Hacemos hoy repaso de Los Ríos de Color Púrpura (Les Riviéres Pourpres), filme del año 2000 dirigido por Mathieu Kassovitz que, mezclando neo-noir, eco-noir y buddy cop, nos lleva a una apartada y cerrada comunidad alpina en cuyas cercanías ocurren una serie de misteriosos y horrendos asesinatos. En el centro, una dupla actoral de lujo: Jean Reno y Vincent Cassel.
Bienvenidos nuevamente a otro retro-análisis, hoy para revisitar una de asesinos seriales, pero en los Alpes, como es el caso de Los Ríos de Color Púrpura (2000), filme francés de Mathieu Kassovitz que constituyó su tercera experiencia en la dirección después de Métisse (1993) y El Odio (La Haine, 1995), valiéndole esta última el Premio César a mejor película, como también en lo personal el de mejor director en el Festival de Cannes.
Los filmes de asesinos psicópatas venían de una década de esplendor al otro lado del Atlántico con títulos icónicos como El Silencio de los Corderos (Jonathan Demme, 1991), Seven (David Fincher, 1995) o El Coleccionista de Huesos (Phillip Noyce, 1999), pero no se podía decir que el subgénero hubiera todavía pisado fuerte en Europa y eso es lo que vino a hacer la película que hoy nos ocupa.
Los Ríos de Color Púrpura está basada en la novela homónima del escritor y periodista Jean Christophe-Grangé, un especialista en tramas de misterio en las que también juega (al menos en la apariencia inicial) algún aditamento místico o sobrenatural, por lo común relacionado con costumbres o mitos locales de los lugares en que las historias se ambientan. Grangé, de hecho, oficia como guionista de la película en colaboración con el propio director. En cuanto a la dupla protagónica para interpretar a los personajes principales, se recurrió a dos de los actores más interesantes del cine francés del último medio siglo, como lo son Jean Reno y Vincent Cassel.
Para el primero de ambos, el filme constituía un regreso a sus orígenes, ya que tras haber sido prácticamente actor fetiche de Luc Besson en El Gran Azul (1988), Nikita (1990, aquí retro-análisis) o León (1994, también conocida como El Profesional o El Perfecto Asesino), había dado el salto a Hollywood con Misión: Imposible (1996), Ronin (1998) o Godzilla (1998).
En cuanto a Cassel, ya había trabajado a las órdenes de Kassovitz en El Odio, pero también protagonizado otros filmes exitosos de la cinematografía francesa como El Apartamento (1996) o Juana de Arco (1998) e incluso incursionado en la británica con Elizabeth (1998).
La Historia
En una ficticia, pequeña y remota localidad de los Alpes franceses conocida como Guernon ha aparecido asesinado un joven colgando a casi cincuenta metros de altura. Ello no es todo: presenta varios cortes, cuatro costillas rotas y restos de lluvia ácida en las cuencas vacías en que deberían estar sus ojos, además de tener cortadas sus manos y cauterizados los muñones para que no muriera desangrado. En otras palabras, se buscó que sufriera y se mantuviera consciente hasta el final.
Al lugar llega Pierre Niemans (Jean Reno), un inspector de policía procedente de París que se presenta diciendo “yo soy la unidad” cuando el jefe de la fuerza local manifiesta con decepción que esperaba que le enviaran una desde la capital francesa. De pocas palabras y perfil hosco, trabaja solo y sufre de un patológico terror a los perros.
Sus investigaciones lo llevan a una apartada y elitista universidad local que se jacta de ser una de las más antiguas de Europa y cuyo lema reza que sus miembros “controlan los ríos púrpura”. Más que una simple casa de estudio, parece una especie de comunidad cerrada en la cual los profesores y sus hijos se vienen relacionando desde hace varios siglos en un contexto endogámico que, al parecer, favorece enfermedades congénitas.
Allí se desempeñaba como bibliotecario Remi Calois, el joven tan monstruosamente asesinado que fue hallado por una alpinista local cuyo trabajo es básicamente controlar avalanchas a través de granadas (según pude averiguar, eso existe). Y también están ligadas a la institución otras dos víctimas cuyos asesinatos revisten características similares.
Mientras tanto, a doscientos kilómetros de allí, hay un cementerio que ha sido profanado y en particular la tumba de una niña llamada Judith Herault, que ha aparecido pintada con cruces esvásticas.
Al lugar llega el inspector Max Kerkerian (Vincent Cassel), un policía de provincia bastante impulsivo que prácticamente ha sido enviado allí como castigo. Fuma marihuana, odia a los fascistas y sabe artes marciales, lo cual incluso demuestra (bueno, un poco) en una escena bastante fuera de lugar en la película. Es muy riguroso con las palabras: se niega a llamar “asalto” a una “profanación” e insiste en que es “inspector” y no “detective”, término al que encuentra anticuado.
La niña que ocupa la tumba profanada ha fallecido hace veinte años en un accidente al ser embestida por un camión a ciento veinte kilómetros por hora, pero al ver Max las fotos que del cuerpo se tomaron en aquel momento, pareciera bastante más que eso y ni siquiera entiende cómo pudieron reconocerla. Su madre (Dominique Sanda), que está retirada a un convento desde hace ya diecisiete años y ejerce lo que se llama “el voto de las sombras” (es decir que vive en el subsuelo y con mínimo contacto con el resto de las monjas), dice que en realidad fue asesinada por “los demonios”.
En principio, no pareciera haber conexión entre ambas investigaciones y la primera hora transcurre como si se tratase de dos películas paralelas. Ello hasta que las pistas se tocan y, siguiendo la suya, Max acaba encontrándose en Guernon con Pierre, a quien sin conocer hasta allí personalmente, admira desde hace tiempo por el carácter de leyenda que tiene en la fuerza.
A partir de ese momento, la trama adquirirá ribetes siniestros en relación con la antes mencionada comunidad universitaria, así como con una resolución del misterio que parece estar ligada a endogamia y eugenesia. Pero no diré más…
Una Terrorífica Postal Alpina
Hay quienes dicen que a partir de Luc Besson el thriller francés perdería su estilo tradicional característico y comenzaría un marcado proceso de americanización. Algo de razón llevan por más que esto no sea Besson: Los Ríos de Color Púrpura es una película con muchos elementos que claramente la emparentan con El Silencio de los Corderos o bien con Seven, filmes con influencia si los hubo sobre asesinos seriales, tanto para la década de los noventa como para la que siguió.
Más aún: al momento de su estreno fue justamente publicitada como un cruce entre ambos filmes, aberración de marketing que no se me ocurre que pueda haber sido idea del director, sino casi con seguridad de la productora (Gaumont) o la distribuidora (InterCom).
Y no se trata solo de lo argumental o de cómo está construida la trama, sino también de la inclusión de detalles estéticos que son referencia obvia y deliberada, como la víctima crucificada o la persecución de una figura encapuchada, escenas que remiten respectivamente a cada uno de los icónicos filmes mencionados. Agréguese una pátina de gore que no escatima en sangre ni anda haciendo concesiones y que, ya desde la primera escena, nos entra al ojo como un bisturí oxidado con la “dulce” vista de un cadáver sometido a autopsia.
Pero siguiendo con las influencias americanas, también la película tiene mucho de buddy cop, sobre todo a partir de la hora, que es cuando Niemans y Kerkerian se encuentran. Se trata, como recita la fórmula de dichos filmes, de dos policías incompatibles, al punto que el primero, en lugar común también bastante repetido, rechaza en principio de plano la ayuda del segundo.
Pero poco a poco y por fuerza de las circunstancias, ambos se verán obligados a trabajar juntos si es que quieren resolver sus respectivos casos, que no solo pintan muy siniestros sino que además se conectan…
A la larga, todos los caminos conducen a Grenon y hasta pareciera, al menos en principio, haber alguna presencia sobrenatural: la madre de Judith habla de “demonios” y eso no es poca cosa (ni hablar del contexto oscuro y estremecedor en que se halla al decirlo), más allá de que al avanzar la trama lo metafísico se vaya diluyendo y la resolución termine decantando en un terror más terrenal que, en algún punto, tiene algo de Los Niños del Brasil (Franklin J. Schaffner, 1978).
Pero el hecho de que sean reconocibles tantas influencias americanas no debe llevar al error de hacernos creer que el thriller francés se haya simplemente convertido en un mero calco del americano. Los filmes del ya mencionado Besson son una buena muestra de que no es así, exhibiendo sus personajes una frialdad descarnada y muy europea que ha terminado por reinfluenciar a Hollywood.
No es que Los Ríos de Color Púrpura sea ese tipo de película: la trama se resuelve más sobre la intriga que sobre la acción, además de adquirir los personajes un mayor tratamiento psicológico. Pero aun así, el filme tiene también su toque inconfundiblemente europeo y particularmente francés, solo que al ser cine neo-noir y en algún punto eco-noir, se traduce más bien en la paisajística y en las particulares tomas con sus encuadres, movimientos de cámara e impactantes ángulos, muchos al ras de la nieve.
Y allí es donde el filme tiene uno de sus puntos fuertes, pues al localizar la historia en los Alpes, tanto la hábil dirección de Mathieu Kassovitz como la magnífica fotografía de Thierry Arbogast consiguen que la belleza del paisaje se vuelva más sobrecogedora que acogedora, lo cual constituye importante diferencia con el thriller eco-noir made in Hollywood (Dispara a matar, Río Salvaje) en donde se apunta más bien a la contradicción y al contraste entre lo que se ve y lo que ocurre.
Aquí, por el contrario, lo que se ve es parte de lo que ocurre y transmite el mismo terror, pues no podemos menos que sentirnos desvalidos ante el desolado paisaje cubierto por la nieve o ante esos ominosos picos tomados desde abajo y de manera oblicua.
Y las magistrales y osadas tomas de glaciares o cavernas heladas terminan de completar el ominoso cuadro, incluso montando cámara subjetiva sobre una avalancha (es decir como si nosotros fuéramos la avalancha), recurso original que no sé si recuerdo haber visto antes en otro lado y a decir verdad, creo que tampoco después: ni siquiera llego a imaginar cómo fue hecho. Y genial, por cierto, la escena en que Max se arrastra por la nieve mientras una escena de crimen se avizora por detrás.
Mejor en la Forma que en el Contenido
Dicho todo esto, hay que decir que donde la película tiene su parte más débil es en la resolución de la trama. Pareciera difícil pensar que el desenlace de una intriga policíaca pueda verse simplista, confuso, convencional y acelerado al mismo tiempo, ya que algunos de esos conceptos darían impresión de ser más bien contradictorios entre sí, pero créanme que lo consigue. Ignoro si en la novela original sucederá lo mismo porque no la he leído, pero al estar involucrado su autor en el guion, es de creer que no ha de andarle muy lejos y quizás la conclusión sea que al filme le terminaron faltando minutos.
Es por ello que es mejor juzgar a Los Ríos de Color Púrpura como una película que vale más por su forma que por su contenido y en eso, a no dudarlo, sí que se ve muy francesa. El filme se hace grande en las atmósferas y en los climas, en esa sordidez que invade la primera mitad de la película y que hace que no solo el paisaje se vea siniestro, sino también la propia arquitectura de Gernon y particularmente la biblioteca.
Es allí donde la película tiene sus mayores méritos y no en un guion torpemente resuelto, así como también en las estupendas actuaciones de dos actores bien referentes del cine galo posterior a los noventa que se complementan a la perfección en una dupla antagónica a la vez que rebosante de química. Y Jean Reno ya ha demostrado largamente ser un especialista en personajes parcos, malhumorados y monosilábicos.
Del lado débil de sus personajes, hay que decir que la escena de kickboxing en que Kerkerian se toma a golpes con unos skinheads es no solo absurda sino carente de sentido para la trama. Y otro tanto la fobia de Niemans por los perros, un detalle que, como patología, podría haber sido interesante de explotar a lo Hitchcock o De Palma, pero que en la medida en que no tiene demasiada relación con la resolución de la trama termina siendo por completo inconducente.
No obstante y siguiendo con lo actoral, no todo se reduce a la pareja principal: Nadia Farès hace un gran aporte, aunque no diré cuál es su personaje para no revelar detalles de una trama que, después de todo y por muy estándar que sea en su resolución, merece ser vista sin spoiler. E igualmente se luce Dominique Sanda, cuyo personaje pone los pelos de punta.
Valoración y Legado
Los Ríos de Color Púrpura terminó siendo un éxito de taquilla tanto a nivel local como internacional. Dio lugar a una secuela de 2004 titulada Ríos de Color Púrpura 2 (Les Riviéres Pourpres II: Les Anges de l´Apocalypse), repitiendo la misma dupla de policías que, obviamente, vuelven a ser encarnados por Reno y Cassel.
La dirección, sin embargo, no corre ya por cuenta de Mathieu Kassovitz sino de Olivier Dahan, responsable unos años después de la laureada La Vida en Rosa (2007), mientras que la producción y el guion, como en un círculo que se cierra, están a cargo de… Luc Besson. Las críticas fueron dispares, pero quizás en algún momento haya tiempo en esta sección de hablar de ello.
También existió una serie que, con idéntico título y tanto creada como dirigida por Jean Christophe-Grangé, se emitió durante cuatro temporadas entre 2018 y 2022. En la misma, el comisario Niemans es interpretado por Olivier Marchal, pero lo particular es que no forma dupla con Kerkerian, sino con una mujer: la teniente Camille Delaunay, a quien da vida la actriz belga Erika Sainte. Quizás haya también momento de hablar de la serie en esta web, aunque no en esta sección.
Es posible que Los Ríos de Color Púrpura sea una película más de asesinos seriales, pero a la vez no es cualquier película de asesinos seriales, pues el camino de la resolución del misterio termina siendo más interesante que el misterio en sí. El propio director llegó a decir que se buscó deliberadamente evitar lo demasiado explicativo, aunque sería bueno que se hubiera mantenido esa premisa hasta el final.
Con una estética increíble que maravilla y aterra al mismo tiempo más una impagable dupla actoral que está entre lo mejor salido de Francia, la hábil mano de Kassovitz construye un thriller que, por mucho que deba a sus similares americanos, imprime también un sello personal que lo hace inconfundiblemente francés.
Au revoir: hasta la próxima y sean felices…