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Crítica de Upon Entry (la llegada), la oculta joya española de 2023.

No suelo ser amigo de frases rotundas, pero a nadie, absolutamente nadie, le gustan los aeropuertos. Sí, a muchos nos gusta viajar, conocer otras culturas. Incluso volar (esto a menos gente). Pero no nos engañemos. Facturar equipaje. Los controles de seguridad. Retrasos. O, como no, las temidas cancelaciones.

Y esto, que ocurre en cualquier aeropuerto, se puede convertir en algo inquietante en determinados países, ya sea por su condición dictatorial o, sencillamente, porque se creen tan superiores al resto que ven a todo recién llegado como poco menos que un ser agradecido por pisar la tierra que están visitando o, directamente, permanecer en ella.

Por ello, es fácil empatizar con el argumento de La llegada, película española que no vio absolutamente nadie pero que, gracias al boca a boca, está teniendo reconocimiento desde su estreno en Filmin.

Enlace a Upon Entry (la llegada) en Filmin. 

Diego, urbanista venezolano, y Elena, bailarina de Barcelona, son una pareja que se marchan a vivir a Estados Unidos. Tras varios meses de preparación y cargados de papeles procedentes de la embajada, llegan a Nueva York donde, sin previo aviso ni aporte de información, son llevados a una sala de interrogatorios destinada a averiguar qué intención tiene la pareja al entrar en Estados Unidos.

Lo primero que sorprende de La llegada es la nula relación entre su temática y su producción española. Se trata de una crítica al sistema de entrada al país más poderoso de la Tierra, Estados Unidos, en la que se habla castellano, inglés y catalán.

Probablemente, el principal motivo sea que Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez, directores y guionistas de esta película, son venezolanos afincados en España. Es decir, procedentes de un país con una relación ambivalente con Estados Unidos. Por un lado, muchos de sus habitantes desean marcharse al país de las oportunidades en busca de una vida mejor. Por otro, es prácticamente imposible entrar en Estados Unidos únicamente con la nacionalidad venezolana.

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En este contexto se desarrolla La llegada, una película con una concepción muy americana: La trama se desarrolla en un único espacio. Sí, muchas habitaciones y un avión, pero la inmensa mayoría de la hora y cuarto que dura el largometraje transcurre en un espacio impersonal, en tierra de nadie, donde los protagonistas son sometidos a un escrutinio acerca de sus intenciones en el país al que han venido a prosperar.

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Él está asustado, tenso. Ya desde el principio de la película está sometido a juicios de valor por ser venezolano. Y sabe que cualquiera de sus derechos puede ser vulnerado en nombre de la Seguridad Nacional. Ella, catalana de buena familia, se intenta rebelar, se muestra retadora. Procedente de un país desarrollado, no concibe que se le trate como a una sospechosa sin pruebas.

Frente a ellos, dos agentes estadounidenses. Hombre y mujer. Ella, de origen hispano (brillante decisión argumental). Al final, no es algo personal. Solo hacen su trabajo. No pueden consentir que alguien se instale en su país con malas intenciones. Y, si hace falta, quebrantarán la confianza que une a la pareja, sacando a la luz sus intimidades aun cuando no sean el lugar ni el momento.

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La premisa podría pecar de teatralidad, pero los directores aportan dinamismo gracias a un guión que, salvo pequeñas escenas, no es nada efectista y apuesta por el realismo. Y claro, sus actores. Los cuatro están espectaculares, pero lo de la pareja protagonista es de otro nivel. Ambos deberían ser candidatos al Goya.  Alberto Ammann (Celda 211), por su fragilidad expuesta por los agentes. Bruna Cusí (Verano de 1993) por su fortaleza destrozada por estos.

En definitiva, lo mejor que se puede decir de La llegada es que cumple plenamente con su función, introduciendo la tensión en el cuerpo y haciéndonos empatizar con una situación que podría pasar a cualquiera. Su corta duración se pasa en un suspiro gracias al buen hacer de sus directores y la interpretación de sus actores. Para poner un pequeño pero, algunas decisiones de guion pecan de excesivamente increíbles y no ayudan a resaltar el mensaje que sus directores quieren dar. Porque claro, aquí nadie tiene nada que ocultar. Pero, ¿Por qué nos preguntan cómo si lo tuviéramos?

¿Por qué tantos muros y tan pocos puentes?

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Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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