Si hay algo que ha hecho de las series un medio narrativo competente y atractivo, ha sido su formato. La posibilidad de contar una historia sin las ataduras que el tiempo acaba imponiendo en una película, abre las puertas a la experimentación y a la creatividad. Pero, precisamente por lo atractivo de este formato, muchos productos se pueden ver impregnados por las tendencias de grandes productoras y el ansia de dinero, exprimiendo una idea hasta hacerla indigesta y obsoleta. Y este problema, está cada vez más de manifiesto con el auge de popularidad que han sufrido las series durante estos últimos años, el medio ya no es un inconveniente en sí.
Riesgos y problemas de la extensión
El mayor problema que surge con el nacimiento del formato televisivo, es la redundancia. Las series son un campo narrativo sumamente interesante porque permiten desarrollar una idea de manera más holgada y extensa que en la gran pantalla. Las limitaciones temporales para contar una historia son distintas, y es posible un mayor detenimiento al explorar todos sus matices. Pero precisamente estas “libertades” temporales en la narrativa de una historia, pueden terminar suponiendo la muerte de muchas ideas originales, prostituyéndose por ambiciones económicas y estiradas como un chicle, arriesgándose a resultar arquetípica, tornándose repetitiva y conformista.
Para que se entienda mejor, expondré tres casos bastante conocidos:
- El culebronismo o la fama mal llevada: muchas series, cuando consiguen gozar de cierta relevancia, relajan ostensiblemente el ritmo y calidad narrativa. Son conscientes del público al que llegan y saben la esclavitud que el formato es capaz de crear. El espectador moderno lleva implantada una “necesidad de clausura”, la responsable del “no he visto 3 temporadas de esto para quedarme ahora sin saber el final”. Para que se entienda mejor hablaremos del elefante en la sala: The Walking Dead es el ejemplo por antonomasia de un punto de partida interesante que se ha visto explotado hasta la saciedad. Tras una primera temporada más que satisfactoria, empezó un largo y perezoso viaje hacia la decadencia, llegando al extremo de aburrir a su gran mayoría de seguidores, que solo resisten por la promesa de un final que nunca llega. Donde antes había una clara intencionalidad dramática y objetivos definidos, hay ahora monotonía y falta de motivación. Una serie que sigue sin metas claras e improvisando sobre la marcha, como si de un zombie se tratara…
- La extensión como originadora de monotonía: no todas las series pretenden aprovecharse de la cercana relación que se crea con el espectador para extenderse hasta el infinito, pero sí que hay muchas que se dejan llevar por la sugerente corriente de alargarse. Sons of Anarchy es una serie con un arco bien construido, con un conflicto interesante a desarrollar y unas primeras temporadas muy potentes, pero duró 7 temporadas y terminó acusando la falta de variación en su dinámica, teniendo varias entregas con un desarrollo prácticamente idéntico o que no aportaban gran cosa a la imagen global del producto. Esto desembocó en una última temporada que no tuvo la contundencia que podría haber tenido. Orphan Black es un caso similar, pero siendo de inicio ya de peor calidad. Una trama sobre experimentos de clonación en seres humanos que consiguió plantear conflictos resultones y con posibilidades, pero terminó haciendo temporadas que apenas aportaban información para el desarrollo y progresión de la serie, tomando excesivas tangentes y tramas paralelas que empobrecieron el relato.
- El no saber parar a tiempo o las ganas de más: la televisión es un formato sumido en un frenético y constante movimiento. Guionistas y directores saltan de programa en programa sin que ello suponga un mayor problema, gracias a la figura del creador como constante cohesiva. La problemática de la entrada o salida de sus participantes, va en función de la dinámica de la serie. Es innegable que Juego de Tronos ha sido uno de los grandes fenómenos de la ficción televisiva en la historia reciente. Una serie que se caracterizaba por ser un culebrón despiadado, un mundo gigante con un amplio elenco de personajes protagónicos complejos, que dan la sensación de un universo coherente y en movimiento. Con la pérdida del fundamento de los libros y el creador de estos, los guionistas se vieron con un armatoste descomunal y millones de seguidores exigiendo más. Pudiendo haber buscado una clausura y dejarlo por respeto a lo que habían conseguido -como hicieron en su momento grandes series como Carnivàle o Deadwood– , decidieron estirar más la serie y fragmentarla en 3 temporadas adicionales. Los problemas no tardaron en salir, -ya que no es lo mismo improvisar sin tener el colchón amortiguador que suponía la existencia de las novelas- tanto su calidad narrativa como su impasibilidad se vieron fuertemente tocadas, pasando de un mundo frenético implacable a una historia lineal y predecible.
Estos son tan solo algunos ejemplos, pero la lista sigue. Una serie no tiene por qué tener 7, 8 o 9 temporadas para ser considerada un éxito, hay una diferencia sustancial entre utilizar las libertades que te aporta un formato y explotarlas, dosificando información y contenido por defecto para poder así estirar su longevidad. Respetemos la historia, ciñámonos a contar aquello que contribuya a su desarrollo, utilicemos la duración para potenciar una historia y no para matarla y hacerla monótona, hagamos buena televisión.
El arte del saber parar, respeto al arte narrativo
Por suerte, no todas pecan de estancamiento o de pérdida de cuidado hacia su propia creación. A lo largo de la historia, siempre han habido series capaces de romper el molde y elevar los estándares de la calidad narrativa, expulsando el paradigma conformista en el que tiende a empantanarse el ser humano. En los años 50 series como Marty o Alfred Hitchcock presents demostraron las posibilidades del nuevo formato al resto del mundo, que veía la televisión como una simple extensión del teatro o la radio; en los 60, The fugitive y The prisoner elevaron su calidad y sentaron nuevas bases narrativas que siguen hoy en día vigentes; en los 90, Twin Peaks cogerá estas bases y marcará el devenir de la revolución televisiva en los inicios del siglo XXI, juntamente con el resurgir de HBO.
Los intereses económicos y tendencias abusivas siempre estarán ahí, nuestro deber como público es ser exigentes y buscar aquellas creaciones realizadas por amor al arte, que las traten como un fin para transmitir su visión y comunicar. Este ejercicio es ahora más necesario que nunca, ya que tenemos el lujo de poder gozar de la mayor cantidad de productos originales creados exclusivamente para televisión de la historia. Estamos en un momento histórico único para el mundo de las series, están prácticamente en boca de todos y ya no es necesario reivindicar su potencial. El problema ahora reside en el filtrado y búsqueda de calidad, ya que centenares de programas asedian nuestras pantallas reclamando atención.
Pero, ¿cómo diferenciar las series que explotan el formato en demasía de las que no? Las ficciones televisivas de calidad gestionan su longitud de distintas maneras:
- La extensión como campo de innovación: no teniendo que luchar ya por mostrar su competencia como medio narrativo, muchas series aprovechan para seguir rompiendo fronteras en busca de nuevas maneras de comunicar o expandir la riqueza del formato. Lost fue una de las primeras en explorar las posibilidades para llevar y expandir diversos argumentos con el uso de líneas temporales en una serie muy polifacética y coral; The wire consiguió una sorprendente amalgama entre documental y ficción, construyendo un Baltimore profundo y tridimensional.
- La extensión como medio enriquecedor de la historia: como ya he comentado antes, las principales ventajas a nivel narrativo de la televisión son la capacidad de profundizar y perder las limitaciones que la duración tiene en las películas. Breaking Bad es un claro ejemplo de una historia con un arco bien definido, que usa la temporalidad para enriquecer y elevar su historia sin recrearse en elementos innecesarios; Peaky Blinders está demostrando tener un propósito claro para cada una de sus temporadas, contribuyendo así a crear una sensación de progresión y verosimilitud.
- La extensión en las series “de personaje”: no todos los productos tienen, por así decirlo, una progresión externa apreciable y la acción es más emocional, de personaje. Estas series utilizan la duración para crear un vínculo casi familiar con el espectador, atrapándolo por su ambiente y carisma, para luego ir desarrollando los dilemas emocionales de los personajes y sus transformaciones. Mad Men o Six Feet Under, son dos de los mejores ejemplos de este tipo de producto, capaces de implicar afectivamente al espectador con una contundencia envidiable.
Los peligros y esperanzas del futuro
El futuro se antoja gris y confuso. Por un lado tenemos el esperanzador conocimiento de que estamos en un momento histórico para las series, siendo por fin consideradas producto narrativo de calidad, moviendo masas y retroalimentándose con la industria cinematográfica. Pero con la fama viene la pereza y el conformismo, algo que ya estamos empezando a experimentar viendo toda una ristra de productos que tratan de emular fórmulas ya consolidadas sin aportar un enfoque novedoso. Por nombrar algunas: Young Sheldon vive de la fama de The Big Bang theory; Knightfall explota el boom medieval protagonizado por Juego de Tronos; Van Helsing o Fear the Walking Dead explotaron más aún el ya desgastado fenómeno zombie que desencadenó The Walking Dead; The Mist, Dead of Summer, Containment, Ghost Wars, Siren o Emerald City son un copia y pega casi ofensivo de la formula que demostró The 100 capaz de mover masas juveniles; Altered Carbon, Todo es una mierda! o Lost in Space se aprovechan del “boom” nostálgico que protagonizó Stranger Things y que la ciencia-ficción vuelve a estar de moda, para vender historias con una calidad narrativa que deja mucho que desear.
Otro inconveniente que viene originado por esta popularización del género, es entrar con una mentalidad excesivamente conservadora, procurando tener mucho material guardado para poder hacer así más temporadas. En sí eso no es algo malo, está bien guardarse cosas para desgranarlas con mejor detenimiento más adelante, el problema es cuando eso condiciona y cambia las necesidades argumentales de una historia, convirtiendo una temporada en un pasaje superfluo y redundante. Podemos ver un claro ejemplo con la primera entrega de American Gods, un proyecto prometedor con una estética fascinante, pero que terminó haciéndose pesada y sin apenas acontecimientos.
Pero no todo es preocupante de cara al futuro, ya que también están surgiendo una buena cantidad de productos innovadores y de calidad que no van condicionados por otra cosa que no sea la progresión lógica y natural de su relato. Sherlock ha rechazado en múltiples ocasiones precipitarse a lanzar nuevas temporadas por no tener algo interesante que contar, prefiriendo respetar todo lo que han conseguido hasta el momento, a pesar de decepcionar a una gigantesca base de fans y perder una potencialmente inmensa cantidad de dinero; Penny Dreadful, pudiendo haber hecho más temporadas, antepuso su historia y terminó tras tres brillantes temporadas; Fargo decidió quedarse en “stand-by” por no tener algo lo suficientemente bueno que contar; y Big Little Lies ha protagonizado una iniciativa muy a tener en cuenta: idear la primera temporada como una mini serie, pero con posibilidad de hacer más temporadas en caso de tener buena acogida, al tener un arco lo suficientemente autoconclusivo, no se compromete la integridad narrativa del relato ni la posibilidad de contar más si es necesario.
Pero, independientemente del presente, lo relevante está en el futuro, y este depende única y exclusivamente de nosotros. Los espectadores somos los que, en última estancia, convertimos un producto en rentable o lo bautizamos como serie de culto. Las historias van a seguir viniendo y, mientras sigamos siendo humanos e imperfectos, no van a parar. Lo que nos llega es lo que exigimos por lo que, si queremos ficción televisiva de calidad, deberemos exigir precisamente eso. El mundo de la ficción es algo maravilloso, pocas cosas pueden hacernos reflexionar de una manera tan profunda e indirecta sobre nuestra condición. Nos enriquecemos de las experiencias de los personajes, vivimos y sufrimos con ellos porque nos vemos reflejados, porque son, en mayor o menor medida, una imagen de una experiencia pasada o de una ambición futura. Así que pidamos lo que pedimos siempre fuera de casa: que no nos hagan perder el tiempo.
Una Serie que en lo personal me gusto mucho fue Spartacus, tuvo 3 temporadas en las que para mi gusto fueron de una al grano y la terminaron como debia ser. Games of Thrones si se noto mucho el bajon al quedarse sin los libros pero aun asi considero que hicieron bien en solo extenderla 3 temporadas mas, para asi cerrar la historia.
Yo pienso que depende del género, del horario (si se emite en televisión) y de la serie, pero creo que la duración en general tendría que ser estándar de 40-50 min (cap pilotos y final de temporada algo más largos si puede ser) y las sitcom a 20-25 min.
Un saludo
esto me pasa por escribir antes de leer el artículo haha pensaba que te referías a la duración de capítulo