El 20 de junio de 1974 se estrenaba Chinatown, obra cumbre de Roman Polanski que, protagonizada por un inolvidable Jack Nicholson, marcaría para siempre al neo-noir y al cine mismo. A cincuenta años de aquello, hacemos repaso de una obra única y formidable que influyó y sigue influyendo.
Bienvenidos a un nuevo retro-análisis, hoy dedicado a una obra maestra que está por estos días cumpliendo medio siglo de su estreno. Dirigida por Roman Polanski, Chinatown constituyó para este no solo el regreso a Estados Unidos, sino también a una California llena de luctuosos recuerdos por el asesinato de su esposa Sharon Tate. Irónicamente, terminaría siendo también la última que rodaría en ese país…
Robert Towne venía dándole vueltas al guion desde 1971, pero por aquel entonces el productor Robert Evans quería convencerlo de adaptar El Gran Gatsby, por lo cual le ofrecía 175.000 dólares. Towne, sin embargo, estaba más interesado en su propia historia y sostenía que no se podía mejorar la novela de F. Scott Fitzgerald, por lo que convenció a Evans de que en cambio le ofreciera solo 25.000 por llevar adelante Chinatown.
Evans aceptó y el guion de El Gran Gatsby terminó siendo escrito por Francis Ford Coppola, en tanto que la dirección recayó sobre Jack Clayton. Había, por lo tanto, que buscar director para Chinatown y Evans fue por Polanski, quien estaba obviamente reacio a regresar a Los Angeles pero quedó convencido tras leer el guion.
La historia tiene una cierta base real, ya que se inspira en una serie de conflictos relacionados con el agua que tuvieron lugar en la región hacia principios de siglo e incluso el personaje de Hollis Mulwray estaba inspirado en William Mulholland, quien había sido ingeniero jefe del Departamento de Agua y Energía de Los Angeles y supervisado la construcción de un acueducto de 230 millas para llevar agua desde el valle de Owens hacia Los Angeles. Hay quienes incluso dicen que la ciudad existe gracias a él…
Con respecto al elenco, Towne había escrito el guion pensando en Jack Nicholson para interpretar a Jake Gittes, así que no había mucho más que hablar. Para Evelyn Mulwray, la idea original de Evans era que fuera interpretada por su esposa Ali MacGraw, pero ello no fue posible debido a que el matrimonio se divorció y ella se fue con Steve McQueen. Se pensó seguidamente en Jane Fonda, pero Polanski terminó decidiéndose por Faye Dunaway, ya emparentada con el noir por su papel en Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) que es quien terminó con el papel.
La Historia
El año es 1937 y Los Angeles es una ciudad que aún dista mucho de la urbe que será en el futuro. Jake Gittes (Jack Nicholson) se desempeña como detective privado de infidelidades y la primera escena lo muestra enseñando a un desconsolado cliente las fotografías que ponen en evidencia el engaño de su esposa. Aun cuando volvemos a saber de ese hombre ya avanzado el filme, más importante es el siguiente cliente: una misteriosa mujer (Diane Ladd) se presenta en la oficina requiriendo los servicios de Jake para investigar a su esposo Hollis Mulwray (Darrell Zwerling).
Jake reconoce el apellido, pues se trata del ingeniero jefe de Agua y Energía. Acepta el caso, pero la investigación tomará aristas insospechadas y, buscando otra cosa, descubrirá turbias maniobras de especulación inmobiliaria para desviar el agua y secar el valle a efectos de comprar baratas las propiedades y construir una represa.
Con respecto a su caso, descubre que Mullwray se está en efecto viendo con una muchacha muy joven y hace llegar a su cliente las fotografías incriminatorias que, para su sorpresa, aparecen publicadas en el periódico. Más sorprendido aún queda cuando una mujer se le presenta como Evelyn Mulwray (Faye Dunaway) y, manifestando ser la verdadera esposa del investigado, amenaza con demandar a Jake por la publicación de las imágenes. Él ya no sabe entonces quién lo contrató y la cosa se complica más cuando Mulwray aparece asesinado.
No quiero contar demasiado, pues el guion está tan lleno de giros y tan soberbiamente desarrollado que todo discurre con sorprendente naturalidad mientras la trama adquiere ribetes cada vez más escabrosos a medida en que se van conociendo aspectos ocultos que no necesariamente se relacionan de manera directa con el misterio inicial.
Esas revelaciones se convierten para Jake en una obsesión y hacen resurgir fantasmas que había querido dejar atrás, especialmente de los días en que, trabajando para la policía, le tocó presenciar cosas que no se explican con precisión, pero de las que se sabe que ocurrieron en Chinatown y, al parecer, le llevaron a abandonar la fuerza.
El thriller de misterio va girando cada vez más hacia el drama psicológico en una trama que incluye poder, corrupción, negocios ilícitos, empresarios inescrupulosos, asesinato, abuso e incesto, desfilando por la historia personajes como Lou Escobar (Perry López), teniente de policía y ex colega de Jake en los días de Chinatown, o Noah Cross (John Huston), oscuro magnate y socio comercial del padre de Evelyn con particular interés en la construcción de la represa. Hasta el propio Roman Polanski tiene su momento en pantalla interpretando a un matón sin nombre que corta en la nariz a Jake.
“Olvídalo Jake, es Chinatown…”
Cuando uno piensa en el título de la película, llama la atención que casi no transcurra en Chinatown que, por cierto, no debe ser confundido con el tradicional barrio neoyorquino sino que es el Old Chinatown de Los Angeles, posteriormente demolido.
Solo la última escena tiene lugar allí aunque, como hemos dicho, hay menciones que vinculan a Jake con ese barrio y con una historia pasada (y pesada) que quiere dejar atrás, pero que su ex colega Escobar parece haber asimilado sin tanto conflicto y resignándose a “hacer lo menos posible”. “Olvídalo Jake, es Chinatown” es la frase que acabaría convirtiéndose en icónica y que cierra el filme después de una escena violenta y perturbadora.
Es que Chinatown podrá ser un lugar físico, pero en la película no funciona como tal sino como concepto o símbolo. Hace referencia a una sociedad que Durkheim definiría como anómica y en la cual no existen premios ni castigos. Una dimensión en la cual la justicia poética no existe y, de hecho, Polanski y Towne discutieron acaloradamente sobre el final del filme, que no contaré pero que terminó siendo el que el director quería en contraposición con el que el guionista había escrito.
Entre lo Retro y lo Innovador
Que Polanski era ya para ese entonces un realizador sindicado como provocador es algo que se puede comprobar en títulos como Repulsión (1965) o Rosemary´s Baby (1968), pero el demencial episodio ocurrido en torno a la masacre del clan Manson y al brutal asesinato de su esposa Sharon Tate influyó sin duda para que sus siguientes filmes estuvieran impregnados de un nihilismo que encuentra en Chinatown su mejor expresión.
Mientras que en la shakespereana Macbeth (1971) y en la delirante ¿Qué? (1972), Polanski elegía el camino del absurdo para desnudar las más primitivas y bajas perversiones humanas, en Chinatown asume un lenguaje más sofisticado que nos presenta engañosamente como thriller que rinde tributo a Raymond Chandler o a los clásicos del cine noir, pero que se desvía desde una trama inicial detectivesca que ni siquiera resuelve hacia un torturado drama psicológico en el que cada nueva revelación lleva a otra peor y más escabrosa.
En Jake encontramos al clásico detective de sombrero, gabardina e infaltable cigarro en la boca tantas veces visto en filmes de los cuarenta o cincuenta, pero no es dato menor que durante buena parte de la película le veamos con la nariz cortada por husmear donde no debe. Y en Everlyn está la clásica femme fatale con aires de viuda negra, pero que a la larga no es tan clásica como parece y termina, de hecho, siendo víctima. Definitivamente no son los arquetípicos personajes del cine noir…
Los créditos en sepia brindan asimismo un delicioso toque retro, lo mismo que la magnífica ambientación de época para recrear Los Angeles de los treinta, pero a la vez la película está llena de detalles modernos y vanguardistas que la acaban convirtiendo en referente obligado del neo-noir de allí en más. La propia partitura de Jerry Goldsmith es reflejo de ello al combinar elementos atonales o aleatorios con toques de trompeta más bien evocadores y nostálgicos, como en el leitmotiv principal.
Pero lo que hace especial y única a Chinatown es el modo magistral en que está filmada, poniendo la cámara siempre a la altura de los ojos de tal modo de meternos de lleno en la historia e incluso por momentos en la perspectiva del propio Jake y no necesariamente a través de la cámara subjetiva sino haciéndonos experimentar sus sensaciones: Jake se desvanece y la imagen se pone negra, por ejemplo.
A ello hay que sumar que, como Alfred Hitchcock o John Huston (de hecho aquí parte del elenco), Polanski sabe en qué momentos prescindir de la música sin que ello signifique que los sonidos pierdan importancia: el teclear de una máquina de escribir, el rugido del agua al brotar del alcantarillado o la bocina de un auto sonando indefinidamente como preanuncio de un final trágico son la mejor banda sonora a la hora de dar a la historia un realismo descarnado y un dramatismo que convierten al espectador en un personaje más.
También la fotografía encaja con esa búsqueda de realismo, pues Polanski prefirió en esta oportunidad recurrir a los servicios de John A. Alonzo, quien había trabajado en documentales de National Geographic o El Mundo Submarino de Jacques Cousteau, pero cuyos méritos estéticos en este filme le prestigiarán de aquí en más al punto de ser convocado por Martin Ritt para Norma Rae (1979) o Brian De Palma para Scarface (1983).
La mayor parte de los claroscuros que predominan en la película son absolutamente naturales y con el menor efecto de iluminación posible, en tanto que la paleta de colores, caracterizada por una cierta monocromía en la que priman amarillos y marrones, transmiten a la perfección una sórdida Los Ángeles que todavía es más una extensión del desierto que una ciudad en sí. Seguramente Martin Scorsese tomaría mucho de ello para recrear al Las Vegas de otros tiempos en Casino (1995), de la cual pueden aquí leer el retro-análisis de quien suscribe.
“¡Es mi Hermana, es mi Hija!…”
Las actuaciones, por supuesto, son lo que termina de hacer que la película funcione. Nicholson entrega un trabajo memorable realzado por el hecho de que no hay en la película escena que no lo incluya y siendo Chinatown el filme que lo convirtiría definitivamente en estrella y abriría el camino para sus papeles también icónicos en Alguien voló sobre el Nido del Cuco (Milos Forman, 1975) y El Resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Dunaway aporta tuna femme fatale grandiosa y ambivalente, mientras que John Huston demuestra que puede ser igualmente brillante delante de las cámaras como detrás de ellas.
La relación entre Polanski y los actores, de todos modos, no fue fácil. El carácter irritable del director es harto conocido y se cuenta que llegó a destruirle a Nicholson el televisor portátil con que se lo pasaba viendo baloncesto. También sostuvo airadas discusiones con Dunaway, sobre todo por su carácter de “diva”, que alcanzaron su punto álgido cuando ella le arrojó a la cara un recipiente con orina.
Y ya que hablamos del elenco, llaman la atención algunas coincidencias notables con la realidad, ya sea en forma de guiños o bien con inquietante carácter anticipatorio. Cuando Huston, encarnando a Noah Cross, le pregunta a Jake si se está acostando con su hija, hace clara referencia a la relación que Jack Nicholson sostenía en ese momento con su hija Anjelica Huston.
Más estremecedor es que un periodista de la revista Time decidiera, a partir del estreno de Chinatown, investigar el pasado familiar de Nicholson para encontrarse con que el actor era hijo de su hermana, cosa que él mismo desconocía y que guarda asombrosa coincidencia con el arco de uno de los personajes principales de la película y que ha quedado para siempre en la historia de la cinematografía con esa seguidilla de bofetadas que se alternan con “¡Es mi hermana… es mi hija!… ¡Es mi hermana… es mi hija!…”: escena icónica si las hay…
También estuvieron a la orden del día las discusiones entre Polanski y Towne, pues el director decidió cambiar drásticamente dos elementos del guion. Por un lado, eliminó del relato en off de Jake que acompañaba originalmente a la historia: Polanski prefirió que el público fuera descubriendo las revelaciones a la par del protagonista para así experimentar en carne propia sus mismas sensaciones.
El otro, como ya dijimos, fue el final: no es que el que había concebido Towne fuera feliz, pero no era tan devastador como el que finalmente la película tuvo y que en aquel momento el guionista calificó de “demasiado melodramático”. La relación entre ambos se resintió, pero con el tiempo el propio Towne acabó reconociendo que el final de Polanski era mejor. Lo que es seguro (e insisto: no quiero contar demasiado) es que es un final que encaja con la visión del director sobre el mundo y la sociedad después del asesinato de su esposa…
Valoración y Legado
Chinatown es hoy considerada como una de las mejores películas de la historia y de ello dan fe los permanentes listados en los cuales nunca falta. El recientemente fallecido Roger Corman, de hecho, la mencionó directamente como su favorita de todos los tiempos y el propio Polanski la menciona como una de sus dos películas más logradas junto con El Pianista (2002).
Una vez más, y como suele pasar con las obras maestras, sorprende (o no) la poca justicia que le hicieron los Premios Oscar, ya que si bien tuvo once nominaciones solo se quedó con la estatuilla a mejor guion original, lo cual es un clásico de la Academia cada vez que siente culpa. Más justicia le hicieron los Globo de Oro, que la hicieron acreedora de los respectivos galardones en las categorías de drama, dirección, guion y actor principal.
Hay quienes ven a la película como la última obra maestra del cine noir y quienes en cambio la ven como la primera del neo-noir. Posiblemente las dos lecturas sean válidas a la luz del carácter híbrido que Polanski dio al filme a los fines de engañar al espectador con un “falso thriller”.
Es, por cierto, una película en que las cosas no terminan bien y, en ese sentido (nos volvemos a cruzar con Coppola), tiene puntos de contacto con La Conversación, otra obra maestra estrenada el mismo año y en la cual el personaje de Gene Hackman, al igual que aquí el de Jack Nicholson, está presente en cada escena.
La idea de fondo es que el mundo está sujeto a fuerzas que no dominamos y que superan nuestra voluntad. En mi caso personal, ese tipo de películas con finales tan pesimistas no son precisamente las que más quiero volver a ver y sin embargo, tanto los méritos estéticos y narrativos de Chinatown como de La Conversación hacen que quiera revisionar a ambas cada tanto. Y las influencias, además, se pueden apreciar en mucho del cine que vino después de la mano de David Lynch, Martin Scorsese y tantos otros…
Robert Towne tenía pensada la historia como inicio de una trilogía, pero los desacuerdos con Polanski, sumados a los escándalos legales que hicieron que este volviera a Europa solo tres años después, lo hicieron imposible en lo inmediato.
El propio Jack Nicholson, dieciséis años más tarde, dirigió Los Dos Jakes (1990), secuela que no solo volvía a estar protagonizada por él sino que además reunía en un elenco de lujo a Harvey Keitel, Madeleine Stowe, Meg Tilly, Frederic Forrest, David Keith y Eli Wallach, entre otros. Lamentablemente no estuvo a la altura y el fracaso de público y crítica hizo que no fuera posible la tercera (Jake vs. Jake). Aun así, sería bueno revisarla y en algún momento merece también retro-análisis.
Mientras tanto, Chinatown permanece como gema que brilla con luz propia: una que seduce a la vez que espanta y que fascina a la vez que aterra. Y también una que quizás no podría volver a hacerse en un tiempo de mensajes lineales y unívocos sabidos de antemano y con enseñanza moral…
Hasta la próxima y sean felices…