Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.
Desde el mundo anglosajón llevan años en una guerra cultural por básicamente cualquier producto cultural relevante. Es decir, toda película, canción, libro o videojuego con un mínimo de éxito está asociado desde hace años a polémicas de carácter político: actores negros haciendo papeles de personajes blancos, blancos haciendo papeles de personajes negros o asiáticos, cuotas de mujeres teóricamente forzadas o teóricas ausencias de éstas, etcétera. Estas peleas culturales se entienden dentro de la evolución política, económica y social estadounidense (en menor medida británica), pero el éxito del cine sobre todo ha conseguido que progresivamente con los años la cultura audiovisual de cada generación de europeos sea casi únicamente anglosajona. Y no sólo en el cine: es posible que el mundo del cómic o la literatura pase igual. Esto lleva en muchos casos a que la gente más formada, leída y con más inquietudes culturales desde hace años haya intentado importar toda esa dinámica de peleas basadas en elementos de identidad a Europa y a España. En muchos casos de manera totalmente artificial y sonando a cosa ridícula, sea un lado u otro del espectro político importado de aquella manera desde allí.
La dificultad para generar pensamiento político, artístico o filosófico diferente al que queremos importar directamente del mundo anglosajón casi haciendo control+c control+v es de las cosas más tristes culturalmente del siglo XXI para alguien del resto del mundo. Está bien aplaudir muchas de las cosas estupendas de EEUU o Gran Bretaña (este blog es un ejemplo de lo mucho que admiramos muchos de sus productos culturales). No lo está tanto olvidarnos de que nuestra realidad es algo diferente a la suya, pudiendo pensar y hacer cosas diferentes e igualmente estupendas. Algunas incluso mejores, seguro. Y, además, tirando de lo que vivimos nosotros en el día a día, porque no es lo mismo vivir en Barcelona que en Los Ángeles o en el medio Oeste Americano que en Badajoz. La gente de Cádiz, Salamanca, Teruel o Lugo tiene cosas diferentes que contar que no puede ni sabe contar alguien de Wisconsin.
https://www.youtube.com/watch?v=hNGLk9XHlAk
Esta dinámica uniformadora culturalmente a golpe de polémicas políticas no deja de ser usada como campaña de marketing una y otra vez. No hay más que ver las declaraciones del director de la película Joker para darse cuenta lo mucho que son conscientes de ello en el mundillo del cine: la polémica política e identitaria hace que se hable de lo que queremos vender, hay publicidad gratis y mucha gente comprará la entrada al cine independientemente de nuestros logros o desastres artísticos. Lo hará como acto político, de reivindicación de algo real en sus vidas. Cada vez se habla más de las películas o videojuegos como si fueran campañas políticas y cada vez menos de cosas técnicas o puramente artísticas. En parte es porque casi cualquiera puede ver moralejas o extraer mensajes ocultos hasta debajo de las piedras, pero saberse las técnicas de rodaje, cómo funciona la luz o la fotografía de una película o qué planos y en qué duración de estos nos indica si alguien sabe manejar una cámara es otra historia. Una más dura, ya que implica seguramente muchas horas de leer, estudiar y demás cosas afortunadamente superadas hoy en día, que tenemos tanto que ver rápido, jugar rápido y escuchar rápido. No hay tiempo: tienes que ver la del Joker en el estreno y no un año después, por favor, que necesitamos tu opinión para hace 5 minutos si quieres seguir teniendo seguidores en tuita, hombre. Tienes que verla. Ya. Venga. A saber a quién beneficia económicamente esta exigencia creada en redes sociales y medios de comprar la entrada ya. Y, claro, decir si es la mejor del universo o un truño infame; una alegoría de la lucha contra la maldad o el abismo que antecede al infierno al que nos llevarán los chicos jóvenes que no consiguen follar. Hay que generar más ruido y nada de análisis medianamente complicado.
Dentro de las muchas líneas de investigación abiertas últimamente en el fragor de la batalla tenemos la de lo reaccionario de la ciencia-ficción clásica y las distopías clásicas como 1984, Un mundo feliz y demás. La idea puede resumirse en que las distopías literarias o televisivas tenían un trasfondo ultraconservador al plantearnos mundos alternativos en que no podemos hacer nada como individuo, sólo estar asustados, llamando al lector o espectador a la pasividad en su vida normal, comparativamente mucho mejor, aun siendo horrible, que la del protagonista de 1984 o The Walking Dead. Se comportarían así en productos culturales pro-sistema e indirectamente justificadores de este. Y, siguiendo con ese pensamiento, suele decirse que es necesaria ficción optimista, que anime a la participación política y que plantee futuros alternativos mejores que el actual, futuros por los que luchar en la realidad.
Después volveremos sobre toda esta idea pero es interesante a la hora de hablar de la serie de apenas 6 capítulos de la HBO que da título al post, “Years and years”. Sí, es otro producto anglosajón. Los británicos suelen en sus series ser mucho más concisos, no necesitar dos millones de temporadas y con mucha más frecuencia siguen usando lo del “introducción-nudo-desenlace” para planificar cómo será la serie. Es decir, que no estiran tanto como el chicle mientras la serie siga subiendo en audiencia y vamos tirando a ver qué tal. Si ha dado que hablar es por repetirse la idea de que era la historia de una distopía política pero contada de un modo distinto y con un trasfondo-mensaje que es el habitual teóricamente reaccionario del género.
En resumen, podemos decir que los seis capítulos son las aventuras de una familia británica de clase media, tolerantes con la homosexualidad, interraciales, abiertos de mente, bien educados y colocados laboralmente. Esa familia irá pasando aventuras y desventuras amorosas, laborales y económicas conforme la política del país y del mundo vaya degenerando, especialmente con el ascenso imparable de una política que encarna todo el populismo, falta de respeto a las formas y demagogias posibles. Acompañamos a la familia protagonista en su viaje laboral, sentimental o económico como las pequeñas hormiguitas que son en el frío mundo y universo en el que viven (y vivimos).
Son aplastados por situaciones caóticas pero también por decisiones gubernamentales. Bajan de escalón social y económico debido al progresivo desastre político del país. Tratan de adaptarse a un mundo del que entienden (y entendemos) una parte ridícula, y quizás ni eso. Mientras todo eso pasa en sus vidas, el resto del universo sigue funcionando, las cosas siguen sucediendo, y quizás lo que produce más miedo de la serie es la sensación de familiaridad. Es decir, los momentos en que simplemente la serie va mostrando en montajes celebraciones familiares alternándolas con noticias tremebundas de telediario, con cosas enormemente depresivas que están sucediendo políticamente. Es un gran mérito de la serie conseguir transmitirte inquietud con el paso de los años en lo personal y ponerla en paralelo con la degradación de las cosas públicas. Lo hace con montajes cortos, frenéticos, claros y contundentes, que generan esa sensación de que el mundo se va a pique pero tu vida de hormiguita dentro del hormiguero sigue teniendo momentos felices.
La fascinación ideológica por la serie viene también de otro lado: al contrario que tantas otras distopías aquí no hay un suceso que acaba con la Humanidad o que se tiene por un punto final. La serie comienza con Estados Unidos tirando una bomba atómica y parece que eso será el inicio del fin de la Humanidad, con todo el mundo aterrado (y con las acciones habituales de la gente aterrada). Pero no es el fin. Es un punto y aparte. Parece que la ruina de miles de familias o los cortes de luz constantes o el alzamiento de una despreciable política fascistoide supondrá la culminación del Mal, pero en el mundo real siempre hay un día de mañana. Puede que la serie sepa, a través de su forma de narrar alterna entre noticias fragmentadas y vivencias de los protagonistas, transmitirnos cómo la política importa en nuestro día a día de manera trascendental pero que por terribles que sean las cosas que pasen nunca nada representa el fin al que solo cabe rendirse. Es decir, los miedos al Brexit, a la independencia de Cataluña, a que gane otra vez Trump: son miedos paralizantes políticamente y que evitan replantearse de las lamentables condiciones de vida del día a día. En la serie ni que EEUU haya tirado una bomba atómica es el fin del planeta. Ya puede La Sexta hacer dos millones de maratones especiales sobre eventos teóricamente que cambiarán nuestras vidas que al final tendrás que madrugar mañana y tu sueldo y horarios serán los mismos. En ese sentido es cierto que como distopía es bastante única y que por terribles que sean las cosas para los protagonistas o el mundo no invita a la pasividad, al regodearse con lo mal que podían estar las cosas y conformarse con lo que hay. Transmite que la política es trascendental en nuestro día a día pero las cosas no están escritas en piedras y que el camino para cambiarlas no es la típica consigna religiosa de Hacendado (que cada uno debe ver en qué ha pecado y hacer actos de salvación individualmente para entrar en el Cielo progresista/católico/ecologista/constitucionalista/etc). El único modo de cambiar las cosas de verdad es actuando como grupo, haciendo que se aprueben o se revoquen leyes, alzando políticos o derrocándolos, sin que nadie al final pueda reclamar demasiado heroísmo individual. En ese sentido la serie también va filosóficamente contracorriente en el ambiente sociológico y cultural actual, más dado a hacer la guerra por la cuenta de cada cual y la competición por el mayor virtuosismo respecto a tus conocidos.
El logro de montaje alterno para crear inquietud en el espectador a veces se apoya en buenas actuaciones y otras no tanto. Es posible que el nivel de actuación de los protagonistas sea muy desigual, con actuaciones aceptables como la de la abuela de la familia y otras que son más que discutibles, como la mujer con minusvalía. Hay que reconocer que la serie es muy valiente en varios fragmentos, por más que sea más previsible en otros. Es enormemente meritorio cuando muestran cómo la candidata fascistoide Vivienne Rooke gana a la ecologista y antisistema de la familia montando un numerito moralista contra el porno que según ella ven los niños con el móvil. Es decir, que la candidata fascistoide es capaz de llevar a su terreno a personas antisistema de izquierdas simplemente haciéndoles caer en una trampa de moralina beatilla, desinformada, excitante de las más bajas pasiones y demagógica. Se la han jugado a ser incómodos para todo el mundo en algo que es clave para entender la corriente resbaladiza hacia lo reaccionario en la que cae demasiada gente teóricamente opuesta a lo más carca de la sociedad. Corriente sin la cual el éxito en el mundo real de tantos personajes como la ficticia y despreciable Vivienne Rook es inexplicable. Es un acto de valentía y síntesis sencillamente maravilloso en una serie de televisión de una plataforma mayoritaria, más dada a dorar la píldora al espectador y darle una misa cómoda de tragar, cosa mucho más habitual en televisión por desgracia.
La serie hurga también en la idea de que todos vamos a ser tolerantes siempre para todo, especialmente al principio cuando una de las hijas del matrimonio heterosexual parece que tiene que comunicar algo a sus padres, ante lo cual estos parecen muy compresivos y modernos hasta que la noticia de lo que quiere su hija no es lo que esperaban. Y es que no se puede ser siempre moderno, no siempre comprenderás a las nuevas generaciones que vienen por detrás y, en general, ellas tampoco te entenderán a ti. La serie suaviza todo esto conforme pasa el tiempo en la serie: muchas cosas serían imposibles si no se consiguiera saltar esta brecha generacional…no está claro que en la realidad esto sea tan sencillo.
Sorprende y mucho lo bien que está conseguido el ritmo de narración y también cómo tampoco se hacen muchas florituras en cuanto a encuadres o fotografía, tendiendo a que las escenas costumbristas sean lo más claras y sencillas posibles, cosa que es de agradecer y que acompaña bien a una forma de narrar más o menos clásica dentro de lo que cabe. No hay mucha confusión y aunque la narración da saltos en el tiempo hacia adelante no hay vacíos ni huecos por los que caerse e irse de la serie. Deciden contar tres o cuatro cosas, por más que pudiera parecer que realmente están casi contando una por miembro de la familia, y en general no hacen mal trabajo. Es más meritoria la serie en cuanto a lo que nos gusta a todos (o no) de las guerras culturales: el mensaje valiente que intenta huir de los lugares comunes actuales junto a una realización correcta, concisa y sin cosas muchas cosas que sobren. Entre ellas están los últimos discursos de la abuela de familia en la serie, que hasta cierto punto traicionan el espíritu de ésta, al intentar darnos misa y devolvernos al horror de la lucha de todos contra todos, la escalada de ver quién se salvará individualmente antes y demás. Pero aún y con eso el enfoque, la forma de mostrarse y la valentía de lo que se cuenta hacen que los seis episodios valgan la pena.
Sed felices.