Con motivo del estreno de Silencio (Silence, 2016), película de la que hice crítica en esta web, se produjo un fenómeno que, sin ser novedoso, siempre es sorprendente: un aluvión de críticas de público y prensa que tomaban como vara de medir de la calidad de la cinta su concordancia personal con el mensaje que lanzaba. Se trataba, en este caso, de una película religiosa; pero en muchos otros no es necesario que sea esta la temática para que el vapuleo indiscriminado sin más criterio que un desacuerdo ideológico acabe sepultando la crítica a la calidad de la película.
Manipulación o legítimo discurso
Tu trabajo es hacer que la audiencia se interese por tus obsesiones
Martin Scorsese
El cine es uno de los medios de expresión y difusión de ideas más poderosos. No es necesario siquiera que el mensaje que plantean director y guionista sea explícito o verbalizado a lo largo del guión; basta con que tengan habilidad para introducir esos matices en los personajes, sus actuaciones o la misma manipulación de las circunstancias para crear un contexto que llamaríamos engañoso. ¿Lo es realmente? Depende del enfoque.
Pondré un ejemplo: la excepcional ópera prima de Steve McQueen (no, no ese steve McQueen, sino el director inglés), titulada Hunger, se posiciona del lado de un preso del IRA que inicia una huelga de hambre para conseguir el status de preso político, ante la negativa del gobierno de Margaret Thatcher a concedérsela. La película podría haber mostrado los crímenes de su protagonista, la gente que había muerto a sus manos, si su propósito fuera hacer una defensa de la posición del Gobierno británico. Pero su intención era otra (en este caso, hablar de libertad, fortaleza o ideales), y escoge presentarnos solamente las brutales condiciones en que viven los presos de esa institución penitenciaria, manifiestamente horribles, y el odio que genera en los carceleros (consecuencias incluidas). ¿Es una situación manipuladora? Claro. ¿Es mala película por ello? Para nada. McQueen consigue que durante una hora y media nos olvidemos de nuestras ideas preconcebidas sobre el tema y nos metamos de lleno en lo que él propone, su análisis del tema. Al finalizar la película estaremos o no de acuerdo con su planteamiento, pero al menos lo habremos conocido en profundidad. Se cumple así la máxima de Scorsese antes citada.
Hunger es una cinta poética, que nos retuerce y puede hacernos sentir engañados. McQueen nos la volvió a jugar con Shame. Sin embargo, 12 años de esclavitud parecía seguir un patrón distinto, y eso que el tema no era irrelevante ni le faltaban aristas. Quizás eso mismo, ceñirse a más convencionalismos, fue lo que la convirtió en carne de Oscar y la aupó a triunfadora en los premios de 2013. Pero no fue precisamente una película carente de brutalidad o angustia: simplemente jugaba con esos factores sin llegar a sacar al espectador de lo que éste esperaba al sentarse en la butaca. No removía tantas conciencias ni causaba indignación en espectadores que, airados, increparan a la pantalla por el burdo engaño al que el director les había intentado someter… Porque no había razón para sentirse cuestionados. Entonces, ¿cuál es el motivo de la indignación? Si se puede impactar al espectador sin que este se sienta incómodo con el conjunto, la razón debe ser otra.
Mi cine, mis reglas
Agotada la filmografía de McQueen hasta la fecha, que da mucho juego para ejemplificar el tema de incomodar moralmente al espectador, hay que buscar en cintas anteriores. Empezando por el impacto de la violencia, para continuar el punto anterior. Y si pensamos en violencia y cine, se nos vendrán a la cabeza muchos nombres (Michael Haneke, Sam Peckinpah o Paul Verhoeven, de los que ya he hablado en esta web, Lynch, de quien tenéis aquí un Ciclos de Cine, o Demme…) pero ninguno con tanta presencia hoy en día como Quentin Tarantino. Los pastiches cinematográficos del de Knoxville están sobrecargados con violencia estilizada y toneladas de sangre que, aún así, ni siquiera cumplen un propósito de denuncia sino que son una vía narrativa y estética.
David Foster Wallace afirmaba que Tarantino era una consecuencia del estilo de David Lynch o, como mínimo, un fenómeno posible gracias a éste:
Me parece justo afirmar que ese fenómeno comercial de Hollywood que es Quentin Tarantino no existiría sin David Lynch como piedra de toque, como conjunto de códigos alusivos y contextos en el núcleo cerebral del espectador (…) ha encontrado (de forma bastante ingeniosa) una forma de coger lo que la obra de su predecesor tiene de extraño, distintivo y amenazante, homogeneizarlo y batirlo hasta que no quedan grumos y resulta lo bastante fresco e higiénico para el consumo masivo.
Reservoir Dogs, por ejemplo, con su charla cómicamente banal durante la comida, sus nombres en clave inquietantemente innecesarios y su molesta banda sonora de pop camp de décadas pasadas, es Lynch comercializado, es decir, más rápido, más lineal y con todo su surrealismo idiosincrásico transformado en surrealismo al uso (…)
No es una afirmación habitual, pero es innegable que los rasgos estilísticos de Tarantino, aún sirviendo a propósitos distintos, se enmarcan formalmente en una tendencia que aprovecha las puertas que abrió David Lynch en los 80 y 90. La estilización de la violencia (ese cuadro de formas y posiciones surrealistas en el crimen de Terciopelo azul) y los universos donde la violencia sólo alude a sí misma y a la propia naturaleza de su entorno (como en Corazón salvaje y su parodia brutal de El mago de Oz). Y esto puede llevar a sectores de la crítica, como ocurrió con Roger Ebert en su día, a tildar esta violencia de gratuita, vehículo para la banalización de lo salvaje en el Cine sin ningún propósito.
En realidad es más sencillo que todo eso. Tarantino ha aclarado más de una vez su desprecio por la violencia real. Lynch es un trozo de pan en su vida privada. Son estilos, vías de expresión y en sus películas puede que un personaje sangrando incontroladamente esté más cercano a un estado de ánimo concreto que a una secuencia de acción. La razón por la que se suele confundir el uso de la violencia estilística en el cine es por su asociación a la violencia como idea. Cineastas como Haneke usan su aparición en su cine para denunciarla, para mostrar su repulsión. Pongamos dos de sus cintas clave por ejemplo.
Funny Games es un ensayo sobre la violencia en el cine, sobre nuestro gusto por el morbo al que alude David Fincher en cada una de sus entrevistas. Rebobinar y volver a mostrar lo que en otra película sería un desate de violencia convencional retuerce el sadismo de la escena y nos habla directamente a nosotros como espectadores: Esto es lo que queríais, estáis enfermos, nos dice Haneke. Porque está convencido de que no es necesario mostrarla para tratarla, así que mostrarla es síntoma de cierta complacencia en su cine. La cinta blanca es una de sus películas más violentas y, sin embargo, no hay un sólo segundo de violencia explícita en pantalla. Es pura tensión.
Oliver Stone dijo que despreciaba la violencia gratuita de Breaking Bad pero luego hizo Salvajes. Y pocas películas se me ocurren que representen tan bien la obsesión por la violencia gratuita en el cine como Salvajes, y lo digo en el peor de los sentidos. ¿Actuar como jueces morales ante las películas es realmente algo que necesitemos de la crítica? Cuando esto puede acabar como con el caso de Oliver Stone o la denuncia mal entendida de Brazil de Terry Gilliam, dudo que juzgar la película por nuestra proximidad a su mensaje deba eclipsar la valoración de la película por su calidad.