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Retro-Análisis: Ojos bien Cerrados (1999), a veinticinco años del canto del cisne de Kubrick

En julio de 1999 llegaba a los cines Ojos bien Cerrados (Eyes wide Shut), ya para ese entonces formalmente la última película de Stanley Kubrick al haber este fallecido unos meses antes. Tom Cruise y Nicole Kidman interpretan a una pareja atrapada entre el deseo, la angustia y la paranoia en una historia magistralmente contada que hoy, a veinticinco años, revisitamos.

Bienvenidos a nuestra sección de retro-análisis, hoy para repasar Ojos bien Cerrados (Eyes wide Shut, 1999), filme último y a la vez póstumo del genial Stanley Kubrick de cuyo estreno, en esta semana que pasó, se cumplieron veinticinco años. Película perturbadora e inclasificable en la que se cruzan los géneros y con el plus de tener como pareja protagónica (también por última vez) a Tom Cruise y Nicole Kidman.  Por cierto, mi compañero Fernando Vílchez la incluye en su listado de los quince mejores testamentos cinematográficos.

Fue en 1968 cuando Kubrick, buscando qué filmar después de 2001: Una Odisea del Espacio, se topó y quedó encantado con la lectura de Relato Soñado (Traumnovelle), novela corta del austríaco Arthur Schnitzer cuyos derechos compró de inmediato. Una sórdida historia de misterio, erotismo y drama psicológico (el autor era amigo de Sigmund Freud) que, escrita en 1926, despertó en su mente la idea de llevarla a la pantalla, pero el proyecto se fue aplazando durante más de dos décadas en las cuales transitó diversos formatos posibles, incluso de comedia y con papel protagónico a cargo de Steve Martin o Woody Allen.

En 1994 Kubrick puso la novela en manos del guionista Frederic Raphael, con el encargo de trasladar la historia de la Viena del novecientos a la New York de los noventa y así nació Ojos bien Cerrados, título que se le ocurrió al propio Kubrick y con connotaciones de las que ya hablaremos.

Contratar a Tom Cruise y Nicole Kidman era una apuesta fuerte por el peso de que eran matrimonio en la vida real y porque el director no había vuelto a tener una gran estrella al frente de uno de sus títulos desde Jack Nicholson en El Resplandor (1980).

Para ese entonces, él estaba en Inglaterra y la pareja también,por estar ella rodando Retrato de una Dama (1996). Ya habían previamente coprotagonizado Días de Trueno (1990, aquí retro-análisis) y Un Horizonte muy Lejano (1992), pero el proyecto de Kubrick implicaba explorar la sexualidad mucho más allá y desde una perspectiva infinitamente más oscura.

Harvey Keitel y Jennifer Jason Leigh iban a formar parte del elenco y hasta rodaron escenas, pero finalmente se bajaron porque lo estirado del rodaje les impedía cumplir con otros compromisos contraídos. Años después, no obstante, Keitel manifestó que el director le había faltado el respeto obligándole a filmar cada escena infinidad de veces con un perfeccionismo rayano en lo insoportable.

En cuanto al personaje principal, Kubrick quería una especie de gentleman estilo Harrison Ford y esa es la razón de que el médico encarnado por Cruise se apellide Harford (en la novela era Fridolin), acrónimo formado por nombre y apellido del reconocido actor.

El rodaje se realizó mayormente en los estudios Pinewood (al oeste de Londres) y para replicar el ambiente de New York se enviaron diseñadores a tomar detalles de la ciudad y hasta se superpuso alguna imagen. El tiempo de filmación fue de cuatrocientos días, lo cual hace a la película, según el Guinness, la de “rodaje continuo más largo”.

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En marzo de 1999 Kubrick mostró el corte final y solo cuatro días después falleció de un ataque al corazón mientras dormía, lo que hizo que el estreno, pautado para julio, acabara siendo póstumo y con involuntario morbo agregado a una historia que de por sí lo tenía.

La Historia

Bill Harford (Tom Cruise) es un médico de Manhattan que con su esposa Alice (Nicole Kidman) componen un matrimonio neoyorquino de clase media alta que son padres de una niña de siete años.  Invitados a una fiesta en casa de un amigo millonario llamado Victor Ziegler (Sidney Pollack), Bill encuentra tocando el piano a un antiguo compañero de estudios llamado Nick Nightingale (Todd Field), quien lo invita a verle en concierto en un café llamado Sonata.

Alice, mientras tanto, se dedica a beber y un hombre maduro que dice ser húngaro se le acerca a coquetear. Lo mismo hacen dos jóvenes modelos con Bill hasta que Victor, apelando a sus conocimientos médicos, le hace llamar escaleras arriba por un percance que ha tenido. En su habitación hay una muchacha desnuda, inconsciente y con señales de sobredosis…

Bill logra hacerla volver en sí, pero al regresar a casa y mientras fuman marihuana, hay de parte de Alice desconfianza acerca de dónde estuvo durante el rato en que lo dejó de ver en la fiesta, a la vez que manifiesta intriga por saber qué siente cuando en su consultorio toca a mujeres en los senos. La conversación deviene en el rol sexual que la sociedad otorga a hombres y mujeres, así como en lo difícil que es para ellos imaginar que ellas puedan también tener fantasías sexuales sin complejo alguno.

Irritada y para demostrar lo contrario, Alice termina confesándole que durante las vacaciones del último verano tuvo fantasías con un oficial de marina cuya presencia él ni siquiera advirtió o recuerda. Dice que de haber tenido la oportunidad de compartir solo una noche con él, hubiera dejado todo, incluso a su familia.

Turbado y con la mente torturada, Bill deambula por allí imaginando la escena sexual entre ella y el marino. Conoce a una prostituta y está a punto de tener sexo con ella, pero un llamado de Alice hace que se eche atrás.

Encuentra el bar Sonata y adentro a su amigo Nick, quien le comenta que tiene que ir más tarde a trabajar en otro lugar. Cuando Bill quiere saber adónde diablos se toca tan tarde, Nick le confiesa que es un sitio en el cual le obligan a tocar con los ojos vendados, pero alguna vez le acomodaron mal la venda y pudo ver escenas de lujuria y mujeres como nunca en su vida.

Bill se obsesiona y consigue que Nick le dé la contraseña de acceso. Puesto al tanto de que el evento consiste en una fiesta de máscaras estilo veneciana visita a altas horas a un rocambolesco comerciante de disfraces y así, con capa, sombrero y máscara, toma un taxi a una mansión de las afueras llamada Somerton, donde la fiesta tiene lugar.

Una vez dentro tras pronunciar la contraseña (Fidelio), se encuentra con la mayor orgía que jamás haya visto mientras las máscaras y la ambientación crean una atmósfera erótica, pero también siniestra. No contaré más, pero a Bill se le complicarán las cosas…

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Una Película Inclasificable

Una cosa es innegable: las películas de Stanley Kubrick no se olvidan ni se confunden con otras: cuando uno trae a la memoria 2001, La Naranja Mecánica (aquí retro-análisis), El Resplandor, Barry Lyndon, Senderos de Gloria o La Chaqueta Metálica, encuentra siempre conceptos o imágenes que nos quedan dando vueltas en la cabeza con el correr de los años. Puede incluso ocurrir, como con los filmes de David Lynch, que nos dejen una sensación agridulce al primer visionado o incluso no nos gusten, pero al otro día nos quedemos reprocesando lo visto y queramos volver a verlo. Definitivamente son pocos los que consiguen eso…

Ojos bien Cerrados no es la excepción. Como hemos dicho, la película es inclasificable, confluyendo en ella el drama psicológico, el horror gótico o el thriller erótico sin caer en los lugares comunes de ninguno.

Hay sexo, pero nunca incluye a la pareja protagonista, salvo por algunos breves juegos de alcoba o las fantasías en la mente de Bill al imaginar a Alice con el marino. Y hay muchos desnudos (Kidman aparece literalmente así en la primera escena), pero el erotismo parece complementario a lo que se cuenta a pesar de tener una presencia real o tácita durante la mayor parte del metraje.

Los diálogos son absolutamente hipnóticos, pero no ocupan ni rellenan cada instante con palabras porque los silencios juegan y mucho (no en vano Kubrick es amante de la música clásica, donde los mismos son fundamentales). Y si alguien está pensando que ello hace a la película lenta o tediosa está equivocado: es casi imposible desviar la atención por un momento porque siempre subyace la sensación de que algo puede ocurrir o ser dicho al instante siguiente.

Una Pareja de Peso

La química entre Cruise y Kidman es increíble y el hecho de que fueran pareja en la vida real suma, aunque él no volvió a tener semejante química con las parejas posteriores con las que le tocó compartir cartel. Nicole entrega una de las mejores actuaciones de su carrera y si bien prácticamente desaparece durante gran parte de la película (que dura dos horas y cuarenta minutos), la obsesión de él la tiene siempre presente.

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El trabajo de Tom es también sólido y va de menor a mayor en la medida que su personaje se va sumergiendo en una pesadilla de celos, culpa y paranoia de la cual no puede salir.

Pero como suele ocurrir en los filmes de Kubrick, hay también personajes que aparecen una única vez, o a lo sumo dos, y son igualmente inolvidables, como el ya mencionado húngaro que baila con Alice e intenta seducirla (Sky du Mont), el peculiar propietario de la tienda de disfraces (Rade Šerbedžija), la prostituta a la que Bill acaba pagando sin tener sexo (Vinessa Shaw), el conserje del hotel en el que pregunta por Nick (Alan Cumming), o la mujer que trata de seducirlo junto a su padre recién muerto (Marie Richardson).

Y a pesar de lo mucho que me hubiera gustado ver a Harvey Keitel en un personaje casi a su medida, Sidney Pollack está muy convincente como Victor y lo de que un gran director llame a otro para darle un importante papel es un recurso muy eficaz.  Ya Roman Polanski había hecho uso del mismo con John Huston (Chinatown) o John Cassavetes (Rosemary’s Baby), del mismo modo que Steven Spielberg había recurrido a François Truffaut (Encuentros en la Tercera Fase) o a Richard Attenborough (Jurassic Park) y volvería a hacerlo con David Lynch en Los Fabelman (aquí nuestra crítica).

Como dato extra y curioso, la voz de la mujer enmascarada que durante la fiesta en Somerton se acerca a advertir a Bill que se vaya, está a cargo de Cate Blanchett, aunque no acreditada. La razón fue que la actriz detrás de la máscara tenía un acento demasiado británico.

Debajo de la Normalidad

No es un dato menor que la historia, por elección de Kubrick, se ambiente en días previos a la Navidad (la original de la novela transcurría durante el Mardi Gras y de allí las máscaras). Las calles están pobladas de coloridas guirnaldas y en todos los ambientes en que Bill entra hay un arbolito junto a la puerta. Con una excepción, claro: la mansión Somerton…

Esa contradicción entre la aparente normalidad y lo que por debajo subyace es esencial durante toda la película y, de hecho, cada vez que entra en terreno incierto, Bill muestra su credencial de médico como si fuera su salvataje para retornar a la “normalidad” ante los ojos del resto. Y la profesión de médico como representación social de lo “normal” es una concepción foucaultiana muy ligada a la historia familiar del propio Kubrick que, al igual que Foucault, fue hijo de uno.

El clima de la película es asfixiante y angustiante pero, aún así, se permite algún toque de humor como cuando, al enterarse que es médico, el hombre de los disfraces pide a Bill algún consejo para la caída de su cabello. Pero, por otra parte, las dos visitas que Bill hace a su tienda son absolutamente contrastantes: mientras que la primera es disparatada y desternillante, la segunda nos muestra la cara oculta y escabrosa tanto del hombre como de su local, un microcosmos que refleja perfectamente una sociedad decadente y que en algún punto hace acordar a la tienda de empeños de Pulp Fiction (aquí retro-análisis).

Hay todo un submundo de decadencia por debajo de la normalidad. La tienda de disfraces está casi socialmente en las antípodas de la fiesta de máscaras en la mansión Somerton, con sociedad secreta y orgía incluidas. Y sin embargo, ambas son síntoma de algo que trasciende ámbitos y sectores sociales, así como también representación de extremos que se complementan pues, a la larga, un ambiente provee al otro…

Es que la película no solo tiene que ver con fantasías de sexo, sino también de ascenso social. Bill no tiene problemas económicos, pero es el único que llega a la fiesta de la mansión en taxi mientras el resto lo hacen en limusinas (de hecho, ese es uno de los puntos que genera desconfianza). No solo va en busca de lujuria, sino también de pertenecer. De allí su obsesión e insistencia en pedirle a Nick que le dé la contraseña para ir a esa fiesta.

A la larga, sin embargo, se impone la resignación y así como Jake no podía acceder a la completa verdad ni cambiar el estado de cosas en Chinatown (1974, aquí retro-análisis), tampoco aquí puede Bill acceder a ese mundo para pocos al cual la mayoría no podemos soñar con pertenecer: la misma resignación que, aplicada a la vida sexual y matrimonial, plantea Alice sobre el final.

Nunca terminamos, por cierto, de conocer a la sociedad secreta, ni en su estructura ni en sus integrantes. “Si te dijera sus nombres – manifiesta Victor -, no creo que pudieras dormir tan bien”. Y así como no todo se revela, tampoco todo está necesariamente interconectado. Hay, en ese sentido y otra vez, algo de Chinatown y la frase “Murió alguien; sucede todo el tiempo”, dicha por Victor, recuerda bastante a “Olvídalo Jake, es Chinatown”.

Ni siquiera terminamos de saber cuánto de lo que Bill tenía en su cabeza realmente ocurrió. No hay dudas, desde luego, de que la fiesta de máscaras tuvo lugar, pero sí de las consecuencias de la misma o si las cosas son como Bill, en retrospectiva, las percibe o como Victor, sobre el final, las cuenta. Tampoco tenemos ciento por ciento seguro que Alice haya realmente dicho toda la verdad y lo del marino no haya sido algo más que una fantasía…

Estética y Música a la Altura

La parte visual del filme, como es común en Kubrick, es otro punto alto. La fotografía es luminosa y de colores fuertes, resaltando muy especialmente amarillos y rojos a través de la técnica de “procesamiento forzado”, que aumenta su calidez. Algunas escenas, ya sea en casa de Victor o en la mansión Somerton, guardan reminiscencias del hotel Overlook en El Resplandor, al igual que algunos corredores por los que la cámara va siguiendo al protagonista. Y si algo ha demostrado siempre Kubrick es que no necesita de la oscuridad para provocar angustia o escalofrío: en Somerton, como en el Overlook, todo es igual de luminoso que de terrorífico.

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Hay además una innegable atmósfera retro, pues por mucho que Kubrick quisiera llevar la historia a los noventa, no pierde nunca de vista que el material original está ambientado en el novecientos e incluye elementos góticos y renacentistas.

Algunas de las pinturas y esculturas que pueblan Somerton son reproducciones de obras reales, mientras otras, en la misma línea estética, fueron hechas por Christiane y Katharina Kubrick (respectivamente esposa e hijastra del director), ambas artistas plásticas y responsables también de algunos carteles de la película que no vieron finalmente la luz: soberbio e impactante el que mostraba los rostros de Cruise y Kidman como máscaras venecianas, así como insólito lo de Warner, que temió que el público no los identificara cuando son perfectamente reconocibles.

La banda sonora también contribuye a realzar la estética retro. Ya hemos hablado del amor de Kubrick por la música clásica, lo que queda evidente en el recurso a Mozart, Liszt y, muy especialmente, al Vals N° 2 de Shostakóvich, que queda resonando en nuestros oídos tras terminar el visionado y que, nostálgico a la vez que siniestro, nos hace imposible disociarlo de la película en lo sucesivo. En los créditos aparece como parte de la Suite Jazz N° 2, error bastante común por ciertos malentendidos al compilar la obra del genial compositor ruso.

La música adicional está a cargo de Jocelyn Pook, compositora británica contemporánea que había trabajado con artistas de la talla de Peter Gabriel, Laurie Anderson, Nick Cave o PJ Harvey, pero que carecía de experiencia en bandas sonoras para cine, siendo este su debut. Sus notas de piano disonantes y machacantes que, en forma de “golpe de martillo”, aparecen en los momentos de tensión, crean una sensación agobiante y exasperante que me trajo recuerdos de La Cabina (1972) y que seguramente llamó la atención de cineastas como Martin Scorsese, que convocaría a la artista para Gangs of New York (2002).

Valoración y Legado

Ojos bien Cerrados constituyó el retorno de Kubrick a dirigir después de doce años (la última había sido La Chaqueta Metálica) y también, como hemos dicho, su despedida.  Pero no solo la suya, sino también la de Cruise y Kidman, que no volverían a trabajar juntos y hasta dejarían de ser matrimonio a partir de 2001. El agobiante rodaje de la película contribuyó en parte a desgastar la relación, aunque se sumarían factores como la adhesión de él a la Iglesia de la Cienciología (cuándo no) o la intervención por su parte del teléfono de ella. Casi como si la paranoia del personaje eclosionara en la vida real…

Y no deja de ser interesante que por mucho que el filme pudiera hoy ser calificado de sexista, termine en su esencia siendo más feminista que tanto bodrio lineal y poco sutil que en estos días pueblan las pantallas. En definitiva, plantea el deseo femenino como algo real y existente frente a una sociedad que suele adjudicar únicamente a los hombres el deseo sexual sin más. Sociedad de la cual, desde luego, Bill es parte y no logra, como tal, deglutir la idea de que su esposa pueda tener fantasías sexuales con alguien o incluso llevarlas a cabo…

Un disparate que se hayan alterado digitalmente algunas imágenes para que no se vieran genitales y de esa forma conseguir la calificación R por sobre la temida X que, a decir verdad, jamás preocupó a Kubrick y fue, de hecho, la que llevó La Naranja Mecánica. La sensación es que son cambios hechos por Warner con él ya muerto y, por ende, sin autorización. Existen versiones posteriores en DVD o Blu-Ray que no los presentan y en las cuales la película se ve tal como el director la concibió y mostró pocos días antes de morir.

Si bien la mayoría de las críticas fueron positivas al momento del estreno, las hubo divididas y algunas, banal e insólitamente, calificaron a la película de “anticuada”. Pero retro no es sinónimo de anticuado y Kubrick sabe hacer convivir elementos antiguos con modernos. No en armonía, sino en contradicción. Algo que quizás muchos no hayan entendido en su momento, pero que hace que la valoración de la película haya aumentado con el tiempo. Estamos de acuerdo en que no es la mejor del director, pero también convengamos en que su propia obra pone la vara alta…

Ojos bien Cerrados en un filme soberbio y excelente. Tan perturbador como hipnótico, tan deslumbrante como desconcertante y tan fascinante como aterrador. Quizás la escena final pueda peligrosamente acercarse para muchos a moraleja, pero no es así en modo alguno. La última palabra, dicha por Alice, adquiere un sentido muy distinto por lo simple y directa.

Y cuando instantes antes dice que deberían agradecer lo que tienen, no está celebrando la vida sino llamando a recoger las migajas, al igual que el personaje de Natalie Wood en el soliloquio final de Esplendor en la Hierba (1961). Y si para ello es necesario ignorar los deseos del otro, bienvenido sea: ojos bien cerrados… ¿Alguien puede confundir eso con una moraleja cursi?

Hasta la próxima y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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