InicioCineHitchcock y sus madres. ¡Que viva la represión!

Hitchcock y sus madres. ¡Que viva la represión!

Pocas cosas me han hecho tan feliz como Alfred Hitchcock. O, mejor dicho, sus películas. Que no tuve la suerte de conocer al buen hombre ni a su característico físico, cuya silueta calva y oronda era la cabecera de la serie Alfred Hitchcock presenta, un éxito en todo el mundo. Su filmografía es incuestionable y la mayor recomendación que cualquier cinéfilo puede hacer para iniciarse en el cine clásico. Al fin y al cabo, Alarma en el expreso, de 1938, fue la película que me condujo a un mundo, el cine, en el que todavía sigo instalado.

Hitchcock, con su filmografía plagada de espías, falsos culpables, macguffins y soterrados detalles sexuales, es un maestro que genera afición. Pero hoy nos vamos a centrar en una figura específica de su cine que ha alimentado la mente de todo psiquiatra cinéfilo. Me refiero a la madre hitchcockiana.

Pocos adjetivos son tan cinematográficos como hitchcockiano, referido a cualquier película de intriga en la que el suspense esté bien conseguido. Sin embargo, el tema de la madre hitchcockiana es bien distinto.

Aunque el director británico no escribía los guiones de sus películas, sí que tenía control sobre las historias que elegía. En otras palabras, Hitchcock no solo fue director, sino también autor. Y, como tal, en sus obras se filtran la mayor parte de sus obsesiones y conflictos.

Esto no es algo extraordinario. Ahí tenemos a Steven Spielberg y la complicada relación con su padre o a Martin Scorsese con sus dudas católicas.

En el caso de Hitchcock, es probable que su madre, Emma, fuera una de las personas más influyentes de su vida. Mujer sufrida y de profundas creencias católicas, tras la pérdida de su marido se centró en la crianza de sus tres hijos. En concreto, del pequeño Alfred, al que procuró prepararle para la vida adulta…protegiéndolo de todo lo que pudiera suponer una tentación.

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¿En qué estaría pensando el buen hombre?

Solo así se explica que, en sus primeros rodajes, a Hitchcock le tuvieran que explicar que una actriz no podía rodar una escena acuática porque padecía un fenómeno biológico conocido como menstruación. O que se comprometiera con Alma Reville, su esposa y aliada creativa, sin verle ni un hombro.

La sombra de la madre de Hitchcock no solo alcanzó a la figura materna cinematográfica, sino a la propia concepción que el director británico tenía de la mujer. Porque las mujeres de Hitchcock, tanto las famosas “rubias” como las que no, son sofisticadas y elegantes de día (como intentaba mostrar su madre) pero (se intuye) fogosas en la noche (como sospechaba que escondía su madre).

En la etapa más desconocida de la carrera del director, la muda, ya encontramos figuras maternas marcadas por su eficacia a la hora de cumplir su rol social, pero también dominantes. Las verdaderas líderes familiares. Como en El enemigo de las rubias, en la que el marido se esconde detrás de su propia mujer ante la detención de un sospechoso. De hecho, en El hombre que sabía demasiado (1934), la madre protagonista es una mujer que disfruta de la vida y el cuidado de su hijo, siendo lo principal, no es su único interés .

Resultado: secuestran a su hijo.

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Culpa suya, por disfrutar de la vida

Lo que, por cierto, el propio director elimina en su remake posterior de 1956, en el que Doris Day es la única madre genuinamente heroína de toda su filmografía.

No obstante, estas son solo unas pequeñas migajas de pan para las películas en las que la figura materna es esencial…por distintos motivos.

La sombra de una duda (1943), la madre ingenua.

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Un amor de madre

En el imprescindible libro El cine según Hitchcock, el propio director le dijo a François Truffaut que La sombra de una duda era su película favorita, aquella de la que se encontraba más satisfecho.

Y no es para menos, porque esta obra maestra es un fascinante retrato del lado oscuro del ciudadano medio. La sombra de una duda retrata la llegada a un pequeño pueblo del tío Charlie, el típico tío que todos queremos tener…salvo por el pequeño detalle de que se dedica a estrangular a viudas ricas.

Hitchcock, ya instalado en Estados Unidos, quiso que su madre, muy enferma, se trasladara con ella, ya que Londres sufría los bombardeos de la Luftwaffe durante la II Guerra Mundial. Solo consiguió que se mudara a la campiña inglesa.

Será por la morriña o porque sabía que se acercaba el final, pero La sombra de una duda es la película más amable con la figura materna de todas las que rodó el maestro inglés.

De hecho, es tan amable que peca de tremenda ingenuidad. La madre de La sombra de una duda es un ser de luz y el nexo de toda la familia. Pero, a la misma vez, es incapaz de ver que su hermano es un hombre mucho más oscuro de lo que ella puede imaginarse. Ah, y se llama Emma, como la madre del maestro.

El bueno de Alfred intentó honrar a su madre con esta película pero, desgraciadamente, Emma falleció cuatro meses antes del estreno de La sombra de una duda, dejando al director sin la figura a la que más quería…y más le reprimía.

Qué comience la caza a la madre.

Encadenados, la madre mefistofélica.

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Cualquiera le dice algo a la señora

¡Qué buena es Encadenados! Con su trama de espionaje, con sus nazis escondidos en Brasil, con su historia de amor a  medio camino entre la lujuria y el deber. Con el uranio como pura excusa argumental (el famoso macguffin) antes de que se conociera el desarrollo de la bomba atómica. Y claro, con madre hitchcokiana.

Pocos años después de la muerte de Emma, con la idealización de su figura en La sombra de una duda, tocaba la devaluación absoluta, convirtiendo a la  madre de Alexander Sebastian en la verdadera villana de la película.

Alexander Sebastian es el líder de los nazis en Brasil y tiene suficiente uranio como para desatar un nuevo genocidio. Pero no es capaz de dar ni un solo paso sin la aprobación de su madre, a la que le tiene que pedir hasta la llave de los armarios de su mansión.

Y claro, cuando la futura nuera resulta ser una agente doble, Sebastian (que nos termina dando penilla y todo) no es capaz de tocarle ni un pelo, así que la buena señora decide, entre calada y calada, envenenar poco a poco a la protagonista y demostrar que una madre no solo puede ser figura de cariño. También de dominación total.

Extraños en un tren, la madre psicótica.

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Las pinturas de la señora Antony

Menos presente en que otras de sus películas, la señora Antony pertenece a esa subcategoría de madres hitchcockianas a las que podríamos nombrar como simpáticas. No porque el director busque que nos caigan bien, sino porque son tan negligentes que no nos queda más remedio que divertirnos a su costa…aunque sea una diversión macabra y cruel.

En el caso de la señora Antony, es una mujer que vive a las espaldas de la realidad, solo centrada en su pintura. Al menos está tan loca como su propio hijo pero, en su distancia de la realidad, es incapaz de ver al psicópata asesino que tiene por retoño. La mayor de las negligencias por la vía psicótica.

Nuestra crítica de Extraños en un tren

Con la muerte en los talones, la madre castradora.

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Esa mirada…

En la cima de su creatividad, Hithcock rodó el mejor sinsentido de la historia del cine. Una trama sin pies ni cabeza que sigue siendo un referente para todas las películas de espionaje.

Los 21 mejores espías de la historia del cine

Y todo por culpa de la madre del protagonista.

Porque, con solo cinco minutos, la que lía la madre de Roger Thornhill.

Primero, al protagonista lo confunden con George Kaplan en una partida de bridge en casa de una amiga de su propia madre y, posteriormente, ella misma se encarga de desacreditarle delante de la policía al no escucharle y sugerir que está mintiendo…para no aparecer en el resto de la película.

Mientras que la madre de Extraños en un tren se dedica a negar el lado oscuro de su hijo por no vivir en la misma realidad que el resto, la de Con la muerte en los talones niega lo bueno que pueda tener su hijo porque no cree en él. La mayor de las negligencias por la vía neurótica.

Psicosis, la madre…no-madre

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Aquí Hitchcock se quedó bien a gusto.

Película de terror pequeñita que se convirtió en el mayor éxito de su carrera, Psicosis destroza a cuchillazos el mito americano del american way of life. No es que la madre no sea esa supuesta figura de nexo en la familia, sino que es un cadáver asesinado y embalsamado por su propio hijo, cuya identidad bascula entre un hijo reprimido y una madre lo suficientemente castradora como para asesinar a toda mujer que pueda suponer un interés para su retoño.

Y es que era conocida la tendencia que tenía Hitchcock de enamorarse de casi todas las actrices con las que trabajaba e, incluso, de llegar a insinuarse a ellas sin dejar nunca a su esposa Alma Reville. Como Norman Bates, parece que la sombra de su madre era demasiado alargada como para desprenderse de la represión a la que le tenía sometido.

Por eso, pese a ser de 1960, no ha existido una película que supere en impacto a esta joya.

Los pájaros, la madre celosa.

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Esa mirada….2

Satisfecho del éxito que había tenido Psicosis, el director británico se sintió libre para poder profundizar sin medias tintas en el lado oscuro de la figura materna.

Si en Psicosis la amenaza se sitúa en el núcleo de la sociedad occidental (la familia, la madre), en Los pájaros esta amenazada viene del exterior, de la naturaleza, sin explicación aparente, por más que miles de críticos, personas de pie y psicoterapeutas han intentado encontrar la causa de la rebelión de los pájaros.

Lo que sí queda claro son dos cosas.

Lo primero, que el ataque comienza cuando Melanie, la protagonista, busca a Mitch en un pueblo de California para ligar con él.

Lo segundo, que la madre de Mitch es claramente posesiva y no está dispuesta a desprenderse de su hijo.

La teoría más extendida es que el ataque de los pájaros representa la ira materna que quiere impedir que la pareja se una y, con ello, se aparte de la madre.

Más bien prefiero quedarme con la mucho más interesante teoría de que Hitchcock no quiso dar ninguna explicación para fomentar el reventarnos la cabeza buscando una. Y, si acaso, que ninguna amenaza externa, por muy catastrófica que sea, es capaz de liberarnos de nuestras angustias más internas.

Marnie, la ladrona, la madre represora.

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Pobre señora, fuente de todos los males

No contento con este ataque a la figura materna, Hitchcock fue a más en una película que justifica a todas luces la fama de misógino del director.

Porque las mujeres que aparecen en Marnie, la ladrona son ladronas, malas madres, celosas patológicas o prostitutas. Así, el origen de la aversión de Marnie a los hombres viene directamente de su madre, una mujer frígida que los odiaba y que inculcó ese temor en su hija.

Aquí ya no hay un punto de vista divertido o aterrador. Con Marnie, la ladrona, Hitchcock buscaba que odiáramos a la figura materna. Al fin y al cabo, en Los pájaros todavía era capaz de dar una explicación al carácter de la madre que nos permitiera empatizar con ella. En Marnie, sin empatía solo se genera enfado.

Frenesí, la madre.

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El buen hombre es quien es, para bien o para mal, gracias a su madre

En la última obra maestra de su director, la figura materna es apenas perceptible pero no por ello menos importante.

Al fin y al cabo, el asesino en serie protagonista es un ciudadano modelo que esconde a un hombre reprimido que odia a las mujeres pero venera a su madre, fuente del único cariño que ha recibido el pobre psicópata pero también, imaginamos, probable germen del asco que este villano le tiene a las mujeres.

En resumen, la madre como fuente de todo lo bueno y todo lo malo del ser humano. Un punto de vista determinista y discutible pero que, seguro, marcó la vida de uno de los mejores directores de todos los tiempos.

¡Un saludo y sed felices!

¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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