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Cómo te castiga (la serie de) El Castigador

Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.

Animado por lo bien que me lo había pasado viendo a Daredevil (al que llegué gracias a los post de Adrián) me zambullí en la serie de El Castigador de Netflix. Era normal. A pesar de que la segunda temporada de Daredevil era más bien floja y con un final como con muchas prisas a todos se nos quedó clavado. Él. El actor que hacía de Frank Castle. El que murió en Ver Crecer la Hierba Durante Horas (también conocida como The Walking Dead).  John Bernthal. Cómo acertaron fichándole. En realidad, casi todo el casting de Daredevil es una obra de arte sobre cómo tener los actores perfectos para sus papeles. A pesar de que la tercera temporada también acaba todo como deprisa de nuevo, te quedas con ganas de más.

Como hacemos todos en esta sacrosanta casa tengo que decir que estoy a favor del Bien y en contra del Mal. Eso quiere decir que estoy a favor de las cosas buenas. De entre esas cosas está Garth Ennis, mamao sin remedio y que alterna genialidades que le situarían como el mejor guionista de comics del siglo con abortos de gallina que no hay quien disuelva. De todo ello ya hemos hablado por aquí (1 y 2). A su favor hay que decir que ha hecho la mejor etapa de El Castigador de siempre (su segunda etapa, que hemos comentado aquí), algo a la altura por lo menos del Daredevil de Miller. Es más, yo diría que está por encima del Daredevil de Frank Miller, pero eso lo dejamos para otro día. Es complicado no leer esa etapa y no sentirse aterrado, conmovido o maravillado, especialmente tras el último arco, Valley Forge.

Por este tu sitio ya hemos analizado con gran gloria toda la serie (aquí). Pero como partidarios del Bien, la Justicia y las bacon & chies fries somos muy del empirismo. Es decir, de probar las cosas por uno mismo y ver qué pasa. Ya sabemos que lo molón y lo esnob es el racionalismo, pero además de partidarios del Bien somos también afines a las masas proletarias y asalariadas. Así que me puse a ver la serie, en sus dos temporadas actualmente disponibles en Netflix. En principio la idea de El Castigador es que castiga. Es decir, que mata a la gente, la tortura, la hace daño, la obliga a ver capítulos de Cómo conocí a vuestra madre una y otra vez, etcétera. Es el chulo que castiga, como bien cantaba Lina Morgan.

Y no se puede decir que no castigue a gente. Las escenas de acción son brutales, dolorosas y, vamos a decirlo, satisfactorias. Es comprensible que no se lleguen a los extremos de algunos de sus comics (yo aún recuerdo aquel en el que las viñetas son desde dentro de la boca de un mafioso que está en el dentista y que “goza” de la visita de Frank Castle). Pero pueden valernos. A favor. Están realmente bien hechas, no siguiendo determinadas modas en las cuales agitando la cámara en los momentos de acción se trata de transmitir autenticidad ( y que intentan tapar que no se sabe/no se puede rodar esas escenas). Son limpias, claras, brutales.

Pero al verlas surge el eterno problema actual con tantas series o películas de superhéroes. La instrospección. Los minutos, horas, dias, semanas dedicados a escarbar en el alma del protagonista, del villano, de los secundarios o del repartidor de Amazon que trajo el paquete aquel día a casa. Montones de flashbacks sobre las cosas más peregrinas y superficiales. Y más flashbacks. Y más planos sin decir nada sin pasar nada, como si estuviésemos ante malos directores franceses supermotivados. Todo para contar cosas que, en realidad, podrían contarse perfectamente en un par de minutos y andando. Pues podemos tirarnos hasta diez minutos sin exagerar. Nos hemos comido ya con eso un 20% de un capítulo, y es normal que con esta dinámica puedan sacarse series de 10-12 o 20 capítulos por temporada como si nada. Si salen solos. Y el efecto de esto es el habitual, el que tantas veces se escucha o lee: “la parte central de la temporada se hace larga, pero” o el “aguanta unos episodios“. Hablemos claro: el “aguanta unos episodios/la primera temporada” es el “si eso te llamamos” de cuando sales de una entrevista de trabajo. Es lo que brillantemente describió Daniel Lacalle en el siguiente vídeo.

Que yo reconozco que les entiendo: las decenas de series de televisión no salen de una explosión creativa y artística que ríete tú de la época de Pericles. No, viene simple y llanamente de crear horas y horas de relleno en series que se quedarían en la mitad o menos. Que no pasaría absolutamente nada, de hecho sería mejor, pero hasta la gente prefiere ver las cosas a velocidad superior en vez de decir lo obvio: dejad la paja. Esto es especialmente sangrante en cosas superheroicas: tienes a personajes que vuelan, que tienen supersentidos, que lanzan rayos, que son máquinas de matar humanas y apenas le das espacio. Que lo más espectacular y divertido lo arrinconas a un mísero 10-15% del espacio disponible. Y lo que es lo peor: intentas profundizar sin saber, hacer análisis psicólogico de dos euros el kilo con los cansadísimos “mira, otro personaje que es como es por que SU MADRE LE PEGABA DE PEQUEÑO” o “su padre no le quería y en un cabrón se convirtió”, tal y como se reían los de South Park de estas absurdeces con la canción de Sadam en su película.

Pero tras tragarme no sé cuantas horas de ir y venir, de Frank Castle secuestrando a un mafioso y éste contándole su vida como si fueran amigos, de todo el mundo tratanto de contarte su vida en cuanto les das los buenos días y al bueno de Frank perdonando la vida de asesinos (en serio) pensé también en porqué seguía viendo la serie. Por mucho que el personaje me cayera bien. Por mucho que el actor me cayera bien. Por muy guapas que sean la agente Madani y la psiquiatra de Russo  (psiquiatra cuyos actos y pensamientos no tienen absolutamente ningún sentido, normal ni patológico y que tiene algunas de las partes más surrealistas nunca vistas en pantalla). Por mucho que nos guste la muy viril voz en inglés de Jon Bernthal, por mucho que de miedo escucharle enfadado. Es estar horas esperando a que pasen cosas, emocionarte cuando hay 5 minutos de cosas que hacen avanzar la trama y vuelta a ver crecer la hierba.

Y es entonces cuando lo comprendí. No es que la serie tenga un 50% de material olvidable y aburrido. No es que se haya desaprovechado al protagonista en centenares de minutos de instrospección psicológica mal hecha para escatimarnos más escenas de acción.  No es que, otra vez, se haya alargado el chicle de forma absurda. No. Es que los que han perpetrado la serie nos muestran a Frank Castle que mata o tortura sólo un poco más comparativamente que Emilio Aragón en Médico de Familia. Y es así a propósito. Hubiera sido fácil meter muchos más disparos, emboscadas y macarradas. Pero la serie tiene otro propósito, totalmente en sintonía con nuestra muy posmoderna era: castigarnos como espectadores.

El Castigador es una serie que no sólo va de un hombre muy enfadado que castiga a criminales, mafiosos, curas tarados mazados o ex-militares malvados. Además de provocar daño a la gente de dentro de la serie a través de silencios, monólogos, flashbacks y ocasionalmente disparos también provoca daño a las personas que vemos la serie a través de silencios, monólogos y flashbacks. Lo de los disparos a través de la pantalla supongo que está en estudio. Así, en un ejercicio de metaficción, los perpetradores de la serie no se limitan a un sólo campo de la realidad que merece el castigo, el de la ficción. También lo amplian al mundo real, en el que estamos los que vemos la serie, difuminando así los límites entre realidad y ficción. Con lo que superficialmente podríamos tachar de aburrir al personal/estirar el chicle para ganar dinero sin aportar gran cosa en realidad es mucho más. Un valiente ejercicio de transgresión a la propia cordura, que es la que nos protege de no distinguir entre ficción y realidad, al que pocos elegidos llegarán, se aburran o no con la serie.

Ojalá metan a esta versión de Frank Castle en el universo de las series de The Walking Dead. Sería una fuente de suicidios masiva, la caída de las masas en la locura o la salvación de la Humanidad. Eso sí, habría que tirarse Satán sabe cuantas horas para poder llegar a ese estado. Todavía queda tiempo. No todo está perdido.

Sed felices.

Raúl Sánchez
Raúl Sánchez
Arriba es abajo, y negro es blanco. Respiro regularmente. Mi supervivencia de momento parece relativamente segura, por lo que un sentimiento de considerable satisfacción invade mi cuerpo con sobrepeso. Espero que tal regularidad respiratoria se mantenga cuando duerma esta noche. Si esto no pasa tienen vds. mi permiso para vender mis órganos a carnicerías de Ulan Bator.
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