OMAC es uno de esos variopintos personajes surgidos en una década de experimentación y creatividad en el cómic de superhéroes: los lisérgicos años setenta, que también vieron nacer a Howard el Pato, el Hijo de Satán o Etrigan. Precisamente, el ejército de un solo hombre comparte padre con este último.
Se trata, cómo no, de Jack Kirby, uno de los dibujantes más prolíficos e imaginativos del medio, que durante su etapa en DC recicló algunas de las ideas que tenía para un Capitán América futurista y dio vida a uno de los héroes más inclasificables de la editorial donde nacieron Superman o Batman.
De todos los personajes que el Rey creó para la Distinguida Competencia, OMAC es de los menos populares. No ha sido adaptado al cine o a la animación como los dioses de su Cuarto Mundo, no ha tenido largas etapas posteriores como Etrigan… pero, pese a ello, resulta muy interesante revisitar esta obra casi cincuenta años después de su publicación en 1974 para comprobar cómo no ha perdido vigencia. Más bien, todo lo contrario.
OMAC, el ejército de un solo hombre
Buddy Blank es un personaje tan insignificante como patético, un trabajador más de una empresa que fabrica amigos virtuales. Incluso dentro del futuro distópico en el que vive, es una persona gris y débil. Pero, como guiada por la mano de Alfred Hitchcock, una casualidad cambiará su vida para siempre: descubrirá una conspiración por la que se están utilizando los muñecos confeccionados por su empresa para llevar a cabo asesinatos políticos. Los culpables le intentarán asesinar a sangre fría.
Sin embargo, al igual que sucedió con el escuálido Steve Rogers, sus inquebrantables principios harán que sea seleccionado para formar parte de un programa secreto: el proyecto OMAC de la Agencia Global para la Paz, que unirá telepáticamente a Buddy con un satélite llamado Hermano Ojo, que le proporcionará increíbles poderes. Gracias a ellos, se convertirá en un defensor de la paz y la justicia dentro de un mundo al borde del apocalipsis.
Un mundo infeliz
Jack Kirby siempre fue conocido por sus ideas alocadas e irresistibles, pero hay otra faceta de este gran artista que ha pasado más desapercibida: el uso del medio como crítica social. Si en 1941 mostró al Capitán América dando un puñetazo a Hitler antes de que Estados Unidos entrara en guerra, en 1974 usó a este atípico sucesor como vehículo para crear una distopía tan espeluznante como familiar.
OMAC vive en un mundo donde la deshumanizante cultura empresarial hace que sean necesarias habitaciones reservadas para llorar o destrozar objetos a modo de terapia, donde la concentración de riquezas se ha vuelto tan pronunciada que un magnate puede alquilar una ciudad entera para dar una fiesta y donde los poderosos intentan extender su vida a cualquier precio, incluido el sacrificio de jóvenes con los que intercambian sus cuerpos.
Kirby aprovecha para proponer desarrollos futuros muy pesimistas pero que, en casos como los milmillonarios más poderosos que algunos Estados o el creciente mercado de “amigas” sintéticas, se asemejan demasiado a nuestro mundo.
En cierto modo, y no solo por la cresta del protagonista, esta propuesta se asemeja a lo que luego se llamaría cyberpunk. No cuesta imaginarse a Kaneda o a Deckard deambulando por las calles de estas urbes donde la vida es tan barata y la acción frenética no deja ni un respiro. Por supuesto, Kirby incluye además a sus villanos habituales, los dictadores y los científicos locos.
Pero lo llamativo no son solo las aventuras, sino el escenario donde suceden: en este futuro, como se dice desde el primer número, existen armas tan poderosas que una sola guerra podría destruir el mundo entero. Este elemento argumental, heredero de la bomba atómica, justifica la existencia de OMAC.
Hombre y superhombre
Pero… ¿quién es el hombre del futuro? ¿Quién es nuestro héroe Buddy Blank? La respuesta es bien sencilla: no es nadie. Es un individuo lamentable y depresivo que nunca se ha salido del guion en su vida y cuya única amiga es una androide sin sentimientos.
Esta medianía alienada no solo es el producto de un mundo en el que las relaciones humanas se han vuelto frías, sino un Clark Kent elevado a la enésima potencia. Esta no es esta la única semejanza con la creación de Siegel y Shuster… y es que, pese a la ausencia casi total de supervillanos disfrazados y el tono agridulce de gran parte de la obra, OMAC sigue siendo en esencia un cómic de superhéroes.
Desde sus comienzos, el género ha sido una fantasía de poder, pero no de un poder utilizado de manera egoísta como se ve en sátiras como The Boys: Clark Kent representaba en cierto modo al ciudadano medio al que, tras haber sufrido la Gran Depresión, le habría gustado dar su merecido a los mafiosos sin escrúpulos y ricachones corruptos a los que Superman se enfrentaba en sus primeros tebeos. Kirby, advertida o inadvertidamente, actualiza este arquetipo permitiendo que nos pongamos en la piel de un tipo gris que, pese a que parece imposible, pone su granito de arena para hacer del mundo un lugar mejor.
OMAC presenta un futuro desolador, pero deja lugar para el optimismo: en este mundo, las naciones de la Tierra se han puesto de acuerdo para formar la Agencia Global para la Paz, un mecanismo internacional para la resolución de conflictos que funciona de verdad y que, a lo largo de las páginas de este tebeo, consigue proteger a los débiles de los desmanes de los poderosos.
Sus integrantes, que visten uniformes que ocultan sus rasgos para representar eficazmente a todas las etnias y naciones del planeta, asisten al protagonista en sus misiones. Al ejército de un solo hombre le ayuda toda la humanidad, que se niega aceptar el futuro distópico que le espera.
Conclusión
Esta serie surgió únicamente como un modo de completar las quince páginas semanales que Kirby estaba obligado contractualmente a producir, y no es un cómic perfecto: acaba de manera abrupta por la cancelación de la colección, los personajes están desdibujados y las aventuras son algo irregulares. Pese a ello, nos presenta unas ideas fascinantes que, en manos de un Moore o un Ellis, habrían podido dar lugar a una obra maestra. Pero, por desgracia, DC apenas ha aprovechado el potencial que tiene.
Después de Kirby, se ha intentado recuperar a OMAC en algunas ocasiones, sin un gran éxito y, en la mayoría de casos, renunciando a lo que hace genial a esta rareza. Y, sin embargo, el potencial sigue allí, como en un diamante en bruto: los temas que se proponen con una brutalidad nada sutil siguen estando tan vigentes como siempre. Por ello, aunque los diálogos hayan envejecido mal, no podemos sino animar a la lectura de esta serie.
Miento. Podemos hacer algo más: hacernos eco de lo que decía Grant Morrison sobre este cómic en Supergods. “El primer ejecutivo de DC Entertainment que lea estas palabras debería darle luz verde a una película”. Hasta entonces, esperemos que algún providencial Hermano Ojo nos libre del tedio en que vivimos y del futuro que nos aguarda.