Continuamos analizando Los Amos del Aire, la miniserie bélica producida por Steven Spielberg y Tom Hanks. Nos toca hoy el cuarto episodio, cuyo título es simplemente Parte 4. Creada por John Shiban y John Orloff, la miniserie es emitida semanalmente por Apple TV+.
Hola otra vez: nos reencontramos nuevamente para analizar una nueva entrega semanal de Los Amos del Aire. Después de un episodio tan trepidante y vertiginoso como el de la semana anterior, era de esperar que el cuarto bajara un poco la marcha y, en efecto, se presenta más calmo, oscuro y reflexivo, aunque no por ello carente de intensidad. Y así como el anterior nos mostraba el horror de la guerra aérea en su cruenta inmediatez, este nos habla de sus secuelas en tierra que, a veces, pueden ser incluso peores. Básicamente, la historia gira en torno a lo difícil que se hace para los involucrados en la misma el crear o sostener una relación, ya sea con un amigo o una pareja.
Advirtiendo que SE VIENEN SPOILERS DE LA TRAMA y recordando que pueden leer aquí nuestros análisis previos, entramos de lleno a ver qué nos ha dejado este cuarto episodio.
Veinticinco
Comenzamos donde habíamos quedado, es decir en África y más específicamente en Argelia, donde los sobrevivientes del 100° recapacitan sobre las pérdidas sufridas y se preguntan quiénes de entre sus compañeros puedan seguir vivos. La supuestas “vacaciones” en su momento prometidas por el coronel Harding duran realmente poco, ya que no tarda en hacer presencia el 12° que ha venido por ellos.
Ya de vuelta en Inglaterra, hay clima de festejo y a la vez de tensión porque el capitán Glenn Dye (George Webster)está regresando de su vigésimoquinta misión, lo cual significa que tendrá el beneficio de poder volver a casa y hacer alguna gira por el país como héroe de guerra. La angustia de la espera acaba cuando su avión llega y significa que habrá fiesta en la noche…
Prueba de Patriotismo
En Bélgica, el sargento Quinn sigue en manos de los partisanos que, a pesar de estar en el mismo bando, lo ven con desconfianza y le tratan por momentos como a un prisionero. Para su alegría, no obstante, encuentra otros sobrevivientes, como su compañero Ron Bailey (Ian Dunnett Jnr) y un tal Bob que, según dice, ha quedado separado del 306°.
Los partisanos les someten a intensos interrogatorios a la búsqueda de determinar si son verdaderamente norteamericanos o infiltrados alemanes. Las pruebas pueden ir desde preguntas sobre béisbol hasta hacerles cantar Star Spangled Banner que, en una secuencia algo innecesaria, oímos entonar a los tres alternadamente.
Pero al parecer Bob no ha pasado el examen. El porqué no lo sabemos: solo que recibe un disparo en la cabeza. El asombro y el espanto invaden los rostros de Quinn y Bailey mientras preguntan consternados cómo pueden saber que no han matado por error a un estadounidense. “No cometemos errores” es la lacónica respuesta pronunciada con la misma sangre fría que al efectuar el disparo. A Quinn se le ve visiblemente afectado, pues no hay que olvidar que viene de dejar morir a “Baby Face”, un tema que esquiva por la tangente cada vez que Bailey le pregunta al respecto.
La Última Cara Bonita
En la base, en tanto, se lleva a cabo el esperado festejo para celebrar y despedir a Dye. Hay muchos pilotos nuevos recién llegados desde América, algunos de los cuales se acercan a Gale y John para pedirles consejo. “Solo trata de sobrevivir”, es lo que le dice el primero antes de quedarse reflexionando con Glen, ya en privado, acerca de si alguno de esos recién llegados les recordará cuando ellos caigan. “¿Qué más da”?, repregunta el siempre más pragmático John.
Mientras suena In the Mood, de Glenn Miller (clásico infaltable en cualquier historia ambientada en los cuarenta que se precie), el teniente Herbert Nash (Laurie Davidson), personaje al cual hasta aquí no habíamos conocido, traba relación con Helen (Emma Canning), voluntaria de la Cruz Roja que, sin embargo, se dedica a vender donas a los soldados. Al momento de salir a la pista a bailar, él le pregunta si sonríe igual a cualquier tonto que se le acerca y ella se justifica en que posiblemente la suya sea “la última cara bonita que vean”.
Hay un cruce algo tenso entre Gale y el comandante Harding que, claramente bebido, no solo se molesta porque un bombardero aparece en un cartel como si estuviera en picada, sino que hasta expone un delirante plan para acabar con la guerra bombardeando el bunker de Hitler. Gale advierte en su discurso tanta violencia como la que dice combatir, pero por fortuna la conversación se desvía rápidamente y la tensión se diluye.
Sin Tiempo para Lágrimas
John se dispone a utilizar sus dos días de licencia para hacer un paseo por Londres. En un bar, se conoce con una refugiada polaca llamada Paulina (Joanna Kulig) y acaban juntos en la cama.
Ella es esposa y quizás viuda de un piloto presuntamente abatido “sobre algún campo de papas”. Por la noche, las ventanas de la habitación se iluminan con las bombas y el fuego antiaéreo como si se tratase de una función de fuegos artificiales. John piensa cuántas de esas habrá arrojado y a cuántos matado. Ella le replica que no hay que sentir lástima por los alemanes, porque ellos no distinguen entre la guerra y el asesinato sin sentido.
Por la mañana, Gale plantea la posibilidad de construir una relación, pero ella prefiere dejar allí lo sucedido, pues no quiere en su corazón “otro piloto en un campo de papas”: la guerra es dura con las personas y sus planes de construir afectos.
Al salir a la calle, de hecho, Gale pasa por el frente de un edificio destruido durante la noche y le toca presenciar cómo una desesperada madre ve rescatar de entre los escombros el cadáver de su pequeña hija. Ni siquiera se detiene: sabe que no puede hacerlo y de nada serviría. En la lógica de la guerra no hay tiempo para llorar ni para sentir empatía, así que, compungido su rostro, solo puede optar por seguir su camino.
Pánico en el Tren
Una muchacha llamada Michou (Léonie Lokjine), poco más que una adolescente, es la encargada de guiar a Quinn y Bailey a París.
El jefe de los partisanos revisa la mochila del primero y le reprende duramente al hallar lo que parecer ser una carta tal vez de amor para Louise, la muchacha que lo auxilió desde un primer momento. Echando fuego a la misma, le recrimina que de ese modo podría comprometerla a ella y a su familia. Otra potencial relación frustrada por la guerra…
En el tren, Quinn se sincera con Bailey al confesarle que debió abandonar a Baby Face en el avión, pero su amigo le entiende y le consuela con que no tuvo alternativa y él hubiera hecho lo mismo. Michou les da instrucción de que solo expongan su documentación cuando se la pidan y, pase lo que pase, no digan palabra.
Pero al ausentarse ella para ir al baño, se presenta un inspector exigiendo los pasajes y, sin enterderle ni saber cómo responderle, Quinn entra en pánico y más aún al ver la estación de París repleta de oficiales y símbolos nazis.
Desesperado, echa a correr por el vagón, pero otra joven partisana que se presenta como Manon (Anne Vanderelst) alcanza a tranquilizarlo y llevarlo de regreso mientras Michou, ya de vuelta, logra convencer al inspector de que ambos jóvenes son sordos…
Sin Retorno
Mientras tanto, en la base, Gale es asignado a una nueva misión sobre Bremen. El teniente Nash se despide de Helen y parafraseando sus palabras de la noche anterior, dice querer retener su rostro por si es la última vez que lo ve. Ella desdeña su galantería dando por sentado que regresará, pero esas palabras terminan siendo tristemente premonitorias y al regresar los aviones de la mision horas después, recibe con hondo pesar la noticia de que Nash no sobrevivió. Por cierto, no hay tampoco noticias del avión de Gale y se teme lo peor…
En Londres, John adquiere en la calle un ejemplar del Herald cuya primera plana habla de un exitoso bombardeo sobre Bremen, pero el rostro se le tiñe de preocupación al leer que treinta bombarderos no regresaron. Desde una clásica cabina londinense, llama a la base y es puesto al tanto de la devastadora noticia de que Gale no ha vuelto y se le da prácticamente por muerto. El semblante se le ensombrece, pero tras un breve silencio acaba por obrar de modo parecido a como lo hiciera instantes antes con respecto a la madre que lloraba a su hija muerta: no hay tiempo para detenerse a llorar y pide ser asignado a la próxima misión…
Balance del Episodio
Como hemos dicho al comenzar, ha sido una entrega de ritmo bastante más relajado que la anterior, pero la intensidad ha estado igualmente presente, solo que de modo muy diferente al tratarse de un episodio mayormente dedicado a los efectos de la guerra sobre la vida privada de las personas y, de manera particular, a las relaciones que la misma deja truncas a veces sin siquiera comenzar.
Es cierto es que la multiplicidad de personajes sigue siendo un factor que juega en contra, sobre todo en la medida en que se siguen incorporando nuevos con la misma rapidez con que desaparecen, tal el caso, por ejemplo, del teniente Nash. Su corto paso por la serie, de todos modos, sirve para graficar lo dicho sobre lo fugaz que se vuelve todo en la guerra, incluyendo relaciones y afectos que mueren prácticamente antes de nacer. En esa línea se presentan las historias de Nash con Helen, John con Paulina y Quinn con Louise, todas de idéntico desenlace o, mejor dicho, sin siquiera un inicio.
También la culpa ha tenido un protagonismo clave en el capítulo. Estableciendo la serie puentes de contacto todavía más firmes con Hermanos de Sangre o The Pacific, se aprecia ello especialmente durante la fiesta de despedida por las veinticinco misiones de Glenn Dye, pues en medio del reinante clima de júbilo y algarabía, los rostros de Gale y John revelan claramente no encontrar motivos para festejar ante las pérdidas recientemente sufridas. Algo parecido ocurre cuando John lee el titular que habla de un resonante éxito en los bombardeos sobre Bremen y a él pareciera ello resbalarle…
Y no solo es la culpa de la victoria: también la de Quinn por haber abandonado a “Baby Face”, que se ha hecho más explícita en este episodio que en el anterior. O la de John al preguntarse a cuántos habrá matado con sus bombas y cobrar ello especial sentido al ver después a esa madre llorando a su hija: sin decir palabra, está haciendo una traspolación con posibles escenas similares que sus acciones en bombardeos pudieran haber generado.
En cuanto a la posible muerte de John, ha dejado un cierto suspenso sobre el final, pero tampoco tanto y no creo estar haciendo spoiler si digo que nadie la cree. No quiero hablar demasiado de lo que la propia historia nos dice y, si lo desean, pueden en todo caso ir a Wikipedia para comprobar en qué año falleció Gale Cleven. Pero cualquiera con una pizca de inteligencia se dará cuenta que la serie no va a perder en su cuarto episodio a uno de sus personajes principales y menos en off. Y tampoco se creerá la supuesta muerte del bueno de Crosby cuando… en fin, es el narrador de la serie, ¿verdad? En pocas palabras, un cliffhanger bastante débil…
Amén de ello y de que el episodio no haya estado probablemente a la altura del anterior, ha sido una buena entrega de carácter transicional y tono más pausado, que ha conseguido llevar a la reflexión, además de entregar dos inmensos trabajos actorales, como los de Callum Turner y Kai Alexander. A ver qué nos depara la próxima…
Hasta entonces y sean felices…