Llegados los años 60, el western avisaba de su declive, acompañado por el progresivo desencanto de una sociedad estadounidense glorificada en exceso tras la victoria en la II Guerra Mundial. Al público no le interesaba tanto los relatos patrióticos y mucho más las historias sobre racismo, intervenciones bélicas que nadie había pedido, el papel de la mujer en la sociedad o el temor a una guerra nuclear.
Así, los continuos éxitos de taquilla se transformaron en estrepitosos fracasos.
Durante esta década hubo quien quiso perpetuar la grandeza del clásico en películas con vocación de serie B, con el protagonismo de leyendas que no reconocían su propio envejecimiento, como John Wayne, Kirk Douglas o James Stewart. En general, obras que ya no ofrecían la calidad de antaño.
Hubo un chute de adrenalina al género llegado desde Europa, que transformó el western y el sistema de estudios. Muchos actores, como el que interpreta Leonardo Di Caprio en la estupenda Érase una vez en Hollywood, se marcharon a Europa buscando mayor atención del público.
Y hubo quien aceptó que las cabalgadas al ocaso ya jamás serían las mismas y aprovecharon para criticar lo que antes se glorificaba. O, directamente, para darle un digno final.
- La guía definitiva del western (parte 1): En el principio…
- La guía definitiva del western (parte 2): Los años de gloria.
- La guía definitiva del western (parte 4): las últimas rememoraciones.
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El hombre que mató a Liberty Balance (1962), de John Ford. El primer clavo del ataúd.
El envejecimiento se ve acompañado de la pérdida, de la despedida. En ese sentido, no hay mayor señal de la llegada de la vejez al western que despidiéndonos de John Ford.
El maestro todavía rodaría tres películas más. Entre ellas otro western, el más proindio de todos los que rodó (El gran combate), pero El hombre que mató a Liberty Balance es su despedida más sentida al género que comprendió como nadie. Mientras que Howard Hawks, Anthony Mann o Delmer Daves adecentaban y decoraban la casa, Ford construyó los cimientos y supo ver cuán alta podía ser. Siempre fue por delante temáticamente a sus contemporáneos y, cuando tocó aportar oscuridad, lo hizo con la mirada de un padre compasivo que, pese a todo, seguía queriendo a su hijo.
Nuevamente y, como en sus dos westerns anteriores, Ford contrapone a dos personajes en el debate más esencial de la historia del género: la lucha entre lo salvaje y la civilización. Pero termina hablando de algo más profundo. Del enfrentamiento entre la realidad y la leyenda, que es de lo que siempre ha ido esto de rodar una película situada en un terreno inexplorado donde todo vale.
Porque está es la película de Ford en la que está más presente su condición de relato. Ya no estamos en Monument Valley, ni en color. El hombre que mató a Liberty Balance se rodó en blanco y negro, en un decorado y con dos actores de más de cincuenta años interpretando a personajes de menos de treinta.
Eso sí, que actores. Los dos intérpretes más importantes de la historia del western clásico. James Stewart. La civilización. La ley y el orden. El héroe ganador. John Wayne. La barbarie. La libertad sin ataduras. El héroe perdedor. Gana la civilización, el asfalto y la pluma por encima de la pistola. Pierde (y muere) el western.
Si Centauros del desierto era una película de puertas que se abren y puertas que se cierran, El hombre que mató a Liberty Balance empieza y acaba con un entierro casi indigno.
El del western tal y como John Ford lo entendía en la que es su mejor película y, probablemente, el mejor western de todos los tiempos.
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Duelo en la alta sierra (1962), de Sam Peckinpah. La última mirada amable.
Preparen trompetas y tambores. O mejor, cargad las escopetas y disparad unos cuantos disparos al aire…o a lo que sea que pueda explotar. Llega Sam Peckinpah, la figura fundamental del western crepuscular americano.
Duelo en la alta sierra fue la primera obra maestra de una carrera repleta de peliculones, alcoholismo y peleas con productores que intentaban controlar a un ser incontrolable.
Peckinpah irrumpió en plena agonía del western clásico y revolucionó sus formas. Pero antes, desplegó la poca amabilidad que tenía en un sentido homenaje al western clásico, con una aventura protagonizada por dos viejos vaqueros en su última misión.
Duelo en la alta sierra es un western clásico de aventuras como tantos otros que han desfilado por esta lista, con la peculiaridad de que el rasgo principal de sus protagonistas es que son viejos. Necesitan gafas para leer y mucho cuidado para montar a caballo.
Ellos son Joel McCrea (el de Juntos hasta la muerte y otros tantos westerns) y Randolph Scott (protagonista fundamental del western de serie B con, entre otras, la saga Ranown y sus Tras la pista de los asesinos, también en esta lista).
Duelo en la alta sierra fue el primer western que abordaba la vejez de forma épica. Sin ella, no se podría entender películas como Sin perdón o Logan. Además, tiene uno de los mejores finales de la historia del cine, en el que se hace creíble un duelo tan increíble como el de esta película.
Y claro, ese plano final. A nadie le gusta que una buena vida se termine. Pero si tiene que hacerlo, que sea como en Duelo en la alta sierra.
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Río Conchos (1964), de Gordon Douglas. Apocalypse Now antes de Apocalypse Now.
Mientras durante los 60 siguieron rodándose western cegados ante la inevitable decadencia del género, otra corriente norteamericana decidió que había que destapar la venda.
Se acabó la amabilidad. El western clásico daba claros síntomas de muerte y ya no era momento de condescendencias. El honor, las buenas intenciones y, en definitiva, la descripción de un territorio en el que la línea entre el bien y el mal quedaba muy marcada dio paso a una visión nada complaciente del Oeste, plagada de violencia y personajes desesperanzadores. Aquí no se salva ni uno.
Una de las primeras y más destacadas películas de esta corriente fue Río Conchos, producción de serie B dirigida por Gordon Douglas en la que se narra una misión llevada a cabo por cuatro hombres, a cada cual más distinto, que deben entregar un cargamento de armas a un coronel confederado que se niega a aceptar que la Guerra Civil americana ha terminado.
Que ellos han perdido.
Western sucio, polvoriento y sin rastro de bondad, Río Conchos tiene un protagonista tan amargado y racista como el Ethan Edwards de Centauros del desierto, solo que lo que en John Wayne se atisbaba, en Richard Boone sale a la superficie desgarrando la piel de un protagonista más cercano a un villano que a un héroe.
Además, la trama, con esa misión que finaliza en un territorio demencial, una mansión a medio terminar y un coronel asentado en otro mundo, tiene ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Seguro que Coppola vio Río Conchos unas cuantas veces antes de abordar su Apocalypse Now.
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Por un puñado de dólares (1964), de Sergio Leone. El hálito rejuvenecedor.
Te has pasado la vida a ritmo de trompetas y tambores. De hacer el bien incluso cuando era francamente contraproducente para ti. Tu país es la leche, pero los nativos que pueblan las llanuras de la tierra que colonizas no te dejan demostrar lo civilizado que eres. Cada bala que disparas es por una causa justa, y esta atraviesa los cuerpos de forma rápida y sin una gota de sangre salpicando la pared. Las personas no tienen gamas de grises y las acciones solo se pueden tildar de buenas o malas. Es una vida sencilla, la que todos podríamos ansiar.
Pero que, con el tiempo, llega a aburrir.
Después de todo lo vivido, tus recuerdos ya no calan. La gente disimula un bostezo, se miran de reojo y en su rostro no hay ni un solo poso de emoción. Tu vida no ha sido tan apasionante como creías.
Es entonces cuando decides cambiar. Desmelenarte. No siempre hacer el bien, sino lo que te conviene. Revelar que el país al que sirves está más podrido que tú mismo. Disparar para sobrevivir, aunque eso suponga empapar las paredes de sangre. Rejuvenecer tu clásico vestuario con, por ejemplo, un poncho mejicano. En definitiva, vivir tu vida al ritmo de la música revolucionaria de Ennio Morricone.
Pues todo eso y mucho más fue Por un puñado de dólares. Punto de partida del spaghetti western. Confeso remake de la película de samurais Yojimbo con la que Sergio Leone dio hálito al western…rodando algo distinto. Con la que comenzó la leyenda de Clint Eastwood y sus miradas de reojo. Y con la que Ennio Morricone nos regaló una banda sonora magistral por primera vez.
DISPONIBLE EN: Prime video.
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La muerte tenía un precio (1965), de Sergio Leone. La música como aderezo de emociones, parte de una historia y dilatadora del tiempo.
En una época en la que el western norteamericano se contaba por fracasos, el éxito de Por un puñado de dólares, una baratísima producción italoespañola, revolucionó el western como solo La diligencia lo había hecho. No solo por la irrupción del spaghetti western, sino por la masiva emigración de actores caídos en desgracia de Estados Unidos a Europa para rodar películas más baratas, despreciadas por los críticos pero amadas por el público.
Mientras tanto, a Sergio Leone le duplicaron el presupuesto para hacer su siguiente película. Y con ello, el director italiano se superó a sí mismo.
Seguíamos teniendo a Clint Eastwood como un pistolero sin nombre, con su poncho, su puro, su mirada de reojo y sus motivaciones económicas. Pero a él se le añade Lee Van Cleef, un secundario del western clásico que se convirtió, con esta película, en el actor más importante del spaghetti western. Juntos, cazarrecompensas con distintas motivaciones, deben hacer frente a un villano enajenado que acaba con sus víctimas al ritmo de la música de Ennio Morricone. Aquí la banda sonora no es solo un complemento para dotar de emoción a una escena, sino que forma parte de la historia intrínseca de la película y, lo que es más importante, juega con el tiempo de esta, la principal seña de identidad de un Sergio Leone que se convertiría en uno de los mejores directores de la historia del cine.
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El bueno, el feo y el malo (1966), de Sergio Leone. El mejor spaghetti western de todos los tiempos.
Si algo caracterizó a Sergio Leone, más allá de rejuvenecer un género que admiraba a través de la vía del canallismo, fue su capacidad de superarse a sí mismo. Si Por un puñado de dólares es la película de un solo hombre y La muerte tenía un precio la de dos, El bueno, el feo y el malo fue…bueno, como es obvio, fue la película de tres hombres.
El primero es, como no, el gran Clint Eastwood, que repite su papel de hombre cómodo en la escala de grises y cuya motivación es meramente económica. El segundo, otro que repite, es Lee Van Cleef, esta vez en un papel de villano. Y, finalmente, el rey de la función es Eli Wallach en el papel de su vida, el de un miserable ladrón que únicamente busca sobrevivir…con la mayor cantidad de dinero posible entre sus manos.
La búsqueda de un tesoro por estos tres personajes transcurre a través de varios de los leitmotivs típicos del western: un poblado, una diligencia o una batalla de la Guerra de Secesión. Es un viaje por etapas, por capítulos temáticos que, seguro, tanto por su estructura como por la música o su forma de dilatar el tiempo, se convirtió en una de las películas de cabecera de Quentin Tarantino.
Con El bueno, el feo y el malo Leone se retiró del spaghetti western con la mejor película del subgénero. Una macarrada repleta de personajes amorales que tanto reflexiona como se ríe de la guerra. El final de la Trilogía del Dólar, unificada por el triunvirato Leone, Morricone y Eastwood, es el mejor spaghetti western y una de las mejores películas de la historia del cine.
Ah, y luego está el duelo a tres bandas. Con la tensa, tensísima, espera antes de apretar el gatillo.
Sin duda, el mejor duelo de la historia del cine.
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Los profesionales (1966), de Richard Brooks. El western antisistema.
Mientras el spaghetti western seguía revolucionando el género por Europa, la vida seguía en Estados Unidos. Seguían estrenándose películas que continuaban la senda de los primeros Ford, Hawks o Mann. Otros, por el contrario, sabían que todo había cambiado. Al fin y al cabo, muchos de estos autores habían estrenado su último western hacía años o, en el peor de los casos, habían fallecido.
En Los profesionales tenemos los códigos clásicos del western. Lo vemos en ese grupo de…pues eso, de profesionales para los cuales la misión bien ejecutada está por encima de todo. A lo Río Bravo. Pero también algunas de las características del spaghetti western. Como su localización en Méjico, la ambigüedad de sus personajes, el polvo en la ropa y la sangre en los cadáveres. Y, lo más importante, un tono desencantado hacia los poderes dominantes (recordamos que Kennedy había sido asesinado tres años antes de esta película, cambiando la sociedad y el cine americano durante un tiempo).
No en vano, la misión que encomiendan a estos cuatro soldados no es lo que parece. Los cuatro protagonistas son profesionales, sí, pero también románticos a los que la vida les ha golpeado y ya solo les queda el cinismo y el trabajo. Solo así se explica este monólogo de uno de los personajes.
La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio, ella es una diosa, una causa pura, pero todos los amores tienen un terrible enemigo: El tiempo. Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa sino una mujerzuela; nunca ha sido pura ni virtuosa ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos. Lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión. Y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable.
Poco más se puede decir.
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El gran silencio (1968), de Sergio Corbucci. El western del desengaño.
El romper con las formas del western clásico fue lo que definió al spaghetti western, al que le quedaban pocos años para convertirse en carne de explotación con múltiples productos de menor calidad hasta su final con Keoma, en 1976. Sin embargo, lo que hace inolvidables a algunos de ellos fue su capacidad para romper con los valores de toda una época. En este sentido, ningún western definió el espíritu de los años 60 como El gran silencio, el mejor de todos los spaghetti western.
Sin contar a Leone, claro. Leone es trampa.
De hecho, no podríamos decir que El gran silencio sea un spaghetti western, más allá de su producción italiana y de la dirección de Sergio Corbucci, director de un buen número de películas del género. Suyas son obras como Django (1966) o Salario para matar (1967).
La película es un western nevado…por fuera y por dentro. Las reacciones de sus personajes son pausadas, sin pasión ni entusiasmo. No en vano, estamos en la década en la que se libran guerras injustas y se matan a hombres que intentan cambiar las cosas.
Por eso El gran silencio es una película memorable. No solo por la nieve, por tener a un actor francés como protagonista de un western, por disparar con una Mauser alemana o por enamorarse de una mujer negra. Si pervive en nuestra memoria es porque, en esta puñetera vida, no nos podemos librar de la injusticia.
Y El gran silencio es el western más injusto de la historia.
DISPONIBLE EN: Filmin
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La noche de los gigantes (1968), de Robert Mulligan. La amenaza invisible.
Robert Mulligan ya sabía lo que era rodar algo más que un drama judicial con la icónica Matar a un ruiseñor, así que, seis años después, repitió con Gregory Peck, al que le había regalado su papel más conocido, en La noche de los gigantes, intriga disfrazada de western tristemente infravalorada y que merece una reivindicación.
LAS MEJORES PELÍCULAS JUDICIALES DE LA HISTORIA DEL CINE.
Peck interpreta a un explorador de la caballería que abandona el ejército tras rescatar a una mujer y a su hijo de unos indios que las tenían secuestradas. Al llevárselos a su apartado hogar les perseguirá Salvaje, la pareja de la mujer y padre de su hijo, un sanguinario indio que hará lo que haga falta para recuperarlos.
Como he dicho antes, La noche de los gigantes no es un western más allá de su localización. Más bien es una trama pionera de acosador invisible a familia acosada.
Y menudo acosador. Porque Salvaje no es un indio. Es Alien, Depredador o Freddy Krueger en un western de 1968. Un ser devastador que irá acabando con cada uno de los miembros acosados y al que será muy difícil pararle los pies. Porque, ¿Cómo se enfrenta uno a la amenaza invisible?
DISPONIBLE EN: Filmin.
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Hasta que llegó su hora (1968), de Sergio Leone. La ópera western.
En 1968, el western, como la vida, caminaba oscilando entre tres corrientes que volvemos a repasar. En primer lugar, el viejo clasicismo que se negaba a aceptar que los valores que representaba estaban desfasados. En segundo lugar, el intento de modernizar lo viejo emparentándolo con las fisuras de una sociedad americana antaño glorificada. En tercer lugar, el revolucionario spaghetti western, ya convertido en un género totalmente distinto al western del que bebía.
Y luego estaba Sergio Leone.
En un movimiento tan coherente con la figura del director italiano como único en la historia del cine, Leone dio un paso más con respecto a lo que había rodado con El bueno, el feo y el mal, alejándose de las bases del subgénero que él mismo había llegado a la grandeza, el spaghetti western. Y creando algo nuevo, la ópera western.
Así, Hasta que llegó su hora es un western único. No hay otro igual.
Por tres motivos.
En primer lugar, porque Leone mantiene algunas de las formas del spaghetti western, como la violencia exagerada, la suciedad y la subversión de los valores de todos sus personajes. Pero también regresa al clasicismo americano rodando en Monument Valley, territorio John Ford por excelencia, y fichando a Henry Fonda, icono del mismo Ford, como cruel villano.
En segundo lugar, por como su estilo se va perfilando. Si en La muerte tenía un precio alargaba la espera antes de un duelo con el leitmotiv de la música de Morricone y en El bueno, el feo y el malo estiraba las situaciones incrementando la tensión hasta un tan fulminante como breve estallido de violencia; en Hasta que llegó su hora literalmente eterniza las escenas, jugando con nuestra experiencia del tiempo vivido de una forma fascinante. Qué mejor ejemplo que su secuencia inicial, de casi veinte minutos que se resuelven en menos de diez segundos.
En tercer lugar, porque esta es la película de Sergio Leone que es más de Ennio Morricone. Cuatro temas inmortales para los cuatro personajes. La férrea determinación de Harmónica, la picaresca de Cheyenne, la maldad de Frank y la lírica sensual de Jill.
De esta mezcla solo puede salir una épica historia de venganza que no se puede ver sin más, sino completar con la boca sellada, el corazón encogido y los ojos sin parpadear. Uno de los mejores western de la historia del cine.
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Grupo salvaje (1969), de Sam Peckinpah. El segundo clavo del ataúd.
Durante los años 60, la mayor parte del western clásico americano hizo caso omiso a la crítica a los valores imperantes estadounidenses y a la propia reflexión crepuscular de las últimas películas de John Ford. Tanto John Wayne como James Stewart continuaron con sus papeles propios de los años 50 como si El hombre que mató a Liberty Balance no se hubiera rodado. El primer clavo, los valores clásicos, ya estaba en el ataúd. Pero al western todavía quedaba rematarlo.
Sam Peckinpah, que venía de dar una última mirada amable al género con Duelo en la Alta Sierra y de que los productores le dieran hasta en el carné de identidad por Mayor Dundee, desató toda la creatividad que atesoraba entonces con Grupo Salvaje.
La película se sitúa en un contexto similar a Los profesionales, claro precedente de esta película. En la frontera de Méjico a inicios del siglo XX, alejado de los escenarios tradicionales del western clásico. Y sus protagonistas una banda de auténticos malnacidos que solo quieren robar y no les importa con quién acabar para conseguir su objetivo.
Hasta ahora, tenemos tanto una trama como unos personajes que bien podrían describir a un spaghetti western, pero lo que define a Grupo Salvaje no es ni su localización atípica ni la maldad de sus protagonistas, sino su forma de mostrar la violencia.
Mientras la violencia del spaghetti western es conscientemente exagerada y festiva (por algo es un género que Tarantino admira profundamente), la de Grupo Salvaje está hecha para impactar. Cada disparo duele. Cada sangrado rasga. Aparece la cámara lenta y la multiplicidad de planos para acelerar nuestro pulso.
Vamos, que sin Grupo Salvaje no se podría entender todo el cine de acción de los setenta hasta ahora. Y no os digo nada de ese tiroteo final, uno de los mejores de la historia del cine. Litros y litros de sangre y pólvora, mujeres y niños matando, siendo asesinados y utilizados como escudo.
Todo un aquelarre de la violencia con el que Peckinpah clavó, no, tiroteó el féretro del género que tanto admiraba.
DISPONIBLE EN: Filmin.
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Pequeño gran hombre (1970), de Arthur Penn. Revisionando el western.
El cine americano cambió con Bonnie & Clyde. Su violencia adelantó en cierta forma la barbaridad de Grupo Salvaje y su forma de ser producida, por su actor protagonista y sin contar con los grandes estudios, abrió camino al Nuevo Cine Americano. El de Scorsese, Coppola, Spielberg, Cimino o Friedkin entre tantos otros.
Su director, Arthur Penn, eligió para su siguiente película un western que buscaba viajar al Oeste americano con una nueva mirada. Una más ácida y crítica con el país más poderoso de la Tierra. Eso sí, con sus defectillos, como todo el mundo.
Pequeño gran hombre es una película sobre una vida, la de un Dustin Hoffman que sobrevive por el Oeste americano sirviendo de pistolero, indio, soldado de la caballería o contable para reflejar que aquel vasto territorio no era precisamente blanco o negro. Más bien un lugar donde, para sobrevivir, había que moverse en una amalgama de grises. Con Pequeño gran hombre empezó la corriente “revisionista”, la de volver al Oeste pero con una mirada más crítica. Ahí tenemos, aunque no lo he considerado un western, Las aventuras de Jeremiah Johnson o Missouri, otra película de este mismo director.
DISPONIBLE EN: Filmin
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Infierno de cobardes (1972), de Clint Eastwood. Todo por la venganza.
Era cuestión de tiempo que, tras el éxito de la Trilogía del Dólar de Leone, Clint Eastwood alcanzara el estrellato. Al contrario que su compañero Lee Van Cleef, convertido en el rostro del spaghetti western, Eastwood se alejó de Leone, se marchó a Hollywood y compaginó distintos westerns en Estados Unidos con tramas más actuales. Don Siegel, que lo dirigió tanto en Dos mulas y una mujer como en Harry el suicio o El seductor, le animó a colocarse detrás de la cámara. Infierno de cobardes es su segunda película y el primer western de la última figura fundamental del género.
Infierno de cobardes es una historia de venganza y la película más Leone de todas las que ha rodado Eastwood. Es decir, la más spaghetti western. Lo vemos en lo extremo de su personaje principal, un misterioso pistolero que accede a ayudar a un pueblo temeroso con la llegada de tres bandidos pero que termina sometiéndolo, llegando incluso a violar a una de las habitantes del pueblo en una escena que sigue siendo la más polémica de la carrera del maestro.
También en varias decisiones, como ese pueblo pintado de rojo para dar la bienvenida a los villanos al infierno. Porque, según se vea la película en versión española o en original, asistimos a una notable historia de venganza o a algo mucho más oscuro y fantasmagórico.
Al fin y al cabo, no hay venganza más infinita que la que sucede más allá de la muerte.
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El fuera de la ley (1976), de Clint Eastwood. La eterna huida.
Los años 70 supusieron la debacle definitiva del género. Los grandes directores clásicos habían rodado sus últimas películas en la década anterior. Anthony Mann falleció en 1967. John Ford, Howard Hawks o Raoul Walsh lo harían en unos años. Los western clásicos, convertidos en serie B en los años 60, se extinguieron prácticamente en esta década a medida que los protagonistas clásicos del género se acercaban al final de su vida. John Wayne, James Stewart o Henry Fonda ya superaban los 70 años.
Además, el spaghetti western, que tanto éxito cosechó en los últimos años 60, se convirtió en una parodia de sí misma durante dicha década, con títulos de muy baja calidad hasta su práctica desaparición en 1976. Leone fracasó con Agáchate maldito, su siguiente película tras Hasta que llegó su hora, y Peckinpah se veía obstaculizado por todos y cada uno de los productores con los que rodaba.
Al Nuevo cine americano, el de Coppola, Scorsese, Friedkin o Spielberg, no le interesaba el western. Solo a Clint Eastwood, un actor de películas comerciales de acción que se las daba de director con películas…también de acción.
El director que el western no pedía pero que necesitaba para su último aliento.
Con El fuera de la ley, segundo pilar de la carrera western del director, Eastwood se superó con una historia de aventuras que sigue las andanzas de Josey Wales, el último estadounidense del bando sudista que se rindió al Norte tras ver morir a toda su familia. A lo largo de una constante huida se irá relacionando con distintos personajes, como una chica joven, un antiguo aliado que le traiciona o un entrañable jefe indio que fue interpretado…por un entrañable jefe indio.
Si en Infierno de cobardes apostaba por lo que había visto en Sergio Leone, con El fuera de la ley quedaba claro que Eastwood era bastante más clásico que el cineasta italiano. Pura película de aventuras llena de desencanto por la guerra, El fuera de la ley es el mejor western de los años setenta.
DISPONIBLE EN: Max.
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El jinete pálido (1985), de Clint Eastwood. En una persona caben el cielo y el infierno.
El western acabó por ser un género prácticamente desahuciado. John Ford abrió el camino de la agonía al revelarnos, en su El hombre que mató a Liberty Balance, que gran parte de lo que se había contado durante los años de gloria del género era falso. Sam Peckinpah dio un paso más al mostrarnos la gran cantidad de hijos de puta con amor a la violencia que campaban por el Oeste. Los valores y las formas del género habían muerto.
Solo faltaba un clavo, el más doloroso: su rentabilidad.
En 1980, Michael Cimino, que venía de tocar la gloria con El cazador, estrenó La puerta del cielo. Ambicioso western, más centrado en el envoltorio que en el contenido, no solo fracasó en taquilla, sino que arruinó a la mítica productora United Artist, que se declaró en quiebra. El Nuevo cine americano, aquel en el que el director tenía el control total de la obra, terminó con un western.
Así, durante diez años, el western se convirtió en un género prácticamente proscrito para las productoras, salvo la simpática Silverado, que solo se estrenó porque su director, Lawrence Kasdan, era el guionista de las dos secuelas de Star Wars e Indiana Jones y había reventado la taquilla con su magnífica Fuego en el cuerpo.
Solo una persona siguió manteniendo los últimos estertores del género con dignidad.
Nueve años después de El fuera de la ley, Clint Eastwood estrenó su tercer western, El jinete pálido.
Considerada un remake inconfeso de Raíces profundas, El jinete pálido narra la llegada a un pueblo de un misterioso predicador que aportará tanto consuelo a los mineros como defensa frente a los poderosos del pueblo.
La película es un viaje del cielo al infierno, con una primera parte mucho más reflexiva en el que el predicador sin pasado acompaña a los mineros y una segunda parte marcada por la impactante violencia que este predicador emplea contra aquellos que quieren hacer daño a sus feligreses. Nuevamente, Eastwood emplea a un personaje que, con tal de hacer justicia, se eleva por encima del bien y del mal…y, como en Infierno de cobardes, por encima de lo terrenal. Su duelo final, con su personaje desbordando el espacio y el tiempo es, sencillamente, brutal.
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Lonesome Dove, la gran aventura (1989), de Simon Wincer. La aventura está en el camino.
Durante el auge de la televisión, el western ocupó gran parte de las pequeñas pantallas de todo el mundo. El mismísimo Clint Eastwood protagonizó un serial llamado Rawhide. O Bonanza, que nuestros abuelos seguían fieles capítulo a capítulo. O Norte y sur, en los años 80.
Sin embargo, la primera gran serie de televisión western fue Lonesome Dove, adaptación de una novela ganadora del Pulitzer, que narra el gran viaje de dos antiguos capitanes de la Guerra Civil estadounidense que buscan alcanzar Montana en un viaje repleto de personajes y dificultades.
La serie habla de las grandes dificultades para cruzar varios estados salvajes pero, sobre todo, habla del carácter pionero y aventurero de dos personajes que, habiendo superado una guerra y asentados en un tranquilo rancho, deciden emprender un viaje que los acabará destruyendo. Uno es Tommy Lee Jones, rígido y recto hasta más no poder. Tanto que cabalga junto a un hijo reconocido por todos salvo por él mismo. Y el otro es Robert Duvall, un aventurero soñador que es el mejor personaje de la serie. Un romántico de la aventura, con todo lo bueno y malo que ello implica.
El western estaba en cama, ahogándose en sus propios fluidos y solo, sin el respeto de las productoras ni del público y con la única compañía de Clint Eastwood. Las grandes figuras del género habían muerto. En esta situación, todos podríamos esperar que al western solo quedaba dejarle morir.
Contra todo pronóstico, no fue así.
57. Sin perdón (1992), de Clint Eastwood. La grandiosa muerte del western.
Los primeros años de la década de los 90 supusieron un breve renacimiento comercial del western. El actor Kevin Costner, en aquel momento una de las estrellas más grandes del planeta, ganó ni más ni menos que 7 Oscar por Bailando con lobos, un western revisionista que ensalza a los indios (eso sí, con él enamorándose de una mestiza).
Con ello, durante unos años el género volvió a estar en la mente de distintos productores, con películas notables que retrotraían a las grandes obras clásicas sin el calado de estas.
Ajeno a toda tendencia comercial y con una carrera repleta de películas producidas y dirigidas por él mismo, Clint Eastwood estrenó Sin perdón en 1992, casi diez años después de recibir el guión de David Webb Peoples (autor del guión de Balde Runner).
Eastwood lo guardó en un cajón. Consideraba, no sin razón, que debía ser más mayor tanto para protagonizar la película como para dirigirla.
Y menos mal. Porque la historia de un ex asesino que malvive entre cerdos renegando de su lado oscuro y que decide aceptar una recompensa por acabar con la vida de unos vaqueros que han cortado el rostro a una prostituta no es solo el mejor western de Clint Eastwood, sino la historia crepuscular por excelencia, da igual el género o la época en la que se haya rodado.
Sin perdón muestra la decadencia ya presente de un mundo salvaje, inmisericorde y oscuro. Eastwood, antihéroe invencible y rudo por excelencia, parece renegar de su propio personaje. Se dedica a cuidar cerdos, contrae una neumonía por el mal tiempo y se cae el caballo.
Los disparos son súbitos, por la espalda. Los cuerpos no caen sutilmente. Se derrumban.
Ni Clint Eastwood es un héroe ni el sheriff interpretado por Gene Hackman es un villano al uso.
Y con tanta suciedad y decadencia, con tanta cuesta abajo y sin frenos, la película es profundamente épica y respetuosa con el género. El final más grande de la historia del western no está marcado por una frase contundente o un duelo al sol. Es un tiroteo caótico a la luz de unas cuantas velas en un pueblo de mala muerte azotado por el frío y la lluvia. Desde los acordes de la guitarra de Lennie Niehaus no se ha dicho nada nuevo en el western. Ni probablemente se diga.
Salvo que a Clint Eastwood, ya con 94 años, le dé por volver a rodar un western.
Mientras tanto, nos quedamos con los homenajes, con los dignos retornos al pasado que nos ha ofrecido el western desde 1992 hasta ahora. Pero eso es cosa de la última parte de esta guía.