Por estos días ha llegado a Netflix la miniserie Día Cero (Zero Day) que, creada por Eric Newman, Noah Oppenheim y Michael Schmidt, presenta una trama de thriller político en torno a un hipotético ciberataque contra Estados Unidos, interpretando Robert De Niro a un ficticio ex presidente de dicho país. Vistos los seis episodios, te dejamos nuestra impresión…
Me da un poco de gracia cuando algunos medios norteamericanos dicen que Día Cero (Zero Day) es la primera serie televisiva protagonizada por Robert De Niro (algunos tienen el mayor tino de decir que es la primera para Estados Unidos, lo cual sí es cierto), pues allá por octubre de 2023 analizamos justamente en esta web Nada (aquí artículo de un servidor), la muy buena miniserie argentina de Disney+ que lo tenía como coprotagonista junto a Luis Brandoni y que no sé qué están esperando para ver si aún no lo han hecho.
Es cierto que Día Cero lo tiene como personaje mucho más central, pues en torno a él gira todo, sin desmedro de que por detrás haya un elenco notable. Se trata de un thriller político ficticio (aunque con fuerte base en la realidad), creado por Eric Newman (Narcos, Griselda), Noah Oppenheim (ex presidente de NBC News) y Michael Schmidt, periodista del New York Times habitualmente comprometido con temas políticos y que se ha alzado con dos premios Pulitzer, además de ser quien reveló y difundió aquellos famosos correos electrónicos privados que hundieron en su momento a Hillary Clinton.
Ya octogenario, pero inoxidable (hasta diría que cada vez actúa mejor), De Niro da aquí vida a George Mullen, un ficticio ex presidente de Estados Unidos que supuestamente habría ocupado el cargo entre 2005 y 2009, lo cual nos ubicaría en una línea alternativa en la que George W. Bush habría perdido la reelección, mientras que sí habrían existido los atentados del 11 de septiembre y la guerra de Irak.
Ciberataque contra los Estados Unidos
La miniserie comienza con el tal Mullen entrevistado en su domicilio por una periodista llamada Anna Sindler (Hannah Gross), quien lo quiere convencer de publicar sus memorias, pues al parecer ha dejado una buena imagen en su mandato y fue el único presidente que tuvo apoyo de ambos partidos: tiene sentido que sea ficticio. Nos enteramos que renunció a presentarse a reelección tras la muerte de su hijo ocurrida doce años atrás: ¿estaríamos entonces en algo así como un 2021 alternativo? De ser así, no hay rastro ni secuela de la pandemia de COVID, que probablemente no haya ocurrido.
El hecho es que al retirarse Sindler, el auto en que viaja cruza un semáforo en verde con el cual la cámara se queda un instante detenida para mostrarnos que no pasa al amarillo ni al rojo, ello justo antes de que el vehículo resulte arrollado por un tren al intentar cruzar la vía.
No es un hecho aislado: por todo el país se registran sucesos similares al haber sido hackeado el sistema integral de comunicaciones y transportes. Se trata, pues, de un ciberataque que deja un luctuoso saldo de más de tres mil muertos y un mensaje en todos los teléfonos móviles al mismo tiempo que suena a sentencia sacada de Dark: “Esto volverá a ocurrir”.
Evelyn Mitchell, presidenta en funciones (Angela Bassett) convoca entonces a Mullen para ponerle al frente de una comisión especialmente creada a los efectos de esclarecer lo ocurrido en la jornada ahora conocida como Día Cero. Al aceptar, se le otorgan facultades extraordinarias que le permiten incluso pasar por encima de derechos constitucionales fundamentales como el habeas corpus.
Sin embargo y a pesar de su buena imagen en la opinión pública, no todos son de la idea de otorgarle tan pesada carga, pues hay quienes sostienen que el mundo ha cambiado y no es el que conoció en su momento como presidente. Entre ellos, su esposa Sheila (Joan Allen), con aspiraciones a jueza federal, y su hija Alexandra (Lizzy Caplan), con quien George carga una tormentosa relación del pasado que nos hace ir descubriendo que su vida no es en el ámbito doméstico lo perfecta que su imagen pública pareciera trasuntar.
De hecho, la propia Alexandra es citada por el presidente de la Cámara de Representantes Richard Drayer (Matthew Modine) para integrar una comisión de supervisión destinada a controlar a la de Mullen y el conflicto interno toma entonces ribetes más familiares que partidistas, pues ni siquiera sabemos jamás cuál es el partido de Mullen o el de Mitchell, sino que todo parecería transcurrir en una zona políticamente neutral: paradójico viniendo de Michael Schmidt, quien como periodista no vaciló en cargar en sus investigaciones contra Donald Trump (otro que aquí daría impresión de no existir) o la mencionada Hillary Clinton: ¿será la mano de Netflix?
Y tampoco allí termina el entuerto de puertas adentro porque Mullen tiene como asesor principal y brazo derecho a un tal Roger Carlson (Jesse Plemons), que en el pasado tuvo una relación con Alexandra y la sigue teniendo en sombras sin que el ex presidente se entere.
En principio, las sospechas apuntan a Rusia, pero a Mullen le parece demasiado obvio y a nosotros también. Y entre medio de la investigación, hay una organización clandestina de hackers que, haciéndose llamar The Reapers, operan desde una granja y al parecer habrían hecho en su momento algunos favores al consulado ruso.
Pero allí tampoco termina todo: también hay un histriónico comunicador televisivo llamado Evan Green (Dan Stevens), muy mordaz y crítico con el trabajo investigativo de Mullen al punto de buscar ponerlo en ridículo todo el tiempo. Y andan además en danza posibles rastros de un arma neurológica que, correspondiente a un programa llamado Proteus, fue en su momento dada de baja por el propio Mullen, pero daría impresión de haber sido rehabilitada por alguien en forma secreta. Entre todo ello, ni falta hace decirlo, hay pistas falsas en cuanto al desarrollo de la trama o quizás todas lo sean, pero nada diré al respecto.
Tampoco Mullen las tiene todas consigo: durante el transcurso de la investigación sufre lagunas de memoria, bloqueos mentales e incluso alucinaciones, viendo de tanto en tanto y con vida a la periodista muerta al principio o topándse reiteradamente con la frase “¿Quién mató a Bambi?”, la cual remite al título de aquella frustrada película de los Sex Pistols y de la cual nos enteraremos más adelante que tiene mucho que ver con el pasado de Mullen, en cuyo entorno dudan entre asignar tales problemas a su senilidad o al arma neurológica de la cual él sospecha.
Un De Niro formidable
Dirigidos los seis episodios por Lesli Linka Glatter, de probada experiencia en Homeland, la trama está llevada de modo interesante y atrapante, generando una permanente intriga que, capítulo a capítulo, nos mantiene prendidos de principio a fin. Y lo que al comenzar pareciera ser simplemente paranoia norteamericana reminiscente de los ochenta, se va complicando en la medida en que se suman aditamentos que vuelven la cosa más oscura.
De hecho, no solo la historia se va volviendo cada vez más oscura, sino también la fotografía e incluso la música (Jeff Russo, curtido en Fargo y en la franquicia Star Trek) que, con notas largas e intrigantes, nos da siempre la sensación de que por debajo de lo que vemos hay algo que está por salir a la luz de un momento a otro.
El trabajo de De Niro es superlativo. Sé que no es novedad decir eso, pero con sus ochenta y un años es uno de esos casos en los cuales la maestría interpretativa continúa evolucionando a pesar de la edad y, en esta miniserie en particular, es mucho más lo que dice con sus silencios que con sus palabras, algo que solo los actores verdaderamente grandes consiguen: alcanzan su rostro y sus gestos para darnos cabal idea de cuanto le pasa por dentro al verse acorralado por dudas que no solo tienen que ver con su investigación sino con él mismo.
El suyo es un personaje de una profunda oscuridad interior que emerge sin prurito alguno en los momentos en que se vale de métodos de lo más sádicos y menos santos para obtener lo que busca. No queda en claro si el mensaje del programa sea justamente ese, algo así como que a veces hay que saltarse la corrección y la legalidad si el bien común lo amerita (muy Maquiavelo), pero prefiero pensar que simplemente se trata de presentarnos un personaje tan contradictorio como cualquiera de nosotros, pero al que le han dado el poder suficiente para convertir sus contradicciones en modos de actuar.
Por detrás, unos no menos brillantes Jesse Plemons y Lizzy Caplan, quien logra que de entrada odiemos su personaje, sentimiento que se atenúa a medida que la historia avanza y vamos conociendo la suya propia en relación con el pasado y, muy especialmente, con su padre. No sé si eso alcanza para justificar que todo sea tan de entrecasa o para hacer creíble que vaya con tanta saña contra su padre o que él mismo, llegado el caso, no tenga reparos en hacerlo públicamente contra ella.
Tampoco parece demasiado verosímil que una esposa acuda a la ex amante de su marido para que le ayude en su investigación, y menos todavía si sabe positivamente que lo ha sido. Pero la calidad de los actores logra captar nuestro interés como si todo ello fuera lo más creíble del mundo.
La calidad de la oscarizada Angela Basett no necesita carga de presentación y Joan Allen está tan brillante como siempre, eterna nominada en las premiaciones que siempre se va, injustamente, con las manos vacías (tres veces al Oscar, otras tantas al Globo de Oro y dos al Emmy), en tanto que Matthew Modine (Birdy, Vidas Cruzadas, La Chaqueta Metálica) es uno de esos actores cuyos nombres nunca terminaron de ser conocidos para el gran público, pero se las han apañado para mantenerse siempre activos y con solvencia interpretativa: y él sí tiene un Globo de Oro…
Más desaprovechado está en cambio Clark Gregg (sí, el Coulson de Agents of S.H.I.E.L.D., y de tantas películas del MCU), que aparece interpretando a un millonario corporativo de Wall Street, pero su personaje acaba lamentablemente por tener escaso ruedo. Algo más tiene Dan Stevens, también emparentado con Marvel y a quien quizás recuerden de la tan excelente como delirante serie Legion.
Un Final con algo de Prisa
Pero entre tanta virtud, ¿qué es lo que no funciona del todo en Día Cero y hace que la serie esté lejos de ser perfecta? Pues sobre todo el modo apresurado en que está resuelta. Ignoro si habrá ello tenido que ver con las huelgas (que provocaron un impasse de seis meses en que el rodaje de la serie se suspendió por completo), pero la sensación que da es que no hubieran estado nada mal ocho capítulos en lugar de seis. De hecho, esta es una serie en la cual el enigma central es mantenido como tal hasta el final y no exagero: la trama no está aún resuelta cuando solo quedan tres minutos para la conclusión.
Y ojo: tampoco es que después quede resuelta del todo (difícil en tan poco tiempo); nos quedan montones de dudas acerca de si muchas de las vivencias experimentadas por George durante el curso de la investigación eran realidad o estaban en su cabeza. Pero en ese caso, quizás sea mejor el misterio y que queden así…
En Conclusión
Día Cero termina siendo, como thriller político, un entretenimiento sólido y magníficamente actuado que no da respiro hasta el final, pero que bien podría haber sido mucho más que eso si se lo hubiera propuesto (o se lo hubieran permitido). La prisa por cerrar la historia, en efecto y cualquiera sea su causa, conspira en contra de ello y el final nos deja con algunas preguntas lógicas y otras que no deberían serlo. No obstante ello, un impagable De Niro, secundado por un elenco no menos rutilante, hace que la historia pueda ser disfrutada a pesar de las sensaciones encontradas del final.
¿Habrá segunda temporada? En principio, la serie está más o menos cerrada aun cuando, como hemos dicho, queden algunos cabos sueltos sin resolver. Netflix la ha anunciado como miniserie, pero creo que eso viene siendo un recurso habitual para abrir el paraguas en caso de que el producto fracase, lo cual no sería aquí el caso porque las cifras de audiencia han sido realmente buenas. En virtud de ello, podemos inferir que desde la N roja no tendrían problema en dar luz verde a una nueva temporada siempre y cuando, claro, la agenda de De Niro lo permita.
Hasta la próxima y sean felices…