No es fácil hablar del western, el género más cinematográfico de todos cuantos se han abordado.
De hecho, es un supergénero en la medida en que su principal contexto es que carece de él. Al tratarse de unos años concretos marcados por un paulatino tránsito de la barbarie a la civilización en un terreno determinado (el Oeste americano), el western es un terreno fértil sobre el que puede crecer cualquier historia, abordada desde cualquier tono y con la posibilidad de comunicar el mensaje que sea. Pero en Las cosas que nos hacen felices nos gustan los retos y, tras año y medio de preparación, estamos listos para traeros la guía definitiva del género.
Eso sin contar lo que nos gusta el género en esta sacrosanta web, como prueba la sección En clave de Western.
El objetivo no es solo hablar de las mejores películas del género por orden cronológico, sino también reflexionar brevemente sobre la evolución de un género que tuvo, por mucho que ahora goce de buena salud, un principio y un final.
Sin más dilación, comenzamos.
- La guía definitiva del western (parte 2): Los años de gloria.
- La guía definitiva del western (parte 3): la larga agonía.
- La guía definitiva del western (parte 4): las últimas rememoraciones.
PRÓLOGO: CUANDO EL WESTERN ERA HISTORIA.
Como (casi) todos los géneros, los primeros westerns se rodaron en los primeros años del cine. Además, dado que el salvaje Oeste se había civilizado hacia finales del siglo XIX y principios del XX, muchos de los personajes que vivieron aquella época todavía estaban vivos y trabajaban como asesores cinematográficos. Un ejemplo sería el mítico Wyatt Earp, al que se ha representado al menos cinco veces en la gran pantalla.
Por lo tanto, el western mudo, verídico o no, buscaba reflejar la realidad de aquella época. Lo hizo El gran asalto al tren (1903), película primigenia de Edwin S. Porter que fue de las primeras en incorporar el montaje cinematográfico. O El caballo de hierro (1924), la película muda más conocida de John Ford, al que volveremos varias veces en esta guía. O La gran marcha (1930), película de Raoul Walsh (otro grande del western) protagonizada por un John Wayne de veintitrés años. Esta última, todo un fracaso comercial en el que el director lanzó toda una caravana real por un precipicio, condenó al western a ser un género secundario cuyos mayores éxitos se traducían en películas con vaqueros cantantes, lo que posteriormente homenajearían los hermanos Coen en La balada de Buster Scrubbs (2018).
Todo esto cambió con la primera película de esta lista.
1. LA DILIGENCIA (1939), de John Ford. El nacimiento del género.
Para el espectador medio, John Ford es, esencialmente, un director de western. Sin embargo, comparada con toda su vasta carrera cinematográfica, Ford solo dirigió quince westerns en su periodo hablado. Desde La diligencia, de 1939, a El gran combate, en 1964.
Teniendo en cuenta que tiene grandes obras maestras en otros géneros, ¿Por qué John Ford es considerado el padre del western?
Pues bien, lo es porque, aunque no creó el género (hubo otros westerns antes y durante 1939), sí que fue el primero que supo apreciar las enormes posibilidades de este. En resumidas cuentas, convirtió un género histórico en un supergénero capaz de contar cualquier historia.
Prueba de ello es La diligencia.
Crónica del viaje en diligencia de un grupo de personajes y las dificultades a las que se enfrenta, La diligencia es clave para entender el western por tres motivos.
En primer lugar, porque la diligencia representa un microcosmos de Estados Unidos: la mujer puritana e hipócrita, el tahúr, el médico, el banquero chauvinista, el sheriff, la prostituta repudiada, el cowboy… La diligencia puede ser una película de aventuras pero es, ante todo, una historia de personajes. Y, sobre todo, es la historia de amor entre dos inadaptados. Tanto que el duelo final, el supuestamente más importante, ni siquiera se nos muestra en la pantalla.
En segundo lugar, como he dicho antes, La diligencia es una película de aventuras narrada de forma admirable. Es inolvidable la escena de la persecución apache, sin efecto digital de ningún tipo. Si alguien salta de un caballo a otro, lo hace de verdad.
Y, en tercer lugar, porque La diligencia tiene la escena de presentación más importante de la historia del cine. A través de un desenfocado que, cuentan, fue accidental, conocemos a Ringo. Es decir, a John Wayne, el actor más representativo del género y, por tanto, uno de los mitos más importantes de la historia del cine. Con Ford y con Wayne nació el género que tan feliz ha hecho al mundo.
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CAPÍTULO 1: EL WESTERN COMIENZA A ANDAR.
Nada de lo que se ha hablado antes tendría sentido si La diligencia no hubiera sido un éxito de taquilla. Los ejecutivos de Hollywood (recordemos que, en aquel entonces, la industria funcionaba con el sistema de estudios) apreciaron las posibilidades del género y aumentó la producción de westerns que, o bien explotaba esa vertiente aventurera de La diligencia o, por otro lado, la más intimista de la misma película.
O las dos, claro está.
2. Murieron con las botas puestas (1941), de Raoul Walsh. El blanqueamiento hollywoodiense.
No se puede entender el cine clásico norteamericano sin la figura de Errol Flynn, protagonista de algunas de las películas de aventuras más míticas de aquellos años. Murieron con las botas puestas es un magistral ejemplo de western de estudio. Warner Bros a la producción, Michael Curtiz a la dirección (como tantas otras veces), Flynn de protagonista y Olivia de Havilland como coprotagonista. Como en El capitan Blood, La carga de la brigada ligera, Robin de los bosques o Dodge, ciudad sin ley (western anterior a esta película).
Murieron con las botas puestas hace algo muy hollywoodiense y, por tanto, americano: blanquear la vida de un personaje conocido por su racismo y belicismo. George Custer llevó a sus hombres a la muerte a manos de los indios de forma inútil, pero en Murieron con las botas puestas es un carismático militar con un profundo código de honor.
¡Qué más da! Murieron con las botas puestas es una de las películas de aventuras más entretenidas y épicas de la historia del cine. Si se quiere ser más justo con la figura de Custer, tenemos otras películas en esta lista.
3. Incidente en Ox-Bow (1943), de William A. Wellman. Guantazo a la pena de muerte.
Si Murieron con las botas puestas es fiel representante de la aventura deudora de La diligencia, Incidente en Ox-Bow apuesta por la vertiente más intimista.
Su director, William A. Wellman, es uno de los más grandes y, a su vez, desconocidos del cine clásico. Uno de los padres cinematográficos de un tal Clint Eastwood (él mismo ha reconocido su influencia en numerosas ocasiones).
Incidente en Ox-Bow aborda un linchamiento y toda la película prácticamente transcurre en dos escenarios. Un saloon americano y un campamento improvisado a la sombra de un árbol fantasmagórico que anuncia una muerte tan cruel como injusta.
Es este un alegado contra la pena de muerte con un protagonismo coral. Si acaso, el papel más destacado es el de Henry Fonda pero no se puede decir que sea un héroe en sí mismo. De hecho, Fonda hace lo que muchos de nosotros, en el mejor de los casos, haríamos. Seguir la corriente con la terrible intuición de que esta se equivoca.
4. Pasión de los fuertes (1946), de John Ford. Poesía hecha western.
John Ford sirvió en la II Guerra mundial, donde rodó documentales para el ejército como La batalla de Midway. Cansado, o así me lo imagino, de disparos y violencia, rodó su segundo western tras La diligencia. Y, nuevamente, hizo algo distinto a lo que cualquier director en aquella época habría hecho con una película de estas características.
Pasión de los fuertes es una de las muchas versiones que se han rodado sobre el duelo histórico en OK Corral, con el sheriff Wyatt Earp y su socio el tahúr Doc Holliday como protagonistas. Podríamos esperar una tensa preparación para el duelo con un estallido épico de violencia final.
Pero Pasión de los fuertes es algo distinto.
La película habla de dos personas que quieren ser lo que no son. Por un lado, un Wyatt Earp criado en el Oeste que quiere aspirar a ser un hombre del Este, de la civilización. Por otro lado, y más complejo, Doc Holliday es un hombre del Este, culto, que busca aparentar ser un salvaje hombre del Oeste.
Ambos, Henry Fonda (nadie camina como él en el cine) y un Victor Mature en el mejor papel de su vida protagonizan una película que se podrá debatir si es la mejor de John Ford, pero sin duda es la más lírica. Si Incidente en Ox-Bow es prosa intimista, Pasión de los fuertes es, directamente, poesía.
Ah, ¿Y el duelo de O.K. Corral? Aunque es lo que menos le importa, su paso por la guerra dejó huella en forma de un tiroteo sucio y seco. Y el más fiel históricamente de cuántos se han rodado.
Aún así, podéis ver otras versiones del duelo: Duelo de titanes (1957), Tombstone (1993) y Wyatt Earp (1994).
5. Duelo al sol (1946), de King Vidor. Un peliculón por amor.
Si hay un hombre que representa la Edad de Oro de Hollywood, ese es David O Selznick. Productor hecho a sí mismo, ambicioso y con tendencias megalomaníacas, Selznick reventó las taquillas de la época con Rebeca y, sobre todo, Lo que el viento se llevó. Es decir, el mito más grande de la historia del cine.
Selznick intentó acercarse a su película estrella con Duelo al sol, toda una superproducción enclavada en el género del western con un reparto mezclado con estrellas veteranas del cine mudo (Lillian Gish, Lionel Barrymore) y otras que se iban abriendo paso (Joseph Cotten, Gregory Peck en un papel inusualmente malvado). Pero, por encima de todo, Duelo al sol es la declaración de amor de O Selznick a su entonces mujer, Jennifer Jones, protagonista absoluta de la cinta.
Ella es una mestiza que despierta tanta pasión que se arruina tanto su vida como la de la familia que la adopta. Porque dos hermanos, uno todo cerebro y el otro todo corazón, se pelean por ella.
Duelo al sol es toda una fábrica de emociones, una de las cimas del entretenimiento cinematográfico clásico. Hay amor, odio, fiestas, traiciones, tiroteos… y una relación amorosa absolutamente tóxica con un final inusualmente moderno por la paridad que demostraba en aquellos años. No debemos olvidar que el western es un género eminentemente masculino y Duelo al sol está protagonizada por una mujer que acaba buscando venganza contra el hombre que ama y que le ha arruinado la vida.
Porque en Duelo al sol los besos tienen forma de balazos.
Sin esta película no podríamos entender ni Horizontes de grandeza (1958) ni Leyendas de pasión (1994), por poner un par de ejemplos.
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6. Cielo Amarillo (1948), de William A. Wellman. Retorno a las bajas pasiones.
Tras el éxito de Incidente en Ox-Bow en Europa (aunque rodada en 1943, se estrenó en 1946, al terminar la II Guerra Mundial), William A. Wellman volvió a rodar un western y, nuevamente, se alejó de lo esperado con una trama que no solo adapta La tempestad de Shakespeare, sino que se acerca más al cine negro de aquellos años que al western de aventuras al que estábamos acostumbrados. Nuevamente, la vertiente más interna de La diligencia influyó en esta película.
Cielo Amarillo comienza en el mismo saloon de Incidente en Ox-Bow, pero su recorrido es bien distinto. Una banda de ladrones atraca un banco y huye de las autoridades por un desierto de sal hasta terminar, al borde de la muerte, en un poblado fantasma únicamente habitado por una joven y su abuelo. Y claro, lo de sobrevivir está muy bien, pero mucho mejor si uno se queda con el oro de la mina del poblado y con la joven. Aunque para ello tenga que acabar con el resto de sus compañeros.
Algo más convencional que Incidente en Ox-Bow, Cielo amarillo combina a la perfección el horizonte sin fin del desierto con los claustrofóbicos interiores del poblado. Su final peca de predecible, pero deja uno de los mejores personajes femeninos de la historia del western, la joven interpretada por Anne Baxter.
Será la última vez que hablemos de William A. Wellman, uno de los referentes absolutos de Clint Eastwood, que aún nos dejaría dos westerns notables: Caravana de mujeres (1951) y la muy psicológica El rastro de la pantera (1954).
7. Tres padrinos (1948), de John Ford. Los Reyes Magos con sombrero y revólver.
Cuando, en múltiples entrevistas, se le preguntaba a John Ford por sus películas favoritas, este, de forma escueta, respondía que Tres padrinos, El juez Priest y Caravana de paz (otro western con connotaciones religiosas). Todas muy alejadas de las glorificadas de su carrera, pero con algo en común. Una mirada llena de compasión y de esperanza hacia la humanidad. Una mirada sonriente que se fue agriando con el paso de los años.
Sí, en el cine de Ford hay espacio para la sonrisa, pero convive con el dolor inherente de la vida. Probablemente, Tres padrinos sea el último western “ligero” de toda su carrera. Y uno de los más inusuales. Al fin y al cabo, Tres padrinos no deja de ser una versión de la historia de los Reyes Magos de Oriente. Solo que en vez de Melchor, Gaspar y Baltasar tenemos a unos enormes John Wayne, Harry Carey Jr. Y Pedro Armendáriz.
Yo no sé con quién quedarme.
Puede que no tenga la profundidad moral y la enjundia dramática de otras de sus películas, pero el desierto de Tres padrinos es uno de los mejores de la historia del cine y su tramo final palpita emoción.
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8. Río Rojo (1948), de Howard Hawks. El mal entra en el western.
Todos en pie.
Llega Howard Hawks.
Quintaesencia del cine clásico americano, Hawks producía obras maestras como churros en los géneros que tocaba. Por aquel entonces, ya había rodado el primer Scarface (cine de gángsters), Luna nueva (comedia) o El sueño eterno (cine negro). Era cuestión de tiempo que debutara en el western. Y Río rojo (la primera de sus películas Río…) es todo un hito en la historia del western.
Homérica en estado puro, Río Rojo cuenta como un ambicioso ganadero hecho a sí mismo se decide a trasladar diez mil cabezas de ganado a través de miles de kilómetros. Durante el viaje, sus actitudes despóticas chocaran con las de su mejor amigo y su hijo adoptivo.
Río rojo es la primera película desde La diligencia que aúna las dos vertientes, externa (la épica del viaje) e interna (las tormentosas relaciones entre sus protagonistas). Pero, además, da un paso más en el crecimiento del género.
Primero, por la irrupción de la nueva escuela interpretativa americana con la aparición de Montgomery Clift con 27 años. El precursor de los Marlon Brando, Paul Newman o James Dean. Es decir, precursores de los Robert De Niro, Al Pacino o Dustin Hoffman. Ahí es nada.
Y segundo, y lo más importante, por el papelón de John Wayne como “villano”. O no. No termina de quedarme claro. Desde luego, es un hombre atormentado que, cuando le quitan lo que es suyo, acojona. Y acojona de verdad. Una de las mejores interpretaciones del mito. Fácilmente la mejor.
Lástima de un final dócil y flexible acorde al cine clásico americano. Pero en un viaje como el de Río rojo, nos quedamos con el camino.
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9. Fort Apache (1948), de John Ford. Que pase la leyenda.
Primera entrega de la (no pretendida) Trilogía de la caballería de John Ford. Tras la incursión navideña y esperanzadora de Tres padrinos, Ford vuelve al mundo de grises con esta historia claramente basada en el general Custer, aquí con un enfoque más realista que en Murieron con las botas puestas.
Owen Thursday (Custer), interpretado por Henry Fonda, es un hombre que ha dedicado toda su vida a la carrera militar para acabar destinado en un puesto fronterizo de mala muerte. Pronto demostrará su carácter intransigente y su interés por provocar el conflicto con los indios como método para obtener gloria personal y vengarse de los superiores que le han mandado allí. Entre sus hombres está el capitán York (John Wayne), un hombre que prioriza la camaradería entre sus hombres y las buenas relaciones con los indios.
Película que enfrenta a dos personalidades radicalmente opuestas en una trama que conduce, inevitablemente, a la tragedia bélica. Sin embargo, lo más destacado de la cinta es lo que ocurre después. En un marco temporal sin ningún tipo de contexto como es el Oeste americano, a veces es necesario hacer crecer la leyenda en lugar de la realidad. Ford (y el western) contactan con el mito por primera vez en la historia del cine.
10. Juntos hasta la muerte (1949), de Raoul Walsh. Destino escrito.
Solo los más grandes son capaces de auto homenajearse. Porque sí, en el cine clásico también se reutilizaban argumentos. Que se lo digan a Hitchcock con su El hombre que sabía demasiado o a nuestro Raoul Walsh con Juntos hasta la muerte, que readapta la mítica El último refugio. Que, por cierto, también lo hizo con Tambores lejanos, remake western de la magistral Objetivo: Birmania, una de las mejores películas sobre la II Guerra Mundial de la historia del cine.
Juntos hasta la muerte es un western noir en el que el protagonista es un pobre desgraciado que se verá abocado a un “último trabajo” después de que sus esperanzas de tener una vida honrada se han disipado.
Como buena película de cine negro enclavada en el Oeste americano, en Juntos hasta la muerte no falta ninguna de las señas de identidad del género: el fatalismo existencial, con el destino marcado a fuego en el futuro del protagonista, independientemente de lo que haga; y las femme fatale, encarnadas en una aparentemente inocente Dorothy Malone y en una bellísima Virginia Mayo, cuya escena de presentación en esta película es historia del cine.
En Juntos hasta la muerte intuimos que los cowboys ya no son tan bienvenidos en el Oeste y que la ley va a actuar con mano dura contra ellos, como prueba esa inclemente persecución en la que el protagonista es cazado como un perro.
11. La legión invencible (1949), de John Ford. Que pase la nostalgia.
Segunda entrega de la Trilogía de la caballería de John Ford y primera vez que el maestro rueda en color. Y madre mía, que color. Probablemente, la escena más bella de toda la carrera de Ford sea la de la conversación de Nathan Brittles con la tumba de su mujer.
Porque Ford, tras ver lo que hacía Howard Hawks con John Wayne en Río Rojo, le espetó a su compañero director: “No sabía que este hijo de puta sabía actuar”. Y le regaló otro personaje caramelo. Al igual que en Río Rojo, Wayne hace de un hombre viejo, a punto de jubilarse.
Pero es un héroe fordiano: sencillo, humilde, leal y amigo de sus amigos. Si en Fort Apache utiliza a la caballería para hablar de la utilidad de la leyenda en nuestro mundo, La legión invencible habla del crepúsculo, de la necesidad de mantener nuestros recuerdos como salvavidas que nos permitan mantenernos a flote en la vejez. Es una de sus películas más nostálgicas, por mucho que no deje de ser la típica aventura fordiana. No en vano, Brittles tiene que cumplir una última misión pacificadora con los indios.
La trilogía se completaría con la algo menor Río Grande, western que Ford dedica al amor por encima del deber.
12. La puerta del diablo (1950), de Anthony Mann. La voz de los indios.
Es una lista de ovaciones, lo sé. Pero hay que volver a ponerse en pie.
Llega Anthony Mann.
Curtido en el cine negro de segunda fila durante los años 40, Mann dirigiría cuatro películas en 1950, tres de las cuales son westerns con merecido hueco en esta lista.
El primero de ellos fue La puerta del diablo, infravalorada película protagonizada por un condecorado soldado que regresa de la Guerra de Secesión y ve como no tiene derecho a poseer las tierras de su familia. ¿Cómo es posible que un hombre no tenga derecho a la propiedad en Estados Unidos?
Sencillo. Porque Lance Poole, nuestro protagonista, es indio.
La puerta del diablo es una película indignante, tal vez porque tiene una base más real que la mayoría de las de esta lista. Pero también porque Mann confiere a la trama una tensión in crescendo entre Poole y el villano, un abogado que apenas necesita empuñar un arma. Le basta su voz y su demagogia para resultar aterrador.
Ya lo dice uno de los personajes principales al final de la película. “Sería espantoso olvidar esta lección”. Y aquí seguimos. Menos mal que nos queda La puerta del diablo. Aunque su protagonista no sea de raza india, sino un actor blanco maquillado (estamos en los años 50), sigue siendo una de las visiones más nobles y dignas sobre el indio americano.
Sin películas como La puerta del diablo, no tendríamos Flecha rota, Apache o la mismísima Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese.
13. Las furias (1950), de Anthony Mann. Psicoanálisis en vena.
En su segundo western, Mann pasó de un conflicto tan externo como el racismo y la lucha de clases a uno mucho más interno. La influencia narrativa de La diligencia seguía patente.
Las furias es uno de los ejemplos más claros del complejo de Electra trasladado a la gran pantalla. Es decir, del enamoramiento de la hija con su padre como paso fundamental en el desarrollo de una personalidad sana. Así de escandalosos son los psicoanalistas.
Más un melodrama familiar que un western de aventuras, Las furias enfrenta a Walter Huston, padre de John, en su último papel antes de morir; y a Barbara Stanwyck como hija de este. Ambos tienen una relación que va un paso más allá del mero padre-hija, en la que ambos se quieren, se torpedean e incluso matan por el amor que se profesan.
Western oscuro y de interiores, apenas se dispara y tampoco hace falta. Además, tenemos a una de las mujeres más poderosas de la historia del western, aunque sea mucho más conocida la notable Cuarenta pistolas.
Si os interesa lo freudiano, apuntad también Perseguido (1947) y, nuevamente, El rastro de la pantera (1954).
Disponible en: FILMIN.
14. El pistolero (1950), de Henry King. Otra vuelta de tuerca.
Como hemos visto en algunas películas de esta lista, el western también se aprovechó de los códigos del film noir, trasladando tramas propias de este género al contexto del salvaje Oeste americano. Es decir, no eran westerns propiamente dichos.
El pistolero supuso un paso más en el crecimiento del género. Sí, tiene una trama perfectamente extrapolable al del film noir, pero estos códigos se aprovechan para subvertir elementos del western y no al revés.
Johnny Ringo (Gregory Peck), es el pistolero más rápido del Oeste. Así empieza una película de la que uno espera múltiples duelos y épica.
Sin embargo, la mayor parte de la película transcurre en un saloon, en el que nuestro protagonista, perseguido por su fama, espera reencontrarse con el amor de su vida mientras la muerte acecha a cada esquina, ya sea en forma de familiares que se quieren vengar o de chicos jóvenes que desean la fama de Ringo.
El pistolero vive una vida de persecución, no por ser un bandido como el de Juntos hasta la muerte. Johnny Ringo vive bajo la sombra de su propia fama, de su habilidad para matar, de su leyenda. De sí mismo. Muchos ignorantes ansían la vida que él vive, asediado por alguien del que no puede escapar. Asediado por él mismo. En este sentido, Johnny Ringo es un precursor del William Munny de Sin Perdón.
15. Winchester 73 (1950), de Anthony Mann. Western exponencial.
Sobre el papel, la historia de Winchester 73 no resulta tan grandilocuente como la de Río Rojo, Duelo al sol o cualquier película de John Ford. Sin embargo, la odisea de un rifle de repetición que pasa por distintas manos (y, por tanto, distintas situaciones) es clave no solo en la historia del western, sino del cine hollywoodiense en general.
Fuera de su aportación al western, supone la aceptación del lado oscuro del americano medio por obra y gracia de la interpretación de James Stewart. Para entendernos, hasta entonces Stewart era algo así como el Tom Hanks del cine clásico. El héroe amable, sin grietas ni cicatrices.
Pero en Winchester 73 es un vaquero cuyas acciones están movidas únicamente por la venganza. Es un héroe, pero con aristas. A partir de Winchester 73 vendrían papeles como Vértigo o Anatomía de un asesinato. Aparte de que esta película es la primera de las cinco colaboraciones entre Anthony Mann y James Stewart, todas ellas en esta guía.
En lo que respecta al género, Mann utiliza las peripecias del arma para retratar la inmensa mayoría de los tópicos del western. Tenemos indios, saloons, caballería, consecuencia de la guerra civil, asaltos, venganza…y duelos.
Entre la inmensa variedad de contextos que aportó Winchester 73 y la entrada del héroe del western en la ambigüedad moral, en ese plano difuso entre el bien y el mal, el género alcanzó la madurez.
Llegamos al final de esta primera parte. El género había dado claras muestras de sus posibilidades gracias a John Ford. Durante los años 40 se habían estrenado grandes aventuras, historias más intimistas propias del film noir y superproducciones. El salvaje Oeste daba cabida a pistoleros optimistas, bandidos con intención de reinsertarse y personas que no querían ser lo que eran. En definitiva, el salvaje Oeste era como la vida misma. Quedaba comprobar cuánto se podía llegar a exprimir el género.