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Análisis de Avatar: La Leyenda de Aang. Temporada 1: un digno live-action de Netflix aun con sus falencias

De la mano de Albert Kim ha llegado a Netflix con su primera temporada la serie Avatar: La Leyenda de Aang, que adapta a formato live-action la ya clásica serie animada de Nickelodeon. Aun con sus defectos y algunos cambios necesarios, el resultado es más que aceptable y muy respetuoso del material original.

Cinco años han pasado desde que Netflix anunciara que Avatar: La Leyenda de Aang sería llevada a live-action en formato de serie. En el medio hemos tenido una pandemia e incluso la salida del proyecto por parte de los autores de la serie de animación original, pero finalmente la adaptación está aquí y puede ser visionada en la plataforma desde el pasado jueves.

Desarrollada por Albert Kim (Sleepy Hollow), sus ocho episodios van de los cuarenta y ocho a los sesenta y tres minutos de duración adaptando, por supuesto, la serie animada que, creada por Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko, emitiera durante tres temporadas Nickelodeon entre 2005 y 2008. La misma, hoy clásico indiscutido, dio lugar también a una serie derivada (La Leyenda de Korra), además de cómics, novelas, videojuegos y una película de 2010 que, dirigida por M. Night Shyamalan, constituyera la primera adaptación a live-action.

Ese último antecedente, precisamente, no favorecía expectativas, ya que la película Airbender, el Último Guerrero (para Latinoamérica El Último Maestro del Aire) estuvo lejos de ser una feliz experiencia y fue bastante odiada por los fans debido al “blanqueo” de los personajes, a los flojos efectos digitales y al tono depresivo y desesperanzado que contrastaba con la alegría y optimismo de la serie animada.

Si a ello sumamos la partida de los autores originales por “diferencias creativas”, poco halagüeño podía pintar el panorama, pero los impactantes tráileres que vimos respectivamente en noviembre de 2023 y enero de 2024 nos devolvieron algo de esperanza, como también la magnífica adaptación que Netflix hizo de One Piece, exorcizando una larga y desafortunada historia de adaptaciones a live-action.

Vista la primera temporada, cabe preguntarse si cumple con las expectativas que nos habían subido en este último tiempo o, por el contrario, nos regresa a los viejos temores del día en que supimos de la realización. La respuesta sería que ni lo uno ni lo otro, aunque el resultado es por demás positivo y ayuda a olvidar el trago amargo que fuera la película de 2010.

La Historia

Aun trastocando el orden de ciertos sucesos, así como también cambiando o comprimiendo algunos tiempos, esta primera temporada sigue básicamente a su equivalente de la serie animada, es decir el libro 1: Agua. El mundo está, por lo tanto, dividido en cuatro grandes dominios que se corresponden con cada uno de los elementos aristotélicos: tierra, agua, aire y fuego, habiendo maestros especializados en cada uno de ellos y solo uno, el avatar, capaz de dominar los cuatro.

Cuando un avatar muere, nace inmediatamente otro, pero ha pasado un siglo completo sin noticias del último y no nay reencarnación alguna a la vista. Ello ha provocado un fuerte desequilibrio entre los elementos y que, bajo el liderazgo de su tiránico soberano Ozai, la Nación del Fuego haya ganado terreno sobre el resto y lleve camino de dominarlo todo.

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A diferencia de la serie original, en donde tomábamos conocimiento a partir de los hechos ya consumados, vemos aquí a los ejércitos de Ozai arrasar el Templo del Aire del Sur y masacrar a sus miembros. Cree haberlos eliminado a todos, pero no: hay solo uno que se ha salvado por no estar presente y es un niño de doce años llamado Aang, quien justamente estaba destinado a ser el nuevo avatar y recibía entrenamiento como tal…

Un accidente le ha dejado congelado en un iceberg del lejano sur y allí es donde, también por accidente, le encuentran Sokka y Katara, hermanos pertenecientes a la Tribu Agua del Sur, de los cuales la segunda es justamente la última maestra en dicho elemento que queda en la aldea, pero el dato es mantenido en secreto para evitar que los esbirros de la Nación del Fuego vayan por ella.

El encuentro de los hermanos con Aang pondrá tristemente a este al corriente de lo ocurrido con los suyos y le llevará a un viaje de descubrimiento personal en el cual, acompañado por ambos, buscará entrar en contacto con el legado de los anteriores avatares para saber cuál es el porvenir que le espera y cómo enfrentarlo, responsabilidad pesada de la cual en su momento huyera. Y, siendo maestro del aire, aprender especialmente a dominar los otros tres elementos…

Paralelo a ello, la Nación del Fuego sigue con sus guerras de conquista y destrucción, pero no sin problemas internos. Zuko, el hijo de Ozai, ha sido no solo desterrado sino también marcado con una cicatriz de quemadura por su propio padre luego de haberle puesto en ridículo y desautorizado. Por tal razón y en compañía de su tío, el general Iroh, patrulla en barco a vapor los más lejanos mares a la espera, quizás vana, de dar con el avatar, pues solo eso le permitiría reincorporarse a su nación y a la línea sucesoria del trono que lo tiene en primer lugar.

Tal tarea, por supuesto, suena imposible y esa es la razón por la cual su padre se la ha asignado, pero al comprobar que en el lejano sur hay aún una maestra del agua, ello le lleva por extensión a saber de la reaparición del avatar.

No obstante, hay otros que ambicionan el poder en su ausencia, como el almirante Zhao, quien le quiere arrebatar el hallazgo del avatar en beneficio propio, o Azula que, siendo hermana menor de Zuko, creyó quedar como única heredera tras el destierro de este, pero esa posición pareciera ahora en peligro al haber su hermano, contra todo pronóstico, encontrado el rastro del avatar.

Cambios para Bien y para Mal

Entre las críticas y objeciones que hacia la serie encuentro por estos días en redes sociales, hay una que se reitera y me llama la atención: que han comprimido viente episodios en ocho. Con el debido respeto, no logro entender el argumento desde las matemáticas: veinte episodios de veintitrés minutos promedio dan un total de cuatrocientos sesenta minutos, en tanto que ocho de cincuenta y cinco suman cuatrocientos cuarenta; no es, por lo tanto, una gran diferencia…

No obstante, sí estoy de acuerdo en que se advierte un cierto apresuramiento, pero no creo que tenga que ver con la duración o cantidad de episodios, sino con algunos cambios que son necesarios por el tipo de adaptación de que se trata, lo cual no es lo mismo que decir que estén siempre resueltos de manera satisfactoria.

No hay que olvidar que la serie original estaba concebida como producto infantil, mientras que esta tiene como destinatarios, por un lado, a los ahora “niños grandes” que crecieron con aquella y, por otro, a un público más “mainstream” que quizás nunca la haya visto ni tan siquiera oído hablar. En cualquiera de ambos casos, estamos ante un público más adulto y ello implica reformular algunas cuestiones.

Solo por decir algo: en la serie original había muchísimas explicaciones que aquí huelgan, razón por la cual se ha optado por trabajar más la imagen o el sentir de los personajes desde una perspectiva más oscura, pero sin llegar (por fortuna) al tono casi suicida que diera M. Night Shyamalan en su adaptación cinematográfica. Si hay algo para destacar, justamente, es que esta serie recupera mucho del espíritu de humor y alegría que irradiaba la original, cosa que se agradece y mucho.

Algo parecido ocurre con los diálogos que deben, necesariamente, asumir otro tono. Pero no siempre se acierta a la hora de reemplazar las palabras y así es como algunos terminan pareciendo anodinos, inconducentes o de relleno, mientras que otros, por el contrario, están muy bien logrados en intensidad, particularmente la mayoría de los que implican al príncipe Zuko, ya sea cuando es encarado con Aang o con su tío Iroh.

La otra gran diferencia necesaria con la serie original es el grado de violencia. Al estar aquella destinada a un público infantil, había ciertos hechos de los cuales nos enterábamos en off o, por lo menos, no de manera tan explícita. Aquí, en cambio, la masacre en el Templo del Aire del Sur, ocurre “en vivo” y otro tanto ocurre con la muerte de la madre de Katara o cuando Zuko es marcado por su padre. Pero volvemos a lo mismo: hay esta vez un público más adulto al otro lado de la pantalla…

Un Elenco Interesante

El primer gran acierto a la hora de elegir actores es la multiplicidad étnica. Aclaro que soy de los primeros en protestar cuando la misma es utilizada sin sentido, fuera de todo contexto y respondiendo mayormente a tomar la inclusión como mera moda, pero por el contrario la exijo cuando justamente el material original que se adapta así lo requiere. En el mundo de Avatar conviven elementos culturales que remiten a la antigua China, al Japón imperial, a la cultura tibetana y a los pueblos esquimales o nativos americanos. Y esa misma heterogeneidad se transmite a los rostros de los personajes, algo que M. Night Shyamalan ignoró por completo.

El elenco en general está muy bien y en algunos casos particulares brilla. Gordon Cormier, actor infantil que interpreta a Aang, tiene un par de años más que su personaje pero no lo aparenta (aunque, congelamiento mediante, Aang tiene en realidad ciento doce) y logra llevar muy bien los momentos de remordimiento y conflicto interno, ya que se echa a sí mismo la culpa de lo ocurrido con su templo y no se cree capaz de asumir la responsabilidad que en algún momento rehuyera ni aceptar alejarse de sus amistades para no exponerlas.

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Muy sólido también Ian Ousley como Sokka, rescatando lo esencial del personaje original y sobre todo su toque humorístico, sin por ello caer en el exagerado histrionismo que caracterizaba a aquel y que, desde luego, quedaría muy fuera de lugar o sobreactuado en un live-action.

Del trío principal, la que se queda algo por detrás es Kiawentiio en el papel de Katara: no refleja eficazmente los cambios del personaje y su expresión facial es la misma cuando flexiona el agua, cuando recuerda a su madre o cuando es atacada por un tejón-topo.   Dato de color: dos de los tres actores juveniles que componen el trío principal son canadienses.

Pero lo mejor, sin duda, está del lado de la Nación del Fuego, que adquiere en la serie un desarrollo muy especial y es tratada con mucho esmero. Daniel Dae Kim (Perdidos, Divergente) compone a un frío y formidable Ozai, estando muy bien también Ken Leung (Red Dragon, Saw) en el papel del almirante Zhao, villano igual de despiadado pero más impulsivo, de tono místico y con propósitos propios.

Las mayores palmas, no obstante, se las llevan los hijos de Ozai y su tío, tanto por el tratamiento que el guion da a sus personajes como por las actuaciones. Dallas Liu es un impecable príncipe Zuko, lleno de dudas e inseguridades, así como atormentado por la sombra de su padre y por lo que de él se espera. Y Paul Sun-Hyung Lee construye para él un perfecto complemento como Iroh, militar venido a menos que busca, por un lado, ayudar a su sobrino, pero por otro evitar que se convierta en lo mismo que su padre.

Y he dejado para el final en La Nación de Fuego a Elizabeth Yu, que está fantástica interpretando a una princesa Azula igual de cruel y despiadada que su homóloga de la serie animada, pero menos desquiciada y más maquiavélica. Por cierto, es de destacar que el personaje no aparecía en la misma sino hasta la segunda temporada y el hecho de que aquí se haya adelantado su presencia enriquece la historia de la familia real al permitir visualizar desde temprano los roces y conflictos que la carcomen por dentro. Viendo además cómo está actuada, ha sido una gran decisión el traerla antes…

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Es también para destacar la presencia de Tamlyn Tomita, quien alguna vez fuera el interés amoroso de Ralph Macchio en la secuela del Karate Kid de 1986 y desarrollara luego una larga carrera que la llevaría incluso a volver a interpretar a ese mismo personaje en la tercera temporada de Cobra Kai. En este caso da vida a Yukari, alcaldesa y protectora de la isla de las guerreras Kyoshi, que adquieren especial protagonismo en el segundo episodio.

Otro rostro que puede resultar conocido es el de Amber Midthunder, actriz de origen sioux que, tras pasar por series como Legion o Banshee, fuera hace un par de años protagonista de Depredador: La Presa (aquí crítica de un servidor), hasta el momento última entrega de la franquicia dedicada al cazador interplanetario.

Digna también de mención es la aparición de George Takei, el querido oficial Sulu de la serie original de Star Trek, quien da aquí voz al Ladrón de Rostros y no es, por cierto, su primera conexión con el universo de Avatar, pues ya había interpretado la de uno de los guardianes de la Nación de Fuego en la primera temporada de la serie original.

Por último, pero no menor considerando la fuerza que tiene como guiño para los fans, alto impacto emocional tiene la presencia de James Sie, quien fuera la voz del famoso mercader de coles (o repollos según traducción) en la serie original y a quien aquí vemos en carne y hueso dando vida al mismo personaje e incluso gritando a los cuatro vientos su célebre e icónica frase: “¡¡¡Mis coles!!!”…

Una Estética Formidable

La parte visual es deslumbrante. El maravilloso mundo creado por los autores en la serie original es recreado de manera magnífica, ya sea en paisajes (especialmente los helados) o en templos y ciudades, que tienen su mayor expresión en Omashu, ciudad del Reino Tierra que toma especial protagonismo en el tercer episodio. Todo ello es realzado por una bella fotografía y una gran puesta en vestuarios y diseños, tanto de artefactos como de criaturas.

Pero también es cierto que, en una adaptación de este tipo, toda ganancia implica una pérdida: a lo que me refiero es a que buena parte del encanto del universo de la serie original estaba en el toque personal que le daba el dibujo a mano y que lógicamente se pierde al llevarlo a cgi y hacerlo más semejante a muchos productos de hoy en día.

Los combates, no obstante, están muy bien recreados y logran una interesante combinación entre coreografía real y cgi (aunque la cámara lenta hace que a veces se vean algo Matrix) y lo mismo las flexiones de los elementos, de las cuales la del agua me parece la menos lograda, no por mal hecha sino porque no consigue el efecto de la serie original, en que la misma golpeaba con una contundencia que no se condice con el mero chapuzón a que aquí pareciera dar lugar, dejando en todo caso su mayor fuerza para el momento del hielo.

Las criaturas y espíritus están hechos con gran realismo, siendo particularmente impactantes los encuentros con el ya mencionado Ladrón de Rostros o con el Espíritu de la Sabiduría en forma de enorme búho. Appa, el bisonte volador, está también muy bien recreado aunque, comparado con la serie original, es más una montura que acude al ser requerida que el personaje completo que allí era. Mejor logrado en expresividad está Momo, el lémur volador.

Y eso sí: me irrita particularmente que las ropas o el cabello de los personajes (no el de Aang, desde ya, je) no se agiten siquiera un poco cuando viajan a lomo de Appa, un defecto que muchas series y películas de hoy en día siguen tendiendo a repetir y que en este caso quita realismo a la escena, ya que se contradice con el pelaje de la criatura, que sí se mece al viento. No hacía falta tanto cgi: alcanzaba con un buen ventilador; si me decían les prestaba el que estoy usando en este mismo momento…

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La banda sonora del gran Takeshi Furukawa, por otra parte, está a la altura de la épica y emoción necesarias, adquiriendo especial lucimiento en el primer episodio, donde toma ribetes cinematográficos. Ayuda un poco a mitigar la pena de que Jeremy Zuckerman, quien fuera el compositor de la música original en la serie animada, se bajara del proyecto siguiendo los pasos de los autores de la misma.

Balance de Temporada

Es sabido que una adaptación como esta y con los cambios que conlleva, más allá de que sean necesarios o no, no va a gustar a todo el mundo y espero en ese sentido que los fans más acérrimos y fundamentalistas no se terminen cargando a la serie.  Ni los costos, por supuesto, pues yo quiero ver en live-action los tres libros y quizás también La Leyenda de Korra.

Creo que es un esfuerzo inútil tratar de determinar si alcanza la estatura del material original porque la respuesta es obvia: la serie animada es inigualable. Sin embargo, estamos ante un digno y respetuoso live-action que, más allá de sus carencias o pérdidas, deslumbra visualmente y por momentos emociona. Si alguien me dice que no le produjo nada ver los ojos de Aang tornar al azul en el episodio de cierre, sencillamente no le creo. Como también fue una gran emoción escuchar la mención inicial de los cuatro elementos al comienzo de la serie y es una lástima que no lo hayan mantenido como presentación durante todos los episodios.

Es cierto que la serie tiene un ritmo irregular y por momentos, valga la paradoja, un gran apretujamiento en la historia contada. Pero sale en general airosa de una apuesta difícil gracias a una increíble puesta visual y a un elenco que en su mayoría está a la altura, además de una Nación de Fuego que, brillantemente recreada, hasta supera en profundidad a la del material de origen.

Y más allá de que Avatar: La Leyenda de Aang no sea One Piece en lo que a adaptaciones live-action se refiere, tampoco es Cowboy Bebop y supera con creces no solo a la fallida película de M. Night Shyamalan, sino también a muchas reinvenciones que de sus clásicas historias animadas ha hecho en los últimos tiempos Disney. No es decir mucho, dirán algunos y se los concedo, pero es decir bastante…

El live-action de Avatar: La Leyenda de Aang, cumple en definitiva su objetivo, que además estará largamente logrado si consigue que alguien que nunca haya echado ojo al material original, se vea llevado a hacerlo. Que haya otra temporada. Y otra. Y quizás otra

Hasta la próxima y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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