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Crítica de Matar al padre: el héroe inesperado de Movistar +

Hace un tiempo, con la creciente presencia de las series en la mentalidad colectiva de la sociedad, Movistar+ decidió dar un paso hacia delante y apostar por la producción y creación de ficción original televisiva. Prueba de ello fueron La Zona y La Peste, los primeros dramas 100% originales de la plataforma, pero todavía se les veía primerizos. Ambos mostraban una intencionalidad distinta, con una manera de hacer similar a los grandes titanes americanos, pero, a pesar de las miradas de autor de los hermanos Cabezudo y Alberto Rodríguez, ninguno de los dos productos llegó a terminar de convencer.

De mano de otro nombre conocido, la directora Mar Coll -ganadora del Goya por Tres días con la familia-, llegó hace unos días la última tentativa dramática de la plataforma: Matar al padre. Una miniserie que no gozaba ni del renombre ni del revuelo de sus predecesoras, pero que ha conseguido el resultado más convincente hasta la fecha.

Nacida por necesidad dramática, pero imperfecta en su resultado

Uno de los grandes problemas de los que se libra Matar al padre y que suelen tener muchas series ya desde su concepción, es el de ser creada con la mentalidad de ser constantemente alargada para durar muchas temporadas, guardándose así gran parte del grueso narrativo en la recámara y, en ocasiones, la propia intencionalidad –en este artículo profundizo más sobre el tema-. Matar al padre, podría considerarse una película episódica, que ha sido alargada lo justo para cubrir y tratar los temas y progresiones que ansiaban. De este modo, la serie es capaz de contar una historia coherente y que respira bien, ya que nunca estuvo esclavizada por la mentalidad serial excesivamente conservadora de la que muchos productos pecan. Y se nota la diferencia, no hay recursos desaprovechados ni personajes que sobren, todo termina contribuyendo, de una manera u otra, a construir y enriquecer el relato.

Pero a pesar de la holgura temporal que proporcione el medio con respecto al cine, a la serie le cuesta arrancar. Pretende abarcar mucho, muy rápido y deja con la sensación de que faltan cosas o pasos en medio y, lejos de narrar cosas irrelevantes o de más, sí que parece que se podría haber contado más y mejor. Jacobo (Gonzalo de Castro) es un padre obsesivo y controlador con un pasado desagradable y duro, el cual es responsable del yugo al que tiene sometido a sus hijos en el presente. Tal vez, se podría haber profundizado en este convulso pasado y terminar de matizar una historia con mucho potencial.

Radiografía de un país

Los 4 capítulos que tiene la serie, están ubicados en 4 épocas distintas: 1996, 2004, 2008 y 2012. Estas diferentes fechas, no están simplemente buscadas como elipsis temporales para poder apreciar así los cambios y degeneraciones de la disfuncional familia, sino que también lo complementan. Estos años, se corresponden con momentos muy determinados de la historia del país que terminan interfiriendo y enriqueciendo las tramas y desarrollos, no solo aportando contexto. Gracias a esto, la serie es capaz de hacer una radiografía del país y contar una de las muchas historias que tan repentinos cambios produjeron. Jacobo, al final, no deja de ser una víctima de una educación de otra época, que vio su manera de hacer obsoleta de manera repentina e inaudita, siendo por sus anticuados valores incapaz del cambio y teniendo como último varapalo el peso de la soledad y la incomprensión.

La relevancia de la personalidad

Quizás una de las mayores debilidades que sufrieron los primeros dramas de esta nueva etapa creativa en nuestro país, sea el mirar demasiado fuera de casa. No tiene nada de malo buscar referentes e imitar maneras de hacer que ya se han demostrado eficaces, pero un exceso puede inducir también a la perversión, y por muy buena ambientación que tenga La Peste y mucha corrupción que tenga La Zona, ambas muestran una personalidad endeble y pocas características distintivas que las vanaglorien como originales.

Pero en Matar al padre, se respira un aire distinto desde el primer capítulo y tiene la presencia de un producto que sabe lo que tiene que contar. A pesar de tener un inicio un tanto abrupto, la serie es capaz de sobreponerse gracias al carisma de sus personajes y su particular sentido del humor, que la dotan de la personalidad y fluidez que tanto se echaba en falta. Y no es precisamente una serie agradable, de hecho es dura e incómoda de ver en ocasiones, pero consigue hacer de lo desagradable una característica diferencial que contribuye a seguirla mirando.

Un paso más

Matar al padre es una tragicomedia con aires freudianos que termina construyendo una imagen sorprendentemente completa e incómoda de una época, utilizando un humor negro, sutil pero irreverente, como elemento de alivio que termina de otorgarle carácter y fluidez a una serie salida de la nada, pero que deja un buen sabor de boca. Matar al padre es el paso que Movistar+ necesitaba en sus dramas. Ya se habían mostrado capaces de hacer comedias competentes y originales con Vergüenza y Mira lo que has hecho, pero aquellas supuestas joyas de la corona, no terminaban de funcionar en el formato serial, mostrando tan solo destellos esperanzadores de lo que podrían haber sido. Por eso, Matar al padre ha sido el héroe inesperado en esta nueva etapa, porque ha conseguido el resultado más completo y con personalidad. Una serie que, en última estancia, cumple con su cometido y no cansa. No será una obra maestra y podría haberle sacado más jugo a alguna de sus temáticas,  pero muestra un aprendizaje y es un paso más en la dirección correcta.

Pablo Ferrer
Pablo Ferrer
Proyecto de todo sin llegar a nada. Intento de guionista y en ocasiones me creo crítico. Vivo en una divagación constante y no me arrepiento de ello.

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