hemos oído hablar del durísimo examen de acceso a la universidad en China, pero el resto de su sistema educativo es similar en su exigencia. Esta tercera parte de la cinta refleja de manera superficial pero adecuada las presiones que este estudiante siempre tuvo a su alrededor, incluso por parte de su comprensiva familia. En definitiva, se trata de una historia muy característica de este país y bastante eficaz, con un giro algo cruel pero que deja una sonrisa al espectador.
Conclusión
La película tiene un defecto que sobresale por encima de los demás: su excesiva comercialidad, que hace que en algunas ocasiones se anteponga un final feliz a un desarrollo lógico de los acontecimientos, y que impide a este largometraje tener una identidad propia que la distinga de otros productos similares. Quizás esto podría haberse paliado con una mayor duración que permitiera pulir las dos primeras partes para acercarlas al nivel de calidad de la tercera.
En cualquier caso, la cinta es capaz de apelar a los espectadores de cualquier país gracias a los temas universales que trata, pero no pierde su identidad en ningún momento. A pesar de su potencial desperdiciado, Flavors of Youth deja un dulce y esperanzador sabor de boca.