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Análisis de Los Amos del Aire. Miniserie. Episodio 6

Continuamos analizando Los Amos del Aire, miniserie que, producida por Steven Spielberg y Tom Hanks, retrata los eventos y personajes ligados al 100° Grupo de Bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, tocándonos hoy el sexto episodio, cuyo título es simplemente Parte 6. Creada y desarrollada por John Shiban y John Orloff, la miniserie es emitida semanalmente por Apple TV+.

Bienvenidos nuevamente a un nuevo análisis de Los Amos del Aire, con un sexto episodio que confirma lo que parece ser regla en la serie: a cada entrega que es pura adrenalina le sigue una más relajada y con tiempo para la reflexión y procesar culpas. Efectivamente es lo que ocurre en una entrega que, en tres arcos, sigue los caminos separados de John en Westfalia, Crosby en Oxford y Rosenthal en una finca de la campiña inglesa.

Vayamos pues a ver qué ha pasado no sin antes advertir que SE VIENEN SPOILERS DE LA TRAMA ni dejar de recordar que pueden leer aquí nuestros análisis previos.

Oxford

Crosby no logra aún procesar la muerte de su amigo. Siente culpa porque era él y no Bubbles quien debía estar en esa misión, pero su ascenso obligó a reemplazarlo. A los fines de participar en una serie de conferencias con oficiales de distintos países aliados, es enviado a Oxford, donde se sorprende por lo antiguo que es todo en comparación con su país de origen y debe soportar el ninguneo de los británicos, que le corrigen su pronunciación y hasta le dan lecciones sobre el nacimiento de los derechos individuales en Inglaterra con la Carta Magna cuando los Estados Unidos aún no existían.

No todas son malas: la gran sorpresa se la lleva con su compañero de cuarto A. M. Westgate (Bel Powley), de quien la imprecisión de las iniciales le impiden inicialmente saber que es en realidad compañera. En efecto, se trata de una oficial de la RAF (“subalterna”, como la llaman allí), que le informa que su primer nombre es Alessandra mientras que el segundo prefiere llevárselo a la tumba; las iniciales, por otra parte, son para la RAF una forma de ocultar al personal femenino.

Afable, extrovertida y bastante pueblerina, viene de Cambridge pero no ha asistido a la universidad y dice ser terrible escribiendo: claro contraste con la esposa de Crosby, que no para de enviar cartas. Le convence de no seguirse torturando por lo de Bubbles, ya que la culpa de que este estuviera a bordo de un B-17 no fue suya, sino del “maldito Hitler”.

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Hay buena química y a Crosby pareciera estar por un momento cruzándosele por la cabeza engañar a su esposa. De hecho, ella parece hasta arrojarle un guiño al defender a los americanos cuando, en una de las tantas chicanas británicas, un oficial critica la forma desinhibida en que asumen la sexualidad, así como su tendencia a la bebida y la juerga. Crosby, con la calma que le es habitual, replica que para los suyos cada noche puede ser la última y no hay por qué impedirles disfrutarla…

Si tenía en mente llegar a algo más serio con Westgate nunca lo sabremos, pues la cosa se interrumpe cuando ella es citada por un oficial superior, lo que vuelve una vez más a marcar lo efímero o trunco de las relaciones en tiempos de guerra. Tampoco sabremos ya nunca su segundo nombre…

La Campiña

También Rosenthal está atormentado por las culpas, pues le aqueja el “síndrome del sobreviviente” por haber liderado el único avión que regresara a territorio británico tras lo de Münster. Por tal razón, se le envía a un centro de descanso de la Cruz Roja en plena campiña inglesa, donde tiene la oportunidad de encontrarse con otros que vienen de experiencias similares.

Todo es muy británico y el ambiente distendido: se juega al croquet, al backgammon o al badminton y se practica la caza del zorro. Rosenthal no se siente cómodo allí mientras otros viven el horror de la guerra, pero pronto descubre que no es el único y por debajo del despreocupado disfraz que el lugar aparenta, los dramas y horrores subsisten, tal como se percata al descubrir a un hombre llorando en soledad.

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Le plantea al doctor Huston (Jamie Parker), a cargo del lugar, la posiblidad de regresar a sus funciones antes de lo previsto, pero este objeta que debe cumplir sus cinco días. Rosenthal lo compara con sacar de ritmo a Gene Krupa (uno de los mejores bateristas de la historia).

Resignado entonces a permanecer hasta que expire su licencia, se reúne a jugar apuestas con otros oficiales, algunos de los cuales le acompañaron en la acción sobre Münster. Con sorpresa, descubre que el tarareo de Artie Shaw que en su momento hiciera durante la misma se ha hecho famoso e incluso uno de los suyos dice que le sirvió para levantar el ánimo en medio del desastre.
La culpa entonces retrocede, pues toma conciencia de lo importante que ha sido o puede ser para otros y le vemos luego con decisión, y ya de regreso en la base, volver a apearse a un avión.

¡Amerikaner!

En Westfalia, John cae en cercanías de una granja y, descubierto por gente del lugar, está a punto de dispararles pero se detiene al comprobar que son niños, así que solo les hace seña de guardar silencio y se marcha. Es inútil: al grito de “¡amerikaner!”, estos dan alarma a los agricultores locales que salen armados a cazarle.

Se produce una escena de persecución en el agua que, con la cámara siempre al ras de la misma, consigue un logrado clima de suspenso, pero lamentablemente queda desaprovechado por lo rápido que se define todo con la captura de Egan.

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Junto con otros prisioneros, es llevado por soldados alemanes en un recorrido del terror por entre edificios recientemente bombardeados por la RAF. “Por fin los británicos le pegaron a algo” ironiza para sí mismo, reviviendo aquel debate sobre la conveniencia de bombardeos de precisión o zonales.

Entre los destrozos, toma contacto directo con el daño y las víctimas, pero esta vez desde otra perspectiva, pues para los civiles alemanes bombardeados, los monstruos son ellos. Enardecidos por su presencia, se arrojan sobre el grupo y les golpean hasta casi matarles sin que los guardias hagan nada. O sí: uno de ellos se encarga de disparar a la cabeza de cada uno de los americanos y si no lo hace con John es porque justo (muy conveniente) se le acaban las balas…

Egan recibe, no obstante, un golpe en la cabeza y, dado aparentemente por muerto, despierta en un carro y camino de ser enterrado junto al resto. No es el único que sigue vivo, pero uno de sus compañeros comete el error de hablar y es rápidamente liquidado con un golpe de pala. Más astuto, John se mantiene callado y espera al momento del enterramiento para echar a correr por los bosques. Acaba, no obstante, recapturado por soldados alemanes, lo que extrañamente se siente con alivio como la mejor de las opciones…

En un centro de detención es interrogado por un tal teniente Haussmann (Louis Hoffman), habiendo un clima de tensa cordialidad entre ambos: el hombre conoce su trabajo y, buscando crear identificación recíproca, le convida whisky y cigarrillos además de ponerle al tanto de los resultados de las ligas de béisbol, deporte que dice nunca haber entendido.

Más hondo golpea cuando le informa que no hay registro suyo a bordo de los bombarderos que atacaron Münster (recordemos que John se incorporó a último momento tras interrumpir por propia voluntad su licencia), por lo que podría ser entregado a la Gestapo como espía, destino por demás incierto.

Aun así, Egan se mantiene impertérrito y cuando el interrogador le pide datos sobre la cantidad de reemplazos que para los aviones derribados pudiera haber en la base inglesa, solo dice una y otra vez su nombre, rango y número de identificación.

La amenaza de Haussmann, no obstante, parece solo espuma y John termina conducido al centro de prisioneros Stalag Luft III, habiendo por el camino tomado horrendo contacto visual con quienes parecen judíos llevados en tren a campos de concentración. Una vez llegado a destino, se reconoce mutuamente con varios hombres del 100° que están allí y, en momento cumbre, con su amigo Gale Cleven.

“¿Por qué diablos tardaste tanto en llegar?” – le pregunta este en una frase que, al parecer, también fue dicha en la realidad.

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Balance del Episodio

Como dijimos al principio, a cada episodio adrenalínico de la serie pareciera sobrevenir uno de calma y este ha sido el caso, además de que los diferentes arcos, desconectados entre sí, hacen que parezcan tres episodios en uno.

Contrariamente a lo que podría haberse pensado a priori, el arco de John ha sido el más flojo y el de Rosenthal el más interesante, con el de Crosby a mitad de camino. Hay algunos huecos en la trama alemana y no solo por la rápida resolución de la persecución en el pantano, sino por un par de casualidades demasiado convenientes, como el oficial alemán que se queda sin balas o los campesinos que le dan equivocadamente por muerto. Ignoro cómo habrán sido esos pequeños detalles en la realidad, pero al menos en la serie se vieron poco creíbles…

El momento del interrogatorio dio lugar a un diálogo sumamente interesante en el cual la mezcla de amabilidad y cinismo por parte del oficial alemán me trajo recuerdos de Malditos Bastardos (Bastardos sin Gloria para América Latina). Pero la resolución fue débil: no se sabe si Haussmann mentía al mencionar la posiblidad de la Gestapo o solo fue un ardid del momento, pero está claro que no tomó represalias contra John y ello aumenta la sensación de que allí había una cierta identificación que merecía ser más explorada. Tal como lo veo, sin embargo, ya no sabremos de Haussmann y es una pena.

Uno de los momentos más potentes de ese arco ha sido el cruce con el tren de los judíos, pues tanto John como sus compañeros parecieron por primera vez tomar contacto con una faceta de la guerra que desconocían, situación que en algún punto retrotrae a aquel desgarrador noveno episodio de Hermanos de Sangre (Band of Brothers). No fue tan crudo, pero la sola imagen de las manos por entre los vagones ha tenido fuerza desde un lugar diferente, pero igual de estremecedor…

En cuanto a Stalag Luft III, es un campo de prisioneros que existió en la realidad y en el cual, efectivamente, se produjo el reencuentro entre Egan y Cleven. Administrado por la Luftwaffe, cobró especial fama a partir del célebre episodio de fuga que diera lugar a la película La Gran Evasión (John Sturges, 1963), protagonizada por Steve McQueen. No teman que no es spoiler: no hubo americanos en esa famosa fuga, la cual fue tanto tramada como llevada a cabo por prisioneros británicos, así que ni John ni Gale participarán de ella.

Lo que sí está claro es que se viene una larga reclusión para ambos y ello abre a la serie la puerta para explorar un tema que había casi quedado sin tratar en Hermanos de Sangre o en The Pacific, como lo es el de los prisioneros caídos en manos del enemigo.

Y la inminente ausencia de John y Gale en el frente de lucha por algún tiempo lleva a que aumente el protagonismo de Rosenthal, quien muy posiblemente esté a cargo de las próximas acciones aéreas, tal como la última escena demuestra. Su arco en la campiña inglesa ha sido de lo más jugoso y de algún modo espejo de una sociedad británica tradicionalista en la que todo parece estar bien, pero por debajo subyacen traumas, fantasmas y monstruos.

Es interesante asimismo el modo en que Rosenthal descubre la respuesta a por qué debe estar a bordo de un avión y no allí. La melodía de Artie Shaw que tarareó y sirvió de estímulo para sus hombres es la prueba de que, por encima de cualquier culpa, él ha sido importante para ellos y muy posiblemente estén esperando tenerlo nuevamente al mando, aunque más no sea para tararear una de sus canciones…

En cuanto al arco de Crosby, tuvo algunos puntos de interés, pero acabó en poco. La relación con Westgate abrió una buena posiblidad, pero no termina de entenderse por qué bastan apenas unas palabras de consuelo de ella para que él se sienta liberado de culpas. Y en cuanto a lo trunco de la relación, no hace más que redundar con el cuarto episodio, que prácticamente tuvo como eje a los caminos sentimentales cercenados por la guerra. En todo caso, y al igual que con Haussmann en el arco de Alemania, hemos perdido en Westgate a otro personaje que pintaba interesante…

Por último, la música ha actuado como una especie de eje vertebrador en un episodio tan fragmentado. Cuando Crosby recomienda a un oficial británico escuchar algo “realmente libre”, pone a girar un disco de Duke Ellington, del mismo modo que Gene Krupa funciona para Rosenthal como ejemplo de alguien que no debe ser sacado de lo suyo y el tarareo de Artie Shaw como modo de sentirse importante para sus hombres.

Y hay algo más: durante la fiesta en Oxford, Crosby y Westgate oyen a una cantante supuestamente llamada Ella Walsh interpretar una canción llamada “Tear the facists down”, la cual llama a la unidad a las distintas naciones para combatir los autoritarismos. La misma fue compuesta por Woody Guthrie y hay un pequeño desliz temporal, ya que estamos en 1943 y él grabó esa canción al año siguiente. Lo que queda claro, de todas formas, es que la música termina siendo un refugio ante el horror de la guerra.

En conclusión, ha sido un episodio correcto pero claramente no el mejor de la serie y, de hecho, quizás hasta aquí el más flojo. No tanto por el clima relajado, ya que ello también había ocurrido en el cuarto y sin embargo tuvo una alta intensidad, sino más bien por la débil forma de cerrar alguna de las subtramas aun cuando la de Rosenthal haya sido brillante y llena de alegorías, además de mostrar un gran trabajo de Nate Mann.

A ver con qué nos encontramos en el próximo episodio. Hasta entonces y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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