InicioCineLa guía definitiva del western (parte 2). Los años de gloria.

La guía definitiva del western (parte 2). Los años de gloria.

La década de los años 50 supuso la eclosión definitiva del western. Se convirtió en el género de moda, algo así como lo ocurrido durante la década pasada con el cine superheroico. Todos los grandes actores y directores querían aportar su granito de arena al género. Se rodaron grandes superproducciones, pero también películas más pequeñas que podían llegar a ser tan consistentes como sus homónimas más lujosas.

Además, la llegada de la televisión supuso el estreno de muchas series, como Bonanza o Rawhide, que agolpaban a las familias estadounidenses frente al televisor cada noche.

Y, por supuesto, se rodaron los grandes westerns clásicos, aquellos que nos vienen a la mente cuando pensamos en un sombrero de cowboy o en las plumas de un indio.

En resumen, se habían fraguado los cimientos y lo que se podía construir era inabarcable.

Comenzamos.

GUÍA DEFINITIVA DEL WESTERN (PARTE 1). EN EL PRINCIPIO.

  1. Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann. El héroe desamparado.

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Planteada más como una película de intriga que como un western, Solo ante el peligro (A la Hora Señalada en algunos países) narra la tensa espera del sheriff Will Kane a la llegada de Frank Miller, un peligroso criminal al que encerró. Kane intentará pedir la ayuda de una comunidad que, se supone, le respeta.

La película no solo fue un éxito de taquilla, sino que ganó cuatro Oscars, entre ellos a un Gary Cooper que recuperó su carrera tras unos años de tibia decadencia.

Su Will Kane es enorme. Entre otras cosas, porque es un héroe que tiene miedo. Y que está solo aunque no quiere estarlo. Nunca antes habíamos contemplado a un protagonista tan humano en una lucha constante entre el hacer lo correcto o largarse del pueblo que le ha dado la espalda.

Además, el director añade una tensión extra planteando la película en un riguroso tiempo real. Una hora y veinte de pura tensión cinematográfica que sirvió como crítica velada a la Caza de Brujas, en la que cineastas antaño respetados eran lanzados a los leones por las personas que supuestamente los idolatraban tras sospecharse su cercanía al comunismo.

Como curiosidad, los historiadores cinematográficos consideran que Solo ante el peligro es el primer western “psicológico”. Como si La diligencia, Incidente en Ox Bow, Pasión de los fuertes o El pistolero no lo hubieran sido antes. Así, Solo ante el peligro es solo una muestra más de las posibilidades del western para adentrarse en los entresijos del alma humana

En cómo se comporta una persona, en cómo nos comportamos, cuando todo va mal.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. Horizontes lejanos (1952), de Anthony Mann. Una redención que no termina de llegar.

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La segunda colaboración entre Anthony Mann y James Stewart es puro cine de aventuras, sustentado en dos pilares que se convirtieron en seña de identidad de la asociación.

Por un lado, la creación de Stewart como un antiguo malhechor cuyo principal propósito en la vida es la de encontrar una redención que no va a llegar jamás. Porque, como se repite en Horizontes lejanos, una manzana podrida no solo nunca dejará de estarlo, sino que pudrirá a las restantes de la cesta.

Nuevamente, como en Winchester 73, tenemos a un protagonista que hará lo que sea para hacer algo noble. Aunque los medios sean menos bondadosos que el fin que pretende conseguir.

Por otro lado, el impresionante uso del paisaje como apoyo a la psicología de los personajes. El cambio continuo del recorrido que realiza la caravana de colonos, pasando por montañas o ríos, ayuda a entender los vaivenes emocionales de los dos protagonistas. Porque tan bien está Stewart como un encantador Arthur Kennedy interpretando al carismático villano, cuya sonrisa es capaz de despertar la nuestra…o helárnosla.

  1. Encubridora (1952), de Fritz Lang. La femme fatale del western.

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El alemán Fritz Lang, figura fundamental del expresionismo alemán de los años 20, tuvo que huir de forma clandestina de la Alemania nazi por su desacuerdo político con el gobierno de Hitler (que quería que Lang fuera el jefe de toda la cinematografía alemana). Durante su estancia en Estados Unidos no dejó de rodar obras maestras absolutas en todos los géneros, aunque siempre limitado por los distintos productores con los que trabajó.

Tras la oscura La venganza de Frank James y la muy desmitificadora Espíritu de conquista (una de las películas favoritas del maestro Sergio Leone, director fundamental en otras partes de esta guía), Encubridora fue su tercer, último y mejor western.

Durante un atraco, una joven es asesinada. Su prometido busca al asesino y, en su investigación, acaba infiltrado en una misteriosa organización cuya líder es una cantante de cabaret.

Encubridora es una historia más propia del cine negro, solo que enmarcada en el contexto del Oeste americano. Aquí, Arthur Kennedy, el carismático villano de la anterior Horizontes lejanos, se convierte en el desesperado protagonista. Pero su presencia palidece ante toda una leyenda como Marlene Dietrich, un mito que aporta su aura veterana para configurar un personaje ambivalente, más propio del film noir que del western. Uno de los mejores personajes femeninos de la historia del cine.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. Colorado Jim (1953), de Anthony Mann. Al borde de la locura.

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Tercera colaboración entre Anthony Mann y James Stewart. Si Horizontes lejanos es una película de aventuras que sigue a una caravana de colonos, Colorado Jim es un tenso drama con apenas cinco personajes confinados en un inmenso paisaje que simboliza el turbio mundo interior de cada uno de ellos. De todas las películas de la saga Mann-Stewart, Colorado Jim es la más oscura y pasional.

El protagonista es un hombre que busca desesperadamente la recompensa por un fugitivo, vivo o muerto, que le permita recuperar la granja que su prometida le robó al marcharse con su mejor amigo. Ahí es nada.

Y hablamos del más positivo de los cinco personajes, interpretado por un James Stewart que se encuentra continuamente al límite de perder el control, manipulado por un inteligente forajido (qué actorazo tan poco reconocido fue Robert Ryan) que hará todo lo posible por escaparse.

Nuevamente, Mann utiliza el paisaje como nadie, con esas montañas escarpadas, para simbolizar el torturado corazón de los cinco protagonistas.

  1. Raíces profundas (1953), de George Stevens. Damos la bienvenida al pistolero sin nombre.

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Raíces profundas es Shane. No solo por ser el título original de la película (ya sabéis que las traducciones no suelen ir acordes a los títulos inicialmente previstos), sino por el nombre de su protagonista, figura influyente en infinitas películas posteriores.

Y es que Raíces profundas es una película cuya influencia es superior a su calidad real. El tiempo no ha tratado bien a esta fábula contemplada con ojos de niño en la que un pistolero sin pasado decide ayudar a una comunidad de granjeros castigada por los ganaderos, indignados porque las granjas tengan vallas que impidan pastar a sus animales donde les plazca.

¿Argumento trillado? Sí, pero esta es la primera vez que se narró en la gran pantalla.

Lo más destacado de este western de cuento es el tratamiento de sus dos personajes principales. Por un lado Shane, interpretado por un actor tan insulso y poco apropiado como Alan Ladd. Bajito y con cara de niño pese a sus cuarenta años, su físico no ayuda a verlo como una máquina de matar. Tampoco sus prendas, más adecuadas para un explorador del norte de Estados Unidos que para un cowboy del lejano Oeste.

Y, sin embargo, lo impropio de su carácter y aspecto es lo que dota a su presencia de mayor misterio. Porque cuando Shane explote, ¿cómo lo hará?

Shane es el precursor de figuras como los hombres sin nombre de Clint Eastwood o, más recientemente, el Ryan Gosling de Drive.

Frente a este ángel que, presuponemos, en algún momento cayó y que nos da más información por lo que calla que por lo que habla, tenemos a un Jack Palance de villano con traje casi de enterrador.

Así, con un ángel enfrentado a un demonio, Raíces profundas es el enfrentamiento entre el Bien y el Mal, la luz y la oscuridad más categórico de la historia del cine.

Por ello, la violencia se hace esperar pero, cuando se desata, es devastadora.

  1. Veracruz (1954), de Robert Aldrich. El más claro precursor del spaghetti western.

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Hubo que esperar hasta 1954 para que apareciera el primer western macarra. Las estrellas Gary Cooper y Burt Lancaster (este último produjo la cinta) interpretan a dos granujas que deciden apoyar a los franceses en su lucha contra los mejicanos.

Ya no estamos en Estados Unidos, si no en Méjico. Y, por primera vez, el polvo y el barro se pegan a los personajes tanto como el mal. Originalmente, Burt Lancaster quería que ninguno de los dos personajes fuera un héroe, pero Gary Cooper pidió suavizar al suyo. Lástima, porque el protagonista del western pronto adquiriría las maneras carismáticas del granuja interpretado por Lancaster, que durante toda la película solo quiere el dinero que le han prometido… y todo el que pueda saquear.

Entre la localización mejicana, la suciedad, los héroes grises y las frases cada vez más cortantes y expeditivas, Veracruz fue la primera piedra en el camino hacia el final del género.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. Tierras lejanas (1954), de Anthony Mann. El primer western nevado.

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Penúltima colaboración entre James Stewart y Anthony Mann en la más convencional de todas sus películas. Tierras lejanas se emparenta con Horizontes lejanos en su sentido de la aventura, aunque con dos diferencias fundamentales.

La primera es que el personaje de James Stewart es el más antipático de toda esta particular saga, un hombre al que solo le importan sus negocios y que, cuando actúa, lo hace por venganza personal, aunque lo acaben tratando como un héroe.

La segunda es que Mann, sobrado en lo referente a rodar paisajes acordes a las emociones de sus protagonistas, decide trasladarse a Alaska, convirtiendo a Tierras lejanas en el primer western nevado. Una elección magistral, tanto por lo distintivo de ese tipo de paisaje en una localización tan dada al desierto como por la conexión entre la fría nieve y el corazón vengativo del…¿héroe?

Las 25 mejores películas nevadas

  1. Johnny Guitar (1954), de Nicholas Ray. Amor que duele, desgarra y arrasa.

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Johnny Guitar, un famoso pistolero, regresa a un saloon perdido de la mano de Dios para reencontrarse con Vienna, dueña del negocio y amor perdido, justo en el momento en que la situación de esta es complicada.

Rodada con un presupuesto de serie B, Johnny Guitar es un western atípico, como todo lo que rodaba el extraordinario Nicholas Ray.

Aprovechando una nueva técnica llamada Trucolor, jamás los decorados y trajes tuvieron colores tan vivos, fiel reflejo de las pasiones que se viven en Johnny Guitar. Porque nunca el amor hizo tanto daño, fue tan hiriente y arrasó tanto como en esta película.

Además, por mucho que el título sea el nombre del protagonista masculino, Johnny Guitar es el duelo entre dos mujeres. Vienna, mujer con el rostro y las cejas de Joan Crawford, uno de los personajes femeninos más fuertes de la historia del western. Y la villana Emma, desquiciada y reprimida, interpretada por una Mercedes McCambridge que nunca estuvo mejor. Johnny Guitar es una película en la que la exaltación masculina da paso a un enfrentamiento como no se ha visto otro, el de dos mujeres fuertes y decididas. No es de extrañar que sea una de las películas favoritas de Almodóvar.

Aunque, para duelo, el que mantienen Vienna y Johnny. Cada una de sus palabras duele más que una bala.

Los habrá mejores, pero no hay un western como Johnny Guitar.

DISPONIBLE EN: Filmin y Prime Video.

  1. Filón de plata (1954), de Allan Dwan. Hacendado también es buena marca.

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Versión de Hacendado de Solo ante el peligro. El 4 de julio, cuatro jinetes entran en un pueblo preguntando por Dan, justo en el día de su boda. Quieren detenerlo pese a que el pueblo, escéptico, no entiende por qué un hombre que ha hecho tanto por la comunidad sea un criminal.

Allan Dwan se curtió dirigiendo películas de aventuras durante el cine mudo, por lo que es fácil entender el ritmazo que tiene Filón de plata, una película de acción que se desarrolla sin descanso pese al escaso presupuesto con el que cuenta y por lo cual tiene al gran John Payne. Sí, un tío que tuvo las narices de adoptar un nombre artístico casi igual al de John Wayne para convertirse… en eso, la versión de Hacendado del mito.

Más allá de ser uno de los westerns más entretenidos de los años 50, Filón de plata también destaca, como Solo ante el peligro, por su retrato de una sociedad capaz de dar la espalda a uno de sus miembros en el momento en el que todo empieza a fallar. Algo fácil de extrapolar a la caza de brujas que sufría Estados Unidos en aquellos años.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. El hombre de Laramie (1955), de Anthony Mann. Viaje al infierno que provoca el odio.

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La última de las producciones que asociaron a Anthony Mann y James Stewart es la más compleja y, probablemente, la mejor de todas ellas. En esta ocasión, Stewart interpreta al más noble de todos los héroes de la saga, haciéndose pasar por comerciante para averiguar quién vendió los rifles a los apaches que mataron a su hermano.

Esta vez, lo más importante no es el carácter de nuestro protagonista, sino las relaciones familiares del clan sospechoso, muy deudor de El rey Lear de Shakespeare, con un patriarca que se debate entre el hijo de su propia sangre que no quisiera haber tenido y el hijo adoptado que siempre quiso tener.

No será la única vez que Shakespeare invada el Oeste americano. Ahí está Lanza rota de Edward Dmytrik (una adaptación más fidedigna del Rey Lear) y, sobre todo, el Otelo del western, la maravillosa Jubal.

A medida que avanza la película, los límites entre los supuestos villanos se difuminan, destacando un Arthur Kennedy que repite tras Horizontes lejanos, pero que aquí interpreta a un personaje profundamente trágico.

El hombre de Laramie es la más compleja de todas las películas de esta particular saga. Lo es hasta el punto de que Mann, por primera vez, apenas altera el paisaje. El viaje no es tanto físico como moral. No en vano, el infierno puede ser cualquier sitio en el que se desate el odio.  

  1. Tras la pista de los asesinos (1956), de Budd Boetticher. El héroe de granito.

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De saga a saga y tiro porque me toca. Puede que la asociación entre Anthony Mann y James Stewart sea la más reconocida del western de los años 50, pero no se debe menospreciar al triunvirato formado por el director Budd Boetticher, el guionista Burt Kennedy y el actor Randolph Scott. Juntos nos regalaron seis expeditivos westerns (dos de ellos sin guion de Kennedy) hechos con dos duros.

Los repasamos: Tras la pista de los asesinos, Los cautivos, Buchanan cabalga de nuevo, Nacida en el Oeste, Cabalgar en solitario y Estación comanche. Todos ellos entre 1956 y 1960.

El mejor de todos ellos es el primero, Tras la pista de los asesinos, cuya trama es la base del argumento de las cinco películas restantes, diferenciadas en detalles mínimos. En todas ellas, el protagonista es un hombre cuya misión le puede reportar una satisfacción personal y otra económica. Mientras que a él lo que le interesa es ver restaurado su honor o satisfecha su venganza, sus dudosos aliados desean la recompensa económica, lo que les terminará llevando a un enfrentamiento inevitable.

Por lo tanto, toda esta serie de películas tiene en común dos cosas.  Por un lado, ser historias de escasos personajes cuyas acciones dicen mucho más de ellos que sus palabras.  Por el otro, Randolph Scott, actor de western de serie B, que aquí configura a un ser de granito con corazón. Sus acciones son bruscas y expeditivas, pero le guían el honor y la compasión. Prueba de ello es el contraste en la gran cantidad de muertos que carga a sus espaldas en esta Tras la pista de los asesinos con el amor soterrado por una mujer casada. Impagable la escena en la que le ayuda a tender la ropa de la caravana. Algo impensable en un héroe del western americano.

Pero todo gran héroe se mide por la calidad del villano al que se enfrenta, y esta es otra de las características de los westerns de Boetticher. Porque el Lee Marvin de Tras la pista de los asesinos es, probablemente, el mejor villano de toda la carrera del actor. Su duelo final con un Scott sostenido por un bastón es de los mejores de la historia del cine.

Pensándolo bien, tal vez debería hacer un ranking de duelos bajo el sol del Oeste americano. Mejor para otra ocasión, que me enrollo y alargo de forma innecesaria.

No como Boetticher, que narra sus películas en menos de hora y media. ¿Quién da más con menos?

Pero un pequeño paréntesis.

Tras seis años y diez películas de esta lista, ¿Dónde estaba John Ford?

  1. Centauros del desierto (1956), de John Ford. El protagonista imposible.

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Sin rodar un western desde 1950, hubo que esperar seis años a que el maestro regresará al género que hizo grande para rodar una obra de la que es muy difícil escribir.

Al fin y al cabo, ¿Qué se puede decir sobre un mito como Centauros del desierto?

Basada en una novela de Alan LeMay (que posteriormente volvería a adaptar Ron Howard en la estimable Desapariciones, de 2003), Centauros del desierto narra la búsqueda de una niña raptada por los sioux a cargo de su tío Ethan Edwards y un mestizo adoptado por la familia de la chica. La que, desde entonces, es la odisea más grande y épica de la historia del arte. De hecho, Centauros del desierto es más odiseica que la propia Odisea homérica.

Sin embargo, el Ulises de Centauros del desierto no es un hombre que vuelve de la guerra a los brazos de su amada mujer. Ethan Edwards vive y actúa al margen de la sociedad. Tiene mal carácter, mantiene una relación distante con su hermano y ama a su cuñada, la mujer que no puede poseer. Si hay que explicar por qué se considera a John Ford como el director más grande de la historia del cine, solo hace falta explicar el inicio de Centauros del desierto.  Cómo, a partir de unas pocas frases anodinas y un plano fijo sostenido unos segundos más de la cuenta, late una historia de amor imposible que explica el carácter forastero de Ethan Edwards, su racismo y su enloquecida búsqueda de una sobrina a la que, cuando encuentre, desconocemos si salvará…o matará.

Hasta 1956, el cine estaba poblado de personajes que tenían o anhelaban el amor de su gente. O lo rechazaban, cabalgando hacia el sol del ocaso mientras sus seres queridos los contemplaban apenados. Ethan Edwards, como sus sucesores Travis Bickle en Taxi Driver, John Rambo o el Joker de Joaquin Phoenix, ni tienen el amor de su gente, ni lo anhelan ni lo rechazan. Cuando la odisea ha terminado, no hay un Ítaca que le espere.

Todos entran en la casa mientras él permanece fuera, con sus pies anclados en la arena. Es un centauro del desierto, un protagonista imposible.

El mejor personaje de la historia del cine.

  1. El tren de las 3:10 (1957), de Delmer Daves. No solo Cristo resiste las tentaciones.

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Damos la bienvenida al director Delmer Daves, artesano del cine clásico hollywoodiense y autor de unos cuantos westerns notables durante los años 50: la proindia Flecha rota, La ley del Talión y la shakesperiana Jubal.

De todos ellos, el mejor es la magistral El tren de las 3:10, adaptación del relato de Elmore Leonard (autor también adaptado en la serie Justified o en la Jackie Brown de Quentin Tarantino).

La historia no puede ser más sencilla. Un pobre granjero acosado por las deudas debe escoltar al bandido más peligroso del lugar hasta un tren donde será transportado a una prisión mientras son acosados por la banda del mismo.

En sí, El tren de las 3:10 no es un western, más allá de que casi toda la película transcurra en la habitación de un saloon de mala muerte, con el asesino Ben Wade tentando continuamente a Dan Evans. A Wade, interpretado por el mejor Glenn Ford de su larga carrera, no le importa el dinero con tal de obtener su libertad y está dispuesto a dar todo el que tiene a Evans. Sin embargo, al pobre granjero le mueve algo más que el dinero. El honor.

Y jamás este concepto ha sido retratado de forma tan cruda, tan despiadada. Y, por tanto, tan épica. El duelo interpretativo es tan bestial que es imposible no empatizar con el héroe y el villano. En esta película todos somos un poco Ben Wade. Deseamos caer en sus tentaciones y terminamos admirando el coraje absurdo de un granjero con mucho que perder y, sin embargo, dispuesto a perderlo todo.

  1. Odio contra odio (1957), de Joseph H. Lewis. Cuando te conviertes en aquello que más odias.

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Se puede decir que, tras el estreno de El hombre de Laramie en 1955, las posibilidades del género eran tan amplias que se pueden encontrar obras magistrales tanto en el terreno de la superproducción como en la serie B más modesta. Prueba de ello es el trabajo en el género de todo un icono del cine de dos duros como era Joseph H. Lewis.

En Odio contra odio apenas hay disparos (ni revólveres). Tampoco indios o caballería. En una especie de reverso masculino de Las furias, un hijo se enfrenta a su tiránico padre. Y, en el camino por destronar a un villano, se acaba transformando en aquello que más odiaba.

Odio contra odio es una historia descorazonadora que comienza a anticipar el fin de un género. La violencia, aquí inexistente en su vertiente física, ya no se encuentra glorificada, sino que está carente de épica. Solo es fuente de aún más violencia.

Aunque el protagonismo es de un Joseph Cotten venido a menos tras papeles como Ciudadano Kane de Orson Welles o La sombra de una duda de Alfred Hitchcock, la mejor interpretación corre a cargo de Ward Bong como padre del protagonista, un secundario habitual del cine de John Ford al que Lewis permitió brillar.

  1. El hombre del Oeste (1958), de Anthony Mann. Matar al padre y, de paso, matar al género.

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Dimos la bienvenida a Anthony Mann hace unas cuantas películas y nos despedimos de él en la número 30.

Durante los años 50, Mann dirigió la producción más representativa del western clásico, con imágenes que se materializan en nuestra imaginación cuando pensamos en indios y vaqueros. Y, a finales de los 50, al igual que se empezaban a vislumbrar las grietas de la sociedad estadounidense de la posguerra, se oscureció el western clásico.

En este sentido, El hombre del Oeste es la película más alejada del Anthony Mann que hemos conocido. Es una película entretenida, como todas las del director, pero también extraña y lírica. Es la historia de un hombre (Gary Cooper, empeñado en papeles protagonistas distintos a los habituales del western clásico) reformado que debe emprender un viaje a los infiernos para salvar a la maestra que le han pedido que traiga al pueblo. Bueno, aclaro. No es un viaje a los infiernos, sino al suyo propio, materializado en una banda de asesinos a los que él pertenecía.

No esperéis una banda de expertos pistoleros. Son unos depravados liderados por un demente que hizo las veces de padre del protagonista. Un hombre al que habrá que detener en el marco del paisaje más extraterrestre de la filmografia de Anthony Mann. Un páramo más propio de la luna, de otro planeta. Porque en el nuestro cada vez había menos sitio para el western.  

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. Terror en una ciudad de Texas (1958), de Joseph H. Lewis. Profecía del fin del género.

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Un año después de Odio contra odio, Joseph H. Lewis dirigió su mejor western y la mayor profecía de la decadencia del western clásico.

Terror en una ciudad de Texas, escrita por Dalton Trumbo (uno de los guionistas más conocidos de la historia del cine clásico), está protagonizada por un inmigrante sueco que usa arpón en vez de revólver y su enemigo es el único vaquero de la película, una rara avis cuando, en La diligencia, era la figura principal.

La película recalca el fin de una era marcada por la llegada del tren y la civilización en la que los que mandan son los que tienen dinero y no las armas, aunque estas sean la forma en la que los poderosos realizan sus negocios sucios. De las acciones del villano como pistolero se habla en términos de leyenda, de hechos no vistos. Porque el cabalgar hacia el horizonte y los duelos en mitad de un pueblo han pasado a eso, al ámbito de la leyenda.

Además, Lewis y Trumbo no solo hablan del fin de una época, sino de las palabras como arma más poderosa para hacernos avanzar hacia un lugar mejor. O peor, quién sabe. Prefiero ser optimista.

Disponible en: Filmin.

  1. El árbol del ahorcado (1959), de Delmer Daves. Amor y avaricia son dos caras de la misma moneda.

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Como tantos otros directores que engrandecieron el western en los años 50, el último western de Delmer Daves se rodó en 1959, con producción de un Gary Cooper consumido por el cáncer que terminaría con su vida dos años después.

Si Jubal era una adaptación del Otelo de Shakespeare y El tren de las 3:10 era puro cine negro, El árbol del ahorcado es un melodrama con el mejor personaje de Gary Cooper.

Sí, mejor que el de Solo ante el peligro.

Un médico de pasado oscuro capaz del mayor altruismo con sus pacientes y de las peores atrocidades con aquel que revuelve en su pasado. Un hombre que rechaza el amor hasta el punto de secuestrar a una joven ciega de la que está enamorado como única forma de estar con ella.

Espléndido retrato de personajes, El árbol del ahorcado muestra a un pueblo consumido por la avaricia de la fiebre del oro, con un villano como Karl Malden, un actor cuyas interpretaciones eran tan distintas como su nariz, única en la historia del cine. Si el “héroe” tiene aristas, imaginaros el villano.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. El día de los forajidos (1959), de André de Toth. El mejor western nevado.

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Cuando hablamos de western, como en todo el cine clásico en general, nos vienen a la cabeza directores como John Ford, Anthony Mann o Howard Hawks. Esta guía también es una oportunidad para hablar de aquellos escuderos. De los Scottie Pippen o Casemiro de turno. Como André de Toth, director que sacaba oro de películas de mediano presupuesto. Entre ellas westerns (suyas son joyas como El honor del capitán Lex o Pacto de honor).

Rodada en uno de los mejores blanco y negro de la década, El día de los forajidos no va de lo que vemos al comienzo de la película. Lo que parecía el enésimo enfrentamiento entre ganaderos y granjeros en un remoto pueblo con un villano con el rostro de Robert Ryan se convierte en una historia de secuestro y redención donde el supuesto villano se acaba convirtiendo en héroe.

En El día de los forajidos encontramos, de nuevo, esa visión pesimista del ser humano con personajes ambiguos en los que predominan más sus malas pasiones que aquellas que nos dan esperanza. Los dos protagonistas, supuesto héroe y villano, están separados por una línea tan fina que es imposible conectar con ambos.

Y todo ello enmarcado en un lugar nevado. Porque esa es la guinda que convierte a El día de los forajidos en una película tan especial. Fotografía en blanco y negro para recalcar el contraste entre la nieve clara y pura y la oscuridad del resto de elementos. Imposible reflejar mejor la lucha entre la luz y la oscuridad de una misma persona.

Probablemente, el mejor western nevado de todos los tiempos.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. El hombre de las pistolas de oro (1959), de Edward Dmytryk. La homosexualidad existe.

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Si hay una película que resume todo el desencanto de los últimos años 50, esta es El hombre de las pistolas de oro, pequeño bofetón encubierto a los antaño glorificados Estados Unidos.

Un pueblo acosado por unos bandidos quiere avanzar hacia la civilización. Para ello, contratan a un famoso pistolero y su sicario y les dan carta blanca. El pistolero acaba aprovechándose de esa situación para convertirse en un dictador.

Es decir, El hombre de las pistolas de oro habla de cómo se construyó el país más poderoso de la tierra. Además, al igual que en Terror en una ciudad de Texas (claro antecedente de esta película), el director fue acusado por el Comité de Actividades Antiamericanas por su supuesta vinculación con el comunismo.

De todas formas, más allá de su temática política y su espectacular reparto, con tres nombres totémicos como Henry Fonda, Anthony Quinn y Richard Widmark, lo mejor de El hombre de las pistolas de oro es su soterrada historia de amor homosexual, la más descarada e impactante de todo el western clásico.

  1. Misión de audaces (1959), de John Ford. Que no estamos tan mal, hombre.

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“Qué triste, que desencanto, que oscuro”, estaréis pensando. Parece que la aparición casi profética del Ethan Edwards de Centauros del desierto había iluminado la oscuridad del western. Que aquel terreno baldío solo podía dejar crecer el mal.

Tuvo que regresar John Ford al género que mejor conocía para recordar a Hollywood que en el Oeste americano (y en el mundo) hay espacio para el Ethan Edwards de Centauros del desierto pero, como diría Joan Laporta, “que no estamos tan mal, hombre”.

Nueve años después de Río grande, la última película de su trilogía de la caballería, Ford rodó Misión de audaces, nuevo abordaje a la caballería y primera vez que el director trataba el doloroso episodio de la Guerra Civil americana.

Ford enfrenta dos posturas ante la guerra. La del civil que abraza la guerra muy a su pesar y la del militar médico que aborrece del conflicto. Esta es la primera de tres películas marcadas por el enfrentamiento entre dos posiciones enfrentadas sin colocarse necesariamente en ninguna de ambas. Porque las dos son válidas, con sus luces y sus sombras. Y, especialmente, muy humanas.

Porque Ford era, por encima de todo, un hombre que, igual que creía en el western con sus luces y sombras, creía en la humanidad. Aunque seamos capaces de algo tan nefasto como la guerra.

DISPONIBLE EN: Filmin.

  1. Río bravo (1959), de Howard Hawks. La amistad.

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Un sheriff y sus pobres ayudantes deben evitar que el hermano de un criminal que custodian en la cárcel intente liberarlo. Con este argumento mil veces visto, Howard Hawks dirigió su película más recordada, una obra que se ha elevado sobre su propia condición para convertirse en un mito (otro más en esta lista) de la historia del cine.

La película surgió como cabreo y respuesta a Solo ante el peligro, a la que hemos nombrado unas cuantas veces en lo que llevamos de artículo. Tanto Howard Hawks (director) como John Wayne (protagonista) rechazaron esa visión de un sheriff suplicando ayuda y de una sociedad que se la niega. De hecho, aunque ambas son películas con argumentos muy similares, Río Bravo es una obra nada política, pero sí tremendamente revolucionaria.

En unos años en los que el descontento comenzaba a emerger en forma de westerns oscuros y desengañados, John Wayne es un faro de profesionalismo o rectitud. El pueblo entero se ofrece a ayudarle en su lucha contra el villano, pero él considera que un buen profesional no necesita más ayuda que la de un alcohólico casi irrecuperable, un anciano entrañable y un joven con cierta habilidad con las armas. Hombres imperfectos a los que la película se encarga da otorgar dignidad en la mejor escena musical de la historia del western:

¿Por qué John Wayne no escoge a otros ayudantes? Pues porque todo hombre (Río Bravo es el western más masculino de la historia del cine, lo que ya es mucho decir) sueña con hacer su trabajo con aquellos con los que se comparten pocas palabras, mucho whisky y que, tengan un problema con el alcohol, con la enfermedad o una mujer, siempre van a estar ahí cuando uno los necesite.

Ese modelo de historia que enfrenta a un grupo de hombres contra una misión imposible a la que harán frente con su profesionalidad ha sido modelo para muchas historias. El mismo Hawks repetiría historia con ligeras variaciones hasta en dos ocasiones: la notable El dorado y la más floja Río Lobo. Pero también influiría a otros directores, como al gran John Carpenter con su Asalto a la comisaría del Distrito 13 (remake inconfeso de Río Bravo) o La cosa. Pero también a otras películas como Los profesionales o la más reciente Bone Tomahawk, a la que volveremos más adelante en esta guía.

Como hemos visto, puede que Río Bravo sea muchas cosas, como es propio de una película modélica para el cine moderno. Pero, por encima de todo, Río Bravo es ese apoyo, ese aquí estoy yo que todos querríamos tener en nuestros momentos más bajos. 

En definitiva, si alguien quiere definir qué es la amistad, que vea Río Bravo.

DISPONIBLE EN: Filmin

  1. Dos cabalgan juntos (1961), de John Ford. Un mundo imperfecto.

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Estoy convencido de que John Ford, como padre del género y persona capaz de entender como nadie las posibilidades de este, rodó esta Dos cabalgan juntos sabiendo que el final del western estaba cerca. Así, tras oscurecerlo como nadie en Centauros del desierto, otorgó un nuevo halo de luz con Misión de audaces y esta película, continuación temática de esta, en la que se muestra un Oeste americano en el que puede salir tanto lo mejor como lo peor del ser humano.

La caballería debe acudir a territorio indio para negociar la recuperación de jóvenes blancos secuestrados por los aborígenes. Para ello, el recto oficial Jim Gary estará acompañado de un antiguo pistolero que ahora solo quiere disfrutar de la vida.

Al igual que con Misión de audaces, Ford vuelve a colocar a dos protagonistas con distintas visiones de la vida embarcados en la misma misión, sin posicionarse en uno u otro bando. La novedad en esta Dos cabalgan juntos es el humor enarbolado por James Stewart en su primer papel para el gran director. Un hombre de vuelta de todo, consciente de las miserias de este mundo y decidido a no combatirlo. En todo caso, a hacerlo con cinismo.

El hecho de que la película tenga toques humorísticos no la hace menos dura. De hecho, su ligereza no debería obviar que su trama es más dura que, incluso, la mencionada Centauros del desierto. Puede que nuestros protagonistas cabalguen juntos y sean buenos amigos, pero los secuestrados por los indios que regresan a la civilización serán incapaces de integrarse. El mundo de Dos cabalgan juntos, el de John Ford, es capaz de lo mejor y lo peor. Como el nuestro.  

  1. Los hermanos del hierro (1961), de Ismael Rodríguez. Nacidos para vivir, criados para matar.

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La progresiva decadencia del western clásico, con el género asentado en televisión mientras las películas eran cada vez más oscuras y generaban menos dinero, llevó a la dispersión geográfica. Comenzaron a rodarse westerns en distintos países en los que ese lienzo en blanco que era el Oeste americano se convertía en caldo de cultivo para distintos directores libres de las ataduras de la industria de Hollywood y de la propia sociedad americana.

Uno de los ejemplos más deslumbrantes y desconocidos es Los Hermanos del Hierro, western mexicano de Ismael Rodríguez muy alejado de los cánones estadounidenses. La historia de dos hermanos cuyo padre es asesinado y son criados en la venganza por su torturada madre es un obligado descenso a los infiernos de la pareja protagonista, nacidos, como todo ser humano, para vivir pero criados (y, por tanto, determinados) para matar.

La visión mexicana se aleja de la glorificación de los colonos o de la violencia como forma de hacer justicia. No, señores estadounidenses, el Oeste era salvaje, era el terror. Cada disparo era una tragedia porque la violencia, nos pongamos como nos pongamos, no tiene justificación.

Los hermanos del hierro, con sus formas cercanas al terror gótico y su visión opuesta a la dada por los norteamericanos, fue uno de los primeros síntomas de que el western envejecía y, sobre todo, enfermaba. De muerte.

  1. El último atardecer (1961), de Robert Aldrich. El pasado llamando a la puerta.

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Elaborar una lista de películas implica elegir. Y toda elección supone pérdida. En este sentido, considero que he sido muy injusto con Kirk Douglas, actor conocido por todos por su Espartaco pero que fue una figura capital del western clásico, por mucho que no sea tan recordado como los Wayne, Fonda, Peck o Stewart.

Durante los años 50, Douglas participó en westerns tan notables como Camino a la horca, Pacto de honor, La pradera sin ley o El último tren a Gun Hill. Además, Douglas fue de esos actores que se rebelaron contra el sistema de estudios, creó su propia productora y mantuvo el control creativo de sus películas, algo muy difícil de hacer en aquellos años.

Solo así se explica que El último atardecer esté escrito por Dalton Trumbo, enorme guionista condenado al ostracismo por la caza de brujas comunista que pasó años en la serie B para poder comer (suya es Terror en una ciudad de Texas, en esta misma lista) hasta que Douglas lo rescató para Espartaco.

El último atardecer pertenece al ocaso del género clásico, en los que el contexto del western solo era eso, contexto, la excusa para contar una historia más propia de una tragedia griega, un verdadero culebrón en el que las relaciones pasionales son más importantes que la aventura misma.

Un sheriff con la venganza en el punto de mira persigue a un forajido que busca reencontrarse con su antiguo amor, ahora casada con un ranchero. Una vez llega al rancho, perseguidor y perseguido aceptan posponer su enfrentamiento y conducir el ganado del ranchero mientras las antiguas pasiones reverberan.

Melodrama romántico disfrazado de western, los vaqueros de El último atardecer se alejan de lo visto en películas de los 40 o inicios de los 50. En el mejor de los casos (perseguido) son niños grandes, personajes hedonistas, atractivos y sin visión de futuro. En el peor (perseguidor), justicieros implacables con sed de venganza. Pero el pasado golpeará a ambos, y de qué manera.

El último atardecer tiene uno de los mejores giros de guion de la historia del cine. Uno que pondrá a prueba a ese niño grande que tomará la decisión más difícil (o más fácil, según se mire) de toda su vida.

  1. El rostro impenetrable (1961), de Marlon Brando. Arena y sal.

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Si El último atardecer fue un proyecto levantado por Kirk Douglas, El rostro impenetrable fue la película de Marlon Brando. El reconocido por muchos como mejor actor de la historia del cine. Hasta por él mismo. Y claro, siendo como es una película imperfecta, hay un algo que fascina de su única película como director.

El rostro impenetrable es una historia, como tantas otras en el western, de venganza. La de Río contra Dad, su compañero de banda, que le abandona tras un atraco y, cuando se reencuentran después de que Río haya pasado unos años en la cárcel, es un respetado sheriff. Río intentará vengarse de la forma más retorcida posible: enamorando a la hija de Dad.

Por lo tanto, estamos ante otro melodrama romántico similar en estilo a El último atardecer, aunque en El rostro impenetrable haya duelos, atracos y enfrentamientos en saloon. Además, la película es tan narcisista como su director, que echó al mismísimo Stanley Kubrick porque no quería que nadie le hiciera sombra. El rostro impenetrable es larga, tal vez demasiado, y se gusta demasiado, pero en su afán de buscar algo distinto a los westerns anteriores (Brando no podía hacer algo como los demás), lo termina encontrando.

Y no me refiero a la historia, que se mueve en unos códigos que hemos podido ver anteriormente y que se engrandece por la brutal interpretación de Karl Maden. Sí, no de Brando.

Hablo de la atmósfera, de esa fotografía casi espectral y, sobre todo, del mar. Porque El rostro impenetrable no trascurre en mitad del desierto, sino al lado de una playa de arena blanca. Brando entendió que nada como el mar, con su rudeza, su libertad incontrolada y sus abismos desconocidos para reflejar las pasiones del ser humano.

DISPONIBLE EN: Filmin.

 

Lo que había comenzado como una eclosión de creatividad inabarcable comenzó a decaer a los pocos años, fruto del desinterés de un público que pedía algo más que aventuras y glorificación de un país cuya sociedad empezaba a agrietarse quince años después de la victoria de la II Guerra Mundial. Se construyeron los arquetipos narrativos y las figuras esenciales del género y, poco a poco, se dejó traslucir el lado oscuro de estos. El western había vivido rápido e intenso y, como tal, había enfermado antes de lo que quisiéramos. Parafraseando a Roy Batty en su famoso monólogo de Blade Runner, era hora de morir. Pero la indigna agonía sería tan larga como su flamante madurez.

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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