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Opinión: Verhoeven y los remakes mal entendidos

No es ningún misterio que la industria del cine de los últimos años depende excesivamente de remakes, reboots, precuelas, secuelas directas y tardías, spin-offs… y todo lo que suponga explotar sin piedad películas y universos anteriores. No es algo que se haya inventado ayer; el negocio de volver a ideas exitosas anteriores ha estado ahí durante más tiempo del que podríamos pensar. Pero también es un hecho que los últimos años han sufrido una tendencia a invertir el esquema tradicional: en vez de impulsar nuevas propuestas que pudieran ser rentables por el interés que generaran, se tira de lo fácil. Y nada es tan fácil como usar un trabajo de promoción ya hecho: contando con la marca, ya no hace falta explicar por qué la idea va a triunfar. Simplemente ya lo hizo en el pasado.

Fracasos infalibles

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Hace unas semanas Mario comentaba en esta página el fenómeno del “reciclaje” en el Hollywood de los últimos años con motivo del estreno de la “nueva” Cazafantasmas. Y acertaba, en mi opinión, al plantear esa necesidad de “innovar” en aspectos que carecen de interés y reutilizar el esquema original hasta que acabe siendo cansino. Entonces, no cabe esperar mayores cambios respecto a las cintas originales si tenemos en cuenta lo que he dicho hasta ahora, ¿no?

No exactamente. Para entender por qué estas películas basadas en éxitos indiscutibles están tan mal valoradas, no basta con decir que repetir el concepto es lo que molesta a la crítica y al público. Al fin y al cabo, Scorsese (sólo uno de los ejemplos más conocidos y recientes) firmó en 2006 un más que correcto remake de la trilogía Infernal Affairs con Infiltrados. Sí, repitiendo la ya exitosa fórmula de su Cabo del Miedo. ¿Nos quedamos con lo anecdótico de que hacer un remake de una película de Hong Kong no tiene la repercusión de una película de éxito americana? No deberíamos. El acierto de Scorsese es, precisamente, dar con el tono adecuado para la película. Respetar el original y aportar algo nuevo. No limitarse a copiar y pegar. Porque el Oldboy de Spike Lee se llevó más palos que el protagonista de su película, y a simple vista no parece un proyecto tan diferente ni mucho menos con un mal director o reparto.

La clave está en el tono

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El tono lo es todo. Y da la sensación de que la mayoría de directores que se lanzan a hacer nuevas visiones de películas no han entendido el original. Y para demostrar esto no hace falta  tomárselo tan literalmente como J.J. Abrams y calcar punto por punto el esquema original. Ojo, El despertar de la Fuerza es, gracias a eso, un producto comercialmente intachable y que respeta a la perfección las normas del universo original (podríamos debatir si el tono Disney está demasiado presente, pero eso es un tema al margen de lo formal). Aún así, no siempre es el enfoque que se busca; si bien la fórmula Abrams funciona para despegar una nueva trilogía, no sirve para películas en solitario. ¿Y a dónde nos lleva toda esta idea de ser coherentes con el concepto y a a vez crear algo nuevo? A la condición imprescindible para ello: entender el original. Y así es como el remake de Perros de Paja entra en escena. El anti-ejemplo perfecto.

Rod Lurie tiene el más que dudoso honor de haber dirigido esta revisión del clásico de Peckinpah. Donde la violencia de la original era visceral, dura e impactante, Lurie filma violencia cool. Y no sé si esto es intencionado para adaptarse a una tendencia (violencia “divertida”), que mal entendida puede ser funesta, o si se trata de su falta de capacidad para filmarla acorde al tono que necesita su guión. Tampoco sé si esta violencia significa algo para el director. Violencia que, en vez de desagradar, vemos como algo hasta entretenido. La violencia estilizada de Tarantino funciona en sus propuestas porque tienen una función muy diferente, a menudo estética o referencial. Pero Perros de Paja no es Kill Bill. No hemos venido a divertirnos, sino a que la película nos pegue una patada en el estómago y nos impacte. Estamos hablando de una violación, un personaje encerrado y angustiado en un entorno hostil, una reflexión sobre la violencia asociada a la condición humana. Fijémonos sólo en dos de tantos detalles que colocan a la película de Lurie a (como diría Marsellus Wallace) mil jodidas millas de estar bien: los violadores. Lo explico:

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Ejemplos representativos: comparación de dos visiones de hacer cine

En la película original de Sam Peckinpah (foto superior) se formaliza el desagrado que produce el grupo de paletos en los protagonistas y su condición en su propio aspecto físico. Son los personajes que en el desarrollo de la película perpetrarán la violación que hace estallar la (escasa) estabilidad restante de los protagonistas. Los violadores son presentados como unos seres despreciables y Peckinpah nos lo cuenta a través de lo estético; el cine se basa precisamente en la fuerza de la imagen y el director lo sabe. Juega con las reacciones que producen por cómo construye su habla, sus rasgos y su vestuario. Nos resultan desagradables. En el remake (abajo) se opta por un atractivo actor de éxito, Alexander Skarsgård, para este papel. Y se tira por la borda cualquier posibilidad de definir al grupo sin alargar excesivamente las escenas o que estas caigan en el ridículo, cosa que pasa demasiado a menudo en esta película. Por favor, si en el momento en el que se hizo la película Skarsgård venía de convertirse en un icono sexual gracias a  la serie True Blood. ¿Se os ocurre alguna peor decisión de Casting? A mí no.

Y para el momento en el que llega la otrora salvaje (como no puede ser de otra manera) violación… el director no la filma de manera directa y desagradable (Peckinpah usaba en el original una hábil combinación de alegorías visuales y firmeza sin contemplaciones) sino que intenta que no sea demasiado desagradable. Esto es banalizar el horror que produce en la protagonista y separar la forma del fondo; filmar de la misma manera una violación que un partido de fútbol. Y a no ser que el director (esperamos que no) considere las violaciones divertidas, esto crea una sensación de indiferencia en el espectador. Todo para (imagino) no incomodarle, porque que ha pagado su entrada para pasar un buen rato y no romperse la cabeza. Adiós mensaje. Sólo queda el artificio.

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Habla el maestro

Y así llegamos a lo que ha dado pie a este artículo: las declaraciones con las que hace apenas unas horas nos ha sorprendido Paul Verhoeven. Sí, el director de Desafío Total, Starship Troopers o Robocop ha dado su opinión sobre el tema:

De alguna manera, parecen pensar que la ligereza de, por ejemplo, Desafío Total y RoboCop, es un obstáculo. Así que cogen esas historias algo absurdas y las hacen excesivamente serias. Creo que es un error.

Especialmente en RoboCop. Cuando se despierta le dan el mismo cerebro. Es una víctima espantosamente herida, amputada, lo cual es horrible y trágico ya para empezar. Nosotros no hicimos eso en RoboCop. Su cerebro se ha ido, sólo tiene destellos de memoria y necesita ir al ordenador incluso para descubrir quién es.

Al no tener un cerebro robot haces la película mucho más intensa y no creo que eso ayude para nada. Se vuelve más tonta o absurda, pero de la manera equivocada. Ambas películas necesitaban la distancia de la sátira o la comedia para presentarlas al público. Narrarla con seriedad, sin nada de humor, es un problema y no una mejora.

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Como podéis ver, los casos son similares. Ese afán por adaptar aparentes nimiedades al “público actual” (soy de los que opinan que el público no es más que lo que las productoras decidan presentar como atractivo a cada generación) destroza la película. Ya cuando hablaba muy por encima de cómo el nuevo cine de acción había quedado marcado por éxito de El caso Bourne (otro caso que explica mi anterior paréntesis), obligado a adaptarse a ese tono que forzaba parecer (sin ser) realista, veíamos esto. Cómo los cánones marcan nuevos estilos. Y cómo esto acaba tocando a la manera en que se vende a las nuevas generaciones algún que otro icono del pasado no tan lejano. Hoy casi me da una parada cardíaca al leer sobre el remake de Solo ante el peligro que parece estar en marcha.

Así que no nos queda más que esperar a que la mayor parte del público se canse de estos nuevos acercamientos (el último Ben-Hur es un paso hacia este camino, evidenciando que la cinta de Wyler sí que era un buen remake) y la industria se vea forzada a dar marcha atrás. Pero mucho me temo que aún quedan bastantes años de ver cómo mancillan lo que algún día fueron originalísimos éxitos irrepetibles con remakes y secuelas tardías. ¿Veremos algún día otro Terminator 2 en el mundo de las secuelas? Aún queda esa esperanza.

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