La década de los ochenta fue tan prolífica como inolvidable para el género de acción, pero mientras algunos títulos quedaron marcados a fuego para el público, otros fueron algo olvidados y quizás injustamente. Tal la razón por la que revisitamos Dispara a Matar (Shoot to Kill), película de 1988 dirigida por Roger Spottiswoode que traía como aliciente el regreso de Sidney Poitier a la pantalla tras una prolongada ausencia.
Roger Spottiswoode es un director de probada eficacia en el género de acción. Y no solo director, ya que de hecho formó sus armas en el cine como editor para Sam Peckinpah y luego como guionista para Walter Hill en 48 Horas (1984), icónica buddy cop ochentera si las hay. Como director, debutó con Bajo el Fuego (1983) y realizó después Los Mejores Momentos (1986), ambas películas con duplas actorales fuertes, como es también el caso en Dispara a Matar (Shoot to Thrill), filme de Touchstone Pictures y distribuido por Disney que, estrenado en 1988, mezcla supervivencia, buddy cop y thriller ecológico.
La dupla en cuestión está, en este caso, formada por Tom Berenger y nada menos que Sidney Poitier, oscarizada gloria del cine que venía de once años de inactividad como actor desde que en 1977, junto a Bill Cosby, coprotagonizara A Piece of the Action (aunque en el medio había dirigido un par de películas). Ello por sí solo era suficiente incentivo para perderse por los bosques o andar trepando peligrosos acantilados entre las montañas, pues siempre era un gusto volver a ver a Poitier.
Berenger, en tanto, venía de ser nominado al Oscar como mejor actor de reparto por Pelotón (Oliver Stone, 1986) y acompañaba en el elenco una Kirstie Alley que todavía no era la estrella que sería a partir de la saga Mira quién habla, pero que venía en ascenso y teniendo en su haber títulos como su debut cinematográfico Star Trek II: La Ira de Khan (Nicholas Meyer, 1982) o el potable thriller de ciencia ficción Runaway (Michael Crichton,1984). Si les interesa saber más sobre su carrera, les invito a leer el artículo que en 2022 publicó este redactor con motivo de su fallecimiento.
Hay más actores, pero ya hablaremos de ellos, pues su elección, lejos de ser azarosa, está muy ligada al suspenso mismo de la trama. La producción corrió por cuenta de Ron Silverman (Brubaker) y Daniel Petrie Jr., quien había sido nominado al Oscar por el guion de Superdetective en Hollywood (Martin Brest, 1984), otra emblemática película de la década de la cual se acaba de estrenar una nueva secuela (aquí nuestra crítica). El mismo Petrie aparecía también como guionista, acompañado por Michael Burton (El Vuelo del Navegante) y por Harv Zimmel, que algo sabía del tema por haber escrito dos episodios de la serie Persecución en la Alta Montaña (1987-1988) y hacer senderismo en su tiempo libre.
Como dato curioso, en el Reino Unido, donde lo común es que se respeten los títulos originales norteamericanos, el filme se estrenó como Deadly Pursuit, debido a que el público podía relacionar el título Shoot to Kill con una reciente tragedia que había tenido que ver con un tiroteo. Y varios países latinoamericanos replicaron ese mismo título, genérico como pocos, pero en español: Persecución Mortal.
La Historia
Comenzamos en las afueras de San Francisco, donde la policía sorprende por plena noche a un hombre entrando a su propia joyería. No encaja que se esté robando a sí mismo y ello queda en evidencia cuando, interrogado por el FBI, les pone al tanto de que un ladrón en busca de diamantes ha ingresado a su domicilio y tomado como rehén a su esposa.
Warren Stantin (Sidney Poitier), es el agente del FBI que se pone al frente del operativo para rodear la vivienda, pero el sujeto, cuyo rostro nadie ve (ni nosotros), exige los diamantes si quieren a la mujer con vida. Stantin no quiere negociar, pero el delincuente no se anda con medias tintas y mata a una empleada doméstica para mostrar que no está jugando. Usando a la esposa del joyero como escudo, logra que le entreguen los diamantes y huye hacia un muelle para escapar en una embarcación luego de incumplir su palabra y asesinar a la rehén con un disparo en el ojo.
En el FBI logran determinar que el tipo huye hacia el norte a través del estado de Oregon y planea llegar a Canadá. Stantin parte en su búsqueda, pero el fugitivo ya ha salido a través de las montañas con un grupo de excursionistas de pesca conducidos por la guía Sarah Renell (Kirstie Alley).
Para darle alcance, Stantin recurre a los servicios de otro guía y rastreador local llamado Jonathan Knox (Tom Berenger), pero este resulta ser el novio de Sarah y quiere alcanzar al grupo por su cuenta y en soledad, ya que un policía citadino solo podría ser un estorbo y retrasarlo.
Knox y Stantin son bastante incompatibles: el primero es rústico y rural; el segundo bien urbano y no sabe cómo montar a caballo ni mucho menos hacerlo andar. A medida que avance la historia, sin embargo, irán limando asperezas y trabajando al unísono mientras la trama sigue por un lado a ellos y por otro a los excursionistas, entre los cuales viaja de incógnito el ladrón y asesino cuya identidad de momento desconocemos.
Secreto en la Montaña
Como es habitual en los filmes de Spottiswoode, la historia es súper entretenida y, además, se ve en este caso potenciada por el magnífico marco natural tan bien capturado por la fotografía de Michael Chapman y contrapuesto con el ámbito urbano del principio y el vapor brotando de las alcantarillas a lo Blade Runner. Y el hecho de que el director sea canadiense da un plus al estar posiblemente familiarizado con los paisajes.
Ojo: la historia es bien de fórmula, con la clásica dupla antagónica a la que el viaje y el peligro compartidos hacen conciliar diferencias. Y no faltan inverosimilitudes, como que el FBI envíe a un solo hombre a perseguir a tan peligroso criminal en ese ámbito boscoso y montañoso o que ni siquiera sean capaces de darle apoyo aéreo. O que en semejante ambiente, se asigne a una joven muchacha la conducción de cinco senderistas a los que desconoce por completo.
Fuera de ello, la persecución está muy bien llevada y, por supuesto, repleta de pronunciados riscos, peligrosos rápidos, senderos de cornisa, escaladas, caídas al vacío, alces y osos, a lo que hay que sumar las inclemencias del tiempo con tormenta de nieve incluida: todas dificultades que, como no puede ser de otra forma, afectan más a los perseguidores que a los perseguidos o, lo que es lo mismo, a los buenos que a los malos.
Como dijimos, era en ese momento un lujo y un placer volver a ver a Sidney Poitier en pantalla: sin ser su actuación más memorable, el veterano actor aporta su solvencia habitual y se muestra sorprendentemente ágil a pesar de su edad al momento de rodar el filme (61). También agrega algunos toques de humor, como cuando su personaje logra ahuyentar a un oso pardo ante la azorada mirada de Knox: “Todas las personas actúan aquí como si nunca hubieran visto un hombre negro – explica -. No veo por qué con el oso debería ser distinto”.
Berenger, por su parte, compone a la perfección a ese guía rudo y lleno de prejuicios contra la gente de ciudad, mientras que más desaprovechada está Alley, cuyo personaje no pasa de damisela en apuros a ser rescatada por el novio y aporta muy poco: ni siquiera llega a mostrar astucia e inteligencia para liberarse de su maniático captor y sus intentos son, por el contrario, bastante torpes.
Pero uno de los grandes aciertos es la elección de los actores que componen el grupo de senderistas: Richard Masur, Andrew Robinson, Clancy Brown, Frederick Coffin y Kevin Scannell. Todos y cada uno de ellos habían compuesto antes de esta película a villanos, delincuentes o psicópatas y ello confunde deliberadamente al espectador: gran truco el de recurrir a la experiencia cinéfila de quien mira para generar suspenso. La sensación es que el asesino podría ser cualquiera y, de hecho, cada uno de los cinco revela algún componente psicótico en su personalidad.
Lo que es una pena, por lo menos a mi juicio, es que el enigma se resuelva demasiado pronto (digamos promediando la película), y ello mata en parte el tono de intriga para dar lugar a una historia de persecución más convencional, aun cuando cuente con el especial marco que da la naturaleza. Incluso se puede decir que el asesino, una vez revelado su rostro (obviamente no diré quién es), se desdibuja un poco en su peligrosidad y hasta en su carácter siniestro, pasando a ser un delincuente más estándar en lugar de la bestia de sangre fría del comienzo.
A propósito, el “ladrón-psicópata” es otro gran acierto: personaje no muy común en el mundo del thriller, donde normalmente el delincuente se guía por la búsqueda de beneficio o por su psicosis, pero rara vez por las dos. Me viene a la mente, por citar uno de los pocos antecedentes, el Harry Powell de Robert Mitchum en La Noche del Cazador (Charles Laughton, 1955), de la cual pueden aquí leer el retro-análisis de un servidor. En el caso de Dispara a Matar, el delincuente busca diamantes, pero a la vez asesina de manera enfermiza y con sádico placer a sus víctimas repitiendo como modus operandi el disparo en el ojo.
Valoración y Legado
Dispara a Matar es una película que tiene como trasfondo una historia de crimen y persecución que es convencional pero atractiva, con el agregado de un imponente marco natural que no suele ser común en el thriller convencional y una dupla principal que funciona, por más manida que sea la fórmula. Tiene, sí, unas cuantas inverosimilitudes que hemos señalado y sin las cuales no habría película, pero ello se ve compensado por una dupla actoral poderosa y el esperado regreso de Sidney Poitier.
Tuvo un cierto suceso al momento de su estreno, pero estuvo lejos de reventar taquilla. Quizás no sea recordada entre las mejores películas de acción de los ochenta (década particularmente prolífica para el género y con muchos títulos icónicos), pero se deja ver y mantiene en vilo hasta el final, lo cual no es poca cosa. Y su influencia se puede apreciar en Río Salvaje (Curtis Hanson, 1994), que también sacó de su zona de confort a otra gloria del cine (Meryl Streep), para contraponerla a un peligroso psicópata (Kevin Bacon) entre bosques, rápidos y montañas.
Hasta la próxima y sean felices…